PROFUNDO RESPETO POR LA VIDA
Karl Barth, Instantes
“Dios insufló en sus narices
aliento de vida” (Génesis 2.7)
Toda vida humana está, como tal, rodeada de una solemnidad especial.
Requiere que como tal se la valore con admiración siempre nueva. Es cuestión de
que cada cual trate su existencia y la de cualquier ser humano con profundo
respeto. Un respeto que no se lo gana uno mismo. Pues si con su fe en la
palabra de Dios el ser humano se apercibe del hecho y la manera en que Dios lo
eligió y lo amó en su pequeña existencia desde la eternidad y de lo que hizo
por él a lo largo del tiempo, en la vida humana le sale al encuentro el
llamamiento al respeto profundo, precisamente porque el Dios vivo ha cuidado
así de los suyos.
Se puede decir tranquilamente que el
nacimiento de Jesucristo es la revelación de este mensaje de profundo respeto
por la vida. Dicho nacimiento le da a ésta, en todas y cada una de sus formas,
incluso las más dudosas, el carácter de lo extraordinario, único, irrepetible
e insustituible. Determina a propósito de ella que poder existir como ser
humano es un bien. Caracteriza la vida como la ocasión incomparable e
irrepetible de alabar a Dios. Con ello ese nacimiento la eleva a la categoría
de objeto del respeto profundo. En su calidad de respeto profundo brindado al
ser humano, es inmenso. La vida no es un segundo Dios, y, por tanto, el respeto profundo que se le debe no es igual al que se ha de sentir ante Dios. Está
más bien limitado por aquello que Dios quiere recibir del ser humano por él
elegido. Pues suya es la vida del hombre. Él se la presta.
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LA ORACIÓN DE JESÚS Y DEL CRISTIANO (III)
Jon Sobrino
Síntesis en Jesús de todas estas
tradiciones: trascendencia, amor
La síntesis histórica apunta a lo ya dicho antes: Dios es un Dios
siempre mayor, y su realidad más profunda es el amor. Esto es lo que va a
explicar la oración de Jesús.
1. Trascendencia. En Jesús no aparece un concepto sistemático de trascendencia, de que
Dios "es mayor", pero se colige de su doctrina y actitudes. En
efecto, aparece la idea de soberanía, de incomprensibilidad, incluso de Dios
creador... con sus correlatos de respeto y reverencia. Pero esto no es algo
típico de Jesús. Nos adentramos más en su visión de Dios cuando consideramos
que, para Jesús, Dios es gracia. Esto aparece en numerosas parábolas: del amigo
inoportuno (Lc 11.5-8), en la comparación de Dios con el padre que da a su hijo
pan y no una piedra (cfr Mt 7,6), y, sobre todo, en la del hijo pródigo (Lc 15.11-24),
donde la trascendencia de Dios aparece como la realización de algo que parece
imposible, la gracia de Dios como algo absolutamente no pensado. También cuando
le preguntan si los ricos pueden salvarse a lo que responde que "para los
hombres es imposible pero no para Dios; pues para Dios todo es posible"
(Mc 10.27). La realización de lo imposible es la expresión de la trascendencia
de Dios. "Lo imposible aparece así: no como acontecimientos supranaturales
desde un mundo del más allá con consecuencias absurdas para este mundo. Sino de
esta forma: el hombre pobre, el impío, el malo puede de nuevo, y de manera
inesperada, volver a llamarse hombre" (H. Braun).
Esta trascendencia la muestra también
en sus discusiones con los fariseos cuando les acusa, por ejemplo, de querer
manipular a Dios a través de sus tradiciones (Mc 7,1-17); y nótese que se trata
de tradiciones religiosas.
Por último, la trascendencia de Dios
es la que explica la misma historia de Jesús. La vida de Jesús va pasando por
diversas etapas que son diversas para su concepción de Dios. Y el paso de la
una a la otra no se da sin la tentación, la crisis, la ignorancia. Esa es la
forma concreta cómo Jesús deja que en su vida Dios sea Dios. La realidad de un
Dios trascendente, de un Dios siempre mayor incluso que las reflexiones del
propio Jesús, es lo que explica la vida de Jesús, los cambios y rupturas dentro
de esta misma vida. El Dios de Jesús es trascendente, misterio santo e
inmanipulable. Este es el presupuesto de su predicación, de su actitud
reverente, de sus polémicas con quienes creían tener a Dios aprisionado en sus
tradiciones, y en el fondo el presupuesto de la trayectoria de su misma vida,
siempre abierta a la voluntad soberana de Dios.
2. Amor. Si la formalidad del Dios de Jesús es la de ser siempre mayor, el
contenido de su realidad es el amor. Para Jesús Dios es ante todo
"Abba". La última experiencia de sentido no la encuentra en que Dios
sea "Rey", "Señor"..., sino "Padre". El fondo
último de la realidad no lo encuentra en la belleza, poder... sino en el amor.
Pero ese Dios cuya esencia es el amor no se revela como un amor abstracto e
intemporal, sino como un amor parcial, que se dirige no a los que detentan el
poder -quienes suponen que Dios es poder- sino a los sin-poder. ("Me ha
enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres...", Lc 4.18).
Que la realidad de Dios es amor, es
decir, un ser parcial en favor de los hombres, y que, por tanto, va a ser el
amor a los hombres la mediación privilegiada de acceso a Dios aparece
claramente en el evangelio, sobre todo en aquellos pasajes en los que podría
parecer que el amor al hombre entra en colisión con los derechos de Dios. Según
Jesús, Dios no quiere proclamar ningún derecho para sí que no fuera el amor
eficaz a los hombres. Por esto, el culto no es entendido por Jesús como la
esfera autónoma de Dios, de sus derechos. Si Dios es amor es imposible en el
sentido más radical de la palabra que coexista un culto que no sea -a su vez
manifestación de amor; de lo contrario, habría una estricta contradicción entre
la mediación para llegar a Dios y la realidad de Dios a quien se quiere llegar.
Por esto no puede haber sábado que no sea para los otros. Dios no es un ser
egocéntrico cuya realidad es ser para sí mismo, sino que es para los demás.
Por último, aportemos el pasaje en el
que se habla de los mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo (Mc
12,28-34 y paralelos) y en donde resultan equiparados. La afirmación de
"amar a Dios", cuando se hace cristianamente tiene una novedad y una
complejidad desconocidas. "Amar a Dios" es una expresión doxológica
en la que se quiere afirmar que la última realidad para el hombre y la última
experiencia de sentido que puede realizar es la del amor. Significa que
corresponder a un Dios que es amor sólo puede hacerse en la praxis del amor.
Pero la complejidad surge cuando uno se pregunta por las mediaciones históricas
de esta afirmación doxológica. La fe cristiana afirma que es imposible amar a
Dios en directo, sin que ese amor sea mediado por un amor histórico.
Cuando se habla de amor a Dios,
entonces materialmente se está hablando de amor al prójimo, del amor histórico
y real del hombre. El que el amor al prójimo se pueda calificar además como
amor a Dios depende de la formalidad de este amor al prójimo. Si éste se hace
realmente sin reservas ni condiciones y con la convicción de que pase lo que
pase el que ama hasta el fin ha vivido en plenitud, entonces tiene sentido
formular esta experiencia histórica del amor al prójimo como amor a Dios.
No es que existan, por lo tanto, dos
objetos distintos del amor: Dios y el prójimo. Existe una única experiencia de
la praxis del amor, cuyo material es el amor al prójimo, y en cuya formalidad
-cuando se hace sin reservas- se da también la experiencia de Dios; y por ello
puede formularse como amor a Dios.
IGLESIAS PIDEN EL CESE INMEDIATO DE LAS HOSTILIDADES EN GAZA
CMI, 22
de julio de 2014