15 de julio, 2007
Hay en la vida de Pablo, analizada como totalidad, dos grandes opciones o pasiones, que orientan toda su práctica apostólica: la verdad del Evangelio y la unidad del Pueblo de Dios. En ciertos momentos de la vida de Pablo la defensa de la verdad del Evangelio puso en peligro seriamente la unidad del Pueblo de Dios; en otros momentos la defensa de la unidad arriesgó la verdad del Evangelio. Es muy difícil, hasta el día de hoy, defender simultáneamente la verdad del Evangelio y la unidad de la Iglesia. Normalmente la defensa de una pone en peligro la otra. En la vida de Pablo las dos opciones se combinaron de una manera dialéctica y fructífera.
PABLO RICHARD
1. Éfeso, Jerusalén, Roma: el itinerario del ministerio paulino
La despedida de Pablo de los ancianos de la comunidad de Éfeso en Mileto es uno de los momentos más dramáticos de todo el libro. El apóstol de los gentiles se ha propuesto viajar a Jerusalén, a sabiendas de que la oposición generada por su trabajo como heraldo de Cristo lo conducirá, irremediablemente, al conflicto político con Roma. El ensamblaje de la narración funciona como un preparativo para a conclusión del libro, esto es, la llegada del Evangelio, a través de la persona del apóstol, a la capital del imperio. En este tránsito, basado en la acción directriz del Espíritu Santo, se han sucedido personas, lugares y episodios. El genio literario de Lucas concentra su atención en la labor misionera de Pablo con el fin de completar un periplo que, necesariamente, va más allá de los meros detalles.
Uno de los grandes méritos de esta historia es la forma en que Lucas abarca o identifica la continuidad de la expansión del Evangelio en Occidente con la persona de los apóstoles y la ubicación geográfica: así, presenta un arco que va de Pedro a Pablo y, geográficamente, desde Jerusalén hasta Roma. El círculo está por cerrarse, pero antes el apóstol practica un corte transversal de su trabajo tomando como modelo a la comunidad de Éfeso. Los dos años y tres meses que vivió allí se ven correspondidos por el reencuentro y separación con aquellos que quedaron en la ciudad para ejercer un liderazgo marcado por la órbita paulina: se trataba de hacer exactamente lo mismo que él, es decir, hacer crecer la Palabra de Dios en la ciudad. Este objetivo central no debe verse disminuido por ningún concepto. La cita de Pablo con los ancianos es un reconocimiento explícito a su trabajo pastoral y organizativo, un auténtico espaldarazo para los desafíos que vendrían después, pues no hay que olvidar que cada generación de creyentes debería resolver la forma del testimonio cristiano sin involucrar a las anteriores, pues su responsabilidad histórica es intransferible, de ahí la importancia de las palabras de Pablo al pasar la estafeta a los nuevos responsables de la iglesia de Éfeso.
2. Pasado, presente y futuro de la expansión del Evangelio en tiempos de Pablo
La autoridad paulina está basada en lo realizado con anterioridad, en su “humildad y lágrimas”, en su debate continuo con los judíos, en una predicación “de provecho” y en la insistencia inclusiva al dirigirse a judíos y griegos (vv. 18-21). Este comportamiento resumido se refiere a su esfuerzo inicial que no esconde nada del mensaje cristiano: “Pablo lo enseña todo, no oculta nada a la comunidad: es fiel a la totalidad e integridad de la tradición”. En otras palabras, se trató de un ministerio sin fisuras.
La segunda parte de la alocución paulina (vv. 22-24) está orientada hacia el presente, en el cual Pablo va camino a Jerusalén, “obligado” e informado por el Espíritu acerca de los sufrimientos que le esperan. Pero, paradójicamente, esta manera de contar lo sucedido coloca a Pablo en una suerte de oposición al Espíritu, pues éste manifiesta una voluntad de universalizar el Evangelio y el apóstol aún se remite a sus orígenes. Como bien comenta Richard: “Pablo se orienta a Jerusalén; el Espíritu Santo, por el contrario, se revela en cada ciudad” [...] La estrategia del Espíritu, avalada por la comunidades, es la misión a los gentiles (de Roma al fin del mundo). Pablo, al ir a Jerusalén, pone en peligro su vida y la estrategia del propio Espíritu Santo”. El Espíritu es, de este modo, inspirador, orientador y acompañante de la evangelización. El Espíritu coloca, como decía Justino Mártir, Padre de la Iglesia, las semillas del Verbo (sporas tou Logou) en todas las culturas, siempre apuntando hacia la inculturación del mensaje cristiano, a su encarnación e integración en cada cultura.
La tercera parte es una exhortación pastoral sobre el futuro de las comunidades, en el que se atisban los problemas doctrinales. Luego de proclamar su inocencia y la visión totalizante de su predicación (v. 27), afirma las responsabilidades de los ancianos: él se va para siempre y ellos reciben la responsabilidad total. El concepto de tradición apostólica, ahora invocado por el Vaticano de nueva cuenta, de una manera excluyente:
Quinta pregunta: ¿Por qué los textos del Concilio y el Magisterio sucesivo no atribuyen el título de "Iglesia" a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI?
Respuesta: Porque, según la doctrina católica, estas comunidades no tienen la sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden y, por tanto, están privadas de un elemento constitutivo esencial de la Iglesia. Estas comunidades eclesiales que, especialmente a causa de la falta del sacerdocio sacramental, no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico, según la doctrina católica, no pueden ser llamadas "Iglesias" en sentido propio.
Como comenta Richard: “Nace aquí el concepto de Tradición Apostólica, no como una ortodoxia a conservar, sino como una fidelidad a la integridad del Evangelio predicado”. Se reafirma así el poligenismo (muchos orígenes) y el policentrismo (muchos centros) de la Iglesia, puesto que el Espíritu está en todas partes. De ahí que el término más adecuado para los ancianos (presbíteros) no sea del de sacerdotes sino el de epíscopos (obispos), un concepto más ligado a la colegialidad que al autoritarismo. Por tanto, se sientan las bases de la horizontalidad de la autoridad y el poder intraeclesiásticos. Con ello en mente podrán enfrentarse, sin una autoridad centralizada, los embates de la herejía, es decir, de las desviaciones del mensaje evangélico.
3. Pablo, modelo de pastoral y misión
¿Cómo entender un planteamiento de este tipo si la mala fama del apóstol aparentemente nos lo vuelve tan lejano, sobre todo por su peculiar manera de entender la fe, la autoridad e incluso las relaciones de género? ¿No es él de quien se dice que “inventó el cristianismo” pues, aparentemente, falseó la elementalidad del mensaje de Jesús de Nazaret para convertirlo en una religión vertical, autoritaria y misógina? ¿No aparece esto bien planteado en el hipotético encuentro con Jesús en La última tentación, de N. Kazantzakis? ¿No es él el culpable de la pérdida de alegría de los creyentes y el antecedente directo del confesionario y el psicoanálisis?
En un tiempo en que necesitamos asumir con valentía espiritual y autonomía nuestros dones y carismas al servicio del pueblo y nuestras propias responsabilidades delante de Dios, Pablo se nos presenta afirmando la libertad como la condición propia de la vida cristiana. Lucha intrépidamente hasta el fin para defender su propia libertad de iniciativa. Con su manera de ser, su personalidad y su vida, nos deja la lección de que las instituciones son importantes y hasta necesarias, pues no son otra cosa que la organización de las relaciones humanas concretas. Pero el cristiano necesita madurar en la fe para llegar a comprender que ellas son relativas. Pertenecen al mundo de la ley y están sujetas a la caducidad. Su única utilidad está en ser “pedagogo para Cristo”. Tienen que servir a la libertad y al amor y, por lo tanto, su destino está en ser superadas por éstos (cf. Ga 3).
Estamos, pues, ante la necesidad de releer los modelos de pastoral, misión y organización que hemos heredado y de reconstruir nuestra mentalidad eclesiástica para adecuarla mejor a los designios del Espíritu, si es que deseamos situarnos en la línea del Evangelio proclamado por Jesús de Nazaret y sus apóstoles.
Hay en la vida de Pablo, analizada como totalidad, dos grandes opciones o pasiones, que orientan toda su práctica apostólica: la verdad del Evangelio y la unidad del Pueblo de Dios. En ciertos momentos de la vida de Pablo la defensa de la verdad del Evangelio puso en peligro seriamente la unidad del Pueblo de Dios; en otros momentos la defensa de la unidad arriesgó la verdad del Evangelio. Es muy difícil, hasta el día de hoy, defender simultáneamente la verdad del Evangelio y la unidad de la Iglesia. Normalmente la defensa de una pone en peligro la otra. En la vida de Pablo las dos opciones se combinaron de una manera dialéctica y fructífera.
PABLO RICHARD
1. Éfeso, Jerusalén, Roma: el itinerario del ministerio paulino
La despedida de Pablo de los ancianos de la comunidad de Éfeso en Mileto es uno de los momentos más dramáticos de todo el libro. El apóstol de los gentiles se ha propuesto viajar a Jerusalén, a sabiendas de que la oposición generada por su trabajo como heraldo de Cristo lo conducirá, irremediablemente, al conflicto político con Roma. El ensamblaje de la narración funciona como un preparativo para a conclusión del libro, esto es, la llegada del Evangelio, a través de la persona del apóstol, a la capital del imperio. En este tránsito, basado en la acción directriz del Espíritu Santo, se han sucedido personas, lugares y episodios. El genio literario de Lucas concentra su atención en la labor misionera de Pablo con el fin de completar un periplo que, necesariamente, va más allá de los meros detalles.
Uno de los grandes méritos de esta historia es la forma en que Lucas abarca o identifica la continuidad de la expansión del Evangelio en Occidente con la persona de los apóstoles y la ubicación geográfica: así, presenta un arco que va de Pedro a Pablo y, geográficamente, desde Jerusalén hasta Roma. El círculo está por cerrarse, pero antes el apóstol practica un corte transversal de su trabajo tomando como modelo a la comunidad de Éfeso. Los dos años y tres meses que vivió allí se ven correspondidos por el reencuentro y separación con aquellos que quedaron en la ciudad para ejercer un liderazgo marcado por la órbita paulina: se trataba de hacer exactamente lo mismo que él, es decir, hacer crecer la Palabra de Dios en la ciudad. Este objetivo central no debe verse disminuido por ningún concepto. La cita de Pablo con los ancianos es un reconocimiento explícito a su trabajo pastoral y organizativo, un auténtico espaldarazo para los desafíos que vendrían después, pues no hay que olvidar que cada generación de creyentes debería resolver la forma del testimonio cristiano sin involucrar a las anteriores, pues su responsabilidad histórica es intransferible, de ahí la importancia de las palabras de Pablo al pasar la estafeta a los nuevos responsables de la iglesia de Éfeso.
2. Pasado, presente y futuro de la expansión del Evangelio en tiempos de Pablo
La autoridad paulina está basada en lo realizado con anterioridad, en su “humildad y lágrimas”, en su debate continuo con los judíos, en una predicación “de provecho” y en la insistencia inclusiva al dirigirse a judíos y griegos (vv. 18-21). Este comportamiento resumido se refiere a su esfuerzo inicial que no esconde nada del mensaje cristiano: “Pablo lo enseña todo, no oculta nada a la comunidad: es fiel a la totalidad e integridad de la tradición”. En otras palabras, se trató de un ministerio sin fisuras.
La segunda parte de la alocución paulina (vv. 22-24) está orientada hacia el presente, en el cual Pablo va camino a Jerusalén, “obligado” e informado por el Espíritu acerca de los sufrimientos que le esperan. Pero, paradójicamente, esta manera de contar lo sucedido coloca a Pablo en una suerte de oposición al Espíritu, pues éste manifiesta una voluntad de universalizar el Evangelio y el apóstol aún se remite a sus orígenes. Como bien comenta Richard: “Pablo se orienta a Jerusalén; el Espíritu Santo, por el contrario, se revela en cada ciudad” [...] La estrategia del Espíritu, avalada por la comunidades, es la misión a los gentiles (de Roma al fin del mundo). Pablo, al ir a Jerusalén, pone en peligro su vida y la estrategia del propio Espíritu Santo”. El Espíritu es, de este modo, inspirador, orientador y acompañante de la evangelización. El Espíritu coloca, como decía Justino Mártir, Padre de la Iglesia, las semillas del Verbo (sporas tou Logou) en todas las culturas, siempre apuntando hacia la inculturación del mensaje cristiano, a su encarnación e integración en cada cultura.
La tercera parte es una exhortación pastoral sobre el futuro de las comunidades, en el que se atisban los problemas doctrinales. Luego de proclamar su inocencia y la visión totalizante de su predicación (v. 27), afirma las responsabilidades de los ancianos: él se va para siempre y ellos reciben la responsabilidad total. El concepto de tradición apostólica, ahora invocado por el Vaticano de nueva cuenta, de una manera excluyente:
Quinta pregunta: ¿Por qué los textos del Concilio y el Magisterio sucesivo no atribuyen el título de "Iglesia" a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI?
Respuesta: Porque, según la doctrina católica, estas comunidades no tienen la sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden y, por tanto, están privadas de un elemento constitutivo esencial de la Iglesia. Estas comunidades eclesiales que, especialmente a causa de la falta del sacerdocio sacramental, no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico, según la doctrina católica, no pueden ser llamadas "Iglesias" en sentido propio.
Como comenta Richard: “Nace aquí el concepto de Tradición Apostólica, no como una ortodoxia a conservar, sino como una fidelidad a la integridad del Evangelio predicado”. Se reafirma así el poligenismo (muchos orígenes) y el policentrismo (muchos centros) de la Iglesia, puesto que el Espíritu está en todas partes. De ahí que el término más adecuado para los ancianos (presbíteros) no sea del de sacerdotes sino el de epíscopos (obispos), un concepto más ligado a la colegialidad que al autoritarismo. Por tanto, se sientan las bases de la horizontalidad de la autoridad y el poder intraeclesiásticos. Con ello en mente podrán enfrentarse, sin una autoridad centralizada, los embates de la herejía, es decir, de las desviaciones del mensaje evangélico.
3. Pablo, modelo de pastoral y misión
¿Cómo entender un planteamiento de este tipo si la mala fama del apóstol aparentemente nos lo vuelve tan lejano, sobre todo por su peculiar manera de entender la fe, la autoridad e incluso las relaciones de género? ¿No es él de quien se dice que “inventó el cristianismo” pues, aparentemente, falseó la elementalidad del mensaje de Jesús de Nazaret para convertirlo en una religión vertical, autoritaria y misógina? ¿No aparece esto bien planteado en el hipotético encuentro con Jesús en La última tentación, de N. Kazantzakis? ¿No es él el culpable de la pérdida de alegría de los creyentes y el antecedente directo del confesionario y el psicoanálisis?
En un tiempo en que necesitamos asumir con valentía espiritual y autonomía nuestros dones y carismas al servicio del pueblo y nuestras propias responsabilidades delante de Dios, Pablo se nos presenta afirmando la libertad como la condición propia de la vida cristiana. Lucha intrépidamente hasta el fin para defender su propia libertad de iniciativa. Con su manera de ser, su personalidad y su vida, nos deja la lección de que las instituciones son importantes y hasta necesarias, pues no son otra cosa que la organización de las relaciones humanas concretas. Pero el cristiano necesita madurar en la fe para llegar a comprender que ellas son relativas. Pertenecen al mundo de la ley y están sujetas a la caducidad. Su única utilidad está en ser “pedagogo para Cristo”. Tienen que servir a la libertad y al amor y, por lo tanto, su destino está en ser superadas por éstos (cf. Ga 3).
Estamos, pues, ante la necesidad de releer los modelos de pastoral, misión y organización que hemos heredado y de reconstruir nuestra mentalidad eclesiástica para adecuarla mejor a los designios del Espíritu, si es que deseamos situarnos en la línea del Evangelio proclamado por Jesús de Nazaret y sus apóstoles.
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