10 de enero, 2009
1. Deuteronomio: origen y desarrollo en la historia de Israel
El biblista Shigeyuki Nakanose ha hecho un resumen muy aleccionador del origen y desarrollo del Deuteronomio, pues atraviesa, literalmente, todos los periodos de la historia de Israel y prácticamente viene a ser como el núcleo de todo el Antiguo Testamento:
En 1805, Wilhelm M. L. de Wette, en el estudio de la crítica de las fuentes, muestra la vinculación entre el “libro de la ley”, encontrado en el Templo de Jerusalén en la época de la reforma de Josías (2R. 22,8) y el núcleo más antiguo del Deuteronomio (capítulos 12-26 en su casi totalidad), que es denominado por algunos estudiosos como “Protodeuteronomio”. Esa teoría es desarrollada y profundizada con muchas modificaciones. Los últimos estudios sobre el tema afirman que el material contenido en el núcleo central del Deuteronomio o “Protodeuteronomio”, tiene su origen en el período pre-estatal. Ese material recibe agregados en el transcurso de la historia y es especialmente retrabajado en el Norte a mediados del siglo VIII. Con la caída de Samaria muchos israelitas vienen al Sur y traen sus tradiciones. Entre ellas viene el material del Deuteronomio que sirve de plataforma para las reformas de Ezequías y de Josías. En esas reformas los escribas de la corte revisan, amplían y editan el núcleo antiguo y lo transforman en 4,44—26,68. Más tarde, en el exilio y el post-exilio, ese texto es retrabajado y recibe una introducción: los capítulos 1-4, y una conclusión: los capítulos 29-34, a fin de responder a las nuevas situaciones y ser incluido en el conjunto del Pentateuco. A partir de ahí el Deuteronomio se convierte casi en un “puente”: el punto final del Pentateuco y el comienzo de la Historia Deuteronomista (Josué a Reyes).[1]
El vínculo del Deuteronomio, por un lado, con el Pentateuco, y por el otro, con la interpretación profética de la historia, tal como aparece en los libros de Josué a los Reyes, lo muestran como un verdadero documento de transición espiritual, teológica y literaria, pues sus diferentes etapas de redacción manifiestan una conciencia de que el pueblo de Dios, constantemente adaptó su fe a las diversas épocas que le tocó vivir. Cada etapa representa un esfuerzo notable en el proceso de comprensión de la voluntad de Dios en medio de las nuevas circunstancias de la existencia material del pueblo y de las exigencias planteadas por el entorno geográfico, económico y social. Ubicado cronológicamente en el periodo anterior al surgimiento del Estado monárquico, el libro describe de manera clara el despertar de una conciencia alternativa a la situación imperante en el contexto:
La liturgia era la fuente de abastecimiento de la memoria de la liberación (Dt. 16,1.3.6.12) y del compromiso de la alianza. Así, en el corazón de la vida del pueblo las leyes son preservadas como expresión de su fe en el Dios de la vida y en sí mismo. Como memoria de la liberación de una situación de injusticia para una situación de fraternidad, la liturgia se vuelve un espacio de concientización y apertura a las cuestiones sociales: el compartir y la solidaridad son las consecuencias de la alianza con Dios. La gratitud al Dios vivo y liberador tiene que ser expresada no sólo con el culto, sino con el servicio a los hermanos más pobres y necesitados: el extranjero, el pobre, el huérfano y la viuda (Dt. 24,4s), para concretar una sociedad en la que no haya pobres (Dt. 15,4). (Idem)
Por otro lado, la figura de Moisés, dominante desde el libro del Éxodo, comenzará a eclipsarse como una señal de la alborada de los nuevos tiempos. Moisés intenta seguir teniendo influencia sobre la vida del pueblo, pero Yahvé le explica que está incapacitado para entrar a la “tierra prometida” porque pertenece al “viejo régimen”. Los capítulos finales, redactados en el exilio y después, introducen un cambio de escena que será doloroso para Moisés, pero que coloca al pueblo como principal prioridad de Dios. Sin dejar de reconocer su amplio protagonismo en la historia de liberación, Moisés va a pasar al plano que le corresponde para dejar su lugar a un nuevo liderazgo. Sus condiciones físicas ya no eran las mismas y Yahvé mismo ha marcado el final de su labor y el surgimiento de nuevos cuadros dirigentes (31.2-3). “Todo eso hace del libro del Deuteronomio un don de Dios ofrecido por Moisés como testamento al término de su vida. Los judaítas siempre lo tuvieron en gran estima, tanto que Esdras hace de él el eje para la elaboración de sus leyes sobre lo puro e impuro y sobre la raza elegida” (Idem). Ante el cambio de época, se requiere una renovación de la alianza y un compromiso irrestricto hacia la Ley de Dios, especialmente ante la disyuntiva tan clara de elegir la vida o la muerte.
2. Pautas deuteronomistas para entrar a una nueva época con fe y aliento
En primer lugar, y desde una óptica posterior al exilio que renovó la interpretación de la historia en la última etapa de redacción del libro, se subraya el esfuerzo divino por librar al pueblo de sus enemigos en la época de Esdras (31.3-5). La exhortación para esta nueva etapa es enfática: “Sean fuertes y valientes” (v. 6). Moisés entonces llama a Josué y, delante del pueblo, repite esas mismas palabras como consigna para su encargo: “Dios mismo será tu guía y te ayudará en todo” (v. 8). Se destaca inmediatamente la escritura de esta “ley” (v. 9) y la necesidad de leerla al pueblo y a los inmigrantes extranjeros cada siete años en la fiesta de los tabernáculos (v. 11). Se nota claramente la inclusión posterior de esta adición relacionada con la lectura de la ley para ejemplo de las comunidades. “La observancia de la ley (Dt. 31; 32,45-47) gana relevancia en el período de Nehemías y Esdras, funcionarios de Persia: “Y a todo aquel que no observe la ley de Dios —que es la ley del rey—, será castigado rigurosamente, con la muerte o el destierro, con multa o prisión (Esd. 7,26)” (Idem).
Yahvé se aparece entonces a ambos líderes, el antiguo y el nuevo, para llevar a cabo una especie de “transmisión de poderes” (v. 14). El anuncio (y recuento retrospectivo) de lo que el pueblo hará en el futuro en relación con los “dioses ajenos” es el contenido del discurso divino, es decir, el horizonte no es totalmente bueno, pero se trata de “información confidencial” que Dios le da a ambos dirigentes (vv. 16-18; 20-21). La orden es, entonces, escribir un cántico que le pasa revista a la historia del trato de Dios con el pueblo, a la vista del incumplimiento del pacto. Con todo, la exhortación para Josué sigue siendo la misma: Tienes que ser fuerte y valiente” (v. 23). Esta nueva ley, filtrada por la experiencia de anarquía, desobediencia e invalidación del pacto con Dios a través de la historia, es “promulgada” solemnemente, como ya se dijo, como testamento de Moisés. Su palabra es dura: “…los conozco muy bien. Yo sé que ustedes son tercos y rebeldes. Si ahora que estoy con ustedes, desobedecen a Dios, ¿qué no harán cuando ya me haya muerto?” (v. 27).
El capítulo concluye con palabras amargas acerca del futuro sin Moisés y las tendencias que se impondrán en la existencia comunitaria del pueblo (v. 29). Es el sabor del regreso del exilio el que resuena inevitablemente, pues la orientación del texto no es triunfalista sino sumamente realista. De ahí que el panorama que se le pintaba a Josué no fue amable y la historia deuteronomista que arranca con el libro que lleva su nombre arrastra el estigma de una visión sombría en donde la nota optimista seguirá siendo el llamado al esfuerzo y la valentía, ante el augurio que el Moisés postexílico había lanzado. Porque los cambios de época implican siempre un esfuerzo en muchos sentidos: de aceptación de las cosas buenas y malas del pasado, de adaptación a las nuevas condiciones de vida y a los estilos de liderazgos que no siempre serían como el de Josué, y de renovación de la fe en medio de situaciones adversas. Si consideramos como “secreto de Estado” el hecho de que Josué conocía anticipadamente o no el destino del pueblo, la actitud del dirigente debía modificarse para bien del pueblo, especialmente ante la enorme tarea de conquista y ocupación de la tierra que venía por delante.
Hoy, que como sociedad y pueblo de Dios entramos también a territorios inhóspitos e impredecibles por la carga de décadas de errores y esperanzas incumplidas, la fe viene en nuestro auxilio como en el caso de Moisés, en forma de advertencia y de énfasis en nuestras responsabilidades espirituales: se requiere mantener la constancia en la familiaridad con la palabra divina, único recurso que nos puede permitir remontarnos por encima de los vaivenes y la volubilidad de gobiernos, políticas y acciones. La mano de Dios estará con su pueblo siempre.
El biblista Shigeyuki Nakanose ha hecho un resumen muy aleccionador del origen y desarrollo del Deuteronomio, pues atraviesa, literalmente, todos los periodos de la historia de Israel y prácticamente viene a ser como el núcleo de todo el Antiguo Testamento:
En 1805, Wilhelm M. L. de Wette, en el estudio de la crítica de las fuentes, muestra la vinculación entre el “libro de la ley”, encontrado en el Templo de Jerusalén en la época de la reforma de Josías (2R. 22,8) y el núcleo más antiguo del Deuteronomio (capítulos 12-26 en su casi totalidad), que es denominado por algunos estudiosos como “Protodeuteronomio”. Esa teoría es desarrollada y profundizada con muchas modificaciones. Los últimos estudios sobre el tema afirman que el material contenido en el núcleo central del Deuteronomio o “Protodeuteronomio”, tiene su origen en el período pre-estatal. Ese material recibe agregados en el transcurso de la historia y es especialmente retrabajado en el Norte a mediados del siglo VIII. Con la caída de Samaria muchos israelitas vienen al Sur y traen sus tradiciones. Entre ellas viene el material del Deuteronomio que sirve de plataforma para las reformas de Ezequías y de Josías. En esas reformas los escribas de la corte revisan, amplían y editan el núcleo antiguo y lo transforman en 4,44—26,68. Más tarde, en el exilio y el post-exilio, ese texto es retrabajado y recibe una introducción: los capítulos 1-4, y una conclusión: los capítulos 29-34, a fin de responder a las nuevas situaciones y ser incluido en el conjunto del Pentateuco. A partir de ahí el Deuteronomio se convierte casi en un “puente”: el punto final del Pentateuco y el comienzo de la Historia Deuteronomista (Josué a Reyes).[1]
El vínculo del Deuteronomio, por un lado, con el Pentateuco, y por el otro, con la interpretación profética de la historia, tal como aparece en los libros de Josué a los Reyes, lo muestran como un verdadero documento de transición espiritual, teológica y literaria, pues sus diferentes etapas de redacción manifiestan una conciencia de que el pueblo de Dios, constantemente adaptó su fe a las diversas épocas que le tocó vivir. Cada etapa representa un esfuerzo notable en el proceso de comprensión de la voluntad de Dios en medio de las nuevas circunstancias de la existencia material del pueblo y de las exigencias planteadas por el entorno geográfico, económico y social. Ubicado cronológicamente en el periodo anterior al surgimiento del Estado monárquico, el libro describe de manera clara el despertar de una conciencia alternativa a la situación imperante en el contexto:
La liturgia era la fuente de abastecimiento de la memoria de la liberación (Dt. 16,1.3.6.12) y del compromiso de la alianza. Así, en el corazón de la vida del pueblo las leyes son preservadas como expresión de su fe en el Dios de la vida y en sí mismo. Como memoria de la liberación de una situación de injusticia para una situación de fraternidad, la liturgia se vuelve un espacio de concientización y apertura a las cuestiones sociales: el compartir y la solidaridad son las consecuencias de la alianza con Dios. La gratitud al Dios vivo y liberador tiene que ser expresada no sólo con el culto, sino con el servicio a los hermanos más pobres y necesitados: el extranjero, el pobre, el huérfano y la viuda (Dt. 24,4s), para concretar una sociedad en la que no haya pobres (Dt. 15,4). (Idem)
Por otro lado, la figura de Moisés, dominante desde el libro del Éxodo, comenzará a eclipsarse como una señal de la alborada de los nuevos tiempos. Moisés intenta seguir teniendo influencia sobre la vida del pueblo, pero Yahvé le explica que está incapacitado para entrar a la “tierra prometida” porque pertenece al “viejo régimen”. Los capítulos finales, redactados en el exilio y después, introducen un cambio de escena que será doloroso para Moisés, pero que coloca al pueblo como principal prioridad de Dios. Sin dejar de reconocer su amplio protagonismo en la historia de liberación, Moisés va a pasar al plano que le corresponde para dejar su lugar a un nuevo liderazgo. Sus condiciones físicas ya no eran las mismas y Yahvé mismo ha marcado el final de su labor y el surgimiento de nuevos cuadros dirigentes (31.2-3). “Todo eso hace del libro del Deuteronomio un don de Dios ofrecido por Moisés como testamento al término de su vida. Los judaítas siempre lo tuvieron en gran estima, tanto que Esdras hace de él el eje para la elaboración de sus leyes sobre lo puro e impuro y sobre la raza elegida” (Idem). Ante el cambio de época, se requiere una renovación de la alianza y un compromiso irrestricto hacia la Ley de Dios, especialmente ante la disyuntiva tan clara de elegir la vida o la muerte.
2. Pautas deuteronomistas para entrar a una nueva época con fe y aliento
En primer lugar, y desde una óptica posterior al exilio que renovó la interpretación de la historia en la última etapa de redacción del libro, se subraya el esfuerzo divino por librar al pueblo de sus enemigos en la época de Esdras (31.3-5). La exhortación para esta nueva etapa es enfática: “Sean fuertes y valientes” (v. 6). Moisés entonces llama a Josué y, delante del pueblo, repite esas mismas palabras como consigna para su encargo: “Dios mismo será tu guía y te ayudará en todo” (v. 8). Se destaca inmediatamente la escritura de esta “ley” (v. 9) y la necesidad de leerla al pueblo y a los inmigrantes extranjeros cada siete años en la fiesta de los tabernáculos (v. 11). Se nota claramente la inclusión posterior de esta adición relacionada con la lectura de la ley para ejemplo de las comunidades. “La observancia de la ley (Dt. 31; 32,45-47) gana relevancia en el período de Nehemías y Esdras, funcionarios de Persia: “Y a todo aquel que no observe la ley de Dios —que es la ley del rey—, será castigado rigurosamente, con la muerte o el destierro, con multa o prisión (Esd. 7,26)” (Idem).
Yahvé se aparece entonces a ambos líderes, el antiguo y el nuevo, para llevar a cabo una especie de “transmisión de poderes” (v. 14). El anuncio (y recuento retrospectivo) de lo que el pueblo hará en el futuro en relación con los “dioses ajenos” es el contenido del discurso divino, es decir, el horizonte no es totalmente bueno, pero se trata de “información confidencial” que Dios le da a ambos dirigentes (vv. 16-18; 20-21). La orden es, entonces, escribir un cántico que le pasa revista a la historia del trato de Dios con el pueblo, a la vista del incumplimiento del pacto. Con todo, la exhortación para Josué sigue siendo la misma: Tienes que ser fuerte y valiente” (v. 23). Esta nueva ley, filtrada por la experiencia de anarquía, desobediencia e invalidación del pacto con Dios a través de la historia, es “promulgada” solemnemente, como ya se dijo, como testamento de Moisés. Su palabra es dura: “…los conozco muy bien. Yo sé que ustedes son tercos y rebeldes. Si ahora que estoy con ustedes, desobedecen a Dios, ¿qué no harán cuando ya me haya muerto?” (v. 27).
El capítulo concluye con palabras amargas acerca del futuro sin Moisés y las tendencias que se impondrán en la existencia comunitaria del pueblo (v. 29). Es el sabor del regreso del exilio el que resuena inevitablemente, pues la orientación del texto no es triunfalista sino sumamente realista. De ahí que el panorama que se le pintaba a Josué no fue amable y la historia deuteronomista que arranca con el libro que lleva su nombre arrastra el estigma de una visión sombría en donde la nota optimista seguirá siendo el llamado al esfuerzo y la valentía, ante el augurio que el Moisés postexílico había lanzado. Porque los cambios de época implican siempre un esfuerzo en muchos sentidos: de aceptación de las cosas buenas y malas del pasado, de adaptación a las nuevas condiciones de vida y a los estilos de liderazgos que no siempre serían como el de Josué, y de renovación de la fe en medio de situaciones adversas. Si consideramos como “secreto de Estado” el hecho de que Josué conocía anticipadamente o no el destino del pueblo, la actitud del dirigente debía modificarse para bien del pueblo, especialmente ante la enorme tarea de conquista y ocupación de la tierra que venía por delante.
Hoy, que como sociedad y pueblo de Dios entramos también a territorios inhóspitos e impredecibles por la carga de décadas de errores y esperanzas incumplidas, la fe viene en nuestro auxilio como en el caso de Moisés, en forma de advertencia y de énfasis en nuestras responsabilidades espirituales: se requiere mantener la constancia en la familiaridad con la palabra divina, único recurso que nos puede permitir remontarnos por encima de los vaivenes y la volubilidad de gobiernos, políticas y acciones. La mano de Dios estará con su pueblo siempre.
Nota
[1] S. Nakanose, “Para entender el libro de Deuteronomio: ¿una ley a favor de la vida?”, en RIBLA, núm. 23, 1996, http://claiweb.org/ribla/ribla23/para%20entender%20el%20libro%20de%20deuteronomio.html.
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