sábado, 25 de mayo de 2013

La koinonía que promueve el Señor en las comunidades cristianas, L. Cervantes-O.


26 de mayo, 2013

Queridos, si a tal extremo ha llegado el amor de Dios para con nosotros, también nosotros debemos amarnos mutuamente. […] Amemos, pues, nosotros, porque Dios nos amó primero.
I Juan 4.11, 19

Una frase tan trillada como lo es “la unidad en la diversidad” se acerca a resumir adecuadamente la forma en que el dueño y Señor de la Iglesia promueve la koinonía en las comunidades cristianas. Las cartas de Juan, con su insistencia realista y al mismo tiempo utópica, no cejan en su intento por establecer la práctica del amor como única razón de ser de la existencia de las comunidades cristianas. Asumiendo el riesgo de sonar repetitivos, los creyentes (hombres y mujeres) de esas comunidades dejaron constancia de la claridad con que percibieron la primacía del amor de Dios para la vida comunitaria. Por ello, en I Jn 4 su pastor los exhorta como sigue: “Queridos, si a tal extremo ha llegado el amor de Dios para con nosotros, también nosotros debemos amarnos mutuamente. Es cierto que jamás alguien ha visto a Dios; pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor alcanza en nosotros cumbres de perfección” (vv. 11-12). Algunas de sus conclusiones parciales son contundentes e irrefutables, además de profundamente teológicas, en el mejor sentido del término: “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él. […] Amemos, pues, nosotros, porque Dios nos amó primero. Quien dice: “Yo amo a Dios”, pero al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no es capaz de amar al hermano, a quien ve?” (vv. 16b, 19-20). ¡Cómo resuena en estas palabras el eco de la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18.11-12), la cual, si la adaptáramos a nuestro tiempo, sonaría grotesca y hasta vulgar por la manera en que nos expresaríamos de algunos hermanos/as, …tal como lo hacemos en ocasiones cuando no los tenemos cerca!
Dietrich Bonhoeffer, luego de estudiar la realidad bíblica y doctrinal de la comunión de los santos en Sociología de la iglesia, en Vida en comunidad demuestra muy bien muchos de los sueños piadosos que pueden dar al traste con la vida de las iglesias en todos sus niveles. Así, escribe que éstos, si bien pueden ser muy elevados y edificantes, no necesariamente coinciden con los propósitos divinos, de ahí que continuamente parece que salimos decepcionados (“Ay, aquí no se canta, ni se ora, ni se predica como a mí me gusta…”). Lo bueno es que Él (y sólo Él) tiene siempre el remedio:

Sin embargo, la gracia de Dios destruye constantemente esta clase de sueños. Decepcionados por los demás y por nosotros mismos, Dios nos va llevando al conocimiento de la auténtica comunidad cristiana. En su gracia, no permite que vivamos ni siquiera unas semanas en la comunidad de nuestros sueños, en esa atmósfera de experiencias embriagadoras y de exaltación piadosa que nos arrebata. Porque Dios no es un dios de emociones sentimentales, sino el Dios de la realidad. Por eso, sólo la comunidad que, consciente de sus tareas, no sucumbe a la gran decepción, comienza a ser lo que Dios quiere, y alcanza por la fe la promesa que le fue hecha.[1]

Tres acontecimientos recientes y cercanos (aunque uno de ellos no necesariamente en el espacio) han venido a hablarnos como signo de la unidad cristiana, porque en ese sentido hay que agradecer a la globalización la posibilidad de enterarnos más rápidamente de los sucesos al interior de la ekumene de la fe. Primeramente, la organización de la Iglesia Protestante Unida de Francia, un esfuerzo de luteranos y reformados que se remonta hasta 1973, cuando mediante la Concordia de Leuenberg ambas iglesias acordaron la plena comunión eucarística. Ahora, con esta unificación, cerca de 400 mil protestantes alcanzan una forma de unidad que puede ser ejemplo para muchas iglesias.[2] En segundo lugar, los pasos, un tanto lentos, pero que se espera sean más firmes a corto plazo, de la naciente Comunión Mexicana de Iglesias reformadas y Presbiterianas (CMIRP) están confirmando las intuiciones y propuestas de Zwinglio M. Dias, quien al afrontar la realidad de la separación y desmenuzar sus razones (“no fuimos, ni somos, ni seremos mejores que ellos”, señala en pocas palabras), también fue capaz de atisbar los caminos que podría seguir una comunidad que en espíritu de libertad reinicia su vida en nuevos espacios de fe y misión.[3]
Y finalmente, la realización de la sexta asamblea del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) en tierras cubanas, donde se discutieron nuevamente las preocupaciones comunes y, por supuesto, se volvieron a reunir las familias confesionales, en una especie de péndulo cristiano, que va y viene de lo general a lo particular, con hallazgos intermedios de compromisos y luchas que no deben abandonarse. Otro signo de unidad y koinonía es el hecho de que el flamante secretario general es un pastor reformado argentino que es luterano desde los años 80.
Si practicamos el ejercicio de vislumbrar y valorar positivamente los dones y los carismas propios de cada familia confesional, el resultado sería, además de sorprendente, sumamente provocador para buscar la fraternidad y una koinonía efectiva, en el camino de ofrecer al mundo un testimonio común del Evangelio de Jesucristo. De esa manera, tendríamos, por ejemplo, que la piedad y la búsqueda de santidad de los metodistas y nazarenos, el celo bautista, el apego a la tradición de anglicanos, episcopales y luteranos, el entusiasmo pentecostal y las búsquedas teológicas reformadas, formarían una amalgama impresionante como muestra de la diversidad que produce el Espíritu Santo en su Iglesia, una única iglesia. De modo que promover la koinonía con gestos y acciones concretas dentro y fuera de los espacios eclesiásticos, siendo una tarea permanente del Dios-comunidad, puede y debe ser una labor creativa y transformadora de las comunidades de hoy. El lema del CLAI “Un ecumenismo de gestos concretos puede traducirse entre nosotros como: “una koinonía de gestos concretos”, pues la necesitamos estimular y practicar continuamente.


[1] D. Bonhoeffer, Vida en comunidad. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1982 (Pedal, 133), p. 17.
[3] Z.M. Dias, “De la separación inevitable a la unidad imprescindible”, en Lupa Protestante, 14 de diciembre de 2011, www.lupaprotestante.com/lp/blog/de-la-separacion-necesaria-a-la-unidad-imprescindible/

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