5 de febrero, 2012
Honren a Cristo como Señor, y estén siempre dispuestos a explicarle a la gente por qué ustedes confían en Cristo y en sus promesas. Pero háganlo con amabilidad y respeto. Pórtense bien, como buenos seguidores de Cristo, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes sientan vergüenza de lo que dicen.
I Pedro 3.15-16, Traducción en Lenguaje Actual
Si es verdad que los avances de la fe cristiana en materia comunitaria son reforzados por una sana comprensión del sacerdocio universal, también es cierto que sus raíces bíblicas y la práctica que emerge de ellas ha debido progresar con el paso del tiempo para superar las recaídas en el clericalismo con que las iglesias siempre se ven amenazadas. El profesor Juan Stam ha relacionado la comprensión de un sacerdocio que pueda rebasar los límites cultuales y extenderse a espacios de vida social más amplios como una forma de mostrar como la relectura protestante de esta doctrina abrió la puerta a un ejercicio verdaderamente renovado de la responsabilidad hacia lo sagrado en los diversos ámbitos humanos. Así, el sacerdocio universal tiene mucho que ver con el surgimiento y consolidación de las libertades modernas para superar la situación de épocas anteriores:
…el paso de la Edad Media al mundo moderno significó un cuestionamiento radical del autoritarismo medieval y la evolución de una serie de libertades humanas que hoy día damos por sentados. En ese proceso, Martín Lutero jugó un papel decisivo. Su mensaje de gracia evangélica nos libera del legalismo (autoritarismo ético). Su insistencia en la autoridad bíblica, interpretada crítica y científicamente, nos libera del tradicionalismo (autoritarismo doctrinal). Su enseñanza del sacerdocio universal de todos los fieles nos libera del clericalismo (autoritarismo eclesiástico).[1]
Y es que Lutero, en efecto, destacó mediante magníficos argumentos, la fuerza liberadora de esta realidad: “Todos somos sacerdotes, si es que somos cristianos”. La tradición luterana actual, en voz de su presidente mundial, el chileno Martin Junge, también ha explorado y puntualizado algunos centrales de los riesgos de no ejercer adecuadamente el sacerdocio universal en medio de un mundo que, dominado por formas cada vez más agresivas de individualismo, se ha impuesto como proyecto vital un aislacionismo egocéntrico que no considera con seriedad la vida comunitaria y de servicio. Junge, luego de reconocer el genio teológico del reformador (“Así fue Lutero: creativo, intempestivo, un verdadero fuego artificial de intuiciones y conocimientos teológicos”), se centra en el valor del bautismo para activar las capacidades humanas de liderazgo y responsabilidad en la Iglesia con base en la acción del Espíritu Santo:
Lutero reposiciona al bautismo como el factor constitutivo del estamento espiritual. Toda persona bautizada es —por fuerza del bautismo— parte del estamento espiritual, es –por fuerza del bautismo– sacerdote/sacerdotisa, y ostenta por ello –por fuerza del bautismo– autoridad en el estamento espiritual. En definitiva, entonces, el bautismo se constituye en el acto de ordenación al estamento espiritual, y de empoderamiento del pueblo de Dios con la autoridad sacerdotal. El poder espiritual, en el concepto de Lutero, no se concentra como tesoro en una estructura determinada, la cual lo reparte según su criterio por medio de imposición de manos. En cambio, se ubica en el sacramento del bautismo y se comunica por medio del acto bautismal, donde la persona bautizada es incorporada en el cuerpo de Cristo y dotada con los dones (carismas) que el Espíritu Santo quiera conceder.[2]
Partiendo de esa constatación, este pastor encuentra ¡nueve aspectos! en las definiciones, actitudes y hábitos eclesiásticos evangélicos en los que es necesario realizar una fuerte autocrítica para retomar el espíritu bíblico de transferencia de la responsabilidad, la autoridad y la representación en la comunidad de fe. Sus apreciaciones son muy concisas: 1) “el bautismo, ¿ordenación al sacerdocio universal?” (empoderamiento y vocación para unirse a la misión de Dios); 2) “La misión —¡asunto de pastores!” (una marcada pasividad”; 3) “El ‘salvavidas’ del sacerdocio universal” (estrategia de respuesta a las apremiantes necesidades de cobertura pastoral); 4) “¡Socorro, tenemos un pastor!” (si el sujeto en cuestión contribuye a alterar los procesos de empoderamiento y participación comunitaria); 5) “La iglesia de ‘la mano pegajosa’” (liderazgos que puedan desembocar en el agotamiento y frustración); 6) “La iglesia / comunidad como pertenencia” (“dueños de la iglesia”, castrantes de otros); 7) la queja: “El gran problema es que no tenemos líderes” (no tenerlos, o no querer identificarlos y estimularlos); 8) el desafío de la capacitación continua (¿en camino hacia la peligros profesionalización?); y 9) el “pastorcentrismo” (¿originado en la “comodidad” de la comunidad?), además de la problemática de género: “…donde estrategias de empoderamiento de mujeres prontamente tocan techo si no van acompañadas de estrategias de discernimiento sobre nuevos modelos (con conciencia de genero) para los hombres”.[3]
La línea bíblica que va desde el encuentro de Abraham con la figura enigmática de Melquisedec en Génesis 14 hasta el Nuevo Testamento tuvo consecuencias que no se comprendieron sino mucho tiempo después, siempre sobre la marcha en la búsqueda de una mejor existencia comunitaria como pueblo de Dios en el mundo. Este rey-sacerdote aparece, como expresa la carta a los Hebreos: “Nadie sabe quiénes fueron sus padres ni sus antepasados, ni tampoco cuándo o dónde nació y murió. Por eso él, como sacerdote, se parece al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre” (7.3), pero con una clara vocación de apuntar hacia el sacerdocio absoluto de Jesús, lejos de cualquier linaje o privilegio especial, para luego transferirlo a sus seguidores/as. La propuesta del apóstol Pedro, derivada precisamente del sano ejercicio del sacerdocio universal, debía resultar en una nueva manera de “estar en el mundo” (I P 3.1-16). Robert A. Muthiah resume muy bien la práctica de las comunidades apostólicas: “las funciones de sacrificio, proclamación e interpretación, asociadas al sacerdocio levítico, fueron dadas ahora al sacerdocio universal de los creyentes. No tenemos en el Nuevo Testamento el establecimiento de un ministerio sacerdotal separado; más bien, encontramos un sacerdocio sencillo compuesto de todos los cristianos/as”.[4]
Sobre el escaso fomento de la práctica y la experiencia más intensa del sacerdocio universal por parte de todos los miembros de la iglesia, dentro y fuera de ella, las preguntas de Víctor Hernández, en este sentido, son muy elocuentes y útiles, para concluir:
…¿no estaremos a veces luchando contra Dios?, ¿no estaremos evadiendo el soplo del Espíritu cuando nos resguardamos en la obediencia debida a las lógicas institucionales tanto eclesiales como de la sociedad de la que formamos parte (y lo justificamos diciendo que, como cristianos “somos buenos ciudadanos”, que no se meten en conflicto alguno)? ¿No será que a veces obedecemos a otros dioses, los dioses del orden instituido y que exigen “espíritu realista” y que nos dicen que “es lo que hay” y que seamos obedientes al orden civilizado y debido (como el orden liberal que impone la ley del mercado al trabajo y a la vida), ¿no será que es otro el Dios que pide anunciar la alegría y la vida en el perdón total de los pecados?[5]
Debemos desarrollar, dialogar y resolver de la mejor manera esta preocupación para evitar caminar en el sentido contrario a los planes liberadores y empoderadores de Dios para el conjunto de su pueblo.
[1] J. Stam, Martín Lutero y las libertades modernas”, Universidad, San José, Costa Rica, núm. 751, 31 de octubre de 1986, p. 16, en www.iglesiareformada.com/Stam_Lutero.doc.
[2] M. Junge, “Bautismo, sacerdocio universal y ministerio ordenado: impulsos para la reflexión”, en http://sustentabilidad.files.wordpress.com/2008/10/bautismo-sacerdocio-universal-y-ministerio-ordenado.pdf
[3] Idem.
[4] R.A. Muthiah, The priesthood of all believers in nthe twenty-first century. Living faithfully as the whole people of God in a postmodern context. Eugene, Oregon, Pickwick Publicatios, 1009, p. 17. Trad, propia. Una vez más, la gratitud para Mariano Ávila por el acceso a este volumen.
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