La Palabra (Hispanoamérica)
1o Convenía, en efecto, que Dios,
que es origen y fin de todas las cosas y que
quiere conducir a una multitud de hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio
del sufrimiento a quien tenía que encabezar la salvación de los demás. 11
Y es que santificador y santificados proceden de uno mismo. Por esta razón el
santificador no tiene a menos llamarlos hermanos, 12 cuando dice:
“Anunciaré tu nombre a tus hermanos,/ en medio de la asamblea te alabaré”. 13
Y en otro lugar: “Yo pondré en él mi confianza”. Y también: “Aquí estoy yo con
los hijos/ que Dios me ha dado.
14 Y lo mismo que los hijos comparten una misma carne y
sangre, también Jesús las compartió para poder así, con su muerte, reducir a la
impotencia al que tiene poder para matar, es decir, al diablo, 15 y liberar
a quienes el miedo a la muerte ha mantenido de por vida bajo el yugo de la
esclavitud. 16 Porque no es a los ángeles, sino a la descendencia de
Abrahán a quien vino a tender una mano. 17 Por eso tenía que ser en
todo semejante a los hermanos, ya que de otra manera no podría ser un sacerdote
compasivo y fiel en las cosas que se refieren a Dios, ni podría obtener el
perdón de los pecados del pueblo. 18
Precisamente porque él mismo fue puesto a prueba y soportó el sufrimiento,
puede ahora ayudar a quienes están siendo probados. [...]
5.1 En efecto, todo sumo sacerdote es alguien escogido entre los hombres para representar ante Dios a todos los demás, ofreciendo dones y sacrificios por los pecados. 2 Puesto que también él es presa de mil debilidades, está en disposición de ser compasivo con los ignorantes y extraviados, 3 y debe ofrecer sacrificios tanto por los pecados del pueblo como por los suyos propios. 4 Es esta, además, una dignidad que nadie puede hacer suya por propia iniciativa; sólo Dios es quien llama como llamó a Aarón. 5 Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo:
5.1 En efecto, todo sumo sacerdote es alguien escogido entre los hombres para representar ante Dios a todos los demás, ofreciendo dones y sacrificios por los pecados. 2 Puesto que también él es presa de mil debilidades, está en disposición de ser compasivo con los ignorantes y extraviados, 3 y debe ofrecer sacrificios tanto por los pecados del pueblo como por los suyos propios. 4 Es esta, además, una dignidad que nadie puede hacer suya por propia iniciativa; sólo Dios es quien llama como llamó a Aarón. 5 Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo:
Tú eres mi Hijo,
yo te he engendrado hoy.
yo te he engendrado hoy.
6 O como dice en otro lugar:
Tú eres sacerdote para siempre
según el rango de Melquisedec.
según el rango de Melquisedec.
7 Es el mismo Cristo, que durante su vida mortal oró y suplicó con fuerte clamor, acompañado de lágrimas, a quien podía liberarlo de la muerte; y ciertamente Dios lo escuchó en atención a su actitud de acatamiento. 8 Y aunque era Hijo, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta obedecer. 9 Alcanzada así la perfección, se ha convertido en fuente de salvación eterna para cuantos lo obedecen, 10 y ha sido proclamado por Dios sumo sacerdote según el rango de Melquisedec.
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