miércoles, 24 de diciembre de 2014

La encarnación divina: respuesta al clamor humano, L. Cervantes-O.

24 de diciembre, 2014

El pueblo que a oscuras caminaba
vio surgir una luz deslumbradora;
habitaban un país tenebroso
y una luz brillante los cubrió.
Isaías 9.1, La Palabra (Hispanoamérica)

María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en lo íntimo de su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria a Dios y alabándolo por lo que habían visto y oído, pues todo había sucedido tal y como se les había anunciado.
Lucas .2.19-20

Es perfectamente comprensible el interés prestado por los evangelistas al libro de Isaías debido a la sintonía que encontraron con sus esperanzas de cambio. La lectura cristiana de ese profeta, llevada al borde de la sobre-interpretación, fascinada por el tema de la luz, de la venida del Mesías y de la transformación del mundo en un espacio de paz y justicia, sigue siendo vigente para la actualidad, sobre todo ante los desalentadores acontecimientos recientes.[1] No por nada es el libro que “ha configurado el programa profético de Jesús”, en palabras de Severino Croatto,[2] quien también advierte: “La liberación y la salvación se proyectan al futuro. Simplemente, porque el presente es de sufrimiento. Pero la intervención de Yavé es esperada para la generación que recibe el texto. Conviene moderar la lectura escatológica de la esperanza, que se ha hecho tradicional. Nunca se espera la salvación para tiempos lejanos e indeterminados” (Idem). El contexto histórico de los capítulos 7, 9 y 11, de donde tradicionalmente se han extraído las citas “navideñas” más socorridas, es el telón de fondo en el que Isaías acomete una observación en profundidad y en el que encuentra motivos de preocupación y de esperanza:

a)    Había una guerra entre Israel y Siria contra Judá (7.1). De ahí brota la promesa del nacimiento de Emmanuel, la figura del niño que encarnaría la presencia directa de Dios para la nación y presagiará la superación de la alianza militar. Las palabras de 7.17 son consoladoras en extremo: “Pero el Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre tu dinastía días como no los ha habido desde que Efraín se separó de Judá”. De hecho, la sección de Is 6.1-9.6, es considerada como el Libro de Emmanuel.[3]
b)    En el cap. 9 se describe una situación oscura con una visión política sumamente crítica fruto de un análisis minucioso de los acontecimientos del momento previamente al anuncio del nacimiento del niño lleno de virtudes que simbolizará la recuperación de la fuerza de Judá. “Para aumentar el señorío/ con una paz sin fronteras/ sobre el trono de David;/ lo asentará en todo su territorio/ con seguridad y firmeza,/ con justicia y con derecho,/ desde ahora y para siempre” (9.6a).
c)        En el 11 se anticipa un reino mesiánico de paz, negación total de las circunstancias del momento, dominadas por un belicismo incontrolable. Se habla de un “renuevo” del ronco de Jesé, muestra de la enorme añoranza por un monarca davídico fiel al legado ideal antiguo de justicia y sabiduría: “El espíritu del Señor en él reposará:/ espíritu de inteligencia y sabiduría,/ espíritu de consejo y de valor,/ espíritu de conocimiento y de respeto al Señor” (11.2).

     Más allá de estos ambientes convulsos, pero no ajenos a la época en que vivieron, los evangelistas retomaron el lenguaje de esperanza y el simbolismo de la niñez, la paz y los anhelos de justicia para vaciar en sus textos todo lo positivo que vislumbró el profeta. Lucas, particularmente, puso el énfasis en lo que subrayaban las comunidades cristianas iniciales. Gabriel, el mensajero, lo cita al referirse al destino supremo de Jesús: “Un hijo que será grande, será Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le entregará el trono de su antepasado David…” (Lc 1.32; Is 9.6). El encuentro entre el cielo y la tierra de Lucas 2 instala la continuidad y realización de la historia de la salvación en medio de un mundo plagado de conflictos. La familiaridad con que el pasaje presenta a los pastores y a los ángeles simultáneamente afirma la intensidad con que Dios viene para modificar el curso de la historia material, humana, y hacerse ver como motivo de esperanza.

         La famosa afirmación “¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que gozan de su favor!” (2.14) es el resumen del plan divino e instala la posibilidad real del Shalom, del bienestar genuino y total para todos/as. “Para Lucas, la fe que reconoce las intervenciones de Dios puede conducir a dos reacciones: la alabanza en alta voz o la meditación silenciosa, como la de María. ‘Lucas sitúa así en la experiencia de los pastores y de María las dimensiones de la experiencia cristiana de los creyentes: la escucha de la palabra de Dios, el encuentro con el acontecimiento-signo, la profundización eclesial o comunitaria y la transmisión de esta experiencia a otros creyentes’”.[4] La vida de los protagonistas cambió radicalmente y fue introducida irreversiblemente al ámbito de las acciones divinas concretas a favor suyo. Ésa fue la respuesta de Dios a su pueblo que clamaba por salvación y liberación, pues el nacimiento de ese niño abrió las puertas hacia un sendero de paz y redención que seguiría desarrollándose en el mundo.




[1] Cf. C. Martínez García, “Isaías, el profeta de la Navidad”, en La Jornada, 24 de diciembre de 2014, www.jornada.unam.mx/2014/12/24/opinion/018a2pol.
[2] J.S. Croatto, “Composición y querigma del libro de Isaías”, en RIBLA, núm. 35-36, http://www.claiweb.org/ribla/ribla35-36/compisicion%20y%20querigma.html.
[3] Jesús M. Asurmendi, Isaías 1-39. Estella, Verbo Divino, 1981 (Cuadernos bíblicos, 23), p. 12.
[4] Yves Saoût, Evangelio de Jesucristo según san Lucas. Estella, Verbo Divino, 2006 (Cuadernos bíblicos, 137), pp. 18-19. La cita corresponde a S. Gutiérrez Rico, Praxis et herméneutique dans l'évangile de Luc. Tesis de la UniversIdad de Estrasburgo, 1999, p. 125.

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