EL CRISTIANISMO, RELIGIÓN DE LIBERTAD (I)
Jürgen Moltmann
La libertad política de
religión únicamente puede exigirse con plenitud de sentido cuando la religión
para la cual se exige es una religión de libertad. Si la religión no aportara
libertad, de hecho, como dice Marx, librarse e la religión sería más que poseer
libertad de religión. Por esto, la libertad política de fe deriva únicamente de
la libertad en la que esta misma fe consiste. Pero tal libertad para la
religión y para la fe únicamente pueden ser fundamentadas y exigidas si la
religión de la libertad y la libertad en la que la fe consiste responden por la
libertad del hombre en general y anuncian el “mundo libre” del Espíritu. Las Iglesias
cristianas y la fe cristiana únicamente tienen derecho a exigir libertades para
sí si se presentan como posibilidades reales de obtener libertad para todos y
cada uno de los hombres, y, además, para toda criatura oprimida. Haciéndose
responsables de la libertad universal, y sólo así, es como los cristianos
pueden hacer valer sus derechos a la libertad. El privilegio es la perversión
de la libertad porque la libertad es una e indivisible. Nunca se tiene libertad
a costa de la falta de libertad de los otros sino siempre, y únicamente, en
lucha por un mundo libre y, por tanto, en favor de los demás.
De estas palabras iniciales se desprenden dos tareas:
1ª Examinar si y hasta qué
punto el cristianismo es un movimiento (escatológico) de libertad que, a lo
largo de toda la historia y en circunstancias siempre distintas, ha anticipado
y anticipa la libertad de toda criatura oprimida. Sólo en el caso de que se
haga evidente que la fe cristiana no es "el sentimiento de dependencia por
excelencia" y la misma sumisión religiosa, sino, por el contrario, el
mismo sentimiento de libertad en cuanto tal y la misma soberanía sobre cielo y
tierra, vida y muerte, sólo en este caso podrá entenderse la específica
aportación del cristianismo en favor del “Reino de la libertad” en el que cifra
sus anhelos todo cuanto quiere vivir y debe morir. Los verdaderos fines de la
fe cristiana no son los privilegios políticos y sociales de la Iglesia, ni
siquiera el ejercicio de la religión cristiana, sino la transformación del
mundo, la tarea de sacarlo de la esclavitud en que culpablemente se encuentra y
de elevarlo a la libertad. Es sólo conociendo este fin como podremos comprender
y aceptar el derecho a los medios y caminos que conducen a él.
2ª A partir de la
comprensión cristiana de la libertad preguntarnos por la eficacia de esta
libertad en todas las regiones de la vida oprimida; y, a partir de la
comprensión cristiana del futuro de un mundo libre, preguntarnos por los
modelos de este futuro. Los primeros efectos de la libertad se acusan en la
liberación personal del hombre de la esclavitud de fuerzas concretas que le
dominan. Pero la realidad de la libertad debe ser un mundo libre en el cual
ésta se ha creado las posibilidades objetivas de existir como libertad. Ello
tiene lugar por medio de la superación de la esclavitud y la aniquilación de la
soberanía misma. Lo primero es libertad en lucha, libertad en circunstancias de
soberanías alienantes y luchas de fuerzas. Lo segundo es la libertad en su
propio mundo, la victoria de la libertad, el Reino de la libertad misma. En él
la libertad en lucha y contradicción pasa a ser libertad en la paz y en el
diálogo. De la libertad en conflicto, de la libertad acosada y alienada nace la
libertad en la identidad.
De ahí que esta libertad
conflictiva en lucha contra antiguas y nuevas esclavitudes no busque su auto-imposición
sino las posibilidades de un mundo libre. De ahí que, para poder ser libertad,
tenga que crearse continuamente las condiciones de sus posibilidades públicas.
Por tanto, si el cristianismo tiene quo ver con la libertad de fe lo primero que debe buscar no es su propia
libertad de creer sino la constitución de un mundo libre según la medida de aquel
Reino de Libertad cuyo Espíritu es aprehendido (y aprendido) a en la fe.
El
Dios de la libertad y su futuro
1.
El Dios de la libertad
Los mitos religiosos nos hablan de la superioridad de los dioses sobre '
los hombres, de lo celeste sobre lo terreno, de lo inmortal sobre lo
perecedero. En los dioses es en donde el hombre toma conciencia de su finitud.
Por esto, en la tribulación, el hombre busca granjearse su favor; pero, por
esto mismo también, orgulloso de sus propias obras, sueña con emular a los
dioses. De ahí que en el mundo mítico encontremos al mismo tiempo a Zeus, el
padre de los dioses, y a Prometeo, el que arrebata el fuego de los dioses. Esta
ambivalencia entre sumisión y rebelión se encuentra en la entraña de todo
teísmo. Por esto el ateísmo es su socio capitalista. Si la dependencia de lo
superior se convierte en el suelo del teísmo, la independencia de lo inferior
pasa a ser el suelo del ateísmo. Hoy mismo, tanto en el terreno idealista como
en el existencialista y marxista, se piensa en el sentido de esta alternativa.
O bien existe un Dios y entonces el hombre no es libre, o bien el hombre es
libre y entonces no es posible que exista Dios. Si existe un Dios el hombre
posee una naturaleza que él debe realizar, pero si es libre de proyectar como
él quiera su propia naturaleza, entonces es que no existe Dios. Si el teísmo
fue un postulado del hombre desprotegido, el ateísmo pasa a ser el postulado
del hombre mayor de edad, del hombre libre, del que se configura a sí mismo. En
ninguno de los dos casos se encuentra una trascendencia que no sea alienante.
Frente a esta alternativa los cristianos son un tertium genus (el
“tercero en discordia”).
Muy otra es la manera como
el Antiguo Testamento nos habla de Dios: el Dios paleotestamentario se
distingue de los otros dioses en que no plantea la alternativa teísmo-ateísmo.
El Antiguo Testamento no nos habla de Yahvé ni via negationis (negativamente) ni via eminentiae (por el poder)
sino via historiae (a través de
la historia). En la base del relato
bíblico no encontramos mitos anteriores al tiempo sino los sucesos históricos
del Éxodo. En tales sucesos el nombre de Dios está indisolublemente unido con
la libertad real, histórica y política de su pueblo. El Dios que “ha sacado a
su pueblo de la esclavitud de Egipto” es el Dios de la libertad. “Libertad”
significa aquí un tomar la delantera en la marcha que conduce al futuro histórico
del pueblo libre, del país libre, del mundo libre; y un penetrar ya en este
futuro. El acontecer del Éxodo, con el que se identificaba en Israel toda nueva
generación, permite hablar de Dios y de libertad sin tener, por así decirlo,
que tragar una palabra al tomar aliento para pronunciar la otra; ni que definir
al uno con la negación de la otra. De esta coincidencia entre “Dios” y “Libertad”
es de donde, en las guerras bíblicas y en los grandes profetas, brota la nueva
idea del Dios “que nos precede”, del Dios que va a la cabeza de la marcha que,
desde la esclavitud v la servidumbre, nos lleva a la libertad omnímoda. Toda la
historia del pueblo judío, como la de los demás pueblos, está presentada en el
Antiguo Testamento como una procesión: una procesión que va de la humillación a
la elevación, de la estrechez a la holgura. Sól0un mundo libre corresponde
efectivamente al Dios de la Libertad. Mientras el Reino de la Libertad no sea
un hecho, Dios no se permite descanso en el mundo; mientras Dios no ha llegado
a su derecho y a su identidad en el mundo, se encuentra aún, con éste, en
camino. Mientras el pobre sea humillado: mientras viudas y huérfanos sean
privados de sus derechos, mientras el poderoso no sea humillado y el humilde no
sea ensalzado, dicen los profetas, no habrá reposo. En tanto los poderosos de
la tierra gobiernen con violencia, dice Daniel, mientras la injusticia y la
muerte opriman el mundo, la historia continúa, sólo el Reino humano del Hijo
del Hombre pondrá fin a la soberanía del hombre sobre el hombre.
Por último, la trama entera
de todo cuanto existe está vista también en el Antiguo Testamento como un
movimiento escatológico: en el origen de la historia, como una vocación del no
ser al ser; en la consumación de los siglos, como una resurrección de los
muertos. Por mor de esta historia de la libertad, la libertad y el futuro de
este Dios son celosamente respetados por medio de la prohibición de representar
a Dios en imágenes. Ninguna cosa, tanto si pertenece al cielo, como a la
tierra, como al mundo subterráneo, puede fijar ante nosotros a Dios, retenerlo
en una imagen, y detener su movimiento; esto supondría una glorificación teofántica
de algo todavía insuficiente. Sól0 el hombre libre, como libre señor de todas
las cosas de la Naturaleza y de la Historia, va a ser imagen y semejanza de
este Dios. Es por este futuro de Dios y del hombre libre, prometido pero aún no
encontrado, por lo que está prohibida toda objetivante fijación de lo objetivo.
La libertad de Aquel que mantiene abierta la historia y que precede al hombre
en el horizonte abierto de ésta, abre para el hombre un futuro que rebasa la
Naturaleza e incluso el ser del hombre que la historia haya alcanzado en cada
momento. Por esto el futuro escatológico de la soberanía de Dios está en
conexión recíproca con el futuro del hombre libre en un mundo libre.
Convivium, núm. 26, 1968.
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MISOGINIA SANTA: POR QUÉ LOS CONFLICTOS
DE SEXO Y GÉNERO DE LA IGLESIA PRIMITIVA AÚN IMPORTAN, DE APRIL D. DECONICK
Nueva York, Continuum, 2011.
En Holy misogyny (Misoginia santa), la biblista April D. DeConick
quiere respuestas reales a las preguntas que rara vez se susurraban desde los
púlpitos de las iglesias cristianas contemporáneas: ¿por qué Dios es
masculino?, ¿por qué las mujeres están asociadas al pecado?, ¿por qué las
mujeres no pueden ser sacerdotisas? Basándose en su amplio conocimiento de la
literatura cristiana primitiva, trata de comprender los conflictos sobre el
sexo y el género en la iglesia primitiva, lo que eran y lo que estaba en juego.
Explica cómo estos conflictos antiguos han moldeado al cristianismo
contemporáneo y su promoción de la exclusividad masculina y la superioridad en
términos de Dios, liderazgo eclesiástico, e incluso la cama.
El
esfuerzo detectivesco de DeConick descubre viejos aspectos del cristianismo
antes de las doctrinas y dogmas posteriores que se impusieron a las iglesias, y
cómo fueron distorsionadas las enseñanzas antiguas sobre la mujer. El libro
muestra cómo y por qué la mujer fue borrada sistemáticamente de la tradición
cristiana. Llega a la conclusión de que la distorsión y supresión de las
mujeres es el resultado de la misoginia antigua convertida en escritura divina,
una misoginia santa que permanece entre nosotros hasta hoy.
Cuando mi hijo cumplió 5
años, comenzó a interesarse en Dios. Aun cuando había sido educado en una familia
alejada de la religión, se topó con Él a través de su familia, maestros y
amigos. No tardó mucho en encontrarse con la imagen divina tradicional, es
decir, el anciano en los cielos, viviendo en un lugar llamado “cielo” adonde la
gente va después de morir. De muchas charlas con él supe que reflexionaba
seriamente sobre el asunto. Un día me tomó por sorpresa al preguntar
inesperadamente: “¿Ma, dónde está la Señora Diosa?”. Sin saber qué responder,
le contesté qué quería decir. Me explicó: “Si Dios no tiene esposa, ¿cómo es
que tiene hijos? ¿Acaso
vive solo? ¿La Señora Diosa murió?”. Algo alterada por su seriedad y la profundidad de sus preguntas, le pedí
que me dijera qué pensaba. Contestó: “Sé que Dios es mitad hombre y mitad
mujer”.
Fue un
momento que me trajo de regreso los años de estudio, reflexión, enseñanza y
escritura y me obligó a hacer un alto. Mi hijo de 5 años le daba voz a algo que
ha sido durante siglos la piedra en el zapato de la teología y la eclesiología
cristianas: la ausencia de la Señora Diosa y sus consecuencias. En su respuesta
tan incisiva escuché el eco de los siglos y las voces de la gente que antes que
él habían intentado responder desesperadamente esa pregunta, aunque ciertamente
Gn 1 nos reveló un Dios andrógino y hermafrodita al afirmar que ambos, hombre y
mujer, fueron creados a imagen y semejanza suya. (p. 1).
www.aprildeconick.com/holymisogyny.html
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