sábado, 10 de enero de 2015

Letra 402, 11 de enero de 2015

SEGUIMIENTO
Karl Barth
Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 83.

“Jesús le dijo: ‘¡Sígueme!’” (Mateo 9.9)

Imágen utilizada con permiso de He QiPara esta persona constituye una auténtica gracia tener que hacer algo que la propia gracia que le ha sobrevenido pretende. Precisamente porque el mandato de Jesús es la forma de la gracia que le sobreviene concretamente a la persona, dicho mandamiento le llega también con la soberanía de la gracia, de la que nadie es digno, que nadie puede escoger, frente a la que nadie puede tampoco tener ningún tipo de reservas.

La llamada al seguimiento vincula a la persona con aquel que le llama. Así, el seguimiento no es la adopción de un programa, de un ideal, ni el intento de realizarlo. Jesús exige algo. Exige confianza en él. El seguimiento tiene su origen en la fe, para pasar inmediatamente a existir por el hecho de la obediencia prestada a Jesús. La llamada al seguimiento es siempre un llamamiento a dar un determinado primer paso en la fe. Para él, la llamada significa en cualquier caso: ¡Fuera!, ¡sal de la concha de todo aquello que hasta hace tan sólo un momento te parecía evidente, útil, posible y con futuro! Sal de la concha de un movimiento puramente interior con el que, de hecho, todavía no haces más que mariposear con meras conjeturas. La llamada al seguimiento produce una ruptura. Con esa llamada se revela el reino de Dios: la revolución de Dios llevada ya a cabo en la existencia del hombre Jesús. La persona a la que Jesús llama tiene que corresponder a su revelación con su manera de actuar. Perdería su alma precisamente si no advirtiera la responsabilidad pública que asume al hacerse discípulo de Jesús.
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CURSO: PRIMEROS CREDOS DEL NUEVO TESTAMENTO
ENERO-JUNIO DE 2015

Y perseveraban en la doctrina [didajé ton apostólon] de los apóstoles…
Hechos 2.42a

Si, pues, tus labios confiesan [jomolegeses] que Jesús es el Señor y crees en tu interior que Dios lo hizo resucitar triunfante de la muerte, serás salvado.
Romanos 10.9, La Palabra (Hispanoamérica)

Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina [paradóseis] que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.
II Tesalonicenses 2.15, RVR 1960

Introducción
1. El origen de los credos en el Nuevo Testamento
Quienes estuvieron cerca de Jesús, en ciertos momentos de crisis, llegaron a una intensa claridad para responder algunas preguntas. Por ejemplo, Jesús le preguntó a Pedro: “¿Quién dicen los demás que soy yo?”. Pedro respondió: “Eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16.15-16). San Pablo hizo breves resúmenes del significado de la vida, muerte y resurrección de Cristo en I Corintios 15.3-4 y Romanos 1.3-4. Él insistió en la confesión de estas verdades cristianas (Ro 10.9; I Co 12.3). Filipenses 2.11 contiene lo que quizá sea la confesión más antigua condensada en la frase: “Jesucristo es el Señor”. Ese modelo de aceptación y afirmación común de la fe sirvió para el desarrollo posterior de credos en los primeros siglos de la iglesia.
El Nuevo Testamento pone mucho énfasis en la recepción y transmisión de una doctrina que obliga, tal como se aprecia en la repetida frase: “Primero y ante todo, les transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a lo anunciado en las Escrituras” (I Co 15.3; Cf. I Co 11.23a). Se trata de un cuerpo de doctrinas recibido de la comunidad.
En Judas v. 3 se habla de “la fe entregada antes a los santos”; luego, en el v. 20, de “su fe santísima”, donde el término vuelve a tener el sentido de un cuerpo doctrinal recibido. En las cartas pastorales se repiten frases como éstas:

·      “modelo de palabras sanas” (II Tim 1.13),
·      “la doctrina santa” (II Tim 4.3; Tito 1.9),
·      “el depósito” y “el depósito santo” (I Tim 6.20; II Tim 1.14)
·      “la fe”, en su sentido concreto (I Tim 1.19; Tito 1.13) y
·      “la sana doctrina” (I Tim 4.6)

Al autor de la carta a los Hebreos le gusta aludir con frecuencia a “la profesión” (tes jomologías) animando a sus lectores a permanecer fieles a ella cueste lo que cueste (3.1; 4.14; 10.23). A propósito de la enseñanza de la doctrina, en 6.1-2  se refiere indudablemente a un periodo elemental en la educación cristiana que implica la instrucción tanto doctrinal como ética y sacramental:
En consecuencia, demos por sabido lo que se refiere al abecé de la doctrina cristiana y ocupémonos de lo que es propio de adultos. No es cuestión de volver a insistir en cosas tan fundamentales como la renuncia a una vida de pecado, la fe en Dios, la doctrina sobre los ritos bautismales, la imposición de las manos, la resurrección de los muertos y el juicio que decidirá nuestro destino eterno.

2. Perseverar en la doctrina recibida
I Juan
Un ejemplo importante sobre la insistencia en la doctrina tradicional puede descubrirse en la primera carta de Juan. Comienza con una frase difícil, donde emplea la expresión “la Palabra de vida” (tou lógou tes zoes) (I Jn 1.1). Normalmente se ha interpretado como si pensara en el Logos encarnado, pero se ha propuesto también que se piensa en el mensaje de salvación anunciado por la iglesia. Para ello parte de la analogía con Fil 2.16 (“aferrándose a la palabra de vida”) y Hch 5.20 (“todas las palabras de esta vida”).
A los ojos de los cristianos no hay duda de que el Señor encarnado era la verdadera Palabra de Dios, pero el Evangelio que proclamaba era la palabra que seguía manifestándose en su persona y en sus acciones de salvación. Los lectores de Juan se veían confrontados con caricaturas de cristianismo presentadas por los herejes, así que lo que hace es llamar su atención sobre el mensaje puro y original conservado en la iglesia, el mensaje que Él encarnaba. Esto le da pie para animarlos a que sigan firmes en la doctrina que oyeron desde el principio: “En cuanto a ustedes, permanezcan fieles al mensaje que oyeron desde el principio; si lo hacen así, participarán de la vida del Padre y del Hijo” (I Jn 2.24).

Pablo
En II Tes 2.15 exhorta a “mantenerse firmes en las tradiciones (paradóseis) aprendidas” (el último verbo indica que pensaba en doctrinas). En Ro 6.17 habla explícitamente de “el modelo de doctrina o enseñanza” (tupon didajés) al que habían sido encomendados. En I Co 11.23 y 15.3 tenemos la misma fe, es decir, la misma idea de una tradición recibida, tratándose en concreto de la Santa Cena y de la resurrección, respectivamente. En Col 2.7 exhorta a “permanecer firmes en la fe tal y como la han aprendido”.
Pablo adoptó una postura estricta sobre el cuerpo doctrinal objetivo transmitido en la iglesia con la garantía de la autoridad y la certeza teológica. Es en este sentido que se puede hablar del credo de la iglesia original o inicial, no porque estuvieran totalmente definidos los puntos doctrinales o porque se expresaran detalladamente todos los aspectos básicos de la fe sino porque apuntaron bien hacia un resumen de las verdades fundamentales del Evangelio anunciado y vivido por Cristo, además de sus consecuencias para la existencia humana del momento.

Adaptación de J.N.D. Kelly, Primitivos credos cristianos. Salamanca,
Secretariado Trinitario, 1980 (Koinonía, 13), pp. 21-25.
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JOHN KNOX Y LA DECLARACIÓN DE BARMEN, CAMINOS AFINES (II)
Protestante Digital, 2 de enero de 2015

“Asegurando permanecer en una ‘cristiandad positiva’, los ‘cristianos alemanes’ recriminaron al marxismo ateo, el Partido de Centro Católico, una misión a los judíos, el matrimonio mixto entre judíos y alemanes, el pacifismo, el internacionalismo y la masonería libre. Todo estaba basado en la creencia de que ‘la raza, la nacionalidad y la nación [son] órdenes de la vida concedidos y confiados por Dios’. El Movimiento Cristiano Alemán representó un sincretismo de la fe cristiana y la ideología nacional-socialista de Hitler”.

El Sínodo de Barmen no calificó sus seis artículos como una confesión de fe sino como una explicación teológica de la situación presente en la iglesia. Como afirmó explícitamente: “No fue nuestra intención fundar una nueva iglesia o formar una unión”. Por el contrario: “Precisamente debido a que queremos ser y permanecer fieles a nuestras diversas confesiones, no podemos guardar silencio”. Por otro lado, “Estamos unidos por la confesión del único Señor de la única, santa, católica y apostólica iglesia” y “confesamos las siguientes verdades”. Así, Barmen confesó su intención de declarar la correcta comprensión de las confesiones de la Reforma en una situación concreta”. Otro de sus redactores, Hans Asmussen (junto a Barth y Thomas Breit) expresó, en su discurso sobre la Declaración: “Levantamos una protesta contra el mismo fenómeno que ha estado preparando lentamente el camino para la devastación de la iglesia por más de 200 años. Porque sólo hay una relativa diferencia si —junto a la Sagrada Escritura en la iglesia— se colocan los acontecimientos históricos o la razón, la cultura, sentimientos estéticos, de progreso u otros poderes para imponerse sobre la iglesia”.  La relevancia de la Declaración, discutida en diversos tonos y momentos la ha sintetizado Richard Andrew como sigue:

La Declaración de Barmen ha llegado a simbolizar la liberación de la Iglesia para oír el Evangelio. Es, como Carl Braaten lo describe, una proclamación emancipatoria (Christian Dogmatics, vol. 1, p. 52). […] La Iglesia, con invariable regularidad, ha comprometido su testimonio a través de alianzas subrepticias y poco santas con agendas no teológicas. Barmen ha provisto un paradigma para posteriores respuestas a situaciones de crisis. Desde la resistencia que representó el nazismo y el rechazo de lealtad y adoración a cualquier otro que no sea el Señor resucitado, la Declaración de Barmen ha provisto inspiración a otras iglesias a través del mundo en la expresión confesional de oposición a la opresión, al menos en el documento Kairós en el cual los líderes de la Iglesia de Sudáfrica expresaron su oposición al apartheid y, más recientemente, la declaración de los cristianos palestinos.

(LC-O)

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