domingo, 14 de diciembre de 2014

Las raíces de la oración y el cántico de María de Nazaret, L. Cervantes-O.

14 de diciembre, 2014

El Señor empobrece y enriquece,
rebaja y engrandece;
saca del lodo al miserable,
levanta de la basura al pobre
para sentarlo entre los príncipes
y adjudicarle un puesto de honor.
I Samuel 2.7-8, La Palabra (Hispanoamérica)

La figura de la virgen María de Nazaret sigue siendo muy polémica en el ámbito evangélico o protestante dadas las resistencias que existen hacia la veneración que ha recibido en el catolicismo. Cuesta mucho trabajo hablar de una “María protestante”.[1] En América Latina, y particularmente en México, su rescate como figura de fe o como modelo femenino atraviesa por singulares dificultades debido a los excesos causados por el culto guadalupano y su asociación con ella.[2] La llamada mariolatría católica, fruto de siglos de promoción religiosa, ha dado como resultado una serie de advocaciones de María por todas partes del continente, alrededor de 21,[3] algo que no es ajeno tampoco en otras partes del mundo. A causa de tales prácticas, tal vez lo que menos se percibe de ella, a la luz del evangelio de Lucas, es su perfil profético ligado a la manera en que el relato la presenta y, sobre todo, por el contenido del cántico de Lc 1.46-55, el llamado Magnificat (traducción de la primera palabra del mismo: “Engrandece” o “Magnifica”), basado en su totalidad en el de Ana, tal como aparece en I Samuel 2.1-10.
Estrictamente hablando, nos encontramos ante la relectura de un pasaje histórico de la Biblia Hebrea en otra época de la historia del pueblo de Dios, precisamente aquella en que es objeto de una nueva invasión y sometimiento por parte de una potencia extranjera, el Imperio Romano. Ese contexto le otorga al cántico y a la oración de María enormes paralelismo y referencias con su modelo de origen, Ana, la madre del juez y profeta Samuel. Lo que salta a la vista es la enjundia con que María asume su papel dentro de lo que se conoce como “historia de la salvación”, pues más allá de los estereotipos promovidos por el catolicismo, ella representa una etapa fundamental del caminar de fe de las comunidades que esperaban la venida de un mesías que viniera a arreglar el estado de cosas imperante. Si Ana experimentó una vida de marginación y aislamiento hasta el momento en que tuvo a su hijo, María es escogida por el Espíritu para procrear al Mesías e Hijo de Dios en el mundo sin relación alguna con un hombre, pues apenas estaba comprometida con su futuro esposo.
La estructura del cántico muestra las líneas dominantes de un pensamiento reivindicativo, hoy diríamos capaz de empoderar a las personas de la más baja escala social como parte de un proyecto divino manifestado en la historia de un pueblo que aún no conocía los excesos del poder monárquico. Como parte de la agonizante etapa de los jueces, representa también el esfuerzo popular por acceder a los beneficios de la acción de Dios, a contracorriente de las intenciones de las clases dominantes por controlar incluso las esperanzas religiosa de las clases subalternas. “El Magníficat hace eco al cántico de Ana, madre de Samuel (1Sam 2, 1-10), cuyo tema principal es la inversión de los valores como signo de la obra de Dios. Nos presenta a un Dios que acaba con la situación de todos los que se toman por dioses y no cesan de oprimir a su prójimo”.[4]
Así es posible entender la manera en que Ana, y posteriormente María, se coloca en continuidad directa con las acciones liberadoras de Dios. María se ubica líricamente a sí misma en la nueva situación (“Todo mi ser ensalza al Señor./ Mi corazón está lleno de alegría/ a causa de Dios, mi Salvador,/ porque ha puesto sus ojos en mí/ que soy su humilde esclava./ De ahora en adelante/ todos me llamarán feliz,/ pues ha hecho maravillas conmigo/ aquel que es todopoderoso,/ aquel cuyo nombre es santo/ y que siempre tiene misericordia/ de aquellos que le honran”, Lc 1.47-50) y de inmediato asume las palabras de Ana. Los paralelismos son claros:

a)       Ana y María miran el mundo con los ojos de Dios por sus acciones reivindicadoras en la historia y en ellas mismas: “Los hartos se alquilan por pan/ y los hambrientos se sacian:/ la mujer estéril da a luz siete hijos/ y la madre fecunda se marchita” (I S 2.5).
b)      Comparten una visión profética: “Con la fuerza de su brazo/ destruyó los planes de los soberbios./ Derribó a los poderosos de sus tronos/ y encumbró a los humildes./ Llenó de bienes a los hambrientos/ y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1.51-53).
c)                Ambos cánticos promueven la liberación social: “El Señor empobrece y enriquece,/ rebaja y engrandece;/ saca del lodo al miserable,/ levanta de la basura al pobre/ para sentarlo entre los príncipes/ y adjudicarle un puesto de honor.” (I S 2.7-8).

En suma, se podría afirmar que Ana y María son auténticas “teólogas de la liberación divina”, puesto que su conciencia religiosa y espiritual alcanzó a percibir los signos de los tiempos en donde Dios se estaba haciendo presente a favor de los más desfavorecidos/as de la historia.




[1] Cf. Wanda Deifelt, “María, ¿una santa protestante?”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 46, www.claiweb.org/ribla/ribla46/maria%20una%20santa%20protestante.html; y, en el ámbito católico, I. Gebara y M.C. L. Bingemer, María, mujer profética. Ensayo teológico a partir de la mujer y de América Latina. Madrid, Paulinas, 1988. Puede descargarse en: www.mercaba.org.
[2] Véase L. Cervantes-O., “México: guadalupanismo y protestantismo”, en Magacín, de Protestante Digital, España, 19 de diciembre de 2010, http://protestantedigital.com/magacin/10153/Mexico_Guadalupanismo_y_protestantismo. “…otro ‘factor bíblico’, poco conocido por el protestantismo, fue el uso criollo del Salmo 147 para legitimar la “deferencia” con que la Virgen trató al pueblo mexicano, basado en las palabras ‘…con ninguna nación obró así’ (Non fecit taliter omni nationi), con que cierra dicho salmo y que fueron proferidas por el papa Benedicto XIV al conocer la copia de la imagen guadalupana realizada por el notable pintor Miguel Cabrera. Desde 1681, este salmo fue colocado en el imaginario católico para formar parte de la liturgia, aun cuando se falseaba su contexto original”.
[3] Cf. Miguel Concha, “Significado teológico del culto católico a la Virgen María”, Revista de la Universidad de México, núm. 499, agosto de 1992, pp. 7-10: “Ahora bien, para distinguir o definir este culto a María, distinto del culto de latría que debe tributarse a Dios, y más excelente que el culto de dulía, que se tributa a los santos, se le llama hiperdulía. […]Aunque encumbrada por aquella vocación y privilegio tan singular, y su respuesta tan exquisitamente humilde y perfecta, según el pensamiento cristiano María no entra por ello en el orden de lo divino, ni el culto que se le tributa puede ser equiparable al que se le rinde a Dios. María sigue siendo plena y normalmente hija de nuestra raza, mujer ejemplar, humilde y fuerte, delicada y fiel, hasta el supremo heroísmo al pie de la Cruz” (pp. 8-9).
[4] E. Hamel, “Justicia en la visión del Magnificat”, en www.mercaba.org/DicTF/TF_justicia_magnificat.htm.

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