PONERSE EN PIE Y ANDAR
Karl Barth
Instantes.
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 85.
El paralítico se puso en pie y
andaba.
Hechos 3.8
A
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l cristiano —justamente la criatura que, ante todo, sabe que, en cuanto
tal criatura, no es más que polvo ante Dios— su fe —en la medida en que se
trate al menos de un mínimo fragmento de fe auténtica— le permite estar con Dios,
y no ya sometido a las inclemencias del acontecer del mundo, sino por encima de
todas ellas, porque precisamente él está con Dios como hijo de ese Padre, como
heredero de su gloria, ya aquí y ahora señor libre de todas las cosas. Ve
incluso donde no hay nada que ver.
Se ríe de las falsas visiones y
cosmovisiones, aun cuando éstas sigan teniendo un gran predicamento. Se pone en
pie y anda, aun cuando al prójimo y a él mismo les parezca caer en un abismo
sin fondo. Es animoso, paciente, alegre, incluso allí donde no sólo la
apariencia, sino la entera y sólida realidad del mundo se manifiesta contraria
a que tal cosa pueda ser. Él le hace frente, no con el espasmo artificial de un
esfuerzo religioso excesivo, sino porque, al poder creer, se hace primero
frente a sí mismo, y de ese modo está protegido de sí mismo y del mundo entero.
Al tener a su Señor, puede y debe resistir y ser Señor con él. De su “por eso”
se sigue, sin más, su “no obstante”; y lo que todavía le falta, lo que todavía
aguarda ardientemente, aunque sin preocupación, es ya sólo la manifestación de
su Señor como Señor también del acontecer del mundo, la manifestación de que
también su “no obstante” es un “por eso”. Esto significa vivir de su fe.
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RELATO HISTÓRICO DEL PROCESO DE FORMACIÓN DE LA CONGREGACIÓN “PRÍNCIPE
DE PAZ NORTE” 1990–1993 (I)
A.I. Hiram Palomino López
Aunque en
los anales históricos se menciona el primer domingo de enero de 1993 como la
fecha en que nos reunimos por primera vez como grupo, fue desde el año de 1990
que surgió la inquietud de iniciar un proyecto de crecimiento de la Iglesia
“Príncipe de Paz” propuesto por el Ministerio de Misiones dirigido por el A.I.
Hiram Palomino y que consistía en un plan para establecer cuatro congregaciones
en diferentes puntos de la ciudad. El Consistorio de la Iglesia acordó apoyar
lo que parecía más viable, el “Proyecto Culhuacán”, donde las autoridades del
Departamento del Distrito Federal, incluso, habían otorgado un terreno de más
de 1000 metros cuadrados, se habían adquirido 100 sillas y nos estábamos
reuniendo cada domingo por la tarde un promedio de 60 a 70 hermanos en el
domicilio del hermano José Luis Orozco en Villa Coapa, incluso, se realizó un
culto de inicio en el mismo terreno a donde asistió una gran cantidad de
miembros de la iglesia, compartiendo así mismo los alimentos en una gran
reunión de comunión fraternal.
Mientras
tanto, alternativamente al desarrollo de este plan, otro grupo de hermanos
radicados en el norte de la ciudad nos reuníamos semanalmente cada jueves en
nuestras casas para orar, pero fundamentalmente con el propósito de iniciar una
congregación en el norte del D.F. Así, nos reuníamos Jonathan Forcada con su
esposa Gloria, Daniel Soto y Eglantina, Vicky Apaza, Rafael Pineda con su
familia, las hermanas Sara y Pina Romero, Hiram Palomino y Ruth, el grupo fue
creciendo y fortaleciéndose con la presencia de Javier Díaz y Pili, Rubén Núñez
y Laurita, Samuel Hernández y Mati, y otros hermanos más. Nuestra oración
permanente era la solicitud a Dios que nos indicara el camino a seguir y que
fuera El quien orientara las acciones a seguir para realizar ese proyecto en el
norte de la ciudad.
El
proyecto en Culhuacán iba muy adelantado, se realizaron todas las gestiones
ante las autoridades de la delegación para obtener los servicios de
urbanización, drenaje, agua potable, electrificación, etcétera, y el día que se
presentaron las cuadrillas de trabajadores para iniciar los trabajos correspondientes
hubo una gran manifestación de inconformidad de los colonos que se opusieron a
esta obra la cual fue suspendida abandonando la iglesia este proyecto.
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LA MAYORDOMÍA DE LOS BIENES MATERIALES: UNA
EXPLORACIÓN EN LA ÉTICA REFORMADA (I)
C. René Padilla
La estrecha
relación entre la doctrina que se profesa y la ética que se practica es una
premisa fundamental de la fe cristiana. Juan Calvino lo expresa con meridiana
claridad en su excelente tratado sobre la vida cristiana, que forma parte del
libro III de su Institución: “El Evangelio no es doctrina de meras
palabras, sino de vida, y no se aprende únicamente con el entendimiento y la
memoria, como las otras ciencias, sino que debe poseerse con el alma, y
asentarse en lo profundo del corazón; de otra manera no se recibe como se debe
(III.vi.4 [p. 525])”.
Para
Calvino, como para los demás reformadores, la pureza de la doctrina era un
asunto de suma importancia, pero no como un fin en sí mismo sino como el
fundamento para una vida digna del Evangelio. La doctrina debía "poseerse
con el alma, y asentarse en lo profundo del corazón", a fin de dar fruto
en términos de santidad en la vida práctica. Y esta integración de la fe y la
conducta tenía que darse en todas las áreas de la vida, sin excepción.
"Evidentemente --decía Calvino-- es un punto trascendental saber que
estamos consagrados y dedicados a Dios, a fin de que ya no pensemos cosa
alguna, ni hablemos, meditemos o hagamos nada que no sea para su gloria; porque
no se pueden aplicar las cosas sagradas a usos profanos, sin hacer con ello
gran injuria a Dios" (III.vii.1 [p. 527]).
Con
miras a ilustrar la manera en que la teología reformada se ocupó en el pasado
de relacionar la enseñanza bíblica con la conducta práctica, en el presente
artículo exploramos un tema que mereció consideración cuidadosa por parte de
varios autores de esta tradición y que sigue siendo un tema de actualidad: la
mayordomía de los bienes materiales. Como afirmara el pastor Pierre Courthial,
la gran originalidad de la Reforma fue el no querer ser original sino buscar un
retorno a la Palabra de Dios (1967:30). Nuestro propósito es señalar, para
nuestro propio aleccionamiento, algunas de las líneas de reflexión ética que,
en torno al tema mencionado y a la luz de la enseñanza bíblica, se trazaron en
la tradición reformada en diálogo con el contexto histórico. Para ello
analizaremos la obra intitulada Riches Increased by Giving, escrita
por un pastor y autor puritano, Thomas Gouge (1605-1681). Nos ocuparemos de ella
por considerarla de mucha solidez bíblica y de gran actualidad para nuestro
tiempo.
Cabe
anotar que la situación en que vivió este destacado siervo de Dios, en la
Inglaterra del siglo 17, se caracterizó, entre otras cosas, por una profunda
desigualdad entre los ricos y los pobres. Mientras que los poderosos recibían
todo tipo de privilegios por parte de la corona, el costo de vida no guardaba
relación con la capacidad adquisitiva de los jornaleros y asalariados, y gran
parte de la población no encontraba manera de satisfacer sus necesidades
básicas (ver González 1982:63). En estas circunstancias Gouge se sintió
compelido a llamar al pueblo de Dios, en general, y a sus miembros más
pudientes, en particular, a una mayordomía responsable de los bienes materiales.
Para este propósito recurrió a las Escrituras y, a partir de ellas, forjó su
enseñanza de rico contenido ético y de gran pertinencia a su situación.
Martín Lutero y Juan Calvino: su
actitud frente a los bienes materiales
Un estudio
más amplio de nuestro tema tendría que dar cuenta de los antecedentes de la
enseñanza ética de Gouge en la historia del pensamiento reformado. Baste aquí
mencionar que tanto Lutero como Calvino mostraron una preocupación especial por
las cuestiones económicas y se esforzaron por entenderlas
a la luz de la Palabra de
Dios, en
función de la coherencia entre la doctrina y la vida práctica.
El
teólogo brasileño Ricardo W. Rieth, en su disertación doctoral para la
Universidad de Leipzig, ha investigado con detenimiento el pensamiento
económico de Lutero y ha mostrado cómo, a partir de las Escrituras, el
reformador alemán opuso la "ganancia" (con la connotación de
avaricia) a la fe, y el culto a Mamón a la adoración al Dios verdadero. En dos
artículos que resumen sus hallazgos, Rieth afirma:
La
"ganancia" asumió un significado central en el pensamiento teológico
de Lutero cuando, por un lado, la equiparó a la incredulidad. En este contexto,
comprendió la incredulidad en oposición a la fe como confianza en la ayuda de
Dios. Por otro lado, también identificó la "ganancia" con la idolatría
o el culto a las riquezas, en oposición a la verdadera adoración, al verdadero
culto a Dios... La "ganancia" destruye el principio básico por el
cual debe definirse la posición frente a las posesiones y al dinero en la
relación de cada uno consigo mismo y con los que lo rodean. Ese principio
básico para la inversión de las posesiones y el dinero, a su vez, es creado por
la fe y moldeado por el amor al prójimo. En consecuencia, la
"ganancia" para Lutero sólo podría combatirse a partir de la fe
(1993:161; 1994:73).
W.
Fred Graham, por su parte, ha mostrado de manera lúcida el carácter
revolucionario del pensamiento socioeconómico de Calvino en su contexto
histórico. Desde la perspectiva de este autor, "si hay algún tema central
en el pensamiento social y económico de Calvino, éste es que la riqueza viene
de Dios con el propósito de que se use para ayudar a nuestros hermanos. La
solidaridad de la comunidad humana es tal que es inexcusable que unos tengan
abundancia y otros estén en necesidad" (1978:68).
Tanto
en su predicación como en sus escritos, el célebre reformador arremetió en
múltiples oportunidades contra la explotación económica de los pobres por parte
de los ricos y puso en duda la genuinidad de la fe de los explotadores. A
manera de ejemplo, Graham cita la siguiente denuncia de los tales articulada
por Calvino desde el púlpito de St. Pierre en Ginebra:
Si
pudieran, [los ricos] reservarían el sol para ellos solos a fin de decir que
otros no tienen nada en común con ellos. Si pudieran, en efecto, ciertamente
cambiarían el orden de Dios y la naturaleza a fin de tragárselo todo. Y, sin
embargo, ¡qué cristianos! ¡Sí, lo son si uno quiere creérselo!
Según el
estudioso en mención, es claro que para Calvino los bienes materiales sólo
cumplen su función cuando se usan para el bien común, en conformidad con la ley
del amor, puesto que "el uso legítimo de todos estos bienes lleva consigo
comunicarlos amistosa y liberalmente con nuestro prójimo" (Institución III.vii.5
[p. 531]). La base para tal "comunicación" no es otra que la vocación
que Dios ha dado al hombre, a saber, la de su mayordomo en la creación:
“Ninguna regla más cierta ni más sólida podía imaginarse para mantener esta
comunicación, que cuando [la Escritura] nos dice que todos los bienes que
tenemos nos los ha dado Dios en depósito, y que los ha puesto en nuestras manos
con la condición de que usemos de ellos en beneficio de nuestros hermanos” (Ídem.).
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