sábado, 3 de noviembre de 2012

Modelos bíblicos de Iglesia: aquí y ahora, L. Cervantes-O.


4 de noviembre, 2012

¿Existe acaso alguna nación tan grande que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, cada vez que lo invocamos? […] A ustedes, en cambio, el Señor los tomó y los sacó del horno de hierro de Egipto, para que fueran el pueblo de su propiedad, como efectivamente ahora lo son.
Deuteronomio 4.7, 20, La Palabra, SBU

Históricamente, siempre han convivido diversas formas de “ser-iglesia-en-el-mundo”, es decir, las diversas maneras en que las comunidades se organizan, adoran y buscan servir a Dios. Además, esa variedad también ha querido ser justificada mediante argumentos pretendidamente bíblicos que, en efecto, encuentran en varios lugares de la Escritura elementos para establecer tal o cual conducta o comportamiento de los grupos cristianos. A eso se le puede llamar “modelos de Iglesia”, los cuales se han construido a partir de tradiciones, mentalidades o creencias en relación con lo que se supone que debe ser la Iglesia de Jesucristo. Incluso, algunos años antes de la Reforma Protestante, surgieron muchos movimientos que agrupaban comunidades insatisfechas con el gobierno, enseñanza y misión de la Iglesia mayoritaria que llegaron a convencerse de que ésta no tenía remedio y que, por lo tanto, quedarían al margen de la misma. A esos grupos se les ha llegado a denominar “cristianos sin iglesia” (Leszek Kolakowski) debido a su dificultad para reubicarse en el seno de una comunidad establecida, organizada y, lamentablemente jerarquizada. Lo mismo sucede hoy cuando mucha gente interesada en la fe se desengaña con frecuencia porque percibe que algunas iglesias se comportan más como club social o empresa que como auténticas comunidades de fe, máxime cuando se imponen ciertas actitudes o modas que no manifiestan lo suficiente el sentido que debe tener la presencia comunitaria de los creyentes en la sociedad.
Esta situación obliga a que, cada vez que surgen nuevos proyectos de iglesia emanados de otras organizaciones debe afrontarse un estudio riguroso de la manera en que las Escrituras, en el devenir de los tiempos, afirman acerca de la forma en que puede agruparse el “pueblo de Dios”. Este mismo concepto, que atraviesa en su totalidad el mensaje bíblico, permanece constante y es aludido continuamente porque expresa ambas realidades: pro un lado, los lazos que unen a conjuntos humanos y, por el otro, su conciencia de tener un compromiso con su Señor y Salvador. Sociológicamente, esto derivó en una serie de conductas y acciones que trataron de establecerse, no sin conflictos de diversos tipos, en medio de otros pueblos con culturas y religiones marcadas por un patrón dominante ante el cual Yahvé quiso señalar diferencias. Es lo que Walter Brueggemann ha explicado como el intento por construir y consolidar una “comunidad alternativa”, libre de la “mentalidad monárquica”, estamental, y, a cambio, establecer una comunidad de iguales en la que todos, hombres y mujeres, vivieran en las mismas condiciones entre ellos y en su relación con lo sagrado. Los textos dan fe de ello, por ejemplo, cuando Moisés habla de la posibilidad de que todos fueran profetas (Nm 11.29), y más tarde, al afirmar la vocación sacerdotal y real de todo el pueblo (Ap 5.10).
La palabra que aparece con mayor frecuencia en el Antiguo Testamento para referirse al pueblo de Dios organizado es qahal, que podría traducirse por “asamblea”, en un sentido litúrgico y también político. (Misma raíz que para Qohélet, “hombre de asamblea”, el nombre del libro de Eclesiastés.) De ahí que la comunidad, o “nación”, como aparece en Deuteronomio, es un conglomerado que se convoca en ocasiones para realizar la liturgia o en otras para tomar determinaciones comunitarias de carácter político. Esta palabra es la que los traductores de la Septuaginta vertieron como ekklesía, esto es, “los y las llamados”, pues “encierra una idea de convocatoria”, “la idea de ser llamados. Y también como sinagoga. Los israelitas tenían la conciencia de que no formaban la asamblea por su propio impulso, sino más bien que era Dios el que convocaba, el que llamaba a la reunión”.[1] A veces se traduce como “congregación”, como en Dt 23.1.

El sentido habitual de qahales el resultado de una convocatoria, ya sea de un grupo de personas actualmente reunidas (asamblea “en acto”), ya sea, por extensión, de una comunidad de personas considerada como un conjunto permanente (asamblea “virtual”). El uso del vocablo pone de relieve la experiencia de una respuesta activa a la convocatoria que genera una “asamblea comunitaria” y un “pueblo reunido”. Su uso paradigmático se encuentra en el Deuteronomio cuando se refiere al “día de la asamblea” (LXX: té heméra tés ekklesias: Dt 4.10; 9.10; 18,16; 23,2; cf Núm 10,7), con una clara connotación de celebración “litúrgica” de la alianza.
El término qahaldel Antiguo Testamento se usa para las grandes asambleas “litúrgicas” de la historia de Israel: Sinaí (Ex 19), Josué (Jos 8.34s.; 24), Salomón (I R; 2 Cr 6-7), Josías (2 R 23) y Esdras (Neh 8.1-10.30).[2]

Los modelos bíblicos de Iglesia parten todos de esta realidad, ideal y realizada en ocasiones, al mismo tiempo, puesto que el factor que lo desestabilizó fue la situación política creada por la monarquía, debido sobre todo a la reducción de la participación del pueblo en las grandes decisiones nacionales. Cuando el juez y profeta Samuel responde al pueblo en nombre de Dios acerca de la solicitud de un rey, la misma población sintió que el modelo tribal estaba en crisis y que debía modificarse, aunque la transformación se orientó más en el sentido de lo que conocían de otros pueblos alrededor. Eso influyó para que, al momento de la desaparición de la monarquía, los liderazgos se reagruparan y se hiciera una revisión profunda de su papel en la vida del pueblo. El énfasis comunitario con que los textos exponen el esfuerzo de Israel para sobrevivir en espacios hostiles rescata la manera en que las tradiciones religiosas se habían interiorizado en la fe colectiva.
Hoy necesitamos partir de estos elementos y, mediante un esfuerzo riguroso leer y releer las diversas metáforas y definiciones de Iglesia que aparecen en el Nuevo Testamento para, desde ahí, encontrar formas prácticas y consecuentes para el presente.

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