sábado, 14 de noviembre de 2015

Vida y resurrección en las manos de Dios, L. Cervantes-O.

15 de noviembre, 2015

Pero no, Cristo ha resucitado venciendo la muerte y su victoria es anticipo de la de aquellos que han muerto. Pues si por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos.
I Corintios 15.20-21, La Palabra (Hispanoamérica)

Indudablemente I Corintios es el gran tratado neo-testamentario sobre la resurrección de Cristo y de los suyos/as. No obstante, semejante planteamiento doctrinal e ideológico obedeció también a una circunstancia y a un contexto propios que llega hasta nosotros para situar la respuesta que el apóstol Pablo dio a las enormes dudas sobre la fe en la resurrección. Lo que se negaba no era la resurrección de Jesús (15.1, 11, 13-16) sino la de sus seguidores. La reconstrucción del trasfondo del debate es muy útil para acercarse, así sea ligeramente, al ambiente complejo que propició la escritura de este capítulo. El apóstol tuvo que enfrentar en Corinto a algunos “maestros” que negaban la realidad de la resurrección para los creyentes (v. 12). Estamos ante una fuerte confrontación doctrinal ideológica y existencial, puesto que es creencia resultaba fundamental para la comunidad de ese lugar, por lo que es abordada como un auténtico problema pastoral.

Según Irene Foulkes, aquellas personas no buscaban una “aclaración sino más bien trataban de poner en ridículo la idea misma de una resurrección de quienes han muerto. En lugar de una esperanza futura, parece que enseñaban que los cristianos deben experimentar en el presente una especie de vida exaltada: ‘reinan’ ya (4.8); se precian de [ser] ‘entendidos’ (8.1), de ‘espirituales’ dotados de carismas espectaculares (12.1-31,14.1-40)”,[1] pero en realidad buscaban justificar posturas éticas divididas: algunos optaban por el libertinaje (5.1; 6.12-20), y otros profesaban el ascetismo (7.1, 7.28). Pablo tomó en cuenta estas posturas, pero para argumentar en su contra (15.32b). Polemiza con ellos sobre la incongruencia de la línea que han adoptado, aceptar la resurrección de Cristo y, al mismo tiempo, negar la posibilidad de una resurrección futura de los cristianos (15.13-34).[2]

Luego del gran resumen de lo que Pablo había recibido como parte de la tradición apostólica (1-7) y de su testimonio de encuentro con Jesucristo (8-11), inmediatamente aborda el problema en cuestión: “si Cristo no ha resucitado, tanto nuestro anuncio como la fe que ustedes tienen carecen de sentido” (14). Y agrega: “Es más, resulta que somos testigos falsos de Dios, por cuanto hemos dado testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Cristo, cosa que no es verdad si se da por supuesto que los muertos no resucitan” (15). La relación dinámica entre una y otra resurrecciones es la base de las afirmaciones paulinas, pues sin resurrección no hay salvación. El principio de Adán, aplicado en el sentido de la muerte, en Cristo se aplica para la vida de los/as creyentes (22). El orden del primer resucitado, en un ámbito trascendental, se seguirá con el impacto de la vida para todos los demás (23). Todas las “potencias enemigas” serán aniquiladas, a fin de que el reino de Jesús se convierta en el del Padre (24). En ese sentido, hay una estrecha relación entre la vida de Dios aplicada a los suyos y la manifestación plena de su Reino. Así se vincula el gran logro de la vida plena y eterna con el triunfo absoluto del poder divino (25).

El “último enemigo”, queda claro, es la muerte, el último en ser destruido (26), porque nada puede quedar fuera del sometimiento a Cristo (27), “para que Dios sea soberano de todo” (28b), incluso de la potestad de lo mortífero, el espacio de la anti-vida. “El hecho de que los corintios practicaban el bautismo por los muertos (29) implica que creían en algún tipo de sobrevivencia de las personas aun cuando no fuera corpórea”.[3] Las diversas opiniones producían posturas mezcladas, por lo que Pablo tiene que sintetizar irónicamente una de las más extendidas, el epicureísmo latente, cuya máxima es referida en esos términos:: “Si los muertos no resucitan, ¡comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (32b).

A continuación, el apóstol procede a responder las preguntas más acuciantes: “¿y cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo lo harán?” (35) y retoma la metáfora sobre la semilla que muere para hacerlo (36-38), además de extenderse en consideraciones sobre lo que Foulkes resume muy bien como “vida hoy para los cuerpos que resucitarán mañana” (39-41) y que “Pablo proclama que nuestro cuerpo está involucrado en nuestra salvación”,[4] a diferencia de algunas tendencia actuales que quieren pasar por muy “cristianas” y desprecian radicalmente el cuerpo, mediante una nueva forma de dualismo. La fórmula paulina es impecable: “…se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra una cosa despreciable, resucita resplandeciente de gloria; se siembra algo endeble, resucita pleno de vigor; se siembra, en fin, un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual” (42b-44a), con sus referencias a Adán y su proyección en el tiempo posterior (45-49). Lo material requiere ser transformado para poder heredar el Reino de Dios en nuevas estructuras ontológicas, existenciales y espirituales: “…lo que es sólo carne y sangre no puede heredar el reino de Dios; que lo corruptible no heredará lo incorruptible” (50).

La grandeza de la vida de Dios transferida por Jesucristo a su pueblo brilla aquí en toda su intensidad (51-52) a fin de lograr que “este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que esta vida mortal se revista de inmortalidad”. Cuando eso suceda, se habrá traspuesto la “barrera metafísica” que hoy obstaculiza todavía la realización plena de la vida (53). De ahí el recuerdo profético (Is 25.8: “La muerte ha sido devorada por la victoria”; 54b) y el cántico por la victoria (55) obtenida por medio del Señor Jesucristo (57), a pesar de los esfuerzos del pecado y la ley (56). La exhortación final, como siempre, es a mantenerse firmes y constantes, colaborando en la tarea cristiana (58), dado que ésta nunca será en vano.

Pero, lamentablemente, seguimos rodeados por las fuerzas de la muerte y es necesario asumir una postura de fe que sin ser ingenua o temerosa, afirme la actuación divina en nuestra vida presente. Las palabras de Foulkes resultan muy pertinentes:

¿Dónde operan las fuerzas de la muerte en nuestro entorno? ¿Cómo debemos vivir y qué debemos hacer para resistirlas en nombre de Jesucristo, quien se opuso a ellas hasta la muerte? Los personajes y las circunstancias que colaboraron para tramar la muerte de Jesús demuestran que las potencias mortíferas operan solapadamente a través de instituciones humanas legítimas, como la religión, el gobierno, la economía. Esto debe abrirnos los ojos a la probabilidad de encontrar que hoy también algunos fuerzas anti-vida operan en cada una de estas esferas dentro de nuestra propia sociedad. Sus frutos nefastos las delatan: hambre, miseria, insalubridad, intimidación psicológica, agresión contra la dignidad de las personas. Si la esperanza de la resurrección futura hace que nos despreocupemos por estas realidades, nuestra fe se ha tergiversado, y este artículo del credo cristiano —que debe abrir pasos de vida— se habrá convertido en afirmación de la muerte. […]
La resurrección de los muertos exige que pensemos en el cuerpo. Los cuerpos humanos son vulnerables, y si una persona o un grupo dominante quiere someter a otras personas lo puede hacer valiéndose de acciones que ponen en peligro sus cuerpos. […] Nuestra comprensión de la cruz y la resurrección nos debe llevara tomar acciones que afirman la vida en medio de la vulnerabilidad y la mortalidad de los cuerpos.[5]

Ella misma cita a Julia Esquivel:

No tengo miedo a la muerte

Ya no tengo miedo a la muerte,
conozco muy bien
su corredor oscuro y frío
que conduce a la vida.

Tengo miedo de esa vida
que no surge de la muerte,
que acalambra las manos
y entorpece nuestra marcha.

Tengo miedo de mi miedo,
y aún más del miedo de los otros,
que no saben a dónde van
y se siguen aferrando
a algo que creen que es la vida
y nosotros sabemos que es la muerte!

Vivo cada día para matar la muerte,
muero cada día para parir la vida,
y en está muerte de la muerte,
muero mil veces
y resucito otras tantas,
desde el amor que alimenta
de mi Pueblo,
la esperanza![6]



[1] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1996, pp. 385-386.
[2] Ibid., p. 386.
[3] Ibid., pp. 394-395.
[4] Ibid., p. 403.
[5] Ibid., pp. 403, 404.
[6] Julia Esquivel, El Padrenuestro desde Guatemala y otros poemas. San José, DEI, 1981, p. 41.

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