SEGUIMIENTO
Karl Barth
Instantes. Santander, Sal
Terrae, 2005, p. 83.
“Jesús le dijo: ‘¡Sígueme!’” (Mateo 9.9)
Para esta persona constituye una auténtica gracia tener que hacer algo
que la propia gracia que le ha sobrevenido pretende. Precisamente porque el
mandato de Jesús es la forma de la gracia que le sobreviene concretamente a la persona,
dicho mandamiento le llega también con la soberanía de la gracia, de la que
nadie es digno, que nadie puede escoger, frente a la que nadie puede tampoco
tener ningún tipo de reservas.
La llamada al seguimiento vincula a la
persona con aquel que le llama. Así, el seguimiento no es la adopción de un
programa, de un ideal, ni el intento de realizarlo. Jesús exige algo. Exige
confianza en él. El seguimiento tiene su origen en la fe, para pasar
inmediatamente a existir por el hecho de la obediencia prestada a Jesús. La
llamada al seguimiento es siempre un llamamiento a dar un determinado primer
paso en la fe. Para él, la llamada significa en cualquier caso: ¡Fuera!, ¡sal
de la concha de todo aquello que hasta hace tan sólo un momento te parecía
evidente, útil, posible y con futuro! Sal de la concha de un movimiento
puramente interior con el que, de hecho, todavía no haces más que mariposear
con meras conjeturas. La llamada al seguimiento produce una ruptura. Con esa
llamada se revela el reino de Dios: la revolución de Dios llevada ya a cabo en
la existencia del hombre Jesús. La persona a la que Jesús llama tiene que corresponder
a su revelación con su manera de actuar. Perdería su alma precisamente si no
advirtiera la responsabilidad pública que asume al hacerse discípulo de Jesús.
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CURSO: PRIMEROS CREDOS DEL NUEVO TESTAMENTO
ENERO-JUNIO DE 2015
Y
perseveraban en la doctrina [didajé ton apostólon] de los apóstoles…
Hechos 2.42a
Si, pues,
tus labios confiesan [jomolegeses] que Jesús es el Señor y crees en tu
interior que Dios lo hizo resucitar triunfante de la muerte, serás salvado.
Romanos 10.9, La
Palabra (Hispanoamérica)
Así que,
hermanos, estad firmes, y retened la doctrina [paradóseis] que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.
II Tesalonicenses 2.15, RVR 1960
Introducción
1. El origen de los credos en el Nuevo Testamento
Quienes estuvieron cerca de Jesús, en ciertos
momentos de crisis, llegaron a una intensa claridad para responder algunas
preguntas. Por ejemplo, Jesús le preguntó a Pedro: “¿Quién dicen los demás que
soy yo?”. Pedro respondió: “Eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mt
16.15-16). San Pablo hizo breves resúmenes del significado de la vida, muerte y
resurrección de Cristo en I Corintios 15.3-4 y Romanos 1.3-4. Él insistió en la
confesión de estas verdades cristianas (Ro 10.9; I Co 12.3). Filipenses 2.11
contiene lo que quizá sea la confesión más antigua condensada en la frase:
“Jesucristo es el Señor”. Ese modelo de aceptación y afirmación común de la fe
sirvió para el desarrollo posterior de credos en los primeros siglos de la
iglesia.
El Nuevo
Testamento pone mucho énfasis en la recepción y transmisión de una doctrina que
obliga, tal como se aprecia en la repetida frase: “Primero y ante todo, les
transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por nuestros
pecados, conforme a lo anunciado en las Escrituras” (I Co 15.3; Cf. I Co
11.23a). Se trata de un cuerpo de doctrinas recibido de la comunidad.
En Judas v.
3 se habla de “la fe entregada antes a los santos”; luego, en el v. 20, de “su
fe santísima”, donde el término vuelve a tener el sentido de un cuerpo
doctrinal recibido. En las cartas pastorales se repiten frases como éstas:
· “modelo de palabras sanas” (II Tim 1.13),
· “la doctrina santa” (II Tim 4.3; Tito 1.9),
· “el depósito” y “el depósito santo” (I Tim
6.20; II Tim 1.14)
· “la fe”, en su sentido concreto (I Tim 1.19;
Tito 1.13) y
· “la sana doctrina” (I Tim 4.6)
Al autor de
la carta a los Hebreos le gusta aludir con frecuencia a “la profesión” (tes
jomologías) animando a sus lectores a permanecer fieles a ella cueste lo
que cueste (3.1; 4.14; 10.23). A propósito de la enseñanza de la doctrina, en
6.1-2 se refiere indudablemente a un
periodo elemental en la educación cristiana que implica la instrucción tanto
doctrinal como ética y sacramental:
En
consecuencia, demos por sabido lo que se refiere al abecé de la doctrina
cristiana y ocupémonos de lo que es propio de adultos. No es cuestión de volver
a insistir en cosas tan fundamentales como la renuncia a una vida de pecado, la
fe en Dios, la doctrina sobre los ritos bautismales, la imposición de las
manos, la resurrección de los muertos y el juicio que decidirá nuestro destino
eterno.
2. Perseverar en la doctrina recibida
I Juan
Un ejemplo importante sobre la insistencia en
la doctrina tradicional puede descubrirse en la primera carta de Juan. Comienza
con una frase difícil, donde emplea la expresión “la Palabra de vida” (tou
lógou tes zoes) (I Jn 1.1). Normalmente se ha interpretado como si pensara
en el Logos encarnado, pero se ha propuesto también que se piensa en el mensaje
de salvación anunciado por la iglesia. Para ello parte de la analogía con Fil
2.16 (“aferrándose a la palabra de vida”) y Hch 5.20 (“todas las palabras de
esta vida”).
A los ojos
de los cristianos no hay duda de que el Señor encarnado era la verdadera
Palabra de Dios, pero el Evangelio que proclamaba era la palabra que seguía manifestándose
en su persona y en sus acciones de salvación. Los lectores de Juan se veían
confrontados con caricaturas de cristianismo presentadas por los herejes, así
que lo que hace es llamar su atención sobre el mensaje puro y original
conservado en la iglesia, el mensaje que Él encarnaba. Esto le da pie para
animarlos a que sigan firmes en la doctrina que oyeron desde el principio: “En
cuanto a ustedes, permanezcan fieles al mensaje que oyeron desde el principio;
si lo hacen así, participarán de la vida del Padre y del Hijo” (I Jn 2.24).
Pablo
En II Tes 2.15 exhorta a “mantenerse firmes en
las tradiciones (paradóseis) aprendidas” (el último verbo indica que
pensaba en doctrinas). En Ro 6.17 habla explícitamente de “el modelo de
doctrina o enseñanza” (tupon didajés) al que habían sido encomendados. En
I Co 11.23 y 15.3 tenemos la misma fe, es decir, la misma idea de una tradición
recibida, tratándose en concreto de la Santa Cena y de la resurrección,
respectivamente. En Col 2.7 exhorta a “permanecer firmes en la fe tal y como la
han aprendido”.
Pablo
adoptó una postura estricta sobre el cuerpo doctrinal objetivo transmitido en
la iglesia con la garantía de la autoridad y la certeza teológica. Es en este
sentido que se puede hablar del credo de la iglesia original o inicial, no
porque estuvieran totalmente definidos los puntos doctrinales o porque se
expresaran detalladamente todos los aspectos básicos de la fe sino porque
apuntaron bien hacia un resumen de las verdades fundamentales del Evangelio
anunciado y vivido por Cristo, además de sus consecuencias para la existencia
humana del momento.
Adaptación de J.N.D. Kelly, Primitivos
credos cristianos. Salamanca,
Secretariado Trinitario, 1980 (Koinonía, 13),
pp. 21-25.
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JOHN KNOX Y LA DECLARACIÓN DE BARMEN, CAMINOS
AFINES (II)
Protestante Digital, 2 de enero de 2015
“Asegurando permanecer en una ‘cristiandad
positiva’, los ‘cristianos alemanes’ recriminaron al marxismo ateo, el Partido
de Centro Católico, una misión a los judíos, el matrimonio mixto entre judíos y
alemanes, el pacifismo, el internacionalismo y la masonería libre. Todo estaba
basado en la creencia de que ‘la raza, la nacionalidad y la nación [son]
órdenes de la vida concedidos y confiados por Dios’. El Movimiento
Cristiano Alemán representó un sincretismo de la fe cristiana y la ideología
nacional-socialista de Hitler”.
El Sínodo
de Barmen no calificó sus seis artículos como una confesión de fe sino como una
explicación teológica de la situación presente en la iglesia. Como afirmó
explícitamente: “No fue nuestra intención fundar una nueva iglesia o formar una
unión”. Por el contrario: “Precisamente debido a que queremos ser y permanecer
fieles a nuestras diversas confesiones, no podemos guardar silencio”. Por otro
lado, “Estamos unidos por la confesión del único Señor de la única, santa,
católica y apostólica iglesia” y “confesamos las siguientes verdades”. Así,
Barmen confesó su intención de declarar la correcta comprensión de las
confesiones de la Reforma en una situación concreta”. Otro de sus redactores, Hans
Asmussen (junto a Barth y Thomas Breit) expresó, en su discurso sobre la
Declaración: “Levantamos una protesta contra el mismo fenómeno que ha estado
preparando lentamente el camino para la devastación de la iglesia por más de
200 años. Porque sólo hay una relativa diferencia si —junto a la Sagrada
Escritura en la iglesia— se colocan los acontecimientos históricos o la razón,
la cultura, sentimientos estéticos, de progreso u otros poderes para imponerse
sobre la iglesia”. La relevancia de la Declaración, discutida en
diversos tonos y momentos la ha sintetizado Richard Andrew como sigue:
La
Declaración de Barmen ha llegado a simbolizar la liberación de la Iglesia para
oír el Evangelio. Es, como Carl Braaten lo describe, una proclamación
emancipatoria (Christian Dogmatics, vol. 1, p. 52). […] La Iglesia, con
invariable regularidad, ha comprometido su testimonio a través de alianzas
subrepticias y poco santas con agendas no teológicas. Barmen ha provisto un
paradigma para posteriores respuestas a situaciones de crisis. Desde la
resistencia que representó el nazismo y el rechazo de lealtad y adoración a
cualquier otro que no sea el Señor resucitado, la Declaración de Barmen ha
provisto inspiración a otras iglesias a través del mundo en la expresión
confesional de oposición a la opresión, al menos en el documento Kairós en el
cual los líderes de la Iglesia de Sudáfrica expresaron su oposición al
apartheid y, más recientemente, la declaración de los cristianos palestinos.
(LC-O)
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