25 de noviembre de 2012
Efesios 2.11-22
A lo largo de este mes hemos enfocado
nuestra atención a un tema muy importante para la vida de nuestra iglesia, un
tema que por la circunstancia y el tiempo de Ammi-Shadday creemos necesario reflexionar, indagar y
asomarnos con expectativa a la revelación
de la Palabra de Cristo, Jefe y Cabeza de la Iglesia, no está por demás recordar el tema
general del mes que es: Rumbo a un nuevo proyecto de iglesia siendo así que en cada
domingo vimos los siguientes temas: "Modelos bíblicos de iglesia, aquí y ahora", “La Iglesia que Jesús quería”, “Las iglesias que los/as apóstoles nos dejaron”, y ahora “La Iglesia a
la que Dios nos ha llamado a participar”
Desde la perspectiva de
la carta de los Efesios este
domingo nos desafía a construir una eclesiología que dejando atrás tradiciones
que nos limitan y nos oprimen, asumamos el camino de Jesús, comprometido con un
Dios liberador e inclusivo que comunica vida abundante a todas las personas,
pero especialmente a las oprimidas, discriminadas, excluidas, vulneradas en sus
derechos y su dignidad y en su fe.
Vayamos a Efesios
2.11-22. El tema general de Efesios es la relación entre el
Jesucristo celestial y su cuerpo aquí en la tierra, la Iglesia. Cristo ahora
reina «sobre todo principado y autoridad y poder y señorío» (1.21), «y sometió
todas las cosas bajo sus pies» (1.22). En su estado de exaltación, no se ha
olvidado de su pueblo. Al contrario, se identifica plenamente con la Iglesia
que considera su Cuerpo y la llena de su presencia (1.23; 3.19; 4.10).
La relación de esposo a esposa es una bella
analogía que expresa el amor, el sacrificio y el señorío de Cristo por la
Iglesia (5.22–32). El Cristo entronizado habita por la fe en el corazón de los
creyentes (3.17) para que puedan disfrutar de su amor. No hay absolutamente
nada que esté fuera de su alcance redentor (1.10; 3.18; 4.9).
La unión de Cristo con su Iglesia se expresa
también en la unidad de los creyentes. Los que antes andaban lejos, «apartados»
y separados de Dios han sido «hechos cercanos por la sangre de Cristo» (2.13).
Es más, los creyentes ahora son llevados por Cristo a sentarse con Él en los
lugares celestiales (2.5–6). Como los creyentes están con Él, procuran ser como
Él y están «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la
paz» (4.3). Él mismo «es nuestra paz» (2.14), dice Pablo, y derriba las paredes
y barreras que antes separaban a los judíos de los gentiles, y los une en un
Espíritu ante el Padre (2.14–22).
Después
de expresar estas maravillosas bendiciones espirituales, Pablo exhorta a los
creyentes a que anden como es digno de los que han sido llamados (4.1). Este
llamamiento es una útil demostración de ética cristiana. En vez de presentar
leyes y regulaciones, Pablo dice, en efecto, que nuestra manera de vivir debe
honrar al que nos llamó. Cristo libera al cristiano, pero este tiene que dar
cuenta a Cristo. Pablo hace varias declaraciones sobre cómo los creyentes
pueden honrar a Cristo (4.17–5.9), pero la meta no es ganar mérito por medio de
la moralidad. En vez de buscar personas buenas, Pablo quiere personas nuevas,
el «varón perfecto», reedificado según «la estatura de la plenitud de Cristo»
(4.13). Esta madurez puede referirse a la deseada y todavía no alcanzada unidad
de la iglesia.
Por eso
Efesios 2.11-22 no hace una recordadita de nuestra condición: está claro, sin embargo, que los
destinatarios eran principalmente gentiles que antes estaban alejados de la
ciudadanía de Israel (2.11). Ahora, gracias al don de Dios, disfrutaban de las
bendiciones espirituales que proporciona Cristo.
No
debemos olvidar como estábamos “por tanto, acordaos” v.11
Incircuncisos, sin privilegios ni promesa Gen. 17:9-14
Gentiles, no éramos pueblo de
Dios. Dto. 7:6-8
Sin Cristo, sin el ungido, sin el enviado del cielo para mostrar el camino a
Dios
Alejados: Jorís: aparte; en otras versiones lo encontramos como: excluidos, sin
ciudadanía, sin derechos.
Ajenos: Apolotrió: apo: separado, alótrio: de otro, pero para una mejor y
actual ilustración podemos referirnos al
inglés que la conocemos como aliens; si un extraterrestre que en realidad
estamos diciendo ajeno a la tierra v.12 y 4:18 en la
parábola de Lc. 15 (se traduce perdidamente: alienado)
Pero
mucho antes que Feuerbach y Marx usaran este vocablo alienación, la Biblia
habló de la alienación humana, que feo se escucha. Describe dos alienaciones,
aún más radicales que la política y la económica. Una es la alienación de Dios
nuestro Creador y la otra es la alienación unos de otros, y también con las
demás criaturas. Nada es más deshumanizante que esta rotura de relaciones
humanas fundamentales. Es entonces que nos transformamos en extraños, en un
mundo en el que deberíamos sentirnos como en casa. y en ajenos en vez de ciudadanos.
- v.12 de la ciudadanía de
Israel
- 4:18 de la vida de Dios
El ser
ajeno es en parte un sentido de insatisfacción por el estado de cosas y en
parte un sentido de impotencia para cambiarlo. John Stott. Afirma: Este es un
sentimiento generalizado en los países democráticos de Occidente y sería tonto
que los cristianos lo ignorasen.
Es casi
imposible para nosotros, en los inicios del siglo veintiuno d.C., formarnos la idea de aquellos días en
que la humanidad estaba profundamente dividida entre judíos y gentiles. La
Biblia comienza con una clara declaración de la unidad del género humano. Pero
después de la caída y del diluvio, encontramos los orígenes de la división y
separación humanas. Pareciera que Dios mismo contribuyó al proceso eligiendo a
Israel entre todas las naciones para que fuera su pueblo “santo” o “especial”.
Pero necesitamos recordar que al llamar a Abraham, le prometió bendecir a
todas las familias de la tierra a través de su posteridad; al elegir a Israel
lo hizo para que fuera una luz para las naciones. La tragedia es que
Israel olvidó su vocación, cambió su privilegio en favoritismo y terminó por
despreciar y hasta detestar a los paganos, considerándolos como “perros”.
William Barclay nos ayuda a sentir la alienación entre las dos comunidades, y la
hostilidad profundamente arraigada entre ellos, especialmente del lado judío.
Escribe:
“El judío
abrigaba un enorme desprecio por el gentil. Los gentiles, decían, habían sido
creados por Dios para ser combustible para el fuego del infierno. Dios sólo
amaba a Israel de entre todas las naciones que había hecho. … Ni siquiera
estaba permitido ayudar a dar luz a una madre gentil: pues sería simplemente
traer al mundo un gentil más.
Antes de la
venida de Cristo los gentiles eran objeto de desprecio para los judíos. Las
barreras que los dividían eran infranqueables. Si un judío o una judía se
casaba con un gentil, se llevaba a cabo el funeral del joven (o de la joven)
judío. Tal contacto con el gentil equivalía a la muerte”.
Este es el
trasfondo histórico, social, y religioso de Efesios 2. Aunque todos los seres
humanos están alienados (ajenos) de Dios por el pecado, los gentiles también
estaban alienados (ajenos) del pueblo de Dios. Y aun peor que esta doble
alienación (de la cual la pared del templo era un símbolo) era la “enemistad” u
“hostilidad” activa (echthra) que afloraba constantemente: la enemistad entre
el hombre y Dios, y la enemistad entre gentiles y judíos. (Cualquier semejanza
es pura coincidencia)
Por eso el gran
tema de Efesios 2 es que Jesucristo ha destruido ambas enemistades. Esta se menciona
en la segunda mitad del capítulo, aunque en orden inverso:
versículo
14 “él… de ambos pueblos hizo uno,
derribando la pared intermedia de separación (echthra) “.
versículo
16 “y . . . reconciliar con Dios a ambos en
un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (echthra) “.
Junto con
la abolición de estas dos enemistades Jesús ha podido crear una sociedad nueva,
en realidad una humanidad nueva, en la cual el ser ajeno y alejado ha dejado
lugar a la reconciliación, y la hostilidad a la paz. Y esta nueva unidad humana
en Cristo es la prenda y el anticipo de aquella unidad final bajo la cabeza de
Cristo, a la que Pablo ya ha mirado con esperanza en 1:10.
Pero había otro
peligro que amenazaban a la comunidad de Éfeso en la que Pablo no pasa por
alto. Una tentación de sumergir las verdades cristianas
en las normas paganas. Para contrarrestar este peligro, Pablo expone la santidad del llamamiento
cristiano, en contraste con la antigua condición de ellos como
paganos.
Entonces, la obra de Dios es profundamente humana. Tiene que ver
directamente con la redención del hombre de los males producidos por su
impotencia ante la vida. Se realiza en función de las necesidades vitales de su
existencia, inscribiéndose en los límites de su vivencia social y política,
psicológica y espiritual porque es ahí donde se da la gran batalla entre los
hombres, que puede ser tanto para el beneficio de todos como para la
satisfacción de unos pocos a costa de la desgracia de muchos. Es precisamente
en esta confrontación donde se distingue el pueblo de Dios. Éste no es
identificado por su tradición religiosa sino por su trabajo al lado de Dios, en
favor de los hombres.
Pablo
presenta esta nueva comunidad como la iglesia el nuevo pueblo de Dios 19-22 y
la compara con:
a. Una
comunidad de santos, 19a
b. Una
Familia, I9b
c.
Un Edificio, 20-22
Las
epístolas paulinas son un buen ejemplo, sin ir más lejos. Pero en ellas, como
en las cartas de Pedro, las de Juan y el resto de los escritos
neotestamentarios, rezume un espíritu de humildad ante Dios, de pequeñez, de
reconocimiento de la propia condición de debilidad y de necesidad constante del
auxilio divino para llevar adelante la proclamación del Evangelio.
Bien lejos
quedaron el orgullo, la vanagloria o la intransigencia, de aquellos auténticos
primeros discípulos de Cristo, que ejercían sus ministerios en el Espíritu del
Señor y a riesgo de sus propias vidas, amando a las congregaciones y trabajando
arduamente por ellas. Una lectura atenta de los escritos apostólicos nos coloca
frente a una espiritualidad que está a años luz de lo que en ocasiones se
escucha en nuestras congregaciones en labios de supuestos “pecadores
arrepentidos” y hoy “líderes”.
Y para
concluir, Jesús no concibió la Iglesia como refugio psicológico, o como
terapia. Ni mucho menos como una especie de club para inconformistas,
escapistas o inadaptados sociales. La Iglesia es, en el Nuevo Testamento, la
asamblea de los cristianos, el cuerpo de Cristo, el verdadero templo del que
cada creyente es una piedra viva. Es decir, una comunidad de adoración y de
servicio a los propios fieles y al resto de los seres humanos, donde la
presencia del Hijo de Dios es una realidad viva a través de los medios que él
ha dispuesto: la proclamación de la Palabra y la correcta administración de los
Sacramentos, como nos recuerdan de continuo los grandes reformadores.
El
verdadero creyente, entonces y hoy, solo puede ser aquel que desea vivir en una
estrecha comunión con el Dios verdadero revelado en Jesucristo, con todo lo que
ello conlleva de compromiso con los demás, de humildad sincera ante el Altísimo
y de vida abierta y consagrada allí donde el Señor nos haya colocado.
Un
creyente evangélico, por definición, es aquel que, de forma individual y
colectiva, busca y transmite evangelio, es decir, buenas nuevas de
redención, de restauración y de dignificación para todos los demás. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario