viernes, 27 de julio de 2007

“Imitadores de Cristo”: Pastoral, teología y compromiso, L. Cervantes-Ortiz

I Corintios 4

Culto de acción de gracias por el 40º aniversario de ordenación del Dr. Salatiel Palomino López

25 de julio, 2007

Como testimonio y acción de gracias a Dios por la vida y ministerio del doctor Salatiel Palomino, nos acercamos a la Palabra divina para estimularnos mutuamente la fe y tomar nuevas fuerzas en el seguimiento de Cristo. Todo ello sin ninguna forma de “culto a la personalidad”, sino más bien en la búsqueda de entender cómo Dios moldea y utiliza vidas para reflejar su gracia y voluntad.

¿O es que el mandato y misión de profetas y maestros se acabó ya en la era apostólica? No se ha acabado, lo mismo que el mandato y misión de los apóstoles. ¿O es que han faltado hombres que cumplieran ese mandato y misión? El Espíritu de Dios no se ha descuidado, a la verdad, de suscitar en la Iglesia también estos dos carismas que para Pablo eran los dos más importantes después del de apóstol. Pero... acaso no se les dejó abrir la boca.
HANS KÜNG

La correspondencia corintia del apóstol Pablo es una veta interminable de insumos para valorar la vida de la Iglesia y los ministerios que se ejercen en su interior. La entrañable y conflictiva relación que estableció Pablo con la comunidad ubicada en ese puerto griego permitió o tuvo como fruto una de las reflexiones más situadas de todo el Nuevo Testamento, pues manifiesta el estrecho entramado entre teoría y praxis, teología y pastoral, que se produce cuando se busca aplicar la Palabra de Dios a las realidades comunitarias, siempre complejas.
Al apóstol de los gentiles esta tormentosa interacción con los y las corintios, reflejada en el texto de sus cartas, lo llevó, inclusive, a cuestionarse acerca de las razones y características de su propio ministerio, en función no solamente de lo acontecido en Corinto, adonde el apóstol pasó casi dos años (lo más parecido a un periodo pastoral), sino de las características que debe adquirir el servicio a Dios como una forma de existencia a la luz de las necesidades humanas tal como se expresan concretamente en las comunidades nacientes o ya consolidadas.
El tono apasionado con que escribe Pablo a los corintios alcanza alturas notables al referirse a su trabajo entre ellos y ensayar una especie de definición del ministerio cristiano a partir de su experiencia. Aunque no parece mucho tiempo el de su estancia en Corinto, si se compara con lo sucedido en Éfeso, el apóstol traza en líneas gruesas y firmes las características esenciales del ministerio y se atreve a plantear la tesis de la mimesis de Cristo y de su persona, esto es, un acercamiento a la posibilidad de repetir la existencia de Cristo en la vida de otros seres humanos, no mediante una improbable “unión mística”, sino más bien por medio de una estrategia de seguimiento fiel a las pisadas del Maestro, encaminada al engrandecimiento del Reino de Dios.

1. Siervos de Cristo y administradores de los misterios de Dios (4.1-8)
El apóstol Pablo no eludía el conflicto y hay quien dice que hasta lo propiciaba como una forma de clarificación y avance. En el cap. 3, puntualiza la dinámica con que funcionan los diversos colaboradores de Cristo en la edificación del cuerpo que es la Iglesia. Para ello, no duda en referirse por nombre a los diversos liderazgos que construyen sobre el fundamento básico que es Cristo mismo: Pablo, Apolo, Pedro, son momentos de un continuum dirigido pertinazmente por el Espíritu de Dios y, señala que conforme a la gracia de Dios que le fue dada (3.10, con lo que implícitamente reclama un lugar dentro del orden apostólico que, en otros lugares como II Corintios 11.5, exige abiertamente, al no sentirse menos que ninguno de los superapóstoles) practica una evaluación de la pluralidad generada por el Espíritu para edificar la Iglesia.
La terminología usada aquí resulta clave para profundizar en las dimensiones del servicio cristiano: servidores (hyperetes, un estrato social inferior al diakonos” ) de Cristo, pero al mismo tiempo administradores (oikonomos) de los misterios divinos. La servidumbre apostólica está en función directa del llamamiento que han recibido y de la pluralidad de posibilidades para realizar el servicio. No puede haber contradicción entre la multiforme manifestación de la gracia de Dios y la eventual emergencia de cúpulas o dirigencias. El apóstol se encargó de tratar con suficiente ironía a éstas en II Co 11-13, pues no cabe lugar para las jerarquías en el cuerpo de Cristo. De ahí que se diga que Pablo siempre pensó en la edificación de la comunidad y vio a la Iglesia institucional prácticamente como un mal necesario.
En el caso del segundo término, de ninguna manera Pablo piensa en los aspectos sacramentales al referirse a los misterios divinos. Se trata más bien, del uso de un lenguaje oculto manejado por la sabiduría aplicada al ministerio. Pablo desea poner en su lugar a los partidos que han surgido en Corinto y, en medio de esta diversidad, obviamente conflictiva, la perspectiva eclesiástica dominante tiene que ver con los misterios, mas no con aquellos con los que los corintios convivían cotidianamente. Un administrador no posee lo que administra, por lo tanto, debe dispensar aquello que está en sus manos y, al mismo tiempo, ser fiel a la encomienda. Flota en el ambiente la necesidad de una ética de la administración y del respeto por los demás administradores, pues así como Pablo reivindica su llamamiento y su papel apostólico, al mismo tiempo propone una forma de contrapoder opuesto al clientelismo del ambiente sociopolítico de su época. En otras palabras, y más allá del énfasis empresarial que pueda recibir hoy la palabra administrador, no hay margen para comportamientos basados en el espíritu de competencia o afirmación del poder, pues Pablo lleva hasta ese terreno la aplicación de los valores del Reino de Dios, sobre todo porque los miembros de la comunidad observan la conducta de sus pastores y porque lo que ahora llamamos ética ministerial debe estar al servicio de la multiforme edificación del cuerpo de Cristo. Y no se trata de una elección azarosa o fortuita sino de un compromiso permanente de vida.
Por lo anterior, Pablo pone en entredicho el juicio que la congregación corintia practica sobre los apóstoles porque aparece la peligrosa dicotomía entre persona y cargo, situación que se percibe en la esfera política como la separación entre actos públicos y privados o cuando la misma persona habla como ciudadano o funcionario. Ante Dios desaparece esta separación y es Él quien “valora la entrega personal al servicio, el cumplimiento del deber poniendo en el empeño toda la persona” Nuestras apreciaciones no necesariamente coincidirán con la valoración divina. Las palabras del v. 8, dirigidas a la comunidad son apasionadas y no exentas de amargura: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá y reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!

2. Sufrimiento, insensatez y debilidad en el ministerio cristiano (4.9-13)
Sin ánimo de reprochar nada a la comunidad, Pablo no vacila en asumir un tono sumamente personal al hablar de los sufrimientos propios del ministerio, además de incluir una serie de afirmaciones paradójicas sobre la insensatez y debilidad propias del mismo, a partir del contexto conflictivo que conoció y que sigue a larga distancia para conocer la marcha de la congregación corintia. La primera persona le sirve para aglutinar la experiencia vivida en clave cristológica y aunque suene a hipérbole todo lo mencionado (muerte, espectáculo, hambre, sed, desnudez y errancia, etcétera), la publicidad recibida ante los ojos de todo el mundo es “expresamente querida por Dios” y “así como la muerte de Jesús encerraba un significado para los espíritus, así también encierra la muerte de sus miembros [...], ya que unos hombres de naturaleza inferior a la suya alcanzan al morir con Cristo una gloria muy superior a la que ellos tienen”.
Aquí no se trata de otra cosa sino del camino de la cruz, en contraste con la “desagradecida volubilidad e inseguridad de los corintios”. Que nadie se llame a engaño en o que sucede durante los años de ministerio eclesiástico: trabajar de manera transparente y honesta no le garantiza a ningún ministro la aceptación o reconocimiento generalizado al interior de la Iglesia. Con ello en mente se puede servir libres de las cargas psicológicas o materiales que conlleva la preocupación natural por el perfil del ministerio que se realice. Así se abre la puerta para la mimesis, la imitación de Cristo.
El énfasis en el trabajo manual, tan subrayado siempre por el apóstol, dota a sus cartas y a su labor en general de un matiz peculiar, pues Pablo no es ni un desocupado ni un zángano (mantenido), pues está muy lejos del patrocinio de cualquier institución, política o institucional. Además, su pertenencia a un gremio específico (los hilanderos) lo ubicó en un espectro social determinado que le permitió entrar en contacto con las necesidades reales de la gente de la calle, no de una abstracción humana, algo fundamental para cualquier forma de ministerio.

3. La mímesis en el servicio eclesial: una nueva invitación al seguimiento (4.14-21)
El v. 14 retoma el lenguaje comedido y afectuoso propio de un pastor responsable y proyecta la reflexión paulina al plano de las indicaciones prácticas, aun cuando se sitúe en el ámbito de la simbolización cristológica y personal. Él ha engendrado una progenie en Cristo, debido a que es un paidagogos, un ayo, un preceptor único, reconocible en su unicidad, lo que le da el valor para afirmar, como en otras ocasiones, la posibilidad de practicar una mimesis ¿de su persona o de su percepción particular del hecho de Cristo en la vida de la humanidad? Pues parece que ambas cosas, dado que la encarnación inevitable del Evangelio es llevada hasta sus últimas consecuencias. Platón y Aristóteles están detrás del uso paulino del término que describe puntualmente “una “representación de acción”, una sustitución vital, una representación en el sentido teatral, pero lejos de la artificialidad de la comprensión corriente de esta palabra. En I Tes 1.6 (¡el primer escrito del Nuevo Testamento!)lo había dicho con respecto a la vida cristiana como ejercicio continuo de imitación de ambos, de Pablo y del Señor Jesucristo: vivir las pruebas ligadas a la recepción y a la proclamación de la Palabra [...], los sufrimientos de Cristo”. I Co 11.1 explicita el vínculo: “Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo”: “se crea una cadena en la que cada uno reactualiza en su vida el movimiento de rebajamiento y de abandono de sí, haciéndose un ‘modelo’ [...] para los demás”. La escuela paulina radicalizó la propuesta: “Imitad a Dios” (Ef 5.2).
“La imagen de Cristo debe ser repetidamente reproducida en la multiforme realidad terrena, para que los fieles puedan percibir con mayor facilidad las posibilidades de imitación puestas a su alcance”. Es, pues la iconización permanente de Cristo y de sus proclamadores en el mundo, quienes, en línea de la humanización radical del Evangelio, se vuelven portadores de modelos de fe y servicio.

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