sábado, 17 de noviembre de 2012

"Las iglesias que los apóstoles nos dejaron...", L. Cervantes-O.


18 de noviembre, 2012

Algo les digo también: si dos de ustedes se ponen de acuerdo, aquí en la tierra, para pedir cualquier cosa, mi Padre que está en el cielo se la concederá. Pues allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Mateo 18.19-20, La Palabra, SBU

Jesús, ya se ha visto, no tuvo la intención formal de fundar una “iglesia institucional” puesto que más bien lo que hizo con la comunidad que lo siguió fue forjar un movimiento contestatario y alternativo a la religión oficial de su tiempo. No obstante, cuando él ya no está presente físicamente, las diversas comunidades que surgieron llegarían a ser “las iglesias que los apóstoles nos dejaron”, esto es, que a partir de los postulados de Jesús se fueron desarrollando diversos grupos que interpretaron su mensaje para transmitirlo en medio de las circunstancias que les tocó vivir. A partir de esto, es posible hablar, como se hace actualmente, de una suerte de “familias confesionales” que aparecen ya delineadas en varios lugares del Nuevo Testamento comenzando con la existencia misma de textos completos que lo atestiguan, así como muchas observaciones en ese sentido, ejemplo de lo cual son las palabras de Pablo acerca de las comunidades que siguen a diversos apóstoles o líderes (I Corintios 1.10-13). Raymond E. Brown ha reconstruido la figura de esas “familias” y ha encontrado al menos siete: tres en el espectro de Pablo, y las correspondientes a Pedro, el “discípulo amado” (en el cuarto evangelio y en las cartas de Juan) y Mateo. En su análisis a este último lo ubica al final pues considera que es quien resume muy bien la preocupación por la naturaleza y misión de la Iglesia.
Dada su visión de la vida de la Iglesia,

Mateo protege de estos peligros [autoritarismo, legalismo y clericalismo] a la comunidad, insistiendo en que la voz de Jesús debía ser escuchada en la iglesia. […]
Se perfilan, por otra parte, los instrumentos para el ejercicio de la autoridad (Pedro, los Discípulos, toda la comunidad), pero el evangelista insiste en que es Jesús quien les otorga el poder a todos ellos, por lo que en el ejercicio deben ajustarse a las normas de Jesús. […] La singularidad del primer evangelio consiste en que, a causa de la continua y desagradable confrontación con los fariseos, el autor se manifiesta consciente de los peligros que lleva consigo la adhesión eclesial a la ley y a la autoridad, por lo que introduce un correctivo.[1]

Mateo es el único evangelio que usa la palabra iglesia (ekklesía) y “no separa la vida de la Iglesia de la vida de Jesús”, es decir, que ambas van entrelazadas y que al contar la vida y obra de Jesús esto se hace en la clave de la vida de las comunidades mateanas. Este evangelio vislumbra también la construcción o fundación de la iglesia y

…entrevió la posibilidad de que ésta se convirtiera en una entidad autosuficiente, gobernada (en nombre de Cristo, para su seguridad) por su propia autoridad, sus propias enseñanzas, sus propios mandamientos. Para contrarrestar el peligro, Mateo insiste en que la Iglesia debe gobernar no sólo en nombre de Jesús, sino también en el espíritu de Jesús, y con sus enseñanzas y mandamientos. Si la iglesia se considera como una institución o sociedad con ley y autoridad, tenderá a dejarse influir por los principios de la sociología, y a configurarse según las sociedades de la cultura circundante […] Mateo acepta la institución, la ley y la autoridad, pero quiere una sociedad peculiar, en la que la voz de Jesús no sea suplantada, y siga siendo normativa.[2]

Para muchos, Mateo 18 describe la realidad de una comunidad eclesiástica ya existente que, en la estela de su fe en Jesucristo, ya está intentando hacer realidad los ideales humanos y colectivos del Reino de Dios, pero como es lógico, enfrenta los obstáculos propios de una organización en busca de un perfil propio, además de que era una comunidad “mixta” formada por judíos y gentiles.[3] Es “el tratado práctico más profundo acerca de la Iglesia en el Nuevo Testamento […] que anticipa los peligros con los que las iglesias se pueden encontrar por el hecho de su estructura y autoridad”.[4]
Un esquema propuesto para este capítulo evidencia su profunda preocupación eclesial:

1: Una Iglesia que opta por los pobres (18.1-14)
1) Quien es el mayor en el Reino de los Cielos (1-5)
2) No escandalizar a los pequeños (a los pobres) (6-9)
3) No despreciar a los pequeños (10)
4) Parábola de la oveja descarriada (12-13)
Conclusión: El Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (14)

2: Una Iglesia del perdón y de la reconciliación (18.15-35)
1) Corrección fraterna y comunitaria (15-17)
2) Autoridad e importancia de la comunidad eclesial local:
La comunidad ata y desata (18) cf. 16.19
Acuerdo comunitario para la oración (19)
Jesús en la comunidad (20)
3) Parábola del perdón (21-34)
Conclusión: Así hará el Padre celestial si no se perdonan de corazón unos a otros (35)[5]

A partir de la pregunta por la supuesta superioridad “en el reino de los cielos” (v. 1), el resto del capítulo se ocupa de la práctica eclesial de la iglesia terrenal, humana. Se abandona la idea del prestigio para asumir los riesgos y los costos de la existencia cotidiana de la comunidad. El niño es el modelo de la anti-autoridad (vv. 2-7) y de allí se sigue el tema del escándalo, que seguramente ya agobiaba a la comunidad de Mateo, lo mismo que la atención a las “ovejas descarriadas” (vv. 10-14, “las obligaciones pastorales hacia los miembros extraviados de la comunidad”). Inmediatamente se aborda el asunto de la “disciplina eclesiástica” (vv. 15-18) y finalmente se trazan líneas sobre el auténtica poder y la autoridad eclesiásticos (18-20) para concluir con la parábola del perdón (21-35). La observación de Brown es digna de citarse como conclusión:

Ninguna sociedad terrena duraría mucho con estos principios; y la mayoría de las personas no pueden ponerlos en práctica de manera constante. Y sin embargo, manifiestan el estilo de Dios; y, cuando se ponen en práctica, en ese momento y en ese lugar, se ha hecho realidad el reino de Dios. […] Los cristianos deben, por tanto, mantener como objetivo el cumplimiento de estas exigencias escatológicas, aunque solamente en ocasiones sean capaces de llevarlas a la práctica durante la vida.[6]


[1] Raymond E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron. 3ª ed. revisada. Nueva traducción: Pedro Jaramillo. Bilbao, Descleé de Brouwer, 1998 (Cristianismo y sociedad, 13), pp. 35-36.
[2] Ibid., p. 185. Énfasis agregado.
[3] Ibid., pp. 182-183.
[4] Ibid., pp. 185-186.
[5] Pablo Richard, “Evangelio de Mateo: una visión global y liberadora”, en RIBLA, núm. 27, http://claiweb.org/ribla/ribla27/evangelio%20de%20mateo.html. Cf. G. Gutiérrez, “Gratuidad y fraternidad: Mateo 18”, RIBLA, núm. 27, http://claiweb.org/ribla/ribla27/gratuidad%20y%20fratrnidad.html.
[6] R.E. Brown, op. cit., p. 190.

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