sábado, 10 de noviembre de 2012

"La Iglesia que Jesús quería...", L. Cervantes-O.

11 de noviembre, 2012

Como muy bien saben ustedes, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. 43 Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos.
Lucas 10.42-44, La Palabra, SBU

El título de esta reflexión está tomado de un libro del biblista alemán Gerhard Lohfink que expone “la dimensión comunitaria de la vida cristiana”. Ciertamente, y siguiendo el orden que proponen los textos del Nuevo Testamento, es posible esbozar el siguiente orden de hechos, que se han desarrollado previamente desde mucho tiempo atrás, hasta el punto en que se han vuelto casi “lugares comunes”:

a)       Jesús predicó la venida inminente del Reino de Dios y lo que vino fue un conjunto de comunidades denominadas después iglesias.
b)       Formó, más bien, un grupo que entra en la categoría de “movimiento”, el cual era igualitario y profético.
c)         No fundó ninguna iglesia, en el sentido formal, ni mucho menos institucional, aunque al hablar de “la iglesia antes de la Iglesia” y del “movimiento de Jesús”, es posible percibir la orientación inicial de las comunidades judeo-cristianas.
d)        Las comunidades que reivindicaron su nombre se organizaron jerárquicamente con el tiempo y adaptaron sus características a las exigencias del momento.

Con estos planteamientos en la mente, Lohfink explica que la pregunta acerca de si Jesús fundó o no una iglesia, está mal planteada porque

…ésta existía ya mucho antes de que Jesús apareciera en Palestina. Esa iglesia era el pueblo de Dios, Israel. Jesús se dirige a Israel. Quiere reunirlo ante la inmediata irrupción del Reino de Dios, y hacerlo verdadero pueblo de Dios. Lo que llamamos iglesia no es sino la comunidad de aquellos que están dispuestos a vivir en el pueblo de Dios congregado por Jesús y santificado por su muerte. Desde esta perspectiva no tiene sentido preguntar si Jesús fundó formalmente la iglesia. Es, en cambio, extraordinariamente interesante preguntar cómo congregó Jesús a Israel y cómo concibió la comunidad del verdadero Israel. Precisamente entonces nos hallamos ante la pregunta verdaderamente decisiva: ¿qué rostro debería tener hoy la iglesia?[1]

En la tercera parte de su libro, Lohfink desarrolla ocho aspectos desde el Nuevo Testamento relacionados con la novedad que debían experimentar las comunidades seguidoras del legado de Jesús de Nazaret: 1) la iglesia como pueblo de Dios, 2. la presencia del Espíritu, 3) la supresión de las barreras sociales, la práctica de la “convivencia” solidaria (o koinonía), 4) el amor fraterno, 6) la renuncia a la dominación, 7) la iglesia como “sociedad de contraste” y 8) la iglesia, como señal para las naciones. Cada uno de ellos sigue plenamente vigente para la situación actual. Sobre la renuncia a la dominación y comentando Mr 10.42-45, escribe Lohfink:

…el texto alude ya a problemas de dominación en la iglesia. Se trata de la estructura fundamental de los oficios eclesiásticos, que son definidos basándose en la existencia de servicio de Jesús. En la iglesia tiene que darse la autoridad y el poder. Esto se presupone. Pero esta autoridad no debe ser dominación, tal como llega a ser en la sociedad habitual. En tales situaciones, la dominación suele perseguir frecuentemente intereses que nada tienen que ver con el verdadero servicio de los subordinados. Por el contrario, la autoridad en el pueblo de Dios tiene que girar siempre alrededor del servicio. En la iglesia, solo debe llegar a tener autoridad aquella persona que prescinde por completo de si misma y de sus intereses, y vive su existencia para los otros. […]
Partiendo de ese comportamiento de Jesús, Me 10,42-45 define con lógica demoledora el único tipo de autoridad posible dentro de la iglesia. La praxis de Jesús funda de manera inmutable la no violencia, la renuncia a la dominación, en la iglesia y en sus ministerios.[2]

De modo que la preocupación por la Iglesia que Jesús quería debe situarse en el plano del presente: ¿qué clase de Iglesia quiere Jesús hoy que esté presente en el mundo para cumplir adecuadamente con el Evangelio liberador y transformador de vidas, estructuras, culturas e instituciones humanas para ser fiel a la presencia anticipada y futura del reino de Dios? Porque de ahí surgen otras dudas e interrogantes aún más directas y exigentes: ¿el modelo de iglesia-comunidad que estamos practicando responde a las expectativas que brotan del Nuevo Testamento? O más, aún, ¿debemos revisar profundamente y cambiarlo para conformarlo más al ideal que propuso el propio Jesús de Nazaret pero que siempre se ha adaptado a las circunstancias del momento? Y todavía: ¿hasta donde el eventual falseamiento de dicho ideal es rescatable en medio de los nuevos proyectos eclesiásticos que surgen todos los días? ¿No estaremos incurriendo en uno más sin la suficiente conciencia de sus limitaciones, riesgos y alcances?
Todo ello es posible discutirlo a la luz del episodio registrado en Marcos 10.35-45, puesto que allí aparecen las ansias de poder y protagonismo de una parte de la “iglesia” de las primeras décadas, representada por Jacobo y Juan, intentó (o “solicitó”) apropiarse de los mejores lugares en la dimensión futura (escatológica) del Reino de Dios, lo cual fue rechazado tajantemente por el propio Jesús. Al mismo tiempo, estableció un criterio radical en cuanto a la actitud que debería predominar en la vida comunitaria, el del servicio mutuo. Debían sintonizar con su proyecto comunitario:

Ellos no se acordaban de valorar la esperanza mesiánica como servicio del pueblo de Dios a la humanidad, concretamente de la comunidad al pueblo del barrio. Cada uno, conforme a sus propios intereses y conforme a su clase social, aguardaba al Mesías, queriendo encajarlo en su propia esperanza. Por eso, el título Mesías, dependiendo de la persona o de la posición social, podía significar cosas bien diferentes. ¡Había mucha confusión de ideas!
Era su actitud como Servidor lo que llevaba a Jesús a donar su vida en rescate de muchos (Mr 10.45). Por eso criticaba la situación que generaba la falta de pan para los pobres y excluidos [Mr 8.17-21]. Aquí está la causa para entender el conflicto con los discípulos. Un Mesías así era extraño para ellos.[3]

Estamos, así, ante la crítica del Jesús histórico a las veleidades políticas que la iglesia enfrentó desde muy pronto, incluso bastante tiempo antes de transformarse de perseguida en perseguidora. Jesús quiere hoy una iglesia que se reinvente siempre a sí misma con la dirección del Espíritu y que sea capaz de recuperar los postulados originales de la existencia de la comunidad en el mundo.


[1] N. Lohfink, La iglesia que Jesús quería. 2ª ed. Bilbao, Descleé de Brouwer, 1986, p. 7. Énfasis agregado.
[2] Ibid., p. 128.
[3] Mercedes Lopes y Carlos Mesters, “Comunidad que comparte - perspectiva económica y ecológica del evangelio de Marcos”, en RIBLA, núm. 59, 2008, p. 21, www.claiweb.org/ribla/ribla59/lopez_mesters.html.

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