1 de noviembre, 2015
Y oí una voz que decía: desde el cielo: —Escribe esto: “Dichosos
desde ahora los muertos que mueren en el Señor. El Espíritu mismo les asegura
el descanso de sus fatigas, por cuanto sus buenas obras los acompañan”.
Apocalipsis 14.13, La
Palabra (Hispanoamérica)
La relación vida-muerte-resurrección es una de las grandes aportaciones
del Nuevo Testamento al concepto bíblico de salvación. Gracias a la experiencia
de Jesús de Nazaret es posible vincularlas como parte de la dinámica
divino-humana que expresa sus elementos con toda claridad. En él, esa
experiencia se manifestó plenamente para asumir que, en efecto, al ser el
representante máximo de la vida de Dios, debía hacerla sentir incluso en los
espacios mortíferos, aquellos supuestamente dominados por el poder de la
muerte. Ésa es la enseñanza del propio texto bíblico al afirmar que el Señor descendió
a las profundidades (Efesios 4.9-10): “Esta expresión: Ascendió, ¿qué significa,
sino que El también había descendido a las profundidades de la tierra? El que
descendió es también el mismo que ascendió mucho más arriba de todos los cielos,
para poder llenarlo todo”.) y predicó a los muertos (I Pedro 3.18b-19: “…muerto
en la carne pero vivificado en el espíritu; en el cual también fue y predicó a
los espíritus encarcelados”), de donde procede la afirmación del Credo
apóstólico: “Descendió a los infiernos”, entendiéndola como la proclamación de
la victoria de Dios sobre cualquier manifestación de la muerte en cualquier
parte del cosmos. Quizá la literatura juanina fue la que mejor captó el
espíritu de esa dinámica y la proyectó en los texctos que ahora podemos
aprovechar.
Recurrir al Apocalipsis para hablar del triunfo de la vida de Dios en el
mundo sobre los innumerables proyectos de muerte es una necesidad en estos
tiempos de angustia e inseguridad. Ese libro no fue escrito sólo como un
tratado de escatología realizada, ni para atemorizar a nadie sino más bien para
alentar la fe y la esperanza de quienes, sintiéndose duramente amenazados por
los poderes perseguidores y sanguinarios encontraron en la fe cristiana una vía
de resistencia y esperanza. No de otra manera puede interpretarse la bellísima
imagen del río de la vida que rescata los aires edénicos del Paraíso original para
asomarse a la hermosa realidad de un Paraíso recobrado (22.1-2), tal como lo
soñó el poeta puritano inglés John Milton. El binomio vida-muerte es una
constante muy interesante en el Apocalipsis. Sobre la primera hay alrededor de
22 expresiones y sobre la segunda, 21, lo que manifiesta la estrecha relación
que guardan al momento de concentrar los aspectos más relevantes de la
esperanza que se deseaba transmitir y compartir con las comunidades sometidas y
perseguidas por causa de su fe.
La liberación de la muerte es uno de los mayores componentes de la
salvación (1.5b) porque el Redentor posee las llaves del abismo y de la muerte
(1.18). Los vencedores mediante la fe en Cristo comerán “del árbol de la vida que
está en el paraíso de Dios” (2.7) lo mismo que la corona de vida (2.10), además
de que sus nombres aparecerán en el libro de la vida (3.5; 13.8; 21.27). El
Señor vengará su muerte física (6.10) y a pesar del odio y el crimen del que
son objeto, esos mártires recuperarán la vida gloriosamente para afirmar la
superioridad del Señor que los ha redimido (20.4). Los sedientos recibirán
gratuitamente el agua de la vida (21.6; 22.17), otro símbolo del triunfo de la
biofilia divina. El árbol de la vida, el mismo del Génesis (22.2, 14)
representa la recuperación total de una existencia mancillada por los proyectos
de muerte instalados en las estructuras sociales y políticas que intentan
suplantar los beneficios que Dios desea para sus criaturas.
Los enemigos de la vida, promotores de la muerte, no se quedarán con los
brazos cruzados, son los auténticos ecocidas, los adversarios concretos de los
proyectos divinos: la muerte y el abismo tienen “poder para aniquilar la cuarta
parte de la tierra valiéndose de la espada, el hambre, la peste y los animales
salvajes” (6.8), “la tercera parte de los seres vivientes del mar perdió
la vida (8.9) y, como parte del juicio, el segundo ángel “derramó
su copa sobre el mar, que se convirtió en sangre de cadáver; y todo aliento de vida marina pereció” (16.3). Todos ellos serán
derrotados con sus propias armas (9.6). Incluso son capaces de simular acciones
reservadas a Dios, para engañar (13.15: la segunda bestia infunde vida a la
imagen de la primera). En sus manos, las vidas humanas se convierten en simples
mercancías (18.13b) y son quienes falsean el proyecto vital de Dios para
transformarlo en todo lo contrario (22.15). Aunque su fin será terrible (18.8).
Los espacios naturales, la muerte y el abismo tendrán que devolver a sus
muertos para que Dios se haga cargo de ellos (20.13) y ellos mismos serán
arrojados a la destrucción final (20.14). Y la bonanza divina se impondrá
totalmente, como cumplimiento de sus promesas y acciones de cercanía. La muerte
será derrotada completamente: “Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá
muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo
viejo ha desaparecido” (21.4).
Más allá de controversias sobre simpatizar o no con las celebraciones de
la temporada, las afirmaciones del Apocalipsis cobran relevancia porque exponen
simbólicamente la victoria de la vida de Dios sobre cualquier manifestación de
muerte en el mundo. Ése es el marco del capítulo 14, en donde luego de la serie
de sucesos sobrecogedores del capítulo anterior (la presencia de las bestias y
del falso profeta), los 144 mil creyentes, representantes de la totalidad de
seguidores/as de Jesucristo, cantan un cántico nuevo y encarnan la victoria
divina (14.1-5). A continuación, el ángel portador del Evangelio exhorta a
temer a Dios y rendirle gloria (6-7); otro ángel anuncia la caída de Babilonia,
símbolo mayor de toda oposición a Dios (8), y un tercero advierte sobre quienes
se han sometido a los poderes y engaños de la bestia (9-11). La gran lección es
lo que señala el versículo siguiente (12), el gran cumplimiento: “¡Ha sonado la
hora de poner a prueba la firmeza de los consagrados a Dios, de los que cumplen
los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús!”. Es el triunfo de la
garantía divina, de la perseverancia de los santos, no una doctrina más sino
una grandiosa realidad y base absoluta de la gran exclamación proferida por el
propio Dios desde el cielo: “Dichosos desde ahora los muertos que mueren en el
Señor. El Espíritu mismo les asegura el descanso de sus fatigas, por cuanto sus
buenas obras los acompañan” (13).
Todo esto es lo que nos mantiene reunidos/as aquí, alrededor de las
promesas de la gracia divina, pues como bien se ha advertido, el Apocalipsis,
al afirmar que la vida de Dios es la garantía total de la vida del mundo, es un
auténtico “tratado de pedagogía de resistencia y esperanza”.[1]
La vinculación a esa fe es capaz de proponernos una visión nueva de todas las
realidades. Como lo expresan estos versos de Samuel Noyola, poeta regiomontano
desaparecido desde hace algunos años:
Cuando tranquilamente la muerte
nos invite a abrir los sellos
del sueño de ojos abiertos
donde el cuerpo es una casa
de vitalicia renta pagada
Llegaremos hasta ellas
Beberemos sin botella
La leche de las estrellas[2]
Cuando tranquilamente la muerte
nos invite a abrir los sellos
del sueño de ojos abiertos
donde el cuerpo es una casa
de vitalicia renta pagada
Llegaremos hasta ellas
Beberemos sin botella
La leche de las estrellas[2]
[1] Maria Cecilia Leme Garcez, “Apocalipsis:
una pedagogía de resistencia y esperanza”, en Siwô, revista de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión,
Universidad Nacional de Costa Rica, núm. 3, 2010, pp. 11-40, www.revistas.una.ac.cr/index.php/siwo/article/download/3665/3520.
[2] S. Noyola, “Años-luz o
luciérnagas”, en El cuchillo y la luna. Poesía
reunida. México,
Conarte-El Tucán de Virginia, 2011, http://web.uchile.cl/archivos/uchile/revistas/autor/mexicanos/noyola.html.
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