viernes, 28 de septiembre de 2012

Presente y futuro de la libertad cristiana, L. Cervantes-O.


30 de septiembre, 2012

Ya no volverán a sentir hambre no sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos.
Apocalipsis 7.17, La Palabra, SBU

El futuro de la nueva creación de Dios, por medio del hombre libre, traerá libertad al mundo, lo sacará de la esclavitud de la nada y lo glorificará. Por esto el que abraza en espíritu la libertad del Dios que viene, entra en un doble movimiento: el movimiento de la esperanza y el del sufrimiento por la opresión del mundo en que vive. El nuevo mundo será un mundo bajo el signo de la libertad de los hijos de Dios, porque en el momento presente es ya un mundo bajo el signo de Cristo, el Hijo de Dios. De ahí que la lucha por el advenimiento de este mundo tenga siempre el sentido de una lucha por la verdadera y plena libertad. Este proceso tiene su consumación en la parousía del Hijo y de la filiación y por esto determina ya aquí la marcha de la historia universal.[1]
J. Moltmann

La expresión máxima de la libertad cristiana, su plenitud en todos los órdenes, es anunciada y celebrada en último libro de la Biblia. La perspectiva de ese libro, dominada por la proclamación de la victoria de Dios sobre los enemigos de la vida no solamente es triunfante sino que forma parte de la manera en que el Espíritu que lo inspiró quiere dar esperanza a los/as creyentes perseguidos del primer siglo. La experiencia que vivieron, pletórica de angustia y persecución, es el marco en el que se inscribe semejante propuesta de fe y esperanza, pues la libertad prometida por Jesús de Nazaret alcanza las mayores alturas en ese libro, progresivamente, pues parte de la tribulación y poco a poco va desplegándose como un abanico de promesas que se entrelazan con la mirada simbólica sobre la conflictividad histórica. Así, cada avance en esa promesa de liberación plena, agrega zonas de esperanza en las que la Iglesia debía profundizar. Una revisión de esa evolución puede mostrar la manera en que se atisba la plenitud de la libertad cristiana.
Asomarse a la esperanza apocalíptica y esforzarse por penetrar en su simbolismo abre las puertas de la comprensión de esta libertad gloriosa. Situarse ante esta proclamación y asumir su horizonte hace posible comprender el sentido de la historia de la libertad: “¡Dichoso quien lee y dichosos los que prestan atención a este mensaje profético y cumplen lo que en él está escrito! Porque la hora final está al caer” (1.3). Comprometerse en las luchas de Dios por esa libertad no es fácil, pues implica ciertamente un sufrimiento implicado en las crisis que desata el anuncio y la vivencia en el nuevo Reino de la Libertad. La simbolización de la oposición real y la resistencia del mal a esa libertad es elocuente: “No te acobardes ante los sufrimientos que te esperan. Es verdad que el diablo va a poner a prueba a algunos de ustedes metiéndolos en la cárcel; pero su angustia durará poco tiempo. Tú, permanece fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida”. (2.10)
En este contexto, vencer no significa vivir con una actitud triunfalista sino más bien de búsqueda y práctica continua de esa libertad, obtenida por la cruz de Jesús y el impulso liberador de Dios, quien siempre ha estado del lado de la libertad. La victoria es una promesa a corto, mediano y largo plazo, aderezada con luchas permanentes en todos los frentes de la fe: “Al vencedor lo pondré de columna en el Templo de mi Dios, para que ya nunca salga de allí. Y grabaré sobre él el nombre de mi Dios, y grabaré también, junto a mi nombre nuevo, el nombre de la ciudad de mi Dios, la Jerusalén nueva, que desciende del trono celeste de mi Dios”. (3.12). El sentido de futuro que otorga la libertad cristiana es la proyección de la existencia humana hacia el encuentro con la eternidad perfecta de Dios, cuyos anticipos en este mundo deben ser leídos como signos de la presencia creciente de su Reino.
La magnitud de la obra de redención se relaciona con las dimensiones de esa libertad ofrecida en Cristo. Las cadenas son rotas, literalmente, con sangre, para impedir que la sangre humana se siga derramando indiscriminadamente. Ése es el germen del nuevo pueblo de Dios, de hombres y mujeres libres, sacerdotes y sacerdotisas de sí mismos, pero con una visión plena del servicio libre en nombre del amor y la fraternidad: “…con tu sangre has adquirido para Dios/ gentes de toda raza,/ lengua, pueblo y nación,/ y has constituido con ellas/ un reino de sacerdotes/ que servirán a nuestro Dios/ y reinarán sobre la tierra” (5.9-10). Los hijos/as de Dios eligen el servicio y su realeza no es una señal de superioridad sino de la elección de Dios para cumplir su voluntad. Su destino es la solidaridad total con quienes viven aún desprovistos de la libertad verdadera. Son portadores/as y anuncios vivos de la libertad deseada por Dios para todas sus criaturas:

Según Pablo los cristianos sólo poseen esta libertad en la esperanza, y por tanto en la paciente espera de un Reino que aún no pueden ver. Por esto los cristianos no están excluidos de la miseria general de la criatura oprimida sino que suspiran con ella y por aquellos 'que han enmudecido. Suspiran no sólo por la esclavitud del otro sino también por la esclavitud de su propio cuerpo. La tensión esclavitud-libertad, libertad presente-libertad futura atraviesa el ser mismo del cristiano. Su esperanza en la libertad no le hace llevadera la esclavitud real que sufre; todo lo contrario, para el cristiano la esclavitud es insoportable porque cuando está cerca la libertad duelen más las cadenas de la esclavitud. Por esto la esperanza del cristiano en la libertad no le lleva a situaciones de privilegio ni a un autosuficiente segregacionismo Iglesia-mundo sino a una solidaridad comprometida y luchadora con toda la creación doliente.[2]

Ellos/as ya experimentan, en medio del dolor a veces inevitable, la realidad efectiva de la victoria sobre el mal: “Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos” (7.14-17).
La historia de la libertad estará incompleta sin la participación de los cristianos/as. Su labor es compleja y su testimonio, urgente y conflictivo, pero lleno de esperanza: “Pero al cabo de los tres días y medio, Dios los hizo revivir y los puso de nuevo en pie, para asombro y terror de quienes los contemplaban. Oí entonces una fuerte voz que les decía desde el cielo: —Suban aquí. Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos” (11.11-12).
La plenitud de la libertad anunciada es la razón de ser de la esperanza y el destino final de la fe: “¡Dichosos quienes Dios ha elegido para tomar parte en ella! La segunda muerte no hará presa en ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo… mil años” (20.6). La historia se dirige hacia el rumbo de la libertad que Dios quiere establecer en todas las relaciones para que sea el estado final de la existencia: “— Esta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos. Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido” (21.3-4).


[1] J. Moltmann, “El cristianismo, religión de libertad”, en www.raco.cat/index.php/convivium/article/viewFile/76338/98937, pp. 48-49.
[2] Ibid., p. 49.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...