12 de mayo, 2013
Dios mismo
ha organizado el cuerpo dando más honor a lo que menos parece tenerlo, a fin de
que no existan divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros por igual
se preocupen unos de otros.
I
Corintios 12.24b-25
A las múltiples causas de división presentes en el mundo,
dice San Pablo en I Corintios 12 que Dios responde creando, organizando, la
presencia de un cuerpo social, como comunión del Espíritu, en el que las diferencias
son procesadas de manera distinta que en el resto de la sociedad. Ese “cuerpo”
nuevo, a contracorriente de las ideas tan negativas que prevalecían en el mundo
griego sobre las realidades físicas es, además, una manifestación de la nueva
voluntad del creador, sustentador y redentor por hacer nuevas todas las cosas,
entre ellas, claro, la convivencia humana más allá de los condicionamientos que
los poderes preservan como parte del control que ejercen sobre la vida humana. La
“vida en el Espíritu” tiene una dimensión colectiva, una vida de koinonía que
se realiza en medio de la cotidianidad humana marcada por tiempos, conflictos e
intereses diversos. El apóstol propone a la comunidad de Corinto que las
prioridades del Espíritu sean sus prioridades también, especialmente en lo
relativo a la presencia de los dones con que la ha equipado para vivir y
realizar su misión en el mundo.
La alegoría del cuerpo le sirve magníficamente
para mostrar cómo, en los nuevos tiempos inaugurados por la venida del Mesías
Jesús, la vida de la comunidad puede guiarse según criterios distintos a los
del mundo. La unidad de la existencia del cuerpo se fundamenta, según explica,
en la diversidad de sus miembros (méle),
sus integrantes, los elementos que le otorgan la vida (v. 12). Cada uno debe
encontrar y definir su función para beneficio de la totalidad, pues gracias al
Espíritu se logran superar las barreras étnicas, sociales o culturales gracias
al bautismo (v. 13): él funda esa nueva unidad y coloca a los miembros en la
línea del “tiempo mesiánico”:
Si
bien cada tiempo tiene su autoridad, sus lógicas y sus formas de construir las
relaciones sociales, tenemos que notar algo que es bien evidente en 1 Corintios.
En esta carta se observa que el escenario donde estos dos tiempos se encuentran
y se enfrentan es en la comunidad. La comunidad de Corinto es un escenario en
el cual el tiempo de este mundo y el tiempo mesiánico se ponen frente a frente.
Los tiempos mesiánicos y los de este mundo no son abstractos. Son fidelidades a
determinadas autoridades, obediencias y desobediencias, esperanzas y toma de
decisiones. Todo esto se ve en la comunidad de Corinto.[1]
Participar en la vida del cuerpo, en
este nuevo tiempo, es situarse en los horizontes del Reino de Dios, cuya
perspectiva social y comunitaria no admite más divisiones puesto que el
Espíritu garantiza la unida, pero ésta debe trabajarse continuamente para
consolidar la unidad en la diversidad (v. 14). El desarrollo de la alegoría
sobre la actitud de cada miembro del cuerpo (vv. 15-17) desemboca en la
afirmación de que Dios es quien los ha colocado como Él quiso (v. 18) para
vivir en función de la unidad corporal total. Ninguno de ellos puede imponer su
visión u orientación para destacar sobre los demás: “Pues ¿dónde estaría el
cuerpo si todo él se redujese a un solo miembro? Precisamente por eso, aunque
el cuerpo es uno, los miembros son muchos” (vv. 19-20). Hoy podrían hacerse
varias analogías acerca de lo que apunta el texto: no todo puede abarcarlo la
teología, educación, alabanza, evangelización, convivencia, misión, por
ejemplo, pues tiene que existir una diversidad de aplicación de los dones que,
pluralmente, ha colocado el Espíritu en la comunidad. Además, la elección
última, definitiva, para la composición y orientación del rumbo de la iglesia
corresponde solamente al único señor de la iglesia (v. 18). Esta “anatomía y
fisiología” espiritual tiene el propósito claro de redefinir el sentido de la
comunidad mediante la koinonía del Espíritu.
La
imagen del cuerpo en 1 Corintios 12 o las jerarquías de los dones en 1Corintios
14 son puestas en escena de un tiempo mesiánico. Un tiempo inserto en otro
tiempo. Sin dudas que la imagen de cuerpo-comunidad que tenía el tiempo de este
mundo no era igual a la de 1Corintios 12. Sin dudas que las jerarquías de dones
del tiempo de este mundo no era igual a la propuesta de 1Corintios 14.
El tiempo mesiánico abre un paréntesis dentro
de la comunidad que permite e invita a construir una sociedad diferente. Este
paréntesis busca recomponer las personas que fueron descartadas por el tiempo
de este mundo y sus agentes, como nos dice 1 Cor 1.26-29: “Considerad, pues,
hermanos, vuestra vocación y ved que no hay muchos sabios según la carne, ni
muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios
para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar
a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es,
para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. (Idem)
Los marginados/as de este mundo
encuentran, por fin, un lugar en la nueva sociedad que propone Dios. La forma
de elección no depende de los valores imperantes, pues las formas de atracción
para la formación de colectividades manejan criterios “estéticos” uniformadores
que no deben tener la misma importancia en la conciencia de la comunidad cristiana.
La comunidad tiene que recorrer un camino humano de renovación, de
modificación, de estos criterios para subordinarse a los dictados igualitarios
del Espíritu, lo cual no resulta fácil, sobre todo por la manera en que se han
interiorizado los otros valores. “El
tiempo mesiánico es una nueva forma de escoger. Ya no según las escalas del
tiempo de este mundo. Ahora la elección del tiempo mesiánico abre un paréntesis
que permite llamar y convocar a los que fueron dejados de lado en el tiempo de
este mundo. Y esto, ciertamente, cuestiona fuertemente el tiempo de este
mundo junto con sus esquemas, jerarquías y estrategias” (Idem, énfasis agregado).
Los vv. 22-25 retoman las afirmaciones
citadas de 1.26-29, en un sentido reivindicador e igualitario, atribuyendo al
propio Dios el esfuerzo compensador, social y espiritual: “Dios mismo ha
organizado el cuerpo dando más honor a lo que menos parece tenerlo, a fin de
que no existan divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros por igual
se preocupen unos de otros” (vv. 24b-25). Con ello que se afirma nuevamente la
superación efectiva de las inequidades que desafían siempre a la comunidad
cristiana y contra las que se debe luchar de manera continua.
[1] Pablo Manuel Ferrer, “Tiempos mesiánicos: pistas para leer 1 Corintios
y nuestra realidad”, en RIBLA, núm.
62, http://claiweb.org/ribla/ribla62/pablo.html.
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