sábado, 15 de septiembre de 2012

La libertad, vocación humana irrenunciable, L. Cervantes-O.



16 de septiembre, 2012


Yo, el Señor, te llamo con amor,
te tengo asido por la mano,
te formo y te convierto
en alianza de un pueblo, en luz de las naciones;
para que abras los ojos a los ciegos
y saques a los presos de la cárcel,
del calabozo a los que viven a oscuras.
Isaías 42.6-7, La Palabra, SBU

El Dios de la Biblia es un Dios de libertad y los seguidores/as de Jesús de Nazaret son llamados “hijos de la libertad” por San Pablo por ser, a la vez, “hijos de la promesa” (Gál 4). Desde la antigüedad, la apuesta permanente de Dios por los procesos libertarios de los pueblos fue muy clara (Am 9.7) y eso tuvo consecuencias importantes para el surgimiento de liderazgos que caminaran en ese mismo sentido. Cada pueblo liberado, por lo tanto, debía recordar, escribir y celebrar sus gestas porque no es posible “vivir de prestado”. El caso de Israel, que ha servido de modelo o paradigma para muchas comunidades, tiene sus particularidades, que para la fe moldeada por la esperanza bíblica contiene un sinnúmero de posibilidades de desarrollo en la situación de otros pueblos.

En el primero de los denominados “Cánticos del Siervo” (Is 42) la esperanza por una nueva liberación está ligada a otro de los episodios de la historia de Israel el destierro y la pérdida de todo lo que se había construido con el paso del tiempo. La segunda parte del libro de Isaías (40-55) es una serie de anuncios llenos de esperanza para la restauración del pueblo, una especie de “segunda independencia”, pues parecería que se requieren en ocasiones varios procesos de liberación dependiendo de las circunstancias o coyunturas.

Este hombre de fe robusta y profunda se lanza a la tarea de convertir a la esperanza a su propio pueblo. Porque la vuelta del exilio contará con dificultades, pero la mayor es el mismo Israel que siente el peso de su fracaso y su decepción.
Para ello el profeta tiene una única arma: la palabra de Yahveh, de la que se sabe portador: se denomina a sí mismo “boca de Yahveh” (40.5). Pero esta palabra la transmite con una impresionante fuerza religiosa y con un extraordinario vigor expresivo.
Lo que una vez el Señor realizó, el acontecimiento central de la historia y de la fe del pueblo de Israel -la liberación de la esclavitud en Egipto y el don de la Tierra prometida-, sirve de referencia para las «cosas nuevas» que va a realizar: Dios prepara a su pueblo un nuevo éxodo para trasladarlo del destierro de Babilonia a su propia tierra.
Al pueblo le parece imposible este anuncio. En su desilusión no acaba de dar crédito al anuncio del profeta. Pero este asegura que la promesa del Señor es fiel, es eficaz y se cumplirá irrevocablemente.[1]

Soñar con esa nueva liberación y vivir su posibilidad efectiva fue una tarea que Dios le impuso al profeta para transmitir certezas a un pueblo decepcionado y cansado de los vaivenes políticos y sociales. La figura del “Siervo de Yahvé” tiene varios niveles de comprensión y encarnación, pues podía ser el mismo pueblo encargado por Él para ser “luz de las naciones” (42.6) y después llegaría, en el Nuevo Testamento a ocupar plenamente esa presencia Jesús de Nazaret, particularmente cuando anuncia en la sinagoga que él cumplía las palabras del profeta (Lc 4).

La vocación humana irrenunciable por la libertad ciertamente atraviesa muchas “noches oscuras”, múltiples momentos de frustración, reacomodo y renovación, pero siempre puede renovarse ante la existencia de promesas, anuncios y signos de su cumplimiento. Justamente estos últimos, los signos son aquellos gestos y realizaciones parciales, “chispazos” de libertad en medio del cautiverio que deben ser realzados y destacados mediante una práctica constante, así sea en los espacios más pequeños. El trabajo quizá más difícil, y que también lo muestra el profeta al recibir la encomienda, es trabajar y formar esa conciencia de libertad que no siempre acompaña a la fe vivida de manera tradicional. Parecería que comprender a Dios como promotor y restaurador de la libertad humana a partir de la fe y las doctrinas religiosas sería una tarea sencilla y hasta obvia, pero no fue así en el caso del profeta de Isaías 42 y el de Jesús de Nazaret. Implicaba un gran esfuerzo desenmascarar las formas autoritarias y hasta opresoras que esa fe podía adquirir para alejar al Dios liberador de la existencia real de las personas. El hecho de que éstas se sigan preguntando si es verdad que Dios apoya sus causas es una muestra de hasta dónde puede llegar la alienación religiosa.

Así lo comenta José Roberto Arango:

…la redención de Yahwéh no sucederá como un retorno al pasado, idealizando lo que en un tiempo se pudo haber vivido y volviendo míticamente hacia él. “No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren que realizo algo nuevo...” (Is. 43,19). Isaías segundo toma la cabeza de los exiliados, anclada en las gestas pasadas de Dios en su favor, y la voltea hacia el futuro nuevo de salvación que está a punto de regalarles. El fundamento salvífico de Israel está en el futuro de liberación, algo más allá de lo que podría esperar ateniéndose a su experiencia religiosa anterior. […]
Deuteroisaías predica al Israel exiliado un Dios emparentado con él, y por ello solidario por un amor radical que recorre toda la historia suya. Al mismo tiempo hemos sacado una consecuencia: la redención que realiza Yahwéh, o sea, la salvación que ofrece, pasa necesariamente por la historia del pueblo, se ejecuta y efectúa en y a través de la construcción de estructuras solidarias, que invitan a la fraternidad, a la apertura incondicional al otro como prójimo (pariente-hermano); en y a través de una comunidad de creyentes que de modo progresivo toma conciencia de la acción de Dios en su situación específica, y se une a ella de forma deliberada, creando una historia orientada por Dios mismo, en la cual acontece la salvación ofrecida irrevocablemente por Dios y, al mismo tiempo, en la misma acción se realiza de manera plena el hombre, descubre y vive con radicalidad su humanidad cimentada en el Dios que lo salva y lo conduce por los caminos de la solidaridad efectiva con los pobres y marginados. Por esos caminos transita Dios mismo.[2]

Ésa es la clave para leer Is 42 como un auténtico programa y manifiesto libertario, susceptible de ser puesto en marcha por una comunidad de fieles comprometidos con las acciones de Dios en la historia. El Siervo que aparece ahí es un modelo libertario de fe y esperanza para cumplir la vocación humana por la libertad de manera creativa, crítica y responsable.




[1] Julio Alonso Ampuero, “Isaías 40-55”, en http://mercaba.org/FICHAS/gratisdate/isaias_40_55.htm.
[2] J.R. Arango, “Dios solidario con el pueblo: el Go’el en Déutero-Isaías”, en RIBLA, núm. 18, http://claiweb.org/ribla/ribla18/dios%20solidario.html.

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