31 de enero de 2010
Los nuevos desafíos de Dios para la vida cristiana, es un tema bastante llamativo, ¿Dios tiene nuevos desafíos para nuestra praxis cotidiana? o ¿Nosotros deberíamos detenernos por un momento para reflexionar sobre nuestros nuevos desafíos en relación a nuestra fe, es decir en relación a Dios? ¿Qué proyecto nuevo puede haber en una sociedad en donde reina la apatía, el sin sentido, en donde la credibilidad ya no es un factor importante, en medio de las rupturas con las tradiciones e instituciones?
¿En qué contexto se sitúa la iglesia, las sociedades, las comunidades, nosotros? Estamos situados en un contexto de individualismo, de competencia, del consumo, de la comodidad, de la desconfianza, del sin sentido, de la incredulidad, del todo se vale, de la ausencia de sueños, de metas. Nosotros como creyentes estamos pasando en estos momentos, muchos ya no confiamos en la institución o en las tradiciones, espero que por lo menos aquí no tengamos ese problema, y si lo tenemos, es síntoma de ese desencantamiento que se ha liberado.
¿En qué contexto se sitúa la iglesia, las sociedades, las comunidades, nosotros? Estamos situados en un contexto de individualismo, de competencia, del consumo, de la comodidad, de la desconfianza, del sin sentido, de la incredulidad, del todo se vale, de la ausencia de sueños, de metas. Nosotros como creyentes estamos pasando en estos momentos, muchos ya no confiamos en la institución o en las tradiciones, espero que por lo menos aquí no tengamos ese problema, y si lo tenemos, es síntoma de ese desencantamiento que se ha liberado.
Ante el contexto de la incredulidad, de la desconfianza, de la apatía ¿Cuáles podrían ser los nuevos desafíos que Dios tiene para la vida del creyente? ¿Cómo hacer que Dios sea creíble nuevamente? ¿Qué papel debe jugar el creyente o la comunidad para construir una alternativa de vida diferente a la que está dominando en nuestro tiempo? ¿Qué desafíos existen para los creyentes, ante tantas necesidades que en vez de sorprendernos, se están volviendo como algo “normal” en la sociedad? Hay hambre, violencia, decapitados, oprimidos, violaciones de derechos, muerte… ¿Qué desafíos plantea Dios a su pueblo ante tal situación?
1. La atención leal de Dios a su pueblo
Miqueas hace referencia a un profeta realista, cuya denuncia está fundada cuidadosamente en el análisis de su presente; él comprueba la distorsión, las contradicciones existentes en la vida del pueblo, busca las causas; hace la denuncia responsabilizando a personas o a instituciones que son culpables y señala el establecimiento de la justicia y la restauración de la alianza. Al mismo tiempo que realiza la acusación señala los motivos de esperanza. ¿Qué desafíos plantea Dios para el pueblo hebreo?
En Miqueas 6, por medio del profeta Dios llama a juicio a su pueblo; se presenta como un juez y acusador; el acusado es el pueblo y los testigos son las montañas y las colinas del país.[1] Los versículos 3 al 5 describen el sentimiento peculiar de Dios hacia su pueblo, es un oráculo de poesía profética, muy llamativo, en donde el juez Dios comienza a pedirle al acusado, Judá, que haga memoria, que recuerde las acciones de Dios en contra del pueblo:
Miqueas hace referencia a un profeta realista, cuya denuncia está fundada cuidadosamente en el análisis de su presente; él comprueba la distorsión, las contradicciones existentes en la vida del pueblo, busca las causas; hace la denuncia responsabilizando a personas o a instituciones que son culpables y señala el establecimiento de la justicia y la restauración de la alianza. Al mismo tiempo que realiza la acusación señala los motivos de esperanza. ¿Qué desafíos plantea Dios para el pueblo hebreo?
En Miqueas 6, por medio del profeta Dios llama a juicio a su pueblo; se presenta como un juez y acusador; el acusado es el pueblo y los testigos son las montañas y las colinas del país.[1] Los versículos 3 al 5 describen el sentimiento peculiar de Dios hacia su pueblo, es un oráculo de poesía profética, muy llamativo, en donde el juez Dios comienza a pedirle al acusado, Judá, que haga memoria, que recuerde las acciones de Dios en contra del pueblo:
Este oráculo describe implícitamente el comportamiento del pueblo. Es un pueblo por lo menos molesto, que ya no cree, que se ha alejado de toda expectativa de promesas. Miqueas vislumbra la situación crítica y sin salida de Judá. Es un pueblo que ha sido desencantado, ha perdido el sentido de vida, la esperanza, su fe. ¿Qué originó este desencantamiento? Según el contexto histórico de Judá y de Miqueas mismo, es que nos sitúa en un ambiente de problemas económicos, sociales, políticos y religiosos. Los agricultores son víctimas del latifundismo; Moreset, el pueblo de Miqueas estaba rodeado por fuerzas militares y funcionarios reales que no eran muy benéficos. Además de los impuestos, existió un reclutamiento obligatorio de trabajadores que fueron conducidos a Jerusalén. “Latifundismo, impuestos, robo a mano armada, trabajos forzados es el ambiente que rodea al profeta”[3] y al pueblo de Judá.
Ante tales condiciones qué persona, qué pueblo no sufriría un desencanto. En nuestra sociedad actual estamos experimentando algo semejante. Algo ha venido a desencantar las sociedades, a tal grado que se ha dejado de creer por ejemplo en el progreso, en la democracia, en la libertad. Ha sido evidente que la promesa de la modernidad no se ha cumplido, y al parecer ni se cumplirá.
Esta desilusión ha afectado a las comunidades eclesiásticas. Hoy nos cuesta creer en algo, por lo menos el discurso político ya no nos satisface, el proyecto económico de igual manera. Incluso ante tantas circunstancias que enfrentamos cotidianamente muchos han perdido la confianza de la seguridad, de las instituciones, y en muchos casos de la fe. De tal forma que los reclamos y afirmaciones se hacen más audibles, como: “Dios no existe; si Dios es bueno, porque pasó tal circunstancia; si Dios está en todas partes, si es misericordioso y justo, porqué permite más desgracias en donde la gente ya no soporta más,” como el caso de Haití.
Este desencanto, además de lo que ha provocado el desempleo, inseguridad, pobreza, etc, hay instituciones que han ocasionado lo mismo, entre ellas la iglesia. Todo esto ha llevado a las personas a perder la confianza, la fe y el sentido mismo por la vida. ¿En dónde radica la esperanza, la fe, de todas las personas que de alguna manera han sido desilusionadas? El ser humano tiene que refugiarse en algo. El pueblo de Judá al ver que no tiene salida, de sentirse impotente ante la ausencia de justicia, la dureza de la opresión, de los impuestos, para sobrevivir tuvieron que someterse a los cultos babilónicos, sobre todo al culto de Baal. Se alejaron, nos alejamos, ante esto Dios se acerca y nos pregunta:
Ante tales condiciones qué persona, qué pueblo no sufriría un desencanto. En nuestra sociedad actual estamos experimentando algo semejante. Algo ha venido a desencantar las sociedades, a tal grado que se ha dejado de creer por ejemplo en el progreso, en la democracia, en la libertad. Ha sido evidente que la promesa de la modernidad no se ha cumplido, y al parecer ni se cumplirá.
Esta desilusión ha afectado a las comunidades eclesiásticas. Hoy nos cuesta creer en algo, por lo menos el discurso político ya no nos satisface, el proyecto económico de igual manera. Incluso ante tantas circunstancias que enfrentamos cotidianamente muchos han perdido la confianza de la seguridad, de las instituciones, y en muchos casos de la fe. De tal forma que los reclamos y afirmaciones se hacen más audibles, como: “Dios no existe; si Dios es bueno, porque pasó tal circunstancia; si Dios está en todas partes, si es misericordioso y justo, porqué permite más desgracias en donde la gente ya no soporta más,” como el caso de Haití.
Este desencanto, además de lo que ha provocado el desempleo, inseguridad, pobreza, etc, hay instituciones que han ocasionado lo mismo, entre ellas la iglesia. Todo esto ha llevado a las personas a perder la confianza, la fe y el sentido mismo por la vida. ¿En dónde radica la esperanza, la fe, de todas las personas que de alguna manera han sido desilusionadas? El ser humano tiene que refugiarse en algo. El pueblo de Judá al ver que no tiene salida, de sentirse impotente ante la ausencia de justicia, la dureza de la opresión, de los impuestos, para sobrevivir tuvieron que someterse a los cultos babilónicos, sobre todo al culto de Baal. Se alejaron, nos alejamos, ante esto Dios se acerca y nos pregunta:
Este versículo y los que siguen, demuestran una actitud especial de Dios esta es, su atención leal hacia su pueblo y los desafía, les demuestra, les comprueba de que Él no ha sido infiel hacia ellos, les comprueba que nunca ha dejado de atender a sus necesidades, desafía a su pueblo a recordar, a ocupar la memoria y recuerden todo los beneficios de Dios, desde la liberación de Egipto, el éxodo y distintos acontecimientos recogidos en el libro de los Números.[5] ¿Hoy día qué desafíos nos plantea Dios, a una comunidad de creyentes como nosotros?
2. La imitación como desafío
El desafío de hacer memoria sigue latente, debido a que, al reconstruir nuestro pasado a partir de la memoria permite recrear nuestro historial, con el fin de que nos podamos identificar y ubicar en lo que somos. Una cualidad de la memoria es rescatar ciertos acontecimientos importantes de nuestra vida, ya que esta es incapaz de recrear todo lo que hemos vivido, mucho menos aquellos acontecimientos menos importantes de nuestra vida. Nosotros que conocemos la historia del pueblo hebreo, sabemos que uno de los acontecimientos importantes que experimentaron, que ha marcado la vida del pueblo y que será difícil de olvidar es el éxodo, el pueblo sólo puede recordar las intervenciones amorosas de Dios en el pasado que graciosamente optó por una multitud de esclavos para darles libertad, vida y que vivieran como seres humanos en una tierra dado por Él. De esta forma el desafío del recuerdo es fundamental.
¿Cuáles son las consecuencias de reconstruir el pasado por medio de la memoria? Surge otro desafío, y es el responder a la pregunta de Dios: “¿Qué te he hecho?, ¿Qué te hice, en qué te molesté?” Cómo responder estas preguntas, mediante el recurso de la memoria, Judá es desafiado a reconocer que como pueblo no ha correspondido en nada en las expectativas de Dios, el desafío para Judá fue admitir su pecado y buscar la forma de resarcir, pero al intentar sanar esta relación entre pueblo y Dios, lo lleva a cabo de una manera torpe y equivocada, y se refleja con las preguntas humanas de los versículos 6 y 7:
¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?
¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?
¿Se agradará Jehová de millares de carneros,
o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito
por mi rebelión, el fruto de mis entrañas
por el pecado de mi alma?
¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?
¿Se agradará Jehová de millares de carneros,
o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito
por mi rebelión, el fruto de mis entrañas
por el pecado de mi alma?
Estos versículos ilustran la inquietud humana en querer mejorar algo y los excesos a los que podía conducir en algunas ocasiones. Así mismo contienen “en forma de liturgia de entrada una instrucción de Yahvé a su pueblo, que ha multiplicado las ofrendas y sacrificios, y recuerdan el mandamiento impuesto a Israel en los tiempos antiguos: ‘poner en práctica el derecho, amar la fidelidad y caminar humildemente o cuidadosamente con Dios’.”[6]
¿Con qué me presentaré, cómo adorarle, qué hago? Nada de lo anterior (vv.6 y 7), porque no es eso lo que el Señor pide. ¿De qué le sirven al Señor tantas ofrendas, sacrificios y holocaustos, si la maldad, las contradicciones del corazón sigue intacta? Todo lo que el Señor espera es la práctica de la justicia, amar misericordia, humillarse delante de Dios y guardar fidelidad a sus mandatos; lo que ya le había dado a conocer a su pueblo amado era lo que tenía que hacer (v. 8).
Dios por medio del profeta interrumpe la tranquilidad y confort del pueblo, al afirmar que demanda justicia, misericordia y humildad más que sacrificios. Porque ofrecer sacrificios fue por mucho tiempo lo más cómodo, que no implicaba un compromiso mayor. El objetivo era cumplir con las diversas leyes planteadas en el pentateuco para sentirse libres de culpa, y dar por hecho de que cumpliendo toda ley, era suficiente para merecer los favores de Dios.
Una vez más, nos encontramos ante un espejo de nuestras realidades presentes. Somos una sociedad que busca la tranquilidad, el confort, el placer de hacer nada o poco. Los creyentes afirmamos vivir una vida de acuerdo con los principios del Reino de Dios, todo esto queda en muchas ocasiones en meros discursos. Cuantas veces escuchamos entre los protestantes decir: “nosotros somos muy bíblicos”, cuando se le pregunta a alguien porque es presbiteriano, y no pentecostal, metodista, bautista o luterano, la respuesta que se da la mayoría de las ocasiones es: “nosotros partimos de la Biblia”.
Es cierto, unos de los principios de la doctrina protestante es la Sola Escritura. Pero en nuestro actuar diario, podemos ser todo, menos bíblicos. La comodidad es nuestro mayor contrario hoy. Porque creemos que sólo por participar en las actividades de la iglesia, diezmar, ayunar, orar, estamos siendo muy bíblicos, cuando esto no requiere de mayor compromiso. La iglesia se convierte en un centro de negocios, los creyentes somos buenos negociantes; pretendemos quedar bien con Dios, ofreciendo millares de carneros, miles de arroyos de aceite, becerros, holocaustos. Al parecer necesitamos que Dios interrumpa nuestro confort, para que demos un paso más allá y asumamos un compromiso real y dinámico, practicando la justicia, la misericordia, el perdón, la reconciliación hacia nuestros semejantes.
El versículo 9 es la respuesta del que ha estado equivocado y reconoce su error. Los versículos 10 al 12 explicitan con más detalle las acciones contrarias a la justicia que el pueblo ha practicado. Es una manera de decirle al pueblo: “cuando Dios esperaba de Judá unos frutos acordes con los beneficios de la salvación y de la libertad, miren lo que ha hecho.” De ahí que el destino de Judá será el cosechar lo que él mismo sembró; sembró injusticia y pecado, ahora tendrá más injusticia y muerte para sí mismo (v.v. 13-16). Se ve, entonces, que no se trata de una “venganza” de Dios, es el mismo hombre, el mismo pueblo que se autodestruye con obras contrarias al proyecto de Dios.
Todo el capítulo gira en torno a la idea de juicio, éste es el castigo, su propio castigo, nuestro propio castigo. Otro desafío para la vida cristiana actual es romper con la comodidad que este tiempo nos está vendiendo, y asumir el llamado a la imitación de Dios, a ejercer justicia, misericordia, así como él lo ha hecho con nosotros en el pasado.
3. Los desafíos encarnados en la praxis cotidiana del creyente
De esta forma ya en el Nuevo Testamento Pablo nos instruye por medio de los gálatas que deben elegir: o bien la vuelta a la circuncisión y a todo el peso del cumplimiento de la Ley o bien la fe en Cristo y el don del Espíritu. Lo cual Gálatas 5 describe el comportamiento humano, no somos buenos ni en el cumplimiento de la ley, ni en la imitación de la obra de Cristo. Pablo es radical, los presenta como dos sistemas irreconciliables. Y así les aplica el refrán que ya usó en 1 Corintios 5,6: “un poco de levadura leuda toda la masa”[7]; si dan entrada a una pizca, pueden corromperse del todo.
El Apóstol no está hablando de doctrinas o ideologías abstractas. Por lo contrario, está preocupado justamente de la praxis de vida concreta que genera un sistema u otro. Es decir, lo que está en juego es la “memoria de Jesús”: esto es el plan de misericordia, su opción por los marginados, la abolición de toda discriminación, el amor mutuo como norma de conducta. La vida cristiana no excluye las obras sino que las concentra en el amor fraterno y las mira como frutos que brotan de la fe, no como méritos en virtud de los cuales el hombre se salva por sus propias fuerzas. La fe activa la caridad y es activa por la caridad.
El desafío para la vida cristiana en estos tiempos cambiantes, llenas de contradicciones y de desencanto, es que deben estar encarnados en la vivencia cotidiana de cada uno de los creyentes. La fe no puede ser sólo un discurso; nuestro conocimiento de las Escrituras no debe ser sólo para participar en esgrimas, maratones, o de cualquier tipo de concursos bíblicos; la doctrina, no es su función de aportar conocimiento al individuo para que cuando le hagan su evaluación, responda adecuadamente. Sino más bien es poner en obra, en práctica cada uno de los elementos ya mencionados.
Ya que decir que somos cristianos o protestantes no garantiza nada, asistir y participar a las actividades de nuestra iglesia, tampoco garantiza nada. Lo que da credibilidad a nuestra fe, son nuestros hechos. De esta forma los frutos del Espíritu que enumera el Apóstol son las realidades que hacen del cristiano un miembro libre y solidario de una comunidad libre y solidaria.
El llamado a la libertad con que comenzó el apóstol, es como un camino que el cristiano tiene que recorrer, posibilitado, sí, por el Espíritu que se le dio en el bautismo[8] y que puede ser guía del caminante, pero con la condición de que éste se comprometa a dejarse guiar. Este dejarse guiar no tiene nada de pasividad. Pablo expresa el compromiso activo y militante del cristiano. El nuevo ser del cristiano exige manifestarse en una praxis cristiana liberadora. Lo contrario sería una incoherencia o una ilusión.
Conclusión
¿Desde cuándo comenzó a cambiar la experiencia de la sociedad con el tiempo? ¿Cuándo surgió el desencanto que diversas sociedades enfrentan hoy? La Ilustración, cuya base fue la razón, prometió el progreso, este acompañado con los valores de la libertad, la igualdad, la democracia, entre otras. En las primeras décadas del siglo XX surgen los primeros desencantos a raíz de las dos Guerras Mundiales. Con estos acontecimientos diversas sociedades dan por hecho que la promesa de la modernidad, no se llevaría a cabo, porque hasta ese momento la tecnología, producto de la razón y progreso, en vez de construir un futuro llena de esperanzas, exterminaba a miles de personas.
A raíz de este conflicto, Dietrich Bonhoeffer pastor luterano de Alemania, fue uno de los pastores que dio respuesta ante tal desencanto, buscando responder tal desafío, creyendo que la iglesia y el cristiano, debe responder a dicha situación, y escribe la siguiente carta:
¡Queridos hermanos!
En las últimas semanas he recibido cartas y comentarios personales que muestran claramente que nuestra Iglesia, y en Pomerania especialmente nuestro grupo de jóvenes teólogos, está pasando por un momento de difícil tribulación. Habida cuenta de que no se trata de la aflicción de un individuo, sino que son muchos los que experimentan la misma tentación, confío en que me permitáis, queridos hermanos, que trate de dar una respuesta común. No obstante, la carta está pensada para cada uno de vosotros personalmente. Trataré de abordar en ella todos y cada uno de los temas sobre los que me habéis escrito o hablado.
Tenemos que empezar desde muy lejos. Estaremos de acuerdo en que, cuando abrazamos la causa de la Iglesia confesante, dimos el paso con una fe suprema que era, por esa misma razón, una audacia por encima del entendimiento humano. Nos invadían la alegría, la seguridad del triunfo y la disposición a sacrificarnos: toda nuestra vida personal y nuestro ministerio experimentaron un nuevo giro. Naturalmente, no quiero decir que no estuviera presente toda clase de motivaciones de motivaciones secundarias puramente humanas -¿quién conoce su propio corazón?-, pero había una cosa que nos hacía sentirnos tan alegres, tan dispuestos para luchar y también pasa sufrir; sabíamos que merecía la pena jugárselo todo por una vida con Jesucristo y su Iglesia. Creíamos que en la Iglesia confesante no sólo habíamos encontrado la Iglesia de Jesucristo, sino que también habíamos tenido experiencia de ella gracias a la gran bondad de Dios. Para los individuos, para los pastores y para las comunidades había empezado una nueva vida en la alegría de la Palabra de Dios. Mientras la palabra de Dios estuviera con nosotros, no queríamos preocuparnos e inquietarnos por el futuro. Con esta palabra estábamos dispuestos a luchar, a sufrir, a experimentar la pobreza, el pecado y la muerte para entrar finalmente en el reino de Dios. […] ¿Qué fue lo que nos unió y nos produjo una alegría tan grande? Fue el reconocimiento, antiquísimo y que el mismo Dios nos regaló, de que Jesucristo quiere construir su Iglesia entre nosotros, una Iglesia que vive sólo de la predicación del puro y auténtico Evangelio, y de la gracia de sus sacramentos, una Iglesia que obedece sólo a Jesús en todo lo que hace. El mismo Cristo quiere quedarse en una Iglesia como ésta; quiere protegerla y guiarla. Sólo una Iglesia como ésta puede verse libre de todo temor. Esto, y no otra cosa, es lo que reconocieron los sínodos de la Iglesia confesante en Barmen y Dahlem. ¿Fue una ilusión? ¿Se expresaron los sínodos bajo la presión de circunstancias externas, que parecían favorables a la «realización» de esta fe? No, fue una fe suprema, fue la verdad bíblica misma lo que se reconoció abiertamente ante todo el mundo. El testimonio de Cristo conquistó nuestro corazón, nos dio la alegría y nos llamó actuar obedientemente. Queridos hermanos, ¿estamos al menos de acuerdo en que esto fue lo que sucedió? ¿O queremos hoy ultrajar la gracia que tan generosamente Dios nos ha concedido?
Fue entonces cuando se entabló la lucha por la verdadera Iglesia de Cristo. ¿O acaso pensáis que el diablo se tomó tanta molestia para aniquilar a un puñado de obstinados idealistas? No, Cristo se encontraba en la barca y por ellos se calmó la tempestad. Desde el principio la lucha exigió sacrificios. […]
[…] ¿Por qué no han cesado en Pomerania desde hace varios meses los lamentos de que nuestra Iglesia está paralizada, en entredicho, de que una estrechez y tozudez interior nos impide hacer un trabajo fructífero? ¿Cómo ha sido posible que algunos hermanos, que se encontraban en la Iglesia confesante con toda seguridad, digan hoy que han perdido la alegría, que ya no saben por qué no pueden hacer su trabajo bajo el Consistorio de la Iglesia nacional lo mismo que bajo el Consejo de hermanos? ¿Y acaso se puede negar que el testimonio de nuestra Iglesia en Pomerania se debilita cada vez más últimamente, que la palabra de la Iglesia confesante ha perdido en gran medida su poder de despertar la fe y, con ello, de llamar a una decisión? ¿Quién puede negar que las auténticas decisiones teológicas de la Iglesia se ven cada vez más oscurecidas, bajo consideraciones de oportunidad? ¿Acaso no ha tenido todo esto su efecto también en nuestra predicación? Nos preguntamos por qué ha sucedido todo esto. Yo creo que la respuesta no es tan difícil como la gente piensa. La supuesta parálisis en la Iglesia confesante, la falta de alegría y la debilidad del testimonio proceden de nuestra desobediencia. No queremos ahora pensar en otras personas, sino en nosotros mismos y nuestro trabajo. ¿Qué hemos hechos en nuestras comunidades con las primeras y claras decisiones de la Iglesia confesante? […][9]
Hermanos y hermanas, nuestro mayor desafío es que podamos transmitir nuestra fe a partir de nuestra forma de vivir, que nuestros hechos sean las garantías suficientes para demostrar la misericordia y la justicia de Dios. Si somos aun, un pueblo con esperanza, de fe; que con nuestro actuar diario podamos animar, alentar a tantos hombres y mujeres que han perdido el sentido de la vida. Que como comunidad de creyentes, con base a nuestra vida cristiana que llevemos puedan ser factores para la construcción de una alternativa de vida.
Notas
Una vez más, nos encontramos ante un espejo de nuestras realidades presentes. Somos una sociedad que busca la tranquilidad, el confort, el placer de hacer nada o poco. Los creyentes afirmamos vivir una vida de acuerdo con los principios del Reino de Dios, todo esto queda en muchas ocasiones en meros discursos. Cuantas veces escuchamos entre los protestantes decir: “nosotros somos muy bíblicos”, cuando se le pregunta a alguien porque es presbiteriano, y no pentecostal, metodista, bautista o luterano, la respuesta que se da la mayoría de las ocasiones es: “nosotros partimos de la Biblia”.
Es cierto, unos de los principios de la doctrina protestante es la Sola Escritura. Pero en nuestro actuar diario, podemos ser todo, menos bíblicos. La comodidad es nuestro mayor contrario hoy. Porque creemos que sólo por participar en las actividades de la iglesia, diezmar, ayunar, orar, estamos siendo muy bíblicos, cuando esto no requiere de mayor compromiso. La iglesia se convierte en un centro de negocios, los creyentes somos buenos negociantes; pretendemos quedar bien con Dios, ofreciendo millares de carneros, miles de arroyos de aceite, becerros, holocaustos. Al parecer necesitamos que Dios interrumpa nuestro confort, para que demos un paso más allá y asumamos un compromiso real y dinámico, practicando la justicia, la misericordia, el perdón, la reconciliación hacia nuestros semejantes.
El versículo 9 es la respuesta del que ha estado equivocado y reconoce su error. Los versículos 10 al 12 explicitan con más detalle las acciones contrarias a la justicia que el pueblo ha practicado. Es una manera de decirle al pueblo: “cuando Dios esperaba de Judá unos frutos acordes con los beneficios de la salvación y de la libertad, miren lo que ha hecho.” De ahí que el destino de Judá será el cosechar lo que él mismo sembró; sembró injusticia y pecado, ahora tendrá más injusticia y muerte para sí mismo (v.v. 13-16). Se ve, entonces, que no se trata de una “venganza” de Dios, es el mismo hombre, el mismo pueblo que se autodestruye con obras contrarias al proyecto de Dios.
Todo el capítulo gira en torno a la idea de juicio, éste es el castigo, su propio castigo, nuestro propio castigo. Otro desafío para la vida cristiana actual es romper con la comodidad que este tiempo nos está vendiendo, y asumir el llamado a la imitación de Dios, a ejercer justicia, misericordia, así como él lo ha hecho con nosotros en el pasado.
3. Los desafíos encarnados en la praxis cotidiana del creyente
De esta forma ya en el Nuevo Testamento Pablo nos instruye por medio de los gálatas que deben elegir: o bien la vuelta a la circuncisión y a todo el peso del cumplimiento de la Ley o bien la fe en Cristo y el don del Espíritu. Lo cual Gálatas 5 describe el comportamiento humano, no somos buenos ni en el cumplimiento de la ley, ni en la imitación de la obra de Cristo. Pablo es radical, los presenta como dos sistemas irreconciliables. Y así les aplica el refrán que ya usó en 1 Corintios 5,6: “un poco de levadura leuda toda la masa”[7]; si dan entrada a una pizca, pueden corromperse del todo.
El Apóstol no está hablando de doctrinas o ideologías abstractas. Por lo contrario, está preocupado justamente de la praxis de vida concreta que genera un sistema u otro. Es decir, lo que está en juego es la “memoria de Jesús”: esto es el plan de misericordia, su opción por los marginados, la abolición de toda discriminación, el amor mutuo como norma de conducta. La vida cristiana no excluye las obras sino que las concentra en el amor fraterno y las mira como frutos que brotan de la fe, no como méritos en virtud de los cuales el hombre se salva por sus propias fuerzas. La fe activa la caridad y es activa por la caridad.
El desafío para la vida cristiana en estos tiempos cambiantes, llenas de contradicciones y de desencanto, es que deben estar encarnados en la vivencia cotidiana de cada uno de los creyentes. La fe no puede ser sólo un discurso; nuestro conocimiento de las Escrituras no debe ser sólo para participar en esgrimas, maratones, o de cualquier tipo de concursos bíblicos; la doctrina, no es su función de aportar conocimiento al individuo para que cuando le hagan su evaluación, responda adecuadamente. Sino más bien es poner en obra, en práctica cada uno de los elementos ya mencionados.
Ya que decir que somos cristianos o protestantes no garantiza nada, asistir y participar a las actividades de nuestra iglesia, tampoco garantiza nada. Lo que da credibilidad a nuestra fe, son nuestros hechos. De esta forma los frutos del Espíritu que enumera el Apóstol son las realidades que hacen del cristiano un miembro libre y solidario de una comunidad libre y solidaria.
El llamado a la libertad con que comenzó el apóstol, es como un camino que el cristiano tiene que recorrer, posibilitado, sí, por el Espíritu que se le dio en el bautismo[8] y que puede ser guía del caminante, pero con la condición de que éste se comprometa a dejarse guiar. Este dejarse guiar no tiene nada de pasividad. Pablo expresa el compromiso activo y militante del cristiano. El nuevo ser del cristiano exige manifestarse en una praxis cristiana liberadora. Lo contrario sería una incoherencia o una ilusión.
Conclusión
¿Desde cuándo comenzó a cambiar la experiencia de la sociedad con el tiempo? ¿Cuándo surgió el desencanto que diversas sociedades enfrentan hoy? La Ilustración, cuya base fue la razón, prometió el progreso, este acompañado con los valores de la libertad, la igualdad, la democracia, entre otras. En las primeras décadas del siglo XX surgen los primeros desencantos a raíz de las dos Guerras Mundiales. Con estos acontecimientos diversas sociedades dan por hecho que la promesa de la modernidad, no se llevaría a cabo, porque hasta ese momento la tecnología, producto de la razón y progreso, en vez de construir un futuro llena de esperanzas, exterminaba a miles de personas.
A raíz de este conflicto, Dietrich Bonhoeffer pastor luterano de Alemania, fue uno de los pastores que dio respuesta ante tal desencanto, buscando responder tal desafío, creyendo que la iglesia y el cristiano, debe responder a dicha situación, y escribe la siguiente carta:
¡Queridos hermanos!
En las últimas semanas he recibido cartas y comentarios personales que muestran claramente que nuestra Iglesia, y en Pomerania especialmente nuestro grupo de jóvenes teólogos, está pasando por un momento de difícil tribulación. Habida cuenta de que no se trata de la aflicción de un individuo, sino que son muchos los que experimentan la misma tentación, confío en que me permitáis, queridos hermanos, que trate de dar una respuesta común. No obstante, la carta está pensada para cada uno de vosotros personalmente. Trataré de abordar en ella todos y cada uno de los temas sobre los que me habéis escrito o hablado.
Tenemos que empezar desde muy lejos. Estaremos de acuerdo en que, cuando abrazamos la causa de la Iglesia confesante, dimos el paso con una fe suprema que era, por esa misma razón, una audacia por encima del entendimiento humano. Nos invadían la alegría, la seguridad del triunfo y la disposición a sacrificarnos: toda nuestra vida personal y nuestro ministerio experimentaron un nuevo giro. Naturalmente, no quiero decir que no estuviera presente toda clase de motivaciones de motivaciones secundarias puramente humanas -¿quién conoce su propio corazón?-, pero había una cosa que nos hacía sentirnos tan alegres, tan dispuestos para luchar y también pasa sufrir; sabíamos que merecía la pena jugárselo todo por una vida con Jesucristo y su Iglesia. Creíamos que en la Iglesia confesante no sólo habíamos encontrado la Iglesia de Jesucristo, sino que también habíamos tenido experiencia de ella gracias a la gran bondad de Dios. Para los individuos, para los pastores y para las comunidades había empezado una nueva vida en la alegría de la Palabra de Dios. Mientras la palabra de Dios estuviera con nosotros, no queríamos preocuparnos e inquietarnos por el futuro. Con esta palabra estábamos dispuestos a luchar, a sufrir, a experimentar la pobreza, el pecado y la muerte para entrar finalmente en el reino de Dios. […] ¿Qué fue lo que nos unió y nos produjo una alegría tan grande? Fue el reconocimiento, antiquísimo y que el mismo Dios nos regaló, de que Jesucristo quiere construir su Iglesia entre nosotros, una Iglesia que vive sólo de la predicación del puro y auténtico Evangelio, y de la gracia de sus sacramentos, una Iglesia que obedece sólo a Jesús en todo lo que hace. El mismo Cristo quiere quedarse en una Iglesia como ésta; quiere protegerla y guiarla. Sólo una Iglesia como ésta puede verse libre de todo temor. Esto, y no otra cosa, es lo que reconocieron los sínodos de la Iglesia confesante en Barmen y Dahlem. ¿Fue una ilusión? ¿Se expresaron los sínodos bajo la presión de circunstancias externas, que parecían favorables a la «realización» de esta fe? No, fue una fe suprema, fue la verdad bíblica misma lo que se reconoció abiertamente ante todo el mundo. El testimonio de Cristo conquistó nuestro corazón, nos dio la alegría y nos llamó actuar obedientemente. Queridos hermanos, ¿estamos al menos de acuerdo en que esto fue lo que sucedió? ¿O queremos hoy ultrajar la gracia que tan generosamente Dios nos ha concedido?
Fue entonces cuando se entabló la lucha por la verdadera Iglesia de Cristo. ¿O acaso pensáis que el diablo se tomó tanta molestia para aniquilar a un puñado de obstinados idealistas? No, Cristo se encontraba en la barca y por ellos se calmó la tempestad. Desde el principio la lucha exigió sacrificios. […]
[…] ¿Por qué no han cesado en Pomerania desde hace varios meses los lamentos de que nuestra Iglesia está paralizada, en entredicho, de que una estrechez y tozudez interior nos impide hacer un trabajo fructífero? ¿Cómo ha sido posible que algunos hermanos, que se encontraban en la Iglesia confesante con toda seguridad, digan hoy que han perdido la alegría, que ya no saben por qué no pueden hacer su trabajo bajo el Consistorio de la Iglesia nacional lo mismo que bajo el Consejo de hermanos? ¿Y acaso se puede negar que el testimonio de nuestra Iglesia en Pomerania se debilita cada vez más últimamente, que la palabra de la Iglesia confesante ha perdido en gran medida su poder de despertar la fe y, con ello, de llamar a una decisión? ¿Quién puede negar que las auténticas decisiones teológicas de la Iglesia se ven cada vez más oscurecidas, bajo consideraciones de oportunidad? ¿Acaso no ha tenido todo esto su efecto también en nuestra predicación? Nos preguntamos por qué ha sucedido todo esto. Yo creo que la respuesta no es tan difícil como la gente piensa. La supuesta parálisis en la Iglesia confesante, la falta de alegría y la debilidad del testimonio proceden de nuestra desobediencia. No queremos ahora pensar en otras personas, sino en nosotros mismos y nuestro trabajo. ¿Qué hemos hechos en nuestras comunidades con las primeras y claras decisiones de la Iglesia confesante? […][9]
Hermanos y hermanas, nuestro mayor desafío es que podamos transmitir nuestra fe a partir de nuestra forma de vivir, que nuestros hechos sean las garantías suficientes para demostrar la misericordia y la justicia de Dios. Si somos aun, un pueblo con esperanza, de fe; que con nuestro actuar diario podamos animar, alentar a tantos hombres y mujeres que han perdido el sentido de la vida. Que como comunidad de creyentes, con base a nuestra vida cristiana que llevemos puedan ser factores para la construcción de una alternativa de vida.
Notas
[1] Oíd ahora lo que dice Jehová: levántate, contiende contra los montes, y oigan los collados tu voz. Miqueas 1.1 (RRV 1960)
[2] Miqueas 6.3.
[3] José Luis Sicre, “El siglo de oro de la profecía. Isaías y Miqueas”, en Profetismo en Israel, 6ª. Edición, Navarra, Verbo Divino, 2003, p. 297.
[4] Miqueas 6.3.
[5] Walter Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé, Trad. J. Molina, Salamanca, Sígueme, 2007, p. 149. La narración sobre Balaán se encuentra en Números 22-24.
[6] Walther Zimmerli, Manual de teología del Antiguo Testamento, Trad. Antonio Piñero, Madrid, Cristiandad, 1980 (Academia Christiana, 11), p. 228.
[7] Gálatas 5.9 (VRV 1960)
[8] 1 Corintios 6.11
[9] Dietrich Bonhoeffer, “A los jóvenes hermanos de la Iglesia en Pomerania. (Finales de enero de 1938)”, en Escritos esenciales, trad. Ramón Alfonso Díez, Santander, Sal Terrae, 2001 (El Pozo de Siquém, 121), pp. 102-105.
[2] Miqueas 6.3.
[3] José Luis Sicre, “El siglo de oro de la profecía. Isaías y Miqueas”, en Profetismo en Israel, 6ª. Edición, Navarra, Verbo Divino, 2003, p. 297.
[4] Miqueas 6.3.
[5] Walter Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé, Trad. J. Molina, Salamanca, Sígueme, 2007, p. 149. La narración sobre Balaán se encuentra en Números 22-24.
[6] Walther Zimmerli, Manual de teología del Antiguo Testamento, Trad. Antonio Piñero, Madrid, Cristiandad, 1980 (Academia Christiana, 11), p. 228.
[7] Gálatas 5.9 (VRV 1960)
[8] 1 Corintios 6.11
[9] Dietrich Bonhoeffer, “A los jóvenes hermanos de la Iglesia en Pomerania. (Finales de enero de 1938)”, en Escritos esenciales, trad. Ramón Alfonso Díez, Santander, Sal Terrae, 2001 (El Pozo de Siquém, 121), pp. 102-105.
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