sábado, 22 de septiembre de 2012

Libres y siervos/as, la gran paradoja cristiana, L. Cervantes-O.



23 de septiembre, 2012

Soy plenamente libre; sin embargo, he querido hacerme esclavo de todos para ganar a todos cuantos pueda.
I Corintios 9.19

He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de todo pecado, mandamiento y ley: la libertad que supera a toda otra como los cielos superan la tierra. ¡Quiera Dios hacernos comprender esa libertad y que la conservemos!
Martín Lutero, La libertad cristiana (1520)

No fue Martín Lutero quien acuñó las dos frases que resumen la gran paradoja de la libertad cristiana: “El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”.[1] Fue el apóstol Pablo, quien al dirigirse a los creyentes de Corinto expone la estrategia utilizada para acercarse a todas las personas con quienes tenía contacto a fin de transmitirles de la mejor manera el contenido del Evangelio. Hoy se diría que practicó la inculturación del mensaje cristiano, es decir, que adaptó el contenido de éste a la idiosincrasia de las personas en medio de una cultura determinada. Pero él presenta esa acción como un ejercicio de la libertad y del servicio a los demás, al mismo tiempo, como parte de la paradoja que define la libertad otorgada por Dios en Cristo a cada creyente.
Nunca se alcanzarán a explicar con suficiencia los alcances de esta libertad para advertir las enormes dimensiones del proyecto libertario al que nos introduce la fe en Jesucristo. Uno de los obstáculos para captarla en todas sus aristas es, contradictoriamente, el ánimo de espiritualizar en demasía las consecuencias y derivaciones que invaden, literalmente, otras áreas de la existencia cristiana, pues el impacto de la conciencia liberada por la fe en Cristo es capaz de transformar todas las relaciones humanas, sociales y políticas, con el propósito de establecer esa libertad como norma en todos los ámbitos.
Desde la tradición reformada, Jürgen Moltmann esbozó desde 1967 una amplia lectura de las diversas palabras paulinas referidas al tema de la libertad, comenzando con II Corintios 3.17:

Las primeras comunidades cristianas que vivieron en suelo helenístico poseían un lema impresionante; rezaba así: “Aquí está el Espíritu y la Libertad”. En esta divisa quedan anuladas todas las diferencias humanas: las diferencias religiosas, políticas, sociales, e incluso las que se ha venido en llamar diferencias naturales: “Aquí no hay ni judío ni pagano, ni griego ni bárbaro, ni señor ni esclavo, ni hombre ni mujer: todos son una sola cosa en Cristo”. La vocación a la semejanza con Cristo, al mesianismo recíproco y al futuro común de la libertad es un elemento nuevo que, elevando al hombre por encima de su nivel no-humano. Penetra en los conflictos en los que los hombres, al afirmar el elemento positivo de su ser personal, se separan unos de otros. Por esto caen también las fronteras históricas y naturales que separan a los hombres: “Todo es vuestro; el mundo, la vida, la muerte; lo presente, lo venidero, todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo dc Dios” (1 Co 3.21-23). “Todo es lícito, pero no todo conviene” (1 Co 6.12). “Todo es lícito pero no todo edifica'' (1 Co 10.23). Exactamente lo contrario de lo que concluían Dostoievski y Sartre. Ellos decían: si no hubiera Dios todo sería lícito; los primitivos cristianos, en cambio: cerca del Dios de la libertad todo es lícito, todo es nuestro.
No es cuando Dios no existe que está todo permitido; es exactamente lo contrario: cerca de Dios, en el Espíritu de la Resurrección, todo es lícito, todo está permitido: el hombre se convierte en dueño absoluto de la Naturaleza y de la Historia, de su propia vida e incluso de su muerte. La predicación del apóstol no se dirige a limitar por medio de leyes esta libertad omnímoda, lo que hace es colocarla en el centro del amor que libera al prójimo y redime a toda criatura de su estado de opresión.[2]

Este enfoque trata de espiritualizar la “vida mundana” de los creyentes, por decirlo así, para que se den cuenta de los alcances de la libertad cristiana. Ésta invade los intersticios de la existencia, justamente aquellos en donde la alienación sigue haciendo de las suyas; la desenmascara, la evidencia y propone las formas nuevas que Dios desea instalar en todas las áreas de la vida. Moltmann agrega: “Por esto no es posible pasar ante las desigualdades e injusticias de la historia sin ver en ellas algo que guarda relación con la igualdad y la libertad últimas: en las circunstancias históricas de cada momento se anuncia ya la común libertad y la libre comunidad. La lucha por los derechos y por la libertad de cada hombre no se basa en unos derechos innatos, sino en un futuro de libertad y comunidad que actúa ya sobre nuestro presente”.[3]
Eso es lo que soñaron los autores bíblicos y los reformadores/as del siglo XVI. Moltmann también bosquejó una interpretación actual de las consecuencias aludidas, al referirse directamente al documento de Lutero:

De la palabra que justifica nace la libertad de un hombre cristiano. El cristiano pasa a ser señor de todas las cosas y hombre libre de toda sumisión porque tiene en Cristo el fundamento mismo de su libertad. 'Con esto la libertad cristiana pierde su carácter de privilegio de clase y se convierte en fundamento de las decisiones libres en la obediencia de la fe. Los privilegios del clero no tienen ya lugar allí donde la libertad cristiana se convierte en fundamento de la realeza sacerdotal de todos los creyentes. La Iglesia ya no puede ordenar que el hombre trabaje para ganar la libertad porque éste ya no se libera por medio del trabajo sino que por la libertad de la fe nace de nuevo para la creación libre: el hombre libre hace obras libres.[4]

La libertad cristiana es, ciertamente, teologal, pero es también profundamente humana en el sentido de que ha engendrado y se ha desdoblado histórica y políticamente, en las libertades que se han alcanzado, no sin luchas, pero progresivamente en un camino interminable que enfrenta innumerables obstáculos para hacer realidad la paradoja de asumir el señorío y la dignidad que Dios ofrece a todos los seres humanos y, al mismo tiempo, la disposición para el humildad, el servicio y la solidaridad fraterna. La falsa libertad deshumanizada no debería presentarse ante los ojos del mundo como fruto de la obra de Jesucristo, pues él fue un hombre libre que vino a enseñar a vivir en la libertad de Dios.


[1] M. Lutero, La libertad cristiana (1520), en www.fiet.com.ar/articulo/la_libertad_cristiana.pdf, p. 1.
[2] J. Moltmann, “El cristianismo, religión de libertad”, en www.raco.cat/index.php/convivium/article/viewFile/76338/98937, pp. 45-46.
[3] Ibid., p. 47.
[4] Ibid., p. 59. Énfasis original.

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