sábado, 20 de febrero de 2016

Las familias acuden a la fuente de la fortaleza, L. Cervantes-O.

21 de febrero, 2016

El resto del pueblo, los sacerdotes, levitas, porteros, cantores, donados, y todos los que se separaron de las gentes del lugar para seguir la ley de Dios, junto con sus mujeres, hijos, hijas y todos los capacitados para entender, se adhirieron a sus parientes y a sus jefes comprometiéndose con solemne juramento a caminar en la ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y que mandaba guardar y cumplir todos los mandamientos del Señor, nuestro Dios, sus ordenanzas y estatutos.
Nehemías 10.28-29, La Palabra (Hispanoamérica)

La etapa del regreso del resto de los judíos después del exilio representó la puesta en marcha de un enorme esfuerzo de reconstrucción en diversos frentes. Unos 42 mil repatriados volvieron a Jerusalén, acogiéndose al edicto promulgado por Ciro (538 a.C.), lo que planteó la necesidad de restablecer un mínimo de estabilidad. Nehemías, quien ejerció funciones de gobernador, llegó a Jerusalén alrededor del 445 a.C., con una misión de Artajerjes I: debía reconstruir las murallas de la ciudad (Neh 2). “Durante su primera estadía […] realiza esta tarea (12.27-43) y repuebla a Jerusalén con gente que procede de las ciudades de Judá. Durante este reinado, Esdras realizó su labor en la capital de Judá. Fue complementaria a la de Nehemías y posiblemente se cruzó con ella, en el segundo período de la acción de Nehemías en Jerusalén”.[1] Aunque con acentos diferentes: uno encaminado a la reorganización administrativa (Nehemías) y el otro a la religiosa (Esdrás), ambos se colocaron en el mismo horizonte, sobre todo en la segunda parte de la misión de Nehemías, que fue cuando tuvo mayores coincidencias con Esdras (Esd 9-10; Neh 13.4-31). En ese momento coincidieron en la propuesta moralizadora y de regreso a la Ley como vía central para la reconstrucción (Neh 13.23-31). No hay que olvidar que Esd-Neh son un solo libro.

Enfrentar la devastación y remontarse de en medio de ella para comenzar a forjar una nueva historia era la gran exigencia: “El capítulo 5 expresa una crisis económica generalizada. Los grupos familiares ya no producían lo necesario para su reproducción. Más que fruto de la división de las herencias o del empeoramiento de la tierra, la vicisitud se debía a un profundo conflicto económico-social, en donde unos pocos presionaban para aprovecharse del trabajo de las mayorías”.[2] El texto retrata muy bien la crisis social y humanitaria: “Hemos tenido que pedir préstamos a causa del tributo real sobre nuestros campos y viñas. Somos de la misma raza que nuestros otros compatriotas y nuestros hijos son como los suyos; sin embargo, tenemos que someterlos a servidumbre. Algunas de nuestras hijas se han convertido en esclavas y no hemos podido impedirlo porque nuestros campos y viñas son de otros” (5.4b-5). Ante ello, Nehemías intervino y solicitó acciones acordes con la fe en Yahvé (5.9-11), en una especie de “plan jubilar emergente”.

Precisamente el trabajo con las familias entrañó uno de los mayores retos para estos nuevos líderes políticos y espirituales, puesto que al proyecto medo-persa no le interesaba ese segundo aspecto del retorno de los emigrados sino su plan de mantenimiento de la hegemonía. “Después de la vuelta del destierro se entremezclaron varios proyectos de organización social. Más que planes formalmente colocados como tales eran formas de analizar la situación y, sobretodo, diversas posiciones acerca de lo que se debía hacer para recomenzar el camino truncado por asirios y babilonios. El origen de estas alternativas era variado: sacerdotal, profético, popular”.[3]

A partir del cap. 8 se comenzó a instruir al pueblo en el contenido de la Ley y a recuperar el sentido original de las fiestas religiosas. En la primera parte del 10 se presenta la forma en que se renovó el pacto entre sectores para avanzar en la búsqueda por volver a aplicar las enseñanzas de la Ley. Fue un momento muy solemne en el que las familias representadas aceptaron “seguir la ley de Dios, junto con sus mujeres, hijos, hijas y todos los capacitados para entender” (28) y, además, “se adhirieron a sus parientes y a sus jefes comprometiéndose con solemne juramento a caminar en la ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y que mandaba guardar y cumplir todos los mandamientos del Señor, nuestro Dios, sus ordenanzas y estatutos” (29). Sólo que el primer compromiso consistió en impedir el surgimiento de familias mestizas, como aquellas que se habían formado hasta ese momento (30). Incluso muchos ya no hablaban el mismo idioma (13.24).

Reeducar familias: vaya exigencia tan urgente y compleja para la situación que enfrentaba el pueblo, puesto que el proyecto de Nehemías estaba subordinado al mantenimiento de la hegemonía persa y no proponía un destino independiente para el pueblo. Se trataba de ser una provincia estable del imperio lo más pacificada posible. A la escasez económica había que agregar la sumisión por un tiempo indeterminado. Muchas y vastas tareas ocuparían a estas familias en el marco más amplio de una reconstrucción nacional: reedificar las murallas de la ciudad, el templo de Yahvé pero, sobre todo, la reconstitución de ellas mismas como portadoras de una esperanza que materialmente se achicaba y se reducía a establecerse como buenos súbditos del imperio persa. Afianzar a las comunidades básicas del pueblo, las familias, fue una tarea que implicó una ardua labor de convencimiento para que las “cabezas de familia” hicieran suya esa misma labor con cada integrante.

El compromiso comunitario del cap. 10 fue también económico y en especie (vv. 31-34) para el sostenimiento del culto y, en relación con el trabajo agrícola, basado en la entrega de primicias de las cosechas y de los primogénitos (vv. 35-36). Finalmente, ese compromiso incluyó el restablecimiento de la institución del diezmo (37-39a) para normalizar el culto en el templo. El fortalecimiento de los lazos espirituales con la tierra, la ciudad y con la tradición ancestral fue parte del gran esfuerzo por reconstruir la fe de las familias que, acechadas por los proyectos imperiales, por una parte, y por su urgente necesidad de mantener la vida cotidiana, recibieron por parte de los líderes morales y espirituales del pueblo el desafío para encontrar en la ley antigua de Dios la base más profunda para su reconstrucción en todos los aspectos. La afirmación con que concluye esta sección es un auténtico manifiesto y una consigna: “¡No desatenderemos el Templo de nuestro Dios!” (39b).

La fuente de la fortaleza familiar y colectiva no podía ser otra que la ley antigua, la cual debía ser leída, comentada e interpretada, en un ambiente de profunda ignorancia, para así lograr que penetrase en la conciencia popular, pero el desafío seguía siendo inmenso, igual que en la actualidad: “Esdras y los levitas no solamente leen la ley, sino que también la explican. No todos los que escuchaban comprendían, puesto que era una población compuesta por los que habían vivido en Jerusalén antes del destierro y todo los que habían nacido fuera de Judá. No toda la población había tenido acceso a enseñanzas sobre la ley”.[4] De modo que el desafío sigue vigente para nosotros hoy.





[1] Neftalí Vélez Chaverra, “Reconstrucción e identidad. (La alternativa de Esdras)”, en RIBLA, núm. 9, 2001, pp. 30-31, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla.
[2] Ibíd., p. 31.
[3] Ibíd., p. 33.
[4] Renata Furst, Rut, Esdras, Nehemías y Ester. Minneapolis, Augsburg Fortress, 2009, p. 83.

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