11 de noviembre, 2012
Como
muy bien saben ustedes, los que se tienen por gobernantes de las naciones las
someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen
despóticamente. 43 Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, si alguno
quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere
ser principal, que se haga servidor de todos.
Lucas 10.42-44, La Palabra, SBU
El título de
esta reflexión está tomado de un libro del biblista alemán Gerhard Lohfink que
expone “la dimensión comunitaria de la vida cristiana”. Ciertamente, y
siguiendo el orden que proponen los textos del Nuevo Testamento, es posible esbozar
el siguiente orden de hechos, que se han desarrollado previamente desde mucho
tiempo atrás, hasta el punto en que se han vuelto casi “lugares comunes”:
a)
Jesús
predicó la venida inminente del Reino de Dios y lo que vino fue un conjunto de
comunidades denominadas después iglesias.
b)
Formó, más
bien, un grupo que entra en la categoría de “movimiento”, el cual era
igualitario y profético.
c)
No fundó ninguna iglesia, en el sentido formal, ni mucho menos institucional, aunque
al hablar de “la iglesia antes de la Iglesia” y del “movimiento de Jesús”, es
posible percibir la orientación inicial de las comunidades judeo-cristianas.
d)
Las comunidades que reivindicaron su nombre se
organizaron jerárquicamente con el tiempo y adaptaron sus características a las
exigencias del momento.
Con estos planteamientos en la mente, Lohfink explica que la pregunta
acerca de si Jesús fundó o no una iglesia, está mal planteada porque
…ésta
existía ya mucho antes de que Jesús apareciera en Palestina. Esa iglesia era el
pueblo de Dios, Israel. Jesús se dirige a Israel. Quiere reunirlo ante la
inmediata irrupción del Reino de Dios, y hacerlo verdadero pueblo de Dios. Lo
que llamamos iglesia no es sino la comunidad de aquellos que están dispuestos a
vivir en el pueblo de Dios congregado por Jesús y santificado por su muerte.
Desde esta perspectiva no tiene sentido preguntar si Jesús fundó formalmente la
iglesia. Es, en cambio, extraordinariamente interesante preguntar cómo congregó
Jesús a Israel y cómo concibió la comunidad del verdadero Israel. Precisamente entonces nos hallamos ante la
pregunta verdaderamente decisiva: ¿qué rostro debería tener hoy la iglesia?[1]
En la tercera parte de su libro, Lohfink desarrolla ocho aspectos desde
el Nuevo Testamento relacionados con la novedad que debían experimentar las
comunidades seguidoras del legado de Jesús de Nazaret: 1) la iglesia como
pueblo de Dios, 2. la presencia del Espíritu, 3) la supresión de las barreras
sociales, la práctica de la “convivencia” solidaria (o koinonía), 4) el amor fraterno, 6) la renuncia a la dominación, 7) la
iglesia como “sociedad de contraste” y 8) la iglesia, como señal para las
naciones. Cada uno de ellos sigue plenamente vigente para la situación actual.
Sobre la renuncia a la dominación y comentando Mr 10.42-45, escribe Lohfink:
…el
texto alude ya a problemas de dominación en la iglesia. Se trata de la
estructura fundamental de los oficios eclesiásticos, que son definidos
basándose en la existencia de servicio de Jesús. En la iglesia tiene que darse
la autoridad y el poder. Esto se presupone. Pero esta autoridad no debe ser
dominación, tal como llega a ser en la sociedad habitual. En tales situaciones,
la dominación suele perseguir frecuentemente intereses que nada tienen que ver
con el verdadero servicio de los subordinados. Por el contrario, la autoridad
en el pueblo de Dios tiene que girar siempre alrededor del servicio. En la
iglesia, solo debe llegar a tener autoridad aquella persona que prescinde por
completo de si misma y de sus intereses, y vive su existencia para los otros. […]
Partiendo de ese comportamiento de Jesús, Me 10,42-45
define con lógica demoledora el único tipo de autoridad posible dentro de la
iglesia. La praxis de Jesús funda de manera inmutable la no violencia, la
renuncia a la dominación, en la iglesia y en sus ministerios.[2]
De modo que la preocupación por la Iglesia que Jesús quería debe
situarse en el plano del presente: ¿qué clase de Iglesia quiere Jesús hoy que
esté presente en el mundo para cumplir adecuadamente con el Evangelio liberador
y transformador de vidas, estructuras, culturas e instituciones humanas para
ser fiel a la presencia anticipada y futura del reino de Dios? Porque de ahí
surgen otras dudas e interrogantes aún más directas y exigentes: ¿el modelo de
iglesia-comunidad que estamos practicando responde a las expectativas que
brotan del Nuevo Testamento? O más, aún, ¿debemos revisar profundamente y
cambiarlo para conformarlo más al ideal que propuso el propio Jesús de Nazaret
pero que siempre se ha adaptado a las circunstancias del momento? Y todavía:
¿hasta donde el eventual falseamiento de dicho ideal es rescatable en medio de
los nuevos proyectos eclesiásticos que surgen todos los días? ¿No estaremos
incurriendo en uno más sin la suficiente conciencia de sus limitaciones,
riesgos y alcances?
Todo ello es posible discutirlo a la luz del episodio registrado en Marcos
10.35-45, puesto que allí aparecen las ansias de poder y protagonismo de una
parte de la “iglesia” de las primeras décadas, representada por Jacobo y Juan,
intentó (o “solicitó”) apropiarse de los mejores lugares en la dimensión futura
(escatológica) del Reino de Dios, lo cual fue rechazado tajantemente por el
propio Jesús. Al mismo tiempo, estableció un criterio radical en cuanto a la
actitud que debería predominar en la vida comunitaria, el del servicio mutuo. Debían
sintonizar con su proyecto comunitario:
Ellos
no se acordaban de valorar la esperanza mesiánica como servicio del pueblo de
Dios a la humanidad, concretamente de la comunidad al pueblo del barrio. Cada
uno, conforme a sus propios intereses y conforme a su clase social, aguardaba
al Mesías, queriendo encajarlo en su propia esperanza. Por eso, el título
Mesías, dependiendo de la persona o de la posición social, podía significar
cosas bien diferentes. ¡Había mucha confusión de ideas!
Era su actitud como Servidor lo que llevaba a Jesús a donar su vida en rescate de
muchos (Mr 10.45). Por eso criticaba la situación que generaba la falta de pan
para los pobres y excluidos [Mr 8.17-21]. Aquí está la causa para entender el
conflicto con los discípulos. Un Mesías así era extraño para ellos.[3]
Estamos, así, ante la crítica del Jesús histórico a las veleidades
políticas que la iglesia enfrentó desde muy pronto, incluso bastante tiempo
antes de transformarse de perseguida en perseguidora. Jesús quiere hoy una
iglesia que se reinvente siempre a sí misma con la dirección del Espíritu y que
sea capaz de recuperar los postulados originales de la existencia de la
comunidad en el mundo.
[1] N. Lohfink, La
iglesia que Jesús quería. 2ª ed. Bilbao, Descleé de Brouwer, 1986, p. 7.
Énfasis agregado.
[2] Ibid., p. 128.
[3] Mercedes Lopes y Carlos Mesters, “Comunidad que
comparte - perspectiva económica y ecológica del evangelio de Marcos”, en RIBLA, núm.
59, 2008, p. 21, www.claiweb.org/ribla/ribla59/lopez_mesters.html.
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