ORACIÓN DE LA SERENIDAD (1943)
Reinhold Niebuhr (Estados Unidos, 1892-1971)
D
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ios, danos la gracia para aceptar con serenidad
las cosas que no pueden cambiarse,
coraje para cambiar aquellas
que deberían ser cambiadas
y sabiduría para distinguir
unas de otras.
Viviendo un día a la vez,
gozando cada momento en el tiempo,
aceptando la adversidad como un camino hacia la paz,
tomando, como lo hizo Jesús,
este mundo pecador tal como es,
no como a mí me gustaría,
confiando en que Tú harás todas las cosas buenas
si me rindo a ti voluntad,
De modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida,
y, contigo, supremamente feliz y para siempre en la venidera.
Amén.
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17 DE FEBRERO, FECHA CRUCIAL PARA LA
IGLESIA VALDENSE (I)
El 17 de febrero
de 1848 es una fecha fundamental para los valdenses, movimiento religioso
surgido en Francia en 1170, aproximadamente, y obligado a trasladarse, debido a
la persecución, a los valles cercanos a Turín, Italia (conocidos tiempo después
como “valles valdenses”), en donde se establecieron de manera permanente y
siguieron padeciendo el odio y la intolerancia de los gobernantes monárquicos
durante casi siete siglos. Pedro Valdo fue un acaudalado comerciante de Lyon,
quien ante un suceso que lo impactó fuertemente, decidió regalar sus bienes y
salir a los caminos a predicar de manera itinerante. El grupo que fundó fue
conocido como “los pobres de Lyon”. Narra Giorgio Tourn, lo que Valdo hizo a
continuación: “Se hizo traducir en lengua popular los Evangelios, otros libros
de la Biblia y algunos textos de San Agustín, San Jerónimo, san Ambrosio, San
Gregorio y las que definía como ‘sentencias’” (Los valdenses. Colonia, Ediciones de la Iglesia Valdense, 1983, p. 11). Leyó estas
obras con suma atención, aunque al principio sin comprenderlas muy bien. En
1180, Valdo dio a conocer una profesión de fe. Murió en Bohemia en 1217, tras
57 años de luchas.
A medida que avanzó el movimiento,
recibieron la prohibición de predicar libremente, pues como apunta Tourn, “los
‘pobres’ pasan a ser de un movimiento de piedad a uno de protesta,
radicalizándose […] La consecuencia fue una toma de posición más dura de parte
del poder de la Iglesia, que decide exterminarlos como lo había hecho con todos
los disidentes” (p. 24). Por todo lo anterior, la Iglesia Valdense es la comunidad
“protestante” más antigua del mundo, aun cuando ese nombre no se utilizara aún,
dado que asumieron los postulados del movimiento reformado en 1532, en una
importante asamblea realizada en Chanforan, con la presencia de Guillermo
Farel, quien más tarde trabajaría con Calvino en Ginebra durante pocos años
(1536-1538), aunque él se encontraba en Suiza desde 1523. Un fruto importante
de esa adhesión fue el patrocinio casi total de los valdenses para la
publicación de la traducción francesa de la Biblia en 1535, por Roberto
Olivetán, primo de Calvino, quien escribió el prefacio. Todo ello marcó la
estrecha cercanía de este movimiento con la iglesia de Ginebra, pues más tarde
muchos de ellos se trasladaron a esa ciudad, a causa de los interminables hostigamientos
y masacres, de los cuales existen testimonios gráficos impresionantes.
Así transcurrieron siglos de
asesinatos, como la terrible matanza de abril de 1655, conocida como la “Pascua
de Piamonte”, que causó indignación en toda Europa (Tourn, op. cit., vol. 2, pp. 205-207), hasta que Oliver Cromwell exigió el
fin de tal conducta, amenazando con declarar la guerra a Saboya. Es famoso el
soneto de John Milton, “Sobre la última masacre en Piamonte”. Con ello
comenzarían a cambiar las cosas y el regreso a Italia desde Suiza aconteció en 1689;
es conocido como el “grandioso retorno” a los Valles bajo el mando de Enrique
Arnaud, reconstruido minuciosamente por Tourn (p. 233). En ese contexto es notable
el “manual de guerrilla” de Janavel (op.
cit., pp. 211-214). Algunos más se establecieron en Alemania (www.iglesiavaldense.com/historia/hechos-fundamentales/).
En la fecha mencionada de 1848, Carlos
Alberto, Duque de Saboya, otorgó en una “Carta patente” el reconocimiento de
las libertades civiles, políticas y económicas a los valdenses (y también a los
judíos), además de abrir las puertas para quienes quisiesen estudiar en las
universidades. Así se refiere el historiador Augusto Armand Ugon, citado por el
pastor uruguayo Hugo Armand Pilón (presidente de la Federación Evangélica de su
país) a la importancia de dicho documento: “No nos parece exagerado afirmar […]
que fue justamente la presencia física de los valdenses, con la progresiva y
tenaz obra evangelística de sus comunidades, que volvió concreto a los ojos de
los italianos el problema de la libertad religiosa en nuestra península”.
Ya en el siglo XIX, en 1858, muchas
familias valdenses emigraron a Uruguay, en donde fundaron poblaciones tan importantes
como Colonia Valdense, acaso el sitio más emblemático, aunque la presencia de esta
tradición tiene fuertes raíces también en Argentina, e incluso en Buenos Aires
y Montevideo existen comunidades muy representativas. Sobre esta nueva diáspora
escribió el pastor Marcelo Dalmás (también traductor de la obra magna de
Tourn): “El origen de esta emigración está relacionado con un movimiento
iniciado por las Uniones Cristianas de Jóvenes Valdenses que promovieron
asambleas populares a tal fin. Un entusiasta propulsor de esta emigración era
el pastor Miguel Morel, primer pastor valdense en pisar tierra uruguaya” (Historia de los valdenses en el Río de la
Plata. Iglesia valdense del Río de la Plata, 2009, pp. 13-14). La librería
de Colonia Valdense lleva el apellido de este pastor.
Mucho de esta
historia aparece en el magnífico documental Valdenses,
dirigido por Marcel Gonnet Weinmayer (Perú, 1975), quien retomó sus raíces
religiosas para acometer una investigación que lo llevó a los lugares más
relevantes de la historia valdense en Italia, Uruguay, Argentina y Estados
Unidos. Estrenado en Argentina en noviembre de 2015, recupera la vieja película
Fedeli per secoli (Fieles durante siglos),
filmada entre 1924 y 1927, y que fue prohibida para su exhibición, cuyas
imágenes alterna con un apretado pero intensísimo recuento de los grandes
avatares por los que ha pasado este movimiento-pueblo, como se reconocen a sí
mismos los valdenses. El director reconoce que la filmación le enseñó, sobre la
marcha, además de lo que aprendió con su familia, las dimensiones de la misma:
“Creo que […] la clave está en que [los valdenses] asociaron su fe a la idea de
libertad. Para ellos estos son valores supremos y las persecuciones fueron
reforzando estas ideas. […] me pareció muy interesante hacer un linaje de
resistencia de más de ocho siglos” (Rodrigo Seijas, “Marcel Gonnet Wainmayer:
‘Los valdenses asociaron su fe a la idea de libertad’”, www.fancinema.com.ar,
1 de diciembre de 2015).
Se trata de una
auténtica ventana a un pasado y a un presente íntimamente relacionados, pues
esta tradición religiosa, portadora de un testimonio probado trágicamente en
múltiples ocasiones, es un ejemplo de valor, tesón y coraje para sostener sus
convicciones en medio del rechazo total de un ambiente que, definitivamente, no
estaba preparado para un ejercicio de la libertad profética y, mucho menos, de
lo que la Reforma denominó “el sacerdocio universal”, aunque esa frase a los
valdenses no les haga mucha gracia. (LC-O)
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UNA NUEVA Y VIEJA MIRADA SOBRE EL CRISTIANISMO (I)
Carlos A. Valle
Emmanuel Carrère,
el novelista y ensayista francés, en su último libro El Reino, antes de desarrollar su particular visión del relato
evangélico, arranca con una personal experiencia circular que parte de su
posición de no creyente, a creyente apasionado para finalmente volver a un
cierto escepticismo. Se puede decir que se trata de un recorrido con fuertes
acentos de carácter intelectual. Con el ropaje de su propia racionalidad,
elaborada para narrar sus experiencias genuinas de conversión, no hace más que
describir una comprensión más tradicional de la fe sobre lo que significa y
cómo se exterioriza.
Este circular recorrido religioso,
que domina esta primera parte llamada “Una crisis” puede ser considerada
aisladamente, porque no vuelve sobre esa experiencia salvo una referencia al
final de su extenso trabajo, donde se mezclan el ritual del lavado de pies con
una práctica de encuentro comunitario. De todas maneras se puede considerar que
le caben, al menos, dos posibles lecturas. Por un lado, un aporte tangencial a
lo que intenta compartir, como un encuadre que de valor a su argumentación. Por
otro lado, por la referencia a los variados comentarios personales, que ha
conservado en muchos cuadernos a lo largo de varios años sobre sus lecturas
bíblicas, a los cuales recurre con frecuencia y se ofrecen como una garantía de
autenticidad.
Es indudable que Carrère ha leído y
estudiando los textos bíblicos a los que alude. Pablo y Lucas son los dos
personajes que mayormente le atraen. Confiesa que no intenta novelar los
hechos, pero no puede evitar hacer una lectura interpretativa de lo mencionado
en los textos neo-testamentarios ampliando en su visión acontecimientos a los
que les da una interpretación peculiar. En buena medida, y cuando lo hace lo
explicita, no hace más que tomarse la libertad que durante siglos se han
arrogado los intérpretes de los textos bíblicos.
Llegado a este punto se abre un
planteo que ha marcado la comprensión de cualquier hecho que se procura
comunicar, y que tiene que ver con la complejidad que va de la comprensión del
hecho en sí, pasando por la versión de los testigos hasta la muy variada, y
muchas veces contradictoria, interpretación de lo sucedido. No resulta ajeno
recordar lo que Nietzsche afirmaba que “no hay hechos sino interpretaciones”.
El mundo moderno de la comunicación
ha entrado en un complejo esquema de comprensión de hechos, donde ronda la
imaginación de lo sucedido, el muy estudiado uso del lenguaje, la importancia
del silencio, la renuencia a la necesaria retractación donde correspondiere y a
la reiteración de sospechas donde las cosas no sucedieron pero pudieron haberlo
sido.
Entrar en este mundo reclamará un
análisis más detallado y profundo que puede ayudar a desentrañar hasta dónde es
posible conocer lo sucedido, cómo considerar la ficción como intento de
comprensión y mucho más. Se entiende que es importante tener esto en cuenta
para comprender lo que Carrère buscar compartir y está muy emparentado con toda
interpretación bíblica que no está exenta de tal escrutinio.
Si bien se podría no concordar con
lo que este libro comunica habrá que reconocerle la validez de su libertad para
hacerlo. Hacer un reclamo de autenticidad sobre temas que están más cercanos a
los mitos, frutos de elaboraciones desarrolladas por imperio de necesidades
religiosas, no pueden limitar los planteos de quienes genuinamente tienen la
libertad hacerlo.
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