sábado, 20 de febrero de 2016

Letra 458, 21 de febrero de 2016

ORACIÓN DE LA SERENIDAD (1943)
Reinhold Niebuhr (Estados Unidos, 1892-1971)

  
D
ios, danos la gracia para aceptar con serenidad
las cosas que no pueden cambiarse,
coraje para cambiar aquellas
que deberían ser cambiadas
y sabiduría para distinguir
unas de otras.

Viviendo un día a la vez,
gozando cada momento en el tiempo,
aceptando la adversidad como un camino hacia la paz,
tomando, como lo hizo Jesús,
este mundo pecador tal como es,
no como a mí me gustaría,
confiando en que Tú harás todas las cosas buenas
si me rindo a ti voluntad,

De modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida,
y, contigo, supremamente feliz y para siempre en la venidera.
Amén.
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17 DE FEBRERO, FECHA CRUCIAL PARA LA IGLESIA VALDENSE (I)

El 17 de febrero de 1848 es una fecha fundamental para los valdenses, movimiento religioso surgido en Francia en 1170, aproximadamente, y obligado a trasladarse, debido a la persecución, a los valles cercanos a Turín, Italia (conocidos tiempo después como “valles valdenses”), en donde se establecieron de manera permanente y siguieron padeciendo el odio y la intolerancia de los gobernantes monárquicos durante casi siete siglos. Pedro Valdo fue un acaudalado comerciante de Lyon, quien ante un suceso que lo impactó fuertemente, decidió regalar sus bienes y salir a los caminos a predicar de manera itinerante. El grupo que fundó fue conocido como “los pobres de Lyon”. Narra Giorgio Tourn, lo que Valdo hizo a continuación: “Se hizo traducir en lengua popular los Evangelios, otros libros de la Biblia y algunos textos de San Agustín, San Jerónimo, san Ambrosio, San Gregorio y las que definía como ‘sentencias’” (Los valdenses. Colonia, Ediciones de la Iglesia Valdense, 1983, p. 11). Leyó estas obras con suma atención, aunque al principio sin comprenderlas muy bien. En 1180, Valdo dio a conocer una profesión de fe. Murió en Bohemia en 1217, tras 57 años de luchas.
A medida que avanzó el movimiento, recibieron la prohibición de predicar libremente, pues como apunta Tourn, “los ‘pobres’ pasan a ser de un movimiento de piedad a uno de protesta, radicalizándose […] La consecuencia fue una toma de posición más dura de parte del poder de la Iglesia, que decide exterminarlos como lo había hecho con todos los disidentes” (p. 24). Por todo lo anterior, la Iglesia Valdense es la comunidad “protestante” más antigua del mundo, aun cuando ese nombre no se utilizara aún, dado que asumieron los postulados del movimiento reformado en 1532, en una importante asamblea realizada en Chanforan, con la presencia de Guillermo Farel, quien más tarde trabajaría con Calvino en Ginebra durante pocos años (1536-1538), aunque él se encontraba en Suiza desde 1523. Un fruto importante de esa adhesión fue el patrocinio casi total de los valdenses para la publicación de la traducción francesa de la Biblia en 1535, por Roberto Olivetán, primo de Calvino, quien escribió el prefacio. Todo ello marcó la estrecha cercanía de este movimiento con la iglesia de Ginebra, pues más tarde muchos de ellos se trasladaron a esa ciudad, a causa de los interminables hostigamientos y masacres, de los cuales existen testimonios gráficos impresionantes.
Así transcurrieron siglos de asesinatos, como la terrible matanza de abril de 1655, conocida como la “Pascua de Piamonte”, que causó indignación en toda Europa (Tourn, op. cit., vol. 2, pp. 205-207), hasta que Oliver Cromwell exigió el fin de tal conducta, amenazando con declarar la guerra a Saboya. Es famoso el soneto de John Milton, “Sobre la última masacre en Piamonte”. Con ello comenzarían a cambiar las cosas y el regreso a Italia desde Suiza aconteció en 1689; es conocido como el “grandioso retorno” a los Valles bajo el mando de Enrique Arnaud, reconstruido minuciosamente por Tourn (p. 233). En ese contexto es notable el “manual de guerrilla” de Janavel (op. cit., pp. 211-214). Algunos más se establecieron en Alemania (www.iglesiavaldense.com/historia/hechos-fundamentales/).
En la fecha mencionada de 1848, Carlos Alberto, Duque de Saboya, otorgó en una “Carta patente” el reconocimiento de las libertades civiles, políticas y económicas a los valdenses (y también a los judíos), además de abrir las puertas para quienes quisiesen estudiar en las universidades. Así se refiere el historiador Augusto Armand Ugon, citado por el pastor uruguayo Hugo Armand Pilón (presidente de la Federación Evangélica de su país) a la importancia de dicho documento: “No nos parece exagerado afirmar […] que fue justamente la presencia física de los valdenses, con la progresiva y tenaz obra evangelística de sus comunidades, que volvió concreto a los ojos de los italianos el problema de la libertad religiosa en nuestra península”.
Ya en el siglo XIX, en 1858, muchas familias valdenses emigraron a Uruguay, en donde fundaron poblaciones tan importantes como Colonia Valdense, acaso el sitio más emblemático, aunque la presencia de esta tradición tiene fuertes raíces también en Argentina, e incluso en Buenos Aires y Montevideo existen comunidades muy representativas. Sobre esta nueva diáspora escribió el pastor Marcelo Dalmás (también traductor de la obra magna de Tourn): “El origen de esta emigración está relacionado con un movimiento iniciado por las Uniones Cristianas de Jóvenes Valdenses que promovieron asambleas populares a tal fin. Un entusiasta propulsor de esta emigración era el pastor Miguel Morel, primer pastor valdense en pisar tierra uruguaya” (Historia de los valdenses en el Río de la Plata. Iglesia valdense del Río de la Plata, 2009, pp. 13-14). La librería de Colonia Valdense lleva el apellido de este pastor.
Mucho de esta historia aparece en el magnífico documental Valdenses, dirigido por Marcel Gonnet Weinmayer (Perú, 1975), quien retomó sus raíces religiosas para acometer una investigación que lo llevó a los lugares más relevantes de la historia valdense en Italia, Uruguay, Argentina y Estados Unidos. Estrenado en Argentina en noviembre de 2015, recupera la vieja película Fedeli per secoli (Fieles durante siglos), filmada entre 1924 y 1927, y que fue prohibida para su exhibición, cuyas imágenes alterna con un apretado pero intensísimo recuento de los grandes avatares por los que ha pasado este movimiento-pueblo, como se reconocen a sí mismos los valdenses. El director reconoce que la filmación le enseñó, sobre la marcha, además de lo que aprendió con su familia, las dimensiones de la misma: “Creo que […] la clave está en que [los valdenses] asociaron su fe a la idea de libertad. Para ellos estos son valores supremos y las persecuciones fueron reforzando estas ideas. […] me pareció muy interesante hacer un linaje de resistencia de más de ocho siglos” (Rodrigo Seijas, “Marcel Gonnet Wainmayer: ‘Los valdenses asociaron su fe a la idea de libertad’”, www.fancinema.com.ar, 1 de diciembre de 2015).
Se trata de una auténtica ventana a un pasado y a un presente íntimamente relacionados, pues esta tradición religiosa, portadora de un testimonio probado trágicamente en múltiples ocasiones, es un ejemplo de valor, tesón y coraje para sostener sus convicciones en medio del rechazo total de un ambiente que, definitivamente, no estaba preparado para un ejercicio de la libertad profética y, mucho menos, de lo que la Reforma denominó “el sacerdocio universal”, aunque esa frase a los valdenses no les haga mucha gracia. (LC-O)

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UNA NUEVA Y VIEJA MIRADA SOBRE EL CRISTIANISMO (I)
Carlos A. Valle

carrere-reinoEmmanuel Carrère, el novelista y ensayista francés, en su último libro El Reino, antes de desarrollar su particular visión del relato evangélico, arranca con una personal experiencia circular que parte de su posición de no creyente, a creyente apasionado para finalmente volver a un cierto escepticismo. Se puede decir que se trata de un recorrido con fuertes acentos de carácter intelectual. Con el ropaje de su propia racionalidad, elaborada para narrar sus experiencias genuinas de conversión, no hace más que describir una comprensión más tradicional de la fe sobre lo que significa y cómo se exterioriza.
Este circular recorrido religioso, que domina esta primera parte llamada “Una crisis” puede ser considerada aisladamente, porque no vuelve sobre esa experiencia salvo una referencia al final de su extenso trabajo, donde se mezclan el ritual del lavado de pies con una práctica de encuentro comunitario. De todas maneras se puede considerar que le caben, al menos, dos posibles lecturas. Por un lado, un aporte tangencial a lo que intenta compartir, como un encuadre que de valor a su argumentación. Por otro lado, por la referencia a los variados comentarios personales, que ha conservado en muchos cuadernos a lo largo de varios años sobre sus lecturas bíblicas, a los cuales recurre con frecuencia y se ofrecen como una garantía de autenticidad.
Es indudable que Carrère ha leído y estudiando los textos bíblicos a los que alude. Pablo y Lucas son los dos personajes que mayormente le atraen. Confiesa que no intenta novelar los hechos, pero no puede evitar hacer una lectura interpretativa de lo mencionado en los textos neo-testamentarios ampliando en su visión acontecimientos a los que les da una interpretación peculiar. En buena medida, y cuando lo hace lo explicita, no hace más que tomarse la libertad que durante siglos se han arrogado los intérpretes de los textos bíblicos.
Llegado a este punto se abre un planteo que ha marcado la comprensión de cualquier hecho que se procura comunicar, y que tiene que ver con la complejidad que va de la comprensión del hecho en sí, pasando por la versión de los testigos hasta la muy variada, y muchas veces contradictoria, interpretación de lo sucedido. No resulta ajeno recordar lo que Nietzsche afirmaba que “no hay hechos sino interpretaciones”.
El mundo moderno de la comunicación ha entrado en un complejo esquema de comprensión de hechos, donde ronda la imaginación de lo sucedido, el muy estudiado uso del lenguaje, la importancia del silencio, la renuencia a la necesaria retractación donde correspondiere y a la reiteración de sospechas donde las cosas no sucedieron pero pudieron haberlo sido.
Entrar en este mundo reclamará un análisis más detallado y profundo que puede ayudar a desentrañar hasta dónde es posible conocer lo sucedido, cómo considerar la ficción como intento de comprensión y mucho más. Se entiende que es importante tener esto en cuenta para comprender lo que Carrère buscar compartir y está muy emparentado con toda interpretación bíblica que no está exenta de tal escrutinio.
Si bien se podría no concordar con lo que este libro comunica habrá que reconocerle la validez de su libertad para hacerlo. Hacer un reclamo de autenticidad sobre temas que están más cercanos a los mitos, frutos de elaboraciones desarrolladas por imperio de necesidades religiosas, no pueden limitar los planteos de quienes genuinamente tienen la libertad hacerlo.

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