19 de febrero,
2012
Pongamos
toda nuestra atención en Jesús, pues de él viene nuestra confianza, y es él
quien hace que confiemos cada vez más y mejor. Jesús soportó la vergüenza de
morir clavado en una cruz porque sabía que, después de tanto sufrimiento, sería
muy feliz. Y ahora se ha sentado a la derecha del trono de Dios.
Hebreos 12.2, Traducción en Lenguaje Actual
La carta a los
Hebreos es un auténtico tratado sobre el sacerdocio absoluto de Jesucristo. Una
y otra vez insiste en la superioridad de su actuación como sacerdote y en la manera
como él “transfiere” dicho sacerdocio a todos sus seguidores/as. Esta
superioridad de Jesús como sacerdote máximo lo coloca por encima de cualquier
realidad religiosa previa y suprime definitivamente las mediaciones humanas
debido a los alcances temporales y supra-temporales de su obra redentora: “…los
otros sacerdotes fueron muchos porque la muerte les impedía continuar; pero
Jesús tiene un sacerdocio inmutable porque permanece para siempre.”
(7.23-24, RVC). Todo ello sin olvidar
que Jesús de Nazaret, como integrante del pueblo de Dios, y cuya fe fue formada
en la más genuina tradición bíblica, jamás dejó de ser un laico, es decir, que
por origen no podía ser un sacerdote y que su llamado al servicio se ubica en
la tradición iniciada por Melquisedec, un hombre desvinculado del sacerdocio
institucional, pero no por ello dedicado a una labor genuina de promoción de la
justicia y la paz, según el significado de su nombre (7.2).
Así, Hebreos expone sólidamente la manera en que el modelo sacerdotal de
Jesús puede y debe aplicarse en la existencia cristiana y partiendo, además, de
la práctica de un culto permanente dirigido por él como “ministro del santuario”
(liturgo, 8.2) que tiene acceso
permanente a la presencia de Dios y que, por ello, puede obtener para su pueblo
renovado todos los beneficios divinos sin necesidad de practicar rituales
obsoletos (9.11-14; 10.1-2) y capacitarlo para seguir su camino de servicio y
testimonio, en la línea de sustitución y superación de las formas antiguas:
El
autor de la Carta a los Hebreos no ve solamente la sustitución de un sacerdocio
antiguo por uno nuevo; lo que realmente se da es el cumplimiento de las
Escrituras, basado en tres condiciones: continuidad, por medio de la
semejanza del sacerdocio de Cristo al antiguo, siendo que en el antiguo
está contenido el sentido de mediación entre Dios y los hombres; ruptura, dado
que el nuevo sacerdocio es una realidad nueva que marca una diferencia de
la realidad antigua “en todos los puntos. Si no, estaríamos al nivel de
preparación, en lugar de haber pasado ya al nivel de la realización
definitiva”; superación, pues la superioridad caracteriza el
tercer nivel de cumplimiento.[1]
François Varone resume bien cómo acontecen el nuevo testimonio y la
práctica derivadas de esta intermediación. Primero: “Lo que se anuncia es una
salvación universal para todos los hombres ‘sus hermanos, a quienes tuvo
[Jesús] que asemejarse en todo’ (2.17). Es preciso, pues, que todos los hombres
sepan que en adelante el camino ha quedado abierto”.[2] Esta
identificación acerca la vida y acción de Jesús a cualquier ser humano y
posibilita el seguimiento auténtico pues él desde su existencia histórica
demostró que era posible practicar la paz y la justicia.
Segundo: “Y es preciso, concretamente, que aquellos a quienes esta
palabra les ha alcanzado —por la predicación y el bautismo, por la inserción en
una comunidad en cuyo seno se anuncia y se celebra sin cesar este misterio— ‘mantengan
firme la confesión de esta esperanza’ (10.23), adoptando valientemente y hasta
las últimas consecuencias esa praxis fiel de la que Jesús dio el primer ejemplo
(12.3-4)”.[3]
Este camino abierto por Jesús debe realizarse en una práctica no siempre fácil
del compromiso adquirido con Dios a través de él, pero que reclama creatividad
y constancia por parte de los creyentes para transmitir y compartir no
solamente “el mensaje”, como habitualmente se dice, sino la totalidad de la
obra redentora de Jesús mediante una sana e inteligible comunicación de esos
hechos, realidades y contenidos. Cada creyente debe tener bien claros los
aspectos básicos de la salvación que le ha conseguido Jesucristo, para lo cual es
necesario profundizar en las consecuencias de sus enseñanzas.
Y tercero: “Y del mismo modo que Jesús, al entrar en el mundo, puso toda
su vida bajo el signo de la obediencia a Dios (10.5-10) —es decir, se puso fundamentalmente
a la escucha de la palabra de vida que viene de Dios—, así también los
creyentes se ponen a la escucha de ella, haciendo de su vida, en lo sucesivo,
un camino de acceso a Dios y a su perfección, haciendo de su propia vida un
sacrificio, a imitación de Aquel a quien reconocen como su ‘precursor’”.[4]
Esta nueva vida produce una nueva práctica y un nuevo comportamiento; ambos son
la base del testimonio cristiano, además del discurso que se pueda articular
para exponerlo.
De ahí brota la exhortación a “prestar completa atención” (poner los ojos en…, 12.2) a Jesús para
advertir en plenitud la totalidad de su esfuerzo, de su lucha por la salvación
que llegó “hasta la sangre” (12.4). Él es “autor” (árjenon) y “consumador” (teleioten)
de la fe, esto es, origen y fin último del proceso histórico de salvación obtenida
en la cruz y asegurada por la resurrección. Él es el modelo propuesto por Dios
mismo para vivir en el mundo de otra manera, para dar testimonio de la novedad
de vida y, en el final de los tiempos, alcanzar la plenitud del encuentro con
el Creador y Redentor. Ésa es la base de la comunicación del contenido central
del Evangelio según este documento del Nuevo Testamento, la absoluta seguridad
en la mediación de Jesucristo delante de Dios.
[1] Pedro Luiz Stringhini,
“La cuestión del sacrificio en la epístola a los Hebreos”, en RIBLA, núm. 10, http://claiweb.org/ribla/ribla10/la%20cuestion%20del%20sacrificio.htm.
[2] F.
Varone, El Dios “sádico”. ¿Ama Dios el
sufrimiento? Santander, Sal Terrae, 1988 (Presencia teológica, 42), p. 141.
[3] Idem.
[4] Ibid., pp. 141-142.
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