viernes, 27 de julio de 2007

Letra 34, 29 de julio de 2007


APRENDER A MORIR. “NO SOY PARA TI, MUERTE”
Hernán González G.

La Jornada, 23 de julio de 2007

Envía un lector cuyo nombre omite, algunos poemas del libro ¿Dónde está, muerte, tu victoria?, de Jerónimo Verduzco, monje franciscano nacido en Coahuila en 1923 y fallecido en Cuernavaca en 1996, ocho días después de haber sido atropellado por un automóvil.
“Si su anticlericalismo puede ser contenido por esta ocasión —escribe el devoto remitente—, seguramente a no pocos de sus lectores emocionarán los versos en torno a la muerte de alguien cuya vena poética, clara inteligencia, apacible temperamento y gran bondad le hicieron sembrar amistad y fe a su paso por esta vida”
Mire usted, en estos tiempos de confusión premeditada e inducida que agobian a México, la creciente intromisión de la Iglesia católica en la errática política o lo que por ésta entienden los metidos a gobernantes, obliga, como nunca, a abrir los ojos para identificar a los enemigos del país disfrazados con piel de oveja.
Someterse, avalar o permanecer indiferentes ante la manipulación descarada de la conciencia del pueblo mexicano por parte de la clerigalla y de sus voceros laicos, políticos visionudos e impúdicos empresarios, equivale a traicionar a México y contribuir a su sometimiento. La poesía, cuando no es confesional, puede ser, como decía Gabriel Celaya, “un arma cargada de futuro”, y de presente. Estos son algunos versos de fray Jerónimo Verduzco:

¿Cómo vendrás a mi encuentro?
¿Desnuda, cual negra daga?
¿Ardiente, cual roja llaga?
¿Implacable, como el centro
de una hecatombe? Muy dentro,
de lo más tuyo y más mío,
cobarde te desafío
y en mi soledad te llamo:
¿por qué con odio, te amo
y huyendo de ti, te ansío?

Llevo en mi carne una herida
y nadie, Muerte, lo sabe.
Canto triste como el ave,
cuando presiente, dolida,
la muerte en su voz prendida.
Tú sabes todo el abismo,
todo el negro cataclismo,
todo el grito silenciado
de mi secreto llorado:
¡porque tú eres mi yo mismo!

Juguemos Muerte, a la vida:
que tú eras un ruiseñor
en el tibio resplandor
de la noche estremecida...
y yo, una rosa nacida
para no morir jamás...
que tú eras, leve y fugaz,
una herida en el costado...
y yo, de ti enamorado,
era vida, ¡y nada más!

Si eres, Muerte, lo que no eras:
soledad, hueco, vacío,
¿por qué me recorre un río
de angustia cuando me hieres
con la vida que en mí mueres?
No existes, y tu presencia
cubre toda mi existencia
de dolor de parte a parte:
¿Es un delirio invocarte,
Muerte, júbilo y dolencia?

Me llaman Muerte, y soy vida.
Soledad, y soy presencia.
Tránsito, y soy permanencia.
Olvido, y en mí se anida
el Amor. Negra caída,
y yo levanto del suelo
la flor del intacto anhelo
que desemboca en el todo:
me llaman abismo y lodo,
¡y soy plenitud de cielo!

Ay, estimado fray, si los creyentes, digo yo, leyeran más poesía y menos encíclicas, probablemente su fe recuperaría una religiosidad individual, responsable y solidaria.

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FRIDA KAHLO: EL RETRATO DEL DOLOR (I)
Suzanne Hoeferkamp S.


La mayor parte de las pinturas de Frida Kahlo cuentan su propia historia; muchas de ellas son autorretratos. Se le ha aclamado como la primera artista en la historia del arte que revela su propia persona, su historia y sus emociones de modo tan complejo y, a la vez, tan directo. En su búsqueda de revelación, en su preocupación por entender el sufrimiento, se pintó a sí misma como un símbolo del dolor. Utilizó su dolor como un medio visual para dar expresión a su máxima inquietud, expresión del teólogo Paul Tillich que une los aspectos subjetivo y objetivo del acto de la fe: la fe con la cual uno cree y la fe que se cree.
Su característica más distintiva se manifiesta en la voluntad sin reservas de abrir su alma para que el público la contemple. Por medio de la autotrascendencia transformó la paradoja de su condición personal en un símbolo por excelencia de la condición humana. La obra de Frida sirve para ejemplificar cómo la razón busca la revelación. En símbolos que expresan su máxima inquietud, revela cómo el elemento participador lucha por dar expresión a la profundidad de la razón.
Frida Kahlo nació en la Ciudad de México el 6 de julio de 1907. A la edad de 18 años empezó a dibujar y pintar estando acostada mientras convalecía de un grave accidente que tuvo por resultado su inhabilitación permanente. El autobús escolar en que viajaba había sido embestido por un tranvía: un pasamano traspasó su espalda y su pelvis. Carlos Fuentes escribe: “En septiembre de 1925 un tranvía chocó con el autobús frágil en que ella viajaba y fracturó su columna vertebral, clavícula, costillas y pelvis. Su pierna atrofiada anteriormente por la poliomielitis ahora sufrió 11 fracturas. Su hombro izquierdo estaba dislocado para siempre y uno de sus pies quedó estropeado.”
Durante el resto de su vida lucharía con los efectos de esta desgracia y contra el dolor que le causó. Con la necesidad de llevar chalecos y corsés de yeso, tuvo una recuperación parcial, pero nunca pudo llevar sus embarazos a pleno término. Muchas veces postrada en cama durante meses enteros, fue intervenida quirúrgicamente unas 32 ocasiones antes de su muerte, en 1954. Su obra de alrededor de 200 pinturas (la mayor parte de las cuales son autorretratos) da testimonio de su lucha por sobrevivir.

Autorretrato con collar de espinas y colibrí (1940)
Esta imagen acentúa la cara de Frida Kahlo, que tiene por marco el follaje de su jardín, su mono mascota, su gato y la figura de un colibrí cuyas alas desplegadas siguen las líneas de sus cejas. Una enredadera tejida entre un collar de espinas saca sangre de su cuello. Detrás de sus hombros el gato negro aparece listo para brincar hacia el pájaro, y el mono, Caimito de Guayabal, que juega con el collar de espinas, posiblemente está haciendo las heridas más profundas. Estos símbolos son elementos que expresan la lógica de la acción creadora. La amenaza que implican dispara la lógica que comienza con la pregunta sobre la experiencia del abismo.
La pregunta sobre la máxima inquietud se dirige hacia el telos de la razón, lo Incondicionado. La pregunta tocante al abismo, el dolor del sufrimiento y la amenaza de la muerte, tal como se simbolizan en la enredadera de espinas con sus ramitas quebradas, señala hacia el carácter quebrantado de la situación humana, como también hacia la pasión de Cristo y la corona de espinas. Esta característica señaladora del símbolo es el elemento de participación que media entre lo concreto y lo absoluto, o sea entre los elementos divinos y humanos que se expresan por medio de la imagen de máxima inquietud.
En este retrato ejemplar de la expresión de máxima inquietud, el contenido de ella se expresa en símbolos que corresponden a los lazos entre lo humano y lo divino, es decir lo que representa el momento de la unidad de pregunta y respuesta: las ramitas quebradas y la corona de espinas que Frida lleva puesta como collar que expresa el sufrimiento.
La manifestación del Espíritu, mediante lo que se ha llamado acción creadora, es el nuevo paradigma que abarca la pregunta (lo humano) y la respuesta (lo divino). Este acontecimiento del Espíritu se expresa por medio de la unidad dinámica de la profundidad (el elemento del abismo: la cuestión del sufrimiento) y la forma (el elemento de la estructura significativa: el retrato total). La acción creadora surge de las espinas. Su símbolo, el pájaro suspendido en vuelo, señala hacia arriba a las cejas de Frida, cuya forma, a su vez, refleja más símbolos de autotrascendencia: los broches de mariposa de filigrana que sujetan su tocado y entre las hojas, las dos libélulas que, aparentemente de modo ambiguo, se transforman en flores. Cerrando y enmarcando este espacio, cada hoja en el fondo presenta al espectador su frente o su reverso veteado. El torrente de la vida que corre a través de las hojas, como a través de los demás elementos, une el cuadro en su totalidad.

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