sábado, 12 de marzo de 2016

Fortaleza y santificación en el camino de la salvación, L. Cervantes-O.

13 de marzo, 2016

Que el Dios de paz los mantenga completamente dedicados a su servicio. Que los conserve sin pecado hasta que vuelva nuestro Señor Jesucristo, para que ni el espíritu ni el alma, ni el cuerpo de ustedes sean hallados culpables delante de Dios. Él los eligió para ser parte de su pueblo, y hará todo esto porque siempre cumple lo que promete.
I Tesalonicenses 5.23-24, Traducción en Lenguaje Actual

La continuidad en la vida de fe de quienes alguna vez se han incorporado a la iglesia es vista por la primera carta a los Tesalonicenses como un esfuerzo sostenido por parte del Salvador y Señor para sostener y fortalecerlos. Surgido ante la necesidad urgente de responder a exigencias muy puntuales que planteaba la comunidad, esta epístola alecciona a los seguidores de Jesucristo para que, al superar sus dudas, su existencia y su testimonio se coloquen en la línea de una historia de salvación que viene desde la antigüedad y, al mismo tiempo, se encaminen hacia un futuro pletórico de bendiciones. Es el arranque mismo de la tarea escritural paulina (y del Nuevo Testamento), en el verano del año 50, a lo que le siguió Gálatas (verano del 52), Corintios (otoño del 52 al verano del 54), Filipenses (53-54), Filemón (inicios del 54), Efesios (comienzos del 55) y Romanos (primavera del 55). “Un aspecto muy significativo […] es la viveza de la esperanza en la salvación definitiva, que iba a efectuarse muy pronto con la manifestación gloriosa del soberano mesiánico, entronizado ya en el ámbito celeste”.[1]

Así, la carta inicia con un planteamiento notable: la comunidad de Tesalónica (capital de la provincia romana de Macedonia, Hch 17.1) es presentada como un modelo o ejemplo para otros grupos cristianos del primer siglo (1.7), lo que la comprometía sobremanera para seguir como tal en medio de la problemática del momento. Lo segundo que se destaca en esta comunidad es su capacidad de recepción del mensaje cristiano por parte del apóstol Pablo y sus colaboradores (2.13), lo que los colocó en una situación complicada ante el resto de los habitantes de la ciudad (2.14). No obstante, se subraya el reconocimiento de que el trabajo misionero había sido un éxito entre ellos (2.20). Los propagadores del mensaje sentían genuino orgullo por su labor. La sección que va del 2.17 al 3.10 resume muy bien la relación entre ambas partes.

Inmediatamente después se afirma que Timoteo, enviado del apóstol para “supervisar” a la iglesia ha enviado magníficas noticias sobre ellos a pesar de los sufrimientos experimentados (3.6-7). A continuación, se exhorta a los tesalonicenses a vivir “como a Dios le agrada” (4.1) y así establecer una base moral y ética que les permitiese superar las dificultades del ambiente en que se encuentran, hostil hacia su nueva condición espiritual y complejo en sus relaciones humanas. Para superar las exigencias del entorno deberían amarse mutuamente (la actitud típicamente cristiana) y trabajar intensamente (la ocupación del tiempo y de la mente), para así acallar cualquier rumor (4.10-12). Todo ello en el horizonte de la expectativa de la segunda venida del Señor (parusía), que aunque en apariencia se ha pospuesto, eso no debe restar ni un ápice la esperanza de los creyentes (a diferencia de los tesalonicenses no cristianos, que no tienen ninguna), algunos de los cuales ya se han reunido con él (4.15-18). La espera del regreso del Señor debería presidir con claridad todo lo que la iglesia hace porque representa el aliciente máximo que solidificaría aún más la esperanza en el testimonio de fe y de acción de la comunidad: “Pero nosotros no vivimos en la oscuridad, sino en la luz. Por eso debemos mantenernos alerta, y confiar en Dios y amar a toda persona. ¡Nuestra confianza y nuestro amor nos pueden proteger del pecado como una armadura! Y si no dudamos nunca de nuestra salvación, esa seguridad nos protegerá como un casco” (5.8).

Con todo esto como antecedente, el final de la carta se orienta a consolidar y fortalecer a la comunidad en el camino de la santificación propia del camino de la salvación en el que se halla inmerso cada miembro de la misma. De ahí que primeramente se ofrecen pautas para la vida eclesial: primero, un sano respeto hacia los liderazgos genuinos para vivir en paz unos con otros (5.12-13). En segundo lugar, la reprensión mutua hacia quienes asumen la “pasividad apocalíptica” como forma de vida con el pretexto de que el fin estaba cerca (14). En tercero, reforzar la capacidad de respuesta en amor de cada fiel al ser agredido o violentado por causa de su fe: la premisa absoluta era que debían “esforzarse por hacer el bien entre ustedes mismos y con todos los demás” (15). Y sobre todo, agregar a todo ello, como parte de la espera escatológica, actitudes y prácticas espirituales positivas: alegría constante en las celebraciones litúrgicas (16), oración incansable (17) y gratitud permanente (18). Ésas, subraya el apóstol, son las marcas de la fe cristiana auténtica (18b), además de una excelente comprensión de las acciones del Espíritu Santo en su vida (19), junto con una práctica responsable de los dones recibidos de él, especialmente el de la profecía (20).

La recomendación inmediata es “poner todo a prueba” (discernimiento ético) para obtener lo mejor de ello (21) y así complementar los recursos recibidos de Dios para que la suma de todas estas percepciones les permitiera experimentar una completa dedicación al servicio que es lo que Dios quiere (23), idea con que da inicio la “invocación conclusiva” de la carta (muy similar a la de 3.11-13) y en la que la terminología bautismal afirma los deseos apostólicos para esta comunidad. Los elementos de la misma son esenciales para configurar el plan de salvación que debían experimentar esos creyentes:

a) la presencia y cercanía del Dios del Shalom (bienestar humano pleno);
b) la santificación íntegra (dedicación total al Señor) como superación efectiva del pecado como forma de vida (23b, en el mismo sentido que 4.3-8);
c) que el ser completo sea irreprochable (23c);
y d) una frase final que expresa dos aspectos fundamentales de dicho plan: la elección de que los tesalonicenses fueron objeto y, sobre todo, la garantía de que tal elección salvífica se cumplirá en todos sus aspectos: “¡Fiel es quien los llama! Él lo hará” (24).

El espíritu de la exhortación con que culmina la carta consiste en plantear que la comunidad cristiana de Tesalónica debería mantenerse hasta la segunda venida del Señor, de ser posible, pero en el marco de un comportamiento comunitario acorde con las exigencias del Reino de Dios. La santificación es parte del proceso de amoldamiento al ideal de asumir la voluntad divina como el centro de la existencia transformadora del Evangelio, pues la comunidad mesiánica tenía que “mostrarse como tal en sus nuevas prácticas sociales, diferentes de las que configuraban el entramado social de su entorno […], [lo] que implica la transformación de la estructura social del mundo viejo y de sus prácticas”.[2] Así serían fortalecidos para alcanzar la plenitud de la salvación tan esperada.



[1] Senén Vidal, El primer escrito cristiano. Texto bilingüe de 1 Tesalonicenses con introducción y comentario. Salamanca, Sígueme, 2006 (Biblioteca de estudios bíblicos, minor, 9), p. 17.
[2] Ibíd., p. 41. Énfasis original.

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