7 de diciembre,
2014
Mira,
si no, a Elisabet, tu parienta: también ella va a tener un hijo en su
ancianidad; la que consideraban estéril, está ya de seis meses, porque para
Dios no hay nada imposible. María dijo: —Yo soy la esclava del Señor. Que él
haga conmigo como dices. Lucas
1.36-38, La Palabra (Hispanoamérica)
María de Nazaret y el anciano Simeón son modelos de una práctica de la
oración que se inserta decididamente en la llamada “historia de la salvación”. El
evangelista Lucas los construye como personajes fundamentales que participan en
el drama de esta historia, ciertamente en diferentes niveles, puesto que ella
es protagonista central de la misma, pero como parte de un mensaje relacionado
con la presencia de Dios en la vida cotidiana de los creyentes para hacer visible
su proyecto en el mundo. Como practicantes de la oración, ambos aparecen en el
relato lucano surgiendo desde un anonimato y una cotidianidad que superarán al
integrarse al cuadro principal de los acontecimientos que hoy llamamos de
Adviento o “navideños”. Por ello es importante hablar de “historia de salvación”,
en el sentido de que ese enorme proceso puesto en marcha por el propio Dios y
sostenido contra viento y marea incluyó (y sigue incluyendo hoy) a personas que
quizá puedan no estar suficientemente conscientes de su papel o función en tal
historia, pero que sin ellos/as no podría realizarse a plenitud.
Ahora que ha fallecido Vicente Leñero, uno de los grandes intérpretes y adaptadores
del evangelio de Lucas, estas observaciones cobran una mayor dimensión
literaria, religiosa y teológica, dado que un esfuerzo de esas dimensiones, y
en la época en que fue publicado El
evangelio de Lucas Gavilán (1979), trató de hacer visible la cotidianidad
del Evangelio de Jesucristo mediante la inculturación y la encarnación de los
personajes en el ámbito mexicano, atravesando las difíciles aduanas del
lenguaje y la mentalidad católica tradicional.[1]
“Estos cristianismos liberacionistas son populares no en el sentido de que
enarbolen y prediquen rasgos propios del catolicismo popular como la veneración
a los santos, son populares porque generan su reflexión teológica a partir de
una praxis que nace entre el pueblo”.[2]
Así, es posible ponerle apellido a los demasiado conocidos personajes del
Evangelio, empezando por Jesucristo mismo, que será Gómez, María se apellidará
David, por supuesto, Zacarías, llevará el Bautista obligatorio, el ángel
Gabriel, será doña Gabi, Simeón es Simeón Terrones, Juan el Bautista se
expresará en el lenguaje coloquial más crudo, y así por el estilo... No es
casualidad tampoco que la orientación teológica de Leñero haya sido guiada por
el pensamiento de la liberación, en un momento en que la conciencia cristiana
estaba siendo sacudida (igual que siempre) por acontecimientos esperanzadores
(como la Revolución Sandinista) en medio de las dificultades políticas
endémicas en América Latina.
María y Simeón pertenecen, en sentido estricto, al pueblo pobre,
humillado y ofendido de siempre. Desde su anonimato creyente se van a encontrar
impensadamente en el ojo del huracán, en el centro mismo de los acontecimientos
cruciales de la historia de la salvación, tal como venía anunciándose desde
antaño. Su trasfondo religioso y espiritual es expuesto por el evangelista que
mejor dominaba el griego, el idioma predominante de la cultura de su tiempo,
mediante un esfuerzo de investigación notable. Ambos van a incorporarse a la
historia de la salvación porque cumplen con varias condiciones:
a)
pertenecen al Israel verdadero, es decir, al pueblo
que esperaba en las promesas de Dios;
b)
no comulgan necesariamente con la religiosidad
oficial, impuesta por las elites cooptadas y sometidas por el Imperio Romano;
c)
responden
afirmativamente y con una enorme disposición a las manifestaciones que Dios va
a hacer presentes en el momento;
d)
Participan de una espiritualidad profética, asentada
en la tradición más auténtica de su pueblo, sin intermediarios indeseables y,
por lo tanto, digna de crédito; y
e)
interpretan los
signos de los tiempos en la experiencia inmediata que les corresponde vivir,
conectándola con los grandes acontecimientos de la historia de salvación a la
que Dios los introduce, inopinadamente.
La forma en que ellos asumen esta participación parte, innegablemente,
de la práctica de una oración que dejará escuela en el pueblo de Dios de todas
las épocas y constituye el núcleo de una “épica popular” que los colocará en el
centro de los planes divinos al provenir de los márgenes sociales y religiosos,
algo que estaba anunciado por los profetas y que comenzaría a cumplirse en el
periodo que hoy denominamos “Adviento”, esto es, la etapa de preparación y
espera de la manifestación gloriosa de la luz divina en el nacimiento de Jesús
de Nazaret.
[1] Un fragmento de esta novela (el
correspondiente al cap. 26.23-49 del evangelio lucano) se publicó en la revista
Vuelta, de Octavio Paz, un tanto a
disgusto, pues un relato de esas características no encajaba del todo en la
línea editorial ni ideológica de esa publicación. Cf. V. Leñero, “El evangelio
de Lucas Gavilán. Paráfrasis del evangelio de San Lucas”, en Vuelta, núm. 31, julio de 1979, pp.
25-26, www.letraslibres.com/sites/default/files/pdfs_articulos/Vuelta-Vol3_31_06EvLucGVL.pdf.
Cf. V. Leñero, “La etiqueta de escritor católico”, en La Jornada Semanal, 18 de enero de 1998, www.jornada.unam.mx/1998/01/18/sem-vicente.html. Leñero
cuenta allí la resistencia de Paz y Enrique Krauze para publicar dicho
fragmento; y J. Sicilia, “Vicente
Leñero, mi amigo”, en El Diario de
Coahuila, 7 de diciembre de 2014, www.eldiariodecoahuila.com.mx/notas/2014/12/7/vicente-lenero-amigo-470876.asp.
[2] Samuel Lagunas Cerda, El hombre en el camino: análisis e
interpretación de El evangelio de Lucas Gavilán. Tesis de licenciatura en
Lengua y Literaturas Hispánicas, México, UNAM-FFL, 2012, p. 27.
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