sábado, 21 de noviembre de 2015

Letra 445, 22 de noviembre de 2015

ESCUCHA MI PROTESTA
Ernesto Cardenal
Salmos. México-Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1969.

 

He Qi, Después de la Resurrección

Escucha mis palabras oh Señor
                                         
                    Oye mis gemidos
Escucha mi protesta
Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores
ni partidario de su política
ni te influencia la propaganda
ni estás en sociedad con el gángster

No existe sinceridad en sus discursos
ni en sus declaraciones de prensa

Hablan de paz en sus discursos
mientras aumentan su producción de guerra

Hablan de paz en las Conferencias de Paz
y en secreto se preparan para la guerra
      Sus radios mentirosos rugen toda la noche

Sus escritorios están llenos de planes criminales
y expedientes siniestros

Pero tú me salvarás de sus planes
Hablan con la boca de las ametralladoras
Sus lenguas relucientes
son las bayonetas.
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HOMILÉTICA BÍBLICA, DE ALFONSO ROPERO
Juan Antonio Monroy
Protestante Digital, 20 de noviembre de 2015

Recién convertido yo, predicaban en la pequeña iglesia dos misioneros llegados al norte de África desde tierras americanas. Uno joven, cubano, Rubén Lores, una eminencia en el púlpito. Otro mayor, Peter Harayda, norteamericano de Nueva York. Este hombre tenía el corazón tan tierno como una magdalena. Pero todos temblábamos cuando le tocaba predicar. Lo hacía sin orden alguno. Solía saltar por las páginas de la Biblia desde Génesis a Apocalipsis.

Pasaron muchos años. De los 22 países que cuenta la América Hispana he predicado en 20. He predicado y he escuchado sermones. Con escasas particularidades he observado que en esos países quienes exponen la Palabra en el culto dominical suelen imitar el estilo Peter Harayda. O casi. No preparan ni exponen los sermones en un orden lógico, pierden al auditorio en ideas desvinculantes y citan un texto tras otro sin concierto alguno.

Si este artículo cayera en manos de cualquier predicador así señalado, le recomiendo que lea con urgencia el tratado de homilética escrito por Alfonso Ropero. Que lo haga por amor a sí mismo y por amor a quienes le escuchan sentados en los bancos del local.   Portada del libro.

¿Qué es exactamente la homilética? Según Ropero, se trata de “un término técnico que con el paso del tiempo se ha cargado de connotaciones académicas, perdiendo así su frescura y significado originarios”. Citando al Diccionario de la Real Academia, Ropero añade que la Homilética “es el razonamiento o plática para explicar al pueblo las materias de religión”. En un sentido más amplio, la homilética “trata de manera principal sobre la composición, reglas de elaboración, contenidos, estilos, y correcta predicación del sermón. Nos enseña cómo presentar, con elegancia y estilo, un discurso religioso. Puede decirse, por lo tanto, que la homilética es el arte y la ciencia de predicar”.

En un estudio profundo y pormenorizado, Ropero entrega al lector 325 páginas que constituyen una auténtica joya sobre el tema y lo pone al día en todo lo que necesita saber sobre reglas de la predicación. El libro se desglosa en tres partes principales. La primera, de la p. 13 a la 174, trata de la teología y práctica de la predicación. En la segunda parte, (pp. 185-256) escriben cinco teólogos de fama internacional. En la tercera parte del libro (pp. 261-295) el erudito bíblico Silas Ramos Palomino presenta una breve historia de la predicación en Hispanoamérica.

Alfonso Ropero no ha publicado un libro más. Nos ha entregado una auténtica enciclopedia en torno a un tema del que están muy necesitados quienes han asumido la tarea de la predicación. Clava el bisturí donde él ve la herida más abierta. Dice: “Contagiado por esa mentalidad que poco a poco va invadiendo todo, el mismo predicador deja de considerar el sermón como un instrumento eficaz de la iglesia para comunicar el dinamismo del reino de Dios, y se deja llevar por una rutina profesional según las demandas momentáneas de la congregación. En lugar de transmitir el fuego del Evangelio en las almas, el sermón de costumbre crea en las almas una rutina sin vida. Frustrado, el predicador pierde el sentido trascendente de la predicación, que tiene su origen en Dios, y cae en una especie de monólogo cuyas palabras resuenan vacías en sus oídos No se produce un encuentro entre la predicación de la Palabra y la experiencia del pueblo. En este sentido es legítimo hablar de crisis de la predicación. Crisis que comienza en las iglesias, revierte en los centros de formación de los futuros predicadores, y vuelve a las iglesias acentuando la misma crisis en lugar de contribuir a resolverla”.

Ropero es un autor consagrado. En mi sabia opinión, ocupa el número uno entre los biblicistas y teólogos con los que hoy cuenta el protestantismo español. Su mucho saber, además de la Biblia, abarca la literatura, la filosofía, la psicología, la sociología y otras ramas del pensamiento. Aun cuando yo silenciara estos conocimientos, sus libros lo proclaman. Ha escrito Introducción a la filosofía, Filosofía y cristianismo, Historia de los mártires. Es el único autor evangélico de habla hispana que ha analizado los escritos de los llamados Padres de la Iglesia, de quienes ha publicado 13 volúmenes, y otros 8 volúmenes comentando los sermones de Lutero al Nuevo Testamento. Tras años de investigación y estudios ha entregado a la imprenta el Gran diccionario enciclopédico de la Biblia, publicado por Editorial Clie, premiado por SEPA el año 2012 como el mejor libro en español.

De su rigor científico dan una idea los 215 autores, de la A a la Z, y las más de 500 obras, debidamente documentadas, que cita en la bibliografía de su Homilética bíblica. No en vano escribí más arriba que Ropero, en este caso, no se ha limitado a escribir un libro, ha compuesto una Enciclopedia. Acierta plenamente cuando expone su visión del púlpito en nuestros días. Se ha hecho irreconocible. “El púlpito ha dejado de ser la proa que conduce al mundo en su pasaje por las tormentas de esta vida, más bien se le mira con suspicacia y cierto menosprecio debido a desaprensivos y predicadores sin formación, honradez ni respeto por lo que es y significa la predicación cristiana”.

En la actualidad, el sermón está en decadencia. Por lo general se dice que las dos partes principales del culto dominical son la alabanza y la predicación. (Se olvida el elemento más importante del culto, la conmemoración de la Santa Cena). Aumenta el número de Iglesias que dedican treinta minutos o más a la alabanza a base de cánticos y diez o quince minutos a la predicación. Pretextan que lo hacen en atención a los jóvenes, que prefieren la música a la Palabra. Y no caen en la cuenta de que están perjudicando a ésos jóvenes, a quienes dan himnos compuestos por seres humanos en lugar de Palabra divina.

¿Puede crecer una congregación a base de alabanza? Más de un cincuenta por ciento de miembros sólo acude al culto dominical una vez a la semana. Pasan a lo sumo una hora u hora y media reunidos en Iglesia. Y si durante ese corto espacio de tiempo se le da preferencia a las emociones, con himnos y más himnos, ¿qué reservan para el alma? ¿Cómo alimentar la vida del espíritu? “La predicación es importante cara a la comunidad reunida en torno a la Palabra como medio de acceso a la trascendencia divina, a la salvación vivida y por vivir”, dice Ropero.

Si el autor de Homilética bíblica hubiera escrito sólo las 30 páginas donde trata de la predicación y sus problemas, justificaría la compra y lectura de este libro. “Sería un error imperdonable que este preciso momento en que el mundo secular comprueba el poder de la palabra en todas sus dimensiones, la Iglesia, las iglesias, arrinconen la predicación, o la transformen de modo que resulte irreconocible, perdiendo así su necesidad de ser”, dice Ropero. La América que habla español cuenta 22 países, ya lo he escrito. En todos ellos, especialmente en las capitales y grandes ciudades hay librerías evangélicas. Acércate a una de ellas y compra este libro. Si no lo tienen que lo pidan a la editorial en España. No te arrepentirás. Al contrario. Hasta es posible que me escribas una carta de agradecimiento por habértelo recomendado.
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¿CÓMO RESPONDER A LOS EVENTOS DE PARÍS? UNA PROPUESTA CRISTIANA RADICAL
Juan Stam, Lupa Protestante, 20 de noviembre de 2015

En 2001, cuando los talibanes atacaron las torres gemelas de Nueva York, me acordé de la experiencia parecida de Israel cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, destruyó el sagrado templo y muchos otros edificios de la ciudad, robó los tesoros del templo y del palacio y llevaron a miles al exilio en Babilonia. En muchos sentidos, era peor que el 11 de setiembre. Me puse a investigar cómo respondieron los profetas hebreos a esa tragedia nacional parecida, o peor, a la de las torres gemelas.

¡Qué sorpresa! En vez de culpar a los babilonios, con enojo y odio, los profetas señalan los muchos pecados de Israel y les llama al arrepentimiento. Para los profetes, el problema comienza con el mismo Israel más que con Babilonia. En contraste, en 2001 George W. Bush hizo lo contrario. Lejos de llamarnos al arrepentimiento, para reconocer nuestros propios pecados y nuestra culpa, con arrogancia (“Yo sé lo buenos que somos”) se la echó toda a los talibanes y llamó al país y a sus aliados a una guerra sin cuartel, guerra que desde entonces ha ido de mal en peor y hasta “en pésimo”.

Esto me lleva a sugerir algunas pautas para responder a este interminable conflicto:

Humildad: Nos equivocamos si nos creemos las víctimas inocentes de un terrorismo irracional sin la menor justificación. De hecho, Estados Unidos y sus aliados (incluso Israel) han matado a más personas que los árabes-islámicos. Tenemos que reconocer que todos somos co-culpables y son muchos los “terroristas”.

Empatía: Tenemos que aprender a ver la realidad con los ojos de otros. Tenemos que entender mejor por qué tantos jóvenes se radicalizan hasta el punto de entregar sus vidas. Por ejemplo, sean justificables o no las repetidas masacres de los palestinos de Gaza por Israel, debemos entender el impacto de tales sucesos en la conciencia de los árabe-islámicos.

Perdón: Cuando respondemos al odio con odio, y a la violencia con más violencia, activamos un círculo vicioso del mismo odio y de la misma violencia. En cambio, si perdonamos robamos a los agresores el odio que esperaban provocar. La respuesta a la violencia no es más violencia, sino más amor.

Antoine Leiris, periodista de radio francesa, quien perdió a su bella esposa en el asalto al Teatro Bataclán, publicó una carta conmovedora sobre el odio y el perdón: “La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio… Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Eso es lo que ustedes están buscando, pero responder al odio con el odio y la rabia sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que son… Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero esta será de corta duración… Porque no, ustedes no obtendrán mi odio”.


Compasión: La compasión es el amor en acción hacia los necesitados y, especialmente hacia los enemigos. Es un deber, no solo una opción voluntaria. El caso de los muchos miles de refugiados desesperados nos impone obligaciones de amor cristiano. Es una vergüenza que esta situación esté siendo manipulada con fines políticos.
Protección: Nada de esto contradice el deber del gobierno de proteger a su población dentro de parámetros realistas y razonables. Un elemento para reducir la violencia y así proteger a la ciudadanía sería promover cambios en nosotros y nuestros aliados (arrepentimiento, humildad, empatía, compasión, diálogo). Todo lo que frena el odio contribuye a la seguridad del pueblo.
Diálogo intercultural e interreligioso: En estos conflictos son cruciales grandes malentendidos religiosos. Es urgente conocernos mejor y respetarnos mutuamente
Oración: “A Dios orando y con el mazo dando”. Clamemos al Dios de la historia y luchemos incansablemente por la justicia y la paz.

Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra (2 Cr 7:14).

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