26 de febrero,
2012
Por eso, también nosotros debemos salir junto con Jesús, y compartir con él la vergüenza que le hicieron pasar al clavarlo en una cruz. Porque en este mundo no tenemos una ciudad que dure para siempre, sino que vamos al encuentro de la ciudad que está por venir.
Hebreos 13.13-14, Traducción en Lenguaje Actual
El capítulo final de la carta a los Hebreos, documento teológico que demuestra la renovación total de la religiosidad y el contacto con lo sagrado en el mundo, dominada por la superación de los actos externos de culto, promueve una simbólica y efectiva “salida al mundo” para acompañar a Jesucristo y compartir con él la experiencia de ser rechazado, denostado y, finalmente, asesinado (13.13-14). Naturalmente, este esquema no tiene por qué repetirse en la vida de todos/as los creyentes sino más bien es una referencia bien clara acerca de su actuación en el mundo, como sacerdotes y sacerdotisas, al servicio del Reino de Dios. Porque al ir más allá del modelo sacerdotal antiguo, limitado a unas cuantas personas, este documento propone que al abrir el horizonte del sacerdocio a todos los integrantes del pueblo de Dios ninguno puede quedar excluido de la responsabilidad de hacer presente esa realidad mayor en medio de la conflictividad social en todos sus órdenes. Y aunque la práctica misma del “sacerdocio universal” tuvo sus problemas desde la época del Nuevo Testamento cuando incluso las comunidades de tradición paulina se dejaron llevar más por estructuras congregacionales jerárquicas en vez de carismáticas, al contrario de lo sugerido por el apóstol Pablo en Ro 12 y I Co 12, en donde no manifiesta interés en los oficios sino en las funciones.[1]
Ciertamente, buena parte del documento a los Hebreos tiene un trasfondo
cultual o litúrgico, pero al plantear conclusiones prácticas para la vida
comunitaria se refiere a situaciones de la vida cotidiana en las que es posible
responder a la exigencia de practicar el “sacerdocio universal”. La exhortación
central, “permanezca el amor fraternal” (v. 1) preside el resto de las
exhortaciones relativas a la hospitalidad (v. 2) la visita a los presos (v. 3),
la vida matrimonial (v. 4), la frugalidad basada en la confianza en el cuidado
de Dios (v. 5) y la atención a los líderes (v. 7). Inmediatamente después sigue
una afirmación cristológica sobre la inmutabilidad del Redentor (v. 8), y a
partir de ella se vuelve a afirmar la superioridad de su obra para proscribir
definitivamente las reglas alimenticias rituales (v. 9). El trasfondo litúrgico
reaparece y desde esa visión antigua se afirma que Jesús no ejerció el
sacerdocio en el “adentro” de la seguridad sacramental sino en el “afuera” de
la crisis y acechado por el odio (v. 12). Ésa es la base cristológica del
sacerdocio en medio del mundo para todos los creyentes.
Al estudiar las consecuencias éticas de la Reforma Protestante, el
sociólogo Max Weber denominó a esta nueva forma de actuar desde la fe, “ascetismo
laico” o “intramundano”, y también habló con toda claridad de la tensión y discontinuidad
entre el carisma y la institucionalización del ejercicio religioso en el mundo.
“Tú crees que has escapado al claustro: pero desde ahora serás un monje durante
toda tu vida” (Sebastián Franck) es una frase lapidaria y exacta porque describe
“lo propio de la Reforma” en la transformación de la mentalidad religiosa.[2]
Francisco Gil Villegas, en sus notas críticas a La ética protestante y el espíritu del capitalismo cita a Weber (“Introducción
a la ética económica de las religiones universales”) y explica cuidadosamente
la diferencia entre el “ascetismo” calvinista y otras formas religiosas: el
ascetismo calvinista es una práctica encaminada a conseguir “mayor gloria para
Dios” en las acciones cotidianas y que es un “racionalismo de dominio del
mundo, por oposición al racionalismo de otras religiones universales, como el
de la fuga del mundo […] de la India, o el racionalismo de adaptación pragmática
del mundo […] del confucianismo en China, o el racionalismo de conquista del
mundo en el Islam”.[3]
Weber habla directamente de cómo el profesionalismo puritano es digno de
imitación y de cómo transformó la visión de la vida y el trabajo:
El
puritano quiso ser un hombre profesional, nosotros tenemos que serlo también;
pues desde el momento en que el ascetismo abandonó las celdas monásticas para
instalarse en la vida profesional y dominar la eticidad intramundana,
contribuyó en lo que pudo a construir el grandioso cosmos de orden económico
moderno que, vinculado a las condiciones técnicas y económicas de la producción
mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos
individuos nacen en él (no sólo de los que en él participan activamente), y de
seguro lo seguirá determinando durante muchísimo tiempo más.[4]
Estas palabras, que parecen una celebración del sistema capitalista,
deben ser leídas más bien como una constatación de la manera en que una sólida
lectura de los textos del Nuevo Testamento sobre la responsabilidad humana de
transformar el mundo y conformarlo cada vez más con el Reino de Dios fue capaz
de movilizar a las personas para afrontar los cambios que la modernidad exigía.
Es verdad que la tutela religiosa del mundo disminuyó (secularización), pero la
propia religiosidad ganó independencia para un ejercicio más desafiante en un
mundo distinto y más libre, lo cual no disminuye ni un ápice el reto de hacer
visible el poder del Evangelio en todas las esferas de la vida humana. Por ello:
“El ascetismo se propuso transformar el mundo y quiso realizarse en el mundo;
no es extraño, pues, que las riquezas de este mundo alcanzasen un poder creciente
y, en último término, irresistible sobre los hombres como nunca se había
conocido en la historia. La jaula ha quedado vacía de espíritu, quién sabe si
definitivamente”.[5]
He ahí, entonces, la percepción de
un sacerdocio comprometido y puesto al servicio del reino de Dios en el mundo y
no fuera de él, es decir, de un sacerdocio universal, pleno y efectivo, útil
para la Iglesia, claro, pero sobre todo para la sociedad siempre en camino
hacia ese Reino venidero anunciado y vivido por Jesús de Nazaret.
[1] C.K. Barrett, Church, Ministry and
Sacraments in the New Testament. Grand Rapids, Eerdmans, 1985, p. 32, cit.
por R.A. Muthiah, The priesthood of all
believers in the twenty-first century. Living faithfully as the whole people of
God in a postmodern context. Eugene,
Oregon, Pickwick, 2009, p. 13. Este libro es una discusión amplia de los desafíos
planteados por las formas asociativas marcadas por la posmodernidad a la praxis
del sacerdocio universal.
[2] M. Weber, La
ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ed. crítica de Francisco
Gil Villegas. México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 457.
[3] F.
Gil Villegas, “Notas críticas”, en M. Weber, op. cit., p. 348.
[4] M. Weber, op.
cit., p. 286.
[5] Idem.
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