sábado, 8 de septiembre de 2012

Libertad humana y designio divino, L. Cervantes-O.


9 de septiembre, 2012

Recuerda que tú también fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí con gran poder y destreza sin igual. Por eso tu Dios te ordena observar el sábado.
Deuteronomio 5.15, La Palabra, SBU

La saga libertaria del éxodo de Egipto reaparece corregida, aumentada y “recargada” en el testimonio del Deuteronomio, pues la repetición de la Ley divina tuvo la intención de actualizar lo sucedido para las nuevas generaciones y así dotarlo de nuevo sentido. La libertad entregada por Yahvé al pueblo generaría una serie de consecuencias, obligaciones y responsabilidades para ambas partes. Ella debía conducir a la organización de una auténtica sociedad alternativa que mantuviera ese extraordinario logro como la base de las relaciones entre Yahvé e Israel, una alianza que debía producir y ampliar sus resultados en cada aspecto de la vida humana. Por ello, el Decálogo, el núcleo de la Ley, aparece como el documento de la alianza, la fuerza liberadora del pueblo de Dios. Luego de la libertad, la organización popular para reglamentarla. Ella exigía, por así decirlo, una reglamentación nueva de toda la existencia bajo el designio divino.
Edesio Sánchez caracteriza el Decálogo a partir de cuatro aspectos. Primero: “No son leyes dirigidas a un cuerpo legislativo, sino palabras divinas que mandan y ordenan para asegurar la vida de toda la comunidad. Son en realidad promesas”. Cada sección y mandamiento es expresión del deseo divino por influir positivamente en la conformación de una nueva cosmovisión que sea capaz de trascender los usos y costumbres predominantes. Prohibir el politeísmo, por ejemplo, no es sólo un acto narcisista de Dios sino el intento concreto por prevenir las nuevas esclavitudes que siempre comienzan por la conciencia y la idolatría era (y sigue siendo) el recurso de muchos poderes humanos para controlar a las personas. Es un estatuto eminentemente liberador que busca aplicar la voluntad divina en totalidad de la persona y del cuerpo social. En palabras de A. Exeler, trasladar los mandamientos a la realidad es “vivir en la libertad de Dios”: Son el “manual de uso” de la libertad: “Después de que Dios libró a su pueblo, éste ha de comportarse de acuerdo con esa acción divina y no jugarse alegremente o malgastar de modo inconsecuente la libertad recibida. Dios no eligió a una ‘élite’ sino a esclavos; pero se lanzó a la tarea de hacer de aquel tropel de esclavos un ‘reino de sacerdotes’ con objeto de liberar a toda la humanidad”.[1] No debía olvidarse nunca el origen y la situación de esclavitud de la que procedía el pueblo.
En segundo lugar: “Es un conjunto de principios que involucran a dos entes personales: un yo (Yavé) y un tú (cada miembro de la comunidad berítica). […] …todos en Israel están llamados a vivir bajo los principios de estas palabras; nadie en el pueblo queda excluido. A la vez, cada uno es receptor individualmente responsable de los mandamientos; por ello el Decálogo está redactado en la segunda persona del singular”. La relación personal, el papel de la conciencia y la necesaria reflexión y práctica se muestran como un conjunto de factores que deben conjugarse cotidianamente para que la perspectiva religiosa no se disperse únicamente en la “obediencia de mandatos” sino que se fundamente plenamente en algo más afectivo, como lo es el trato constante con “el Dios del éxodo y de la alianza”, ambas perspectivas vistas y vividas desde los horizontes individual y comunitario. La libertad debe, además, producir justicia en todos los niveles de la vida humana.
En tercer lugar, “el Decálogo en su totalidad reúne todos los aspectos de la vida comunitaria: la relación con Dios, la relación familiar y la relación social. El Decálogo parte de la relación fundamental entre el ser humano y Dios, y luego sigue con la relación entre seres humanos”. Si es verdad que el culto a Dios cumple una función preponderante (fue la razón de ser “oficial” del éxodo), también es cierto que Yahvé manifiesta su intención de no dejar resquicio vital alguno para hacer presentes los frutos de la libertad: cada espacio de la vida humana debía mostrar la eficacia de la libertad, es decir, que no basta con tener el panorama existencial abierto a todas las posibilidades sino que éstas deberán experimentarse en el marco de la justicia, los derechos y las obligaciones dentro de una sólida proyección histórica y cultural que pudiera consolidar los beneficios de la alianza para todos los integrantes del pueblo. Nadie podía quedar fuera de sus consecuencias positivas y formativas.
En cuarto lugar, “el Decálogo manifiesta la capacidad tanto de ser resumido (véase como ejemplo el gran mandamiento citado en Mr. 12:28-34), como de ser maleable y elástico. Estas características posibilitaron no sólo la expansión y reelaboración de algunos de sus mandamientos (el primero, segundo, cuarto y quinto), sino también la adaptación hermenéutica del conjunto de acuerdo con las necesidades del pueblo en sus diversos momentos histórico”.[2] Al culto al único y verdadero Dios le sigue el respeto de su nombre, guardar un día de descanso, el cuidado por la institución familiar y el mandamiento ético, cada aspecto como punto de partida de una ética personal y comunitaria que desglosara minuciosamente el contenido de los mandamientos como un todo y en cada particularidad. La libertad humana es conducida por Dios hacia rumbos impensables que la comunidad original y las subsiguientes no hubieran imaginado, pero siempre con el deseo de ampliar las posibilidades de la realización vital plena.


[1] Adolf Exeler, Los Diez Mandamientos: vivir en la libertad de Dios. Santander, Sal Terrae, 1983 (Presencia teológica, 14), p. 19. Cf. A. Exeler, “Los Diez mandamientos”, en Comunidades de Vida Cristiana, sección Biblia: http://cvx.leon.uia.mx/biblia.htm.
[2] E. Sánchez, Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), pp. 125-126.

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