sábado, 12 de julio de 2014

Letra 376, 13 de julio de 2014

SU EXIGENCIA
Karl Barth, Instantes

“Me complazco en tu ley” (Salmo 119.77)

El mandato de Dios se distingue de todos los demás mandatos en que es una autorización: la concesión de una libertad determinada. Todos los demás mandatos suponen que al ser humano se le impone -por no decir que se le fuerza- desde algún lugar; y la cosa es aún peor cuando es él mismo quien empieza a imponerse mandatos. Todos ellos expresan desconfianza con respecto al ser humano: sería peligroso dejarlo libre; seguro que utilizaría mal la libertad. Le infunden miedo desde todas partes. Con este miedo le abordan; este miedo le inspiran; en este miedo lo mantienen. Su acto de mandar es esencialmente una prohibición, la denegación de toda autorización posible.
El mandato de Dios pone al ser humano en libertad. El mandato de Dios autoriza. Así y no de otro modo manda. Aun cuando los mandatos de Dios y los demás mandatos hagan lo mismo, no es en absoluto lo mismo. El mandato de Dios no coaccionará al ser humano, sino que hará saltar por los aires las actividades coactivas bajo cuya égida ha vivido éste. No le saldrá al encuentro con desconfianza, sino con confianza. No apelará a su miedo, sino a su coraje, y será coraje, no miedo, lo que le infunda.
Esto es así porque el mandato es la forma que adopta la gracia de Dios: el yugo suave y la carga ligera que hemos de tomar sobre nosotros entraña absolutamente nuestro refrescamiento. Esa gracia nos dispensa Dios al darnos su mandato.

***

EL PENSAMIENTO DE RUBÉN JARAMILLO
Raúl Macín

Compañeros, —decía con voz grave y pausada el líder más noble que han tenido los campesinos del estado de Morelos desde la muerte de Emiliano Zapata—, algunos de ustedes son testigos de cómo en este lugar, hace veinticinco años, cuando creímos necesario disolver nuestro grupo yo les confesé que no creía en el triunfo de la revolución, que por el contrario el movimiento iba para abajo, y les pedí que guardaran sus armas en algún lugar de donde pudieran tomarlas si se hacía necesario regresar a la ‘bola’. Pues bien, los he llamado para decirles que lo que en 1918 no era más que una pura corazonada, hoy se ha convertido en una triste realidad. Nos vemos obligados a luchar otra vez por la tierra y por la libertad. El gobierno no hace caso de nuestras quejas y ayuda y protege a los explotadores del pueblo. A mí, todos pueden dar fe de esto, me han llamado chismoso y busca pleitos, todo porque nunca he aceptado sobornos ni me he aliado con ellos en sus cochinadas.

En una ocasión le preguntaron a Rubén Jaramillo si no le tenía miedo a la muerte, y éste contestó, mire, y no pierda el hilo a lo que le voy a decir porque no sé si seré capaz de repetirlo. Cuando uno se da cuenta de que hay hombres que en el nombre de la justicia se burlan de la justicia, y que hay otros que olvidando su origen humilde se dedican a explotar a los humildes como si les tuvieran odio, como si quisieran vengarse por el hecho de haber nacido ellos en cuna pobre. Cuando uno es testigo de que las mejores tierras en este estado en el que cada año se dizque honra la memoria de Zapata se entregan a turistas y a extranjeros viciosos. Cuando uno ve todo eso y muchas otras cosas más, y decide luchar para que dicha situación termine, la vida ya no nos pertenece, ha sido consagrada a la causa, y entonces la muerte deja de preocuparnos, deja de tener poder sobre nosotros. En otras palabras, sabemos que vamos a morir porque nunca nos perdonarían el que hoy nos hayamos levantado en armas, pero nuestra muerte va a producir vida. Por cada Jaramillo que muera, van a nacer muchos más y la lucha continuará hasta que el día de la victoria llegue.

Él, —Jaramillo—, decía que era metodista, de la Iglesia Metodista, y ya no soy predicador aun cuando me gusta mucho predicar, sobre todo a los jóvenes. Es algo de lo que más voy a extrañar ahora que andemos de un lugar a otro, la escuela dominical y los estudios bíblicos. En la iglesia he aprendido mucho por lo que nunca dejaré de serle fiel, aun cuando sé que muchos hermanos me van a condenar y le van a hacer el juego al gobierno llamándome bandolero, asaltante y traidor al cristianismo.

Afirmaba que la justicia y el amor no tienen religión. Uno puede ser muy religioso pero si no tiene amor y si no lucha por la justicia de nada le sirve y la gente no va a confiar en uno. A mí me siguen no porque sea metodista o cristiano, sino porque siempre me han visto luchar a favor de los pobres desde que tenía 15 años y me uní a las fuerzas de mi general Zapata. Me siguen porque la religión no me ha hecho olvidar que soy hombre y que soy campesino, sino que por el contrario, conforme más pienso en el ministerio de Cristo más hombre me siento y más orgulloso estoy de la clase en la que me he formado.

Jaramillo comentaba a sus tropas que los dos más grandes enemigos, en la tierra de Morelos, de los hombres del campo, aparte de la gente del gobierno, son los alacranes y el alcohol. Pos yo —dijo alguien—, prefiero enfrentarme al alcohol en lugar de los federales. Yo por eso bebo —dijo otro—, pa acabar con el enemigo.

En una ocasión pidió a un joven combatiente que les dirigiera unas palabras en alusión a Dios y que le pidiera que los ayudara y no los dejara solos en la lucha. Esto fue lo que dijo el joven: Señor, con todo corazón te pedimos que nos ayudes a darles su merecido a los cabrones que han ensuciado esta tierra con sus ambiciones y disputas. No nos dejes solos, pues yo sé que estás tan enojado con ellos como lo estamos nosotros. Te lo pido en nombre de Cristo que murió por los pobres. Amén.

Tenía una visión social de las cosas, era un hombre político y ético, formado al fragor de los combates y de los hechos. Por lo que no le gustaba decir insultos a las autoridades, aun cuando reconocía que se lo merecían, sino de convencer al pueblo de que luchaba por él, y de que la justicia está del lado de la clase campesina. Insultar es fácil, pero al pueblo no se le engaña, al pueblo para servirlo de verdad hay que convencerlo de que se es sincero y hay que ponerse al frente de todas las acciones. Para él era la falla de todos los dizque líderes campesinos que cuando llegan a tener más de lo que están acostumbrados a tener se olvidan de su origen, se visten de trajes de casimir y se bañan con agua perfumada.

En México hay una historia que todavía no está escrita, y que no es la que presentan los jilgueros y demagogos oficiales, sino la del México que aún se busca, que aún clama por justicia, el que tiene hambre y sed de revolución.

En otra ocasión cuando aceptó dialogar con una comisión del gobierno que pretendía que dejara las armas, en respuesta a Cruz Nava, de que estaba cometiendo un error del cual se iba a arrepentir cuando ya fuera muy tarde, respondió: El único error del que sería capaz de arrepentirme sería el de dejar solo al pueblo en su lucha. El de olvidarme de mi origen, el de traicionar la confianza que en mí tienen, el de aceptar la vida fácil y cómoda que ustedes me ofrecen a nombre del general Lázaro Cárdenas y del gobierno y despreciar a los de mi clase que padecen y que se mueren y a quienes los traidores explotan todos los días. Se bien que me juego la vida, pero también sé que considero todo sacrificio en bien del pueblo como un privilegio. Hace unos momentos me recordaban el hecho de que soy cristiano, y lo soy, nunca lo he negado, y es precisamente el sacrificio de Cristo el que me mueve. No es el bienestar, ni las promesas de prosperidad, lo que cautiva del evangelio, sino su amor por el hombre y su llamado al sacrificio. Desde el principio mismo de nuestro movimiento les dije a mis hombres que yo creo firmemente en que es necesario que el grano muera para que el fruto venga, y que le doy gracias a Dios porque me ha permitido la satisfacción de ser grano y no fruto. Y ahora ya pueden irse porque sé que el ejército viene detrás de ustedes y no quiero que me sorprendan. —Te equivocas Rubén- se apresuró en decir Antonio-, el ejército no va a venir. Nos dieron su palabra de que no nos seguirían. El general prometió incluso darte unos salvoconductos en caso de que aceptaras nuestros términos.

—Mira hermano— contestó Rubén con parsimonia-, soy cristiano pero no soy ni ingenuo ni […]. Las promesas del ejército valen lo que vale una mentira. El ejército mexicano es el ejército de una clase: la de los ricos, y está adiestrado para matar, engañar y despreciar a los suyos. Cuando un general promete una cosa hay que creer exactamente lo contrario. Los soldados están muy bien disciplinados y obedecen a quien les paga aun cuando les ordenan matar a sus hermanos, porque nadie desconoce que casi todos los miembros del ejército que no son oficiales son campesinos que en él encuentran refugio y un alivio a su espantosa miseria. Se dice que el ejército es el defensor de nuestras instituciones y como los que dicen esto son los oligarcas que nos gobiernan, debemos entender que lo que en realidad defiende el ejército son las instituciones que conviene a la oligarquía sostener, o dicho en otras palabras, los intereses del grupo en el poder que explota vilmente a los obreros y a los campesinos mexicanos, y no hablo de la clase media porque me parece que una clase que se conforma a ser explotada y que aplaude a sus explotadores no vale la pena preocuparse por ella.

Cuando a su persona acudió un joven ministro para preguntarle cuestiones acerca de Dios, de la religión y de su actuar. Esto fue lo que respondió Jaramillo: Desde luego que reconozco eso, es más, lo supe desde el principio. Nunca me hice la ilusión de que los evangélicos mexicanos comprendieran siquiera la razón de ser de mi rebeldía y de la decisión que tuve que tomar. Nunca he tenido conflictos por si estoy cometiendo pecados o no, considero que el peor de los pecados es el del conformismo, el de soportar en nombre de una resignación cristiana los atropellos, los crímenes y la maldad de la clase opresora. Entonces, ¿eso quiere decir que a los que no actúan como usted los considera pecadores? —No, no, mil veces no. En primer lugar yo no soy nadie para juzgar a los demás, y en segundo reconozco que hay dos clases de personas no comprometidas con nuestra causa: una, la de los que no se comprometen porque piensan sinceramente en que la violencia no es el camino a seguir, y la otra, la de los que por cobardía o por proteger lo que para ellos representa el interés por excelencia no únicamente no se comprometen con la lucha sino que se oponen abiertamente a ella; y es a éstos últimos a quienes sí me atrevo a decir que son pecadores porque se están oponiendo por egoísmo y por ambición a la voluntad de Dios. […]



Rubén Jaramillo, profeta olvidado. México, Diógenes, 1984

www.stunam.org.mx/8prensa/cuadernillos/cuaderno11.htm

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