UN MODELO DE KOINONÍA, SOLIDARIDAD Y COOPERACIÓN
Carlos
Scott
Protestante Digital, 16 de febrero de 2013
Hermanos, sigan todos mi ejemplo, y fíjense
en los que se comportan conforme al modelo que les hemos dado. Filipenses
3:17
El apóstol Pablo
nos da un modelo de misión y cooperación para seguir. Podemos sugerir que el
apóstol está definiendo el rol de la cooperación y su representación con la
palabra comunión (Fil. 1:5).
1. El evangelio es la pasión por participar con el
Pueblo de Dios en la misión del Dios misionero.
La pasión clave es por el evangelio. Pablo nos habla acerca de la comunión del
evangelio en el capítulo uno de Filipenses. Cuenta lo que le pasó a él y anima
a los creyentes a que se comporten como es digno del evangelio; firmes en un
mismo propósito, luchando unánimes por la fe y sin temor a los adversarios. Por
lo tanto: Debemos participar ayudando a otros por medio de la cooperación.
La
pasión por el evangelio nos debe llevar a participar, cooperar, compartir (Fil.
1:5) y no a competir: Compartir una empresa común (2 Co. 8:23), compartir una
experiencia común: la persecución (Heb. 10:33 y Ap. 1:9); el sufrimiento (2 Co.
1:7); la alabanza (1 Co. 10:16-17); la debilidad y fortaleza (2 Co. 11: 28-29);
compartir privilegios en común (Ro. 11:17; 1 Co 9:23), compartir realidades en
común (Fil. 1:7); compartir por medio del dar o donar (Fil. 1:5, 2 Co. 9:13).
Los
Filipenses "participaban en el evangelio desde el primer día" (1:5)
sosteniendo a Pablo (4:14-16). Se puede hablar de "comunión". Koinonía es la palabra neotestamentaria
traducida como "comunión", "compartir",
"contribución", "común".
Queda
claro la idea de compartir algo, una empresa, un propósito, una experiencia, el
dinero, debe ser compartido. Lo que se comparte primero en el contexto de la
iglesia es la fe. Lo que sale de la koinonia de la fe es la koinonia de la
obra. El compartir la fe viene primero y define la cooperación práctica, pero
la fe común debe tener una salida a la participación práctica y esta
participación en la práctica tiene consecuencias concretas.
Así lo vivió Epafrodito quien arriesgo su vida para
atender las necesidades de Pablo. No solo se lo menciona como hermano y
colaborador sino como "compañero de lucha". Implica el nivel más alto
en la cooperación (Fil. 2:25-30, 4:18). Es la figura tomada de los soldados
romanos cuando están espalda pegada contra espalda. El enemigo no puede
distinguir cuando comienza uno y termina el otro. Es alegrarnos, sufrir y avanzar
por lo mismo.
2. El evangelio es la pasión por ser
siervos en la cooperación. En el capítulo dos hay una descripción única de Jesús
como siervo, luego, tenemos ejemplos de otros siervos como Timoteo (2:19-23) y
Epafrodito. El capítulo tres da una advertencia sobre los malos obreros (3:2) y
en el capítulo cuatro Pablo le ruega a Evodia y Síntique que se pongan de
acuerdo en el Señor (4:2). Se habla mucho de los siervos, de servir juntos y de
los problemas que hay cuando servimos juntos, por lo tanto: Debemos participar
encarnando el modelo de Jesucristo. Jesucristo es el modelo y actitud que
debemos desarrollar como siervos e iglesias en el corazón de Dios (2:5-11): “Se
humilló y se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo y se hizo
semejante a los seres humanos” (v 5-7), Se hizo obediente hasta la muerte, ¡y
muerte de cruz! (v8), Jesucristo es exaltado (v9-11). “Él debe ser exaltado
como resultado de nuestra actitud en todo lo que hacemos especialmente en la
cooperación."
El tema de fondo es relacionarnos correctamente
encarnando el modelo de Jesucristo. Por eso dice el apóstol: “No hagan nada por
egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como
superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses
sino también por los intereses de los demás".
El primer paso para la unidad y cooperación comienza
con H mayúscula: Humildad. Se requiere amor, verdad, aceptación, perdón,
respeto, vulnerabilidad, sumisión, integridad, equidad, reciprocidad y paz. La
fe bíblica no solamente tiene que ver con responder y creer en un mensaje, sino
tiene que ver con vivir el mensaje en el mundo concreto, el mundo de riqueza y
pobreza, el de injusticia y corrupción, el de divisiones y rivalidades.
3. El evangelio es la pasión por conocer
más al Señor. Podemos estar trabajando muy fuerte y haciendo muchos planes, pero no
debemos descuidar la pasión de conocer a Jesús. Algunas veces falta pasión
hacia Cristo. Podemos estar muy emocionados con el programa de la iglesia, la
organización o la institución, pero no con Jesús mismo. Nos involucramos tanto
haciendo planes que corremos el riesgo de olvidamos de Jesucristo. Nuestra
primera prioridad será siempre conocerlo a ÉL. Lo que le importaba al apóstol
Pablo era conocer a Jesucristo (3:8), ahí es donde comienza la pasión en la
cooperación, por lo tanto: Debemos conocer más a Jesucristo y participar en sus
sufrimientos. "Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar
el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y
llegar a ser semejante a Él en su muerte." Fil. 3:10.
El apóstol nos deja su legado. "Ahora me alegro
en medio de mis sufrimientos por ustedes, y voy completando en mí mismo lo que
falta de las aflicciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la
Iglesia" (Col. 1:24). Tanto Pablo, Timoteo y Epafrodito dieron un paso más
allá. Se entregaron totalmente a punto de arriesgar la vida misma. La iglesia
como parte de su misión está presente en el mundo para completar lo que falta
de sus sufrimientos en la extensión del Reino de Dios (Fil. 1:29, 1 P. 4:13,
16). Es identificarnos y servir a los más vulnerables. Hay lugares en el mundo
donde la iglesia es muy débil y sufre.
Se nos invita a estar en el seguimiento de Jesús y dar
pasos de fe. La presente condición del mundo está marcada por el sufrimiento
(Ro. 8:18-20). Nuestra vida debe ser un final abierto y lleno de sorpresas en
las manos de Dios. Nunca terminamos de saber lo que viene después. ¿Es costoso
estar en el centro de la voluntad de Dios? Esta debe ser nuestra pasión (Fil.
3:13-14).
Preguntas para la reflexión
·
¿Estamos abiertos a tener comunión, compartir, participar y contribuir
con otras iglesias del pueblo, ciudad y región? ¿Qué implica?
·
¿Qué consecuencias concretas tendría que tener la participación en la
comunión del evangelio?
·
¿Cuáles son los obstáculos para avanzar hacia el nivel más alto de la
cooperación, solidaridad y comunión? ¿Qué pasos debemos dar para superarlos?
·
¿Cómo podemos colaborar unos con otros para extender el Reino de Dios
entre la gente más vulnerable, débil y menos evangelizada? ¿Cómo contribuir con
la iglesia sufriente en otros lugares del mundo?
***
LA
IGLESIA NO SE ARREGLA SÓLO CAMBIANDO DE ZAPATOS (II)
José María Castillo
Ahora bien, como sabe cualquier persona medianamente cultivada, la
teología sigue siendo un conjunto de saberes que se han quedado demasiado
trasnochados. Porque son ideas y convicciones que se elaboraron y se
estructuraron hace más de ochocientos años. Y, como es lógico, en una cultura
como la actual, cuando la mentalidad de la casi totalidad de la gente tiene
otros problemas y busca otras soluciones, ¿nos vamos a extrañar de que las
enseñanzas del clero interesan poco y cada día a menos personas? Yo estoy de
acuerdo en que Dios es siempre el mismo. Y no se trata de que la gente de cada
tiempo se invente el “dios” que le conviene a la gente de ese tiempo. Nada de
eso. Se trata precisamente de todo lo contrario. Se trata de que nos
preguntemos en serio si lo que enseñamos, con nuestras teologías y nuestros
catecismos, es lo que Dios nos ha dicho. O más bien lo que enseñamos es lo que
se les ha ido ocurriendo a una larga serie de teólogos, más o menos originales,
que, en tiempos pasados, dijeron cosas que hoy ya sirven para poco.
Termino poniendo un ejemplo, que ilustra lo que intento explicar. En el
“Credo” (nuestra confesión oficial de la fe), empezamos diciendo: “Creemos en
un solo Dios, Padre todopoderoso”. Eso es lo que enseñó el primer Concilio
ecuménico, el de Nicea (año 325). De otros calificativos, que se le podían
haber puesto al Dios de nuestra fe, se escogió el de “todopoderoso”, Es decir,
si optó por el “poder”, no por la bondad o el amor, que es como el Nuevo
Testamento define a Dios (1 Jn 4, 8. 16). Pero no es esto lo que ocasiona más
dificultades. El problema principal está en que, si se lee el texto original
del concilio, el griego, lo que allí se dice es que los cristianos creemos en
el “Pantokrátor”, que era el título que se atribuyeron a sí mismos los
emperadores romanos de la dinastía de los “antoninos” (del 96 al 192), que
dominaron la edad de oro del Imperio, y se igualaron a los dioses. Ahora bien,
el “Pantokrátor” era el amo del universo, el dominador absoluto del cosmos. Una
manera de hablar de Dios que poco (o nada) tiene que ver con el Padre que nos
presentó Jesús. Y conste que este ejemplo, siendo importante, es relativamente
secundario. Sin duda alguna, la teología necesita una puesta al día, que
implica problemas mucho más graves que los zapatos del papa. Vamos a
intensificar nuestra fe y nuestra esperanza en que el papa Francisco va a dar
pasos decisivos en este sentido. En ello, los creyentes nos jugamos más de lo
que seguramente imaginamos.