sábado, 19 de marzo de 2016

La Palabra salvadora en el mundo, L. Cervantes-O.

20 de marzo, 2016

La mirada teológica supratemporal sobre el Logos divino
A semejanza del gran poema teológico de Juan 1.1-5, que afirma la preexistencia de Jesucristo como Palabra (Logos) de Dios, en continuidad, a su vez, con Proverbios 8.22-30 (mediante un ejercicio sublime de intertextualidad) en donde se destaca la presencia de la sabiduría (Sophia) como compañera y co-creadora con Dios, la primera Carta de Juan comienza su mensaje con un nuevo poema que retoma y relee esos antecedentes, en un grandioso ejercicio de reconstrucción de la presencia de esa Palabra de vida en el mundo que se corresponde con su también magnífico cierre (5.20). Su horizonte es cósmico e histórico, a la vez, su perspectiva es solemne e invita al reconocimiento del gran acontecimiento salvador:

1 Lo que era desde el principio,
lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos,
lo que hemos contemplado,
y palparon nuestras manos
tocante a la Palabra [logos] de vida
2 (porque la vida fue manifestada,
y la hemos visto, y testificamos,
y les anunciamos la vida eterna,
la cual estaba con el Padre,
y se nos manifestó);
3 lo que hemos visto y oído,
eso les anunciamos,
para que también ustedes tengan comunión con nosotros;
y nuestra comunión [koinonían] verdaderamente es con el Padre,
y con su Hijo Jesucristo.
4 Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.

Cada sección es un golpe de fe redentora, liberadora, genuinamente cristo-céntrica: el pasaje es abrumador, pero convincente, de altas dimensiones, pero aterriza en la realidad del mundo y de las comunidades: la Palabra salvadora, Palabra eterna, preexistente, anterior a todo lo creado, razón de ser de todas las cosas, Palabra de vida, el logos de Dios, vino a este mundo, se afianzó en la tierra, en la historia.

La fuerza del testimonio apostólico
Oír, ver, contemplar, palpar: verbos que transmiten epidérmica cercanía con la Palabra de vida. Estamos ante un “compendio de la historia de la salvación” que se despliega en ellos para mostrar la cercanía física y efectiva de la Palabra-de-vida-en-el-mundo mediante un recurso gramatical perfectamente pensado para ese propósito:

a) Comienza con la situación de la Vida antes de su manifestación, con verbos en imperfecto: “era desde el principio” y “estaba vuelta hacia el Padre” [1a];
b) luego los verbos en aoristo [pasado] que expresan el hecho histórico puntual de la manifestación y su constatación práctica: ver y tocar [1b].
c) Se continúa esta historia con los verbos en perfecto “escuchar” (dos veces) y “ver” (tres veces) [2-3], que expresan no solamente la constatación del hecho histórico sino también el efecto de la acción en el presente, esto es, la capacitación para la realización del anuncio; y esta continuidad en el presente que completa la capacitación se expresa en la comunión con el Padre y con el Hijo.
d) Finalmente desemboca en los verbos en presente indicativo, que desarrollan el proyecto de anuncio que se concreta en un proyecto escriturístico [4a],
e) y los verbos en presente subjuntivo que expresan la respuesta esperada: tener comunión y alegría plena [4b].[1]

La manera en que se destaca la manifestación histórica y su percepción táctil (palpar, tocar) adelanta el énfasis que recibe la encarnación del Hijo de Dios en este documento. Sobre ello hay que recordar la advertencia de 5.21 (final de la Carta): era necesario cuidarse de los ídolos-imágenes, pues eran falsas presentaciones de un Cristo inmaterial, difuso, contra lo cual lucha denodadamente toda la literatura juanina. La aceptación de la encarnación de Jesús era el factor que definía la posibilidad de entablar relaciones de fraternidad con las comunidades ligadas a esa tradición doctrinal.

La respuesta de las comunidades ante semejante realidad de fe
“Así pues, el acontecimiento histórico de la revelación de la Palabra es a la vez memoria y anuncio. El texto no describirá el hecho histórico, sino que anunciará el mensaje a una situación nueva y reclamará una respuesta en la perspectiva del anuncio realizado”.[2] Eso fortalecerá la unión de las comunidades, una unión que las dirige, nada menos, a mantener la cercanía con el Salvador y con el Padre. La Palabra de vida recibida y aplicada en la vida de los creyentes es el factor máximo para la realización de la koinonía cristiana (3b). Es preciso, además, que los seguidores/as de Jesús se alegren por ello (4b). El gozo es también uno de los temas predilectos del Cuarto Evangelio.

La entrada en Jerusalén en el recuerdo del “discípulo amado”
Una de los sucesos de los que fue testigo el llamado “discípulo amado” es precisamente cuando Jesús entra en la capital de la nación. Juan 12.12-19 da fe de lo sucedido y muestra su particular percepción: primero, al referirse a la reacción de los fariseos cuya reacción ante el acontecimiento es típicamente juanina (y universal): “No vamos a poder hacer nada. Miren, ¡el mundo se va tras él” (v. 19b), y después, apenas transcurridos los instantes culminantes de dicha entrada, a “unos griegos” (v. 20) que formaban parte del grupo que había ido “a adorar durante la fiesta”, y que querían “ver a Jesús”, como muestra de la apertura que la comunidad mostró, en la segunda etapa de su desarrollo (entre los años 50 y 70 d.C.), “en fidelidad radical a la memoria de Jesús”, con una actitud profética, muy crítica de la Ley y del Templo y, al mismo tiempo, con la integración de creyentes samaritanos y griegos.[3]

Lo que en los demás evangelios se situó en el marco de un anticipo visible del Reino de Dios, en esta tradición, además de ello, representó un paso adelante en la consolidación de un grupo de comunidades que asumieron su elección a partir del compromiso con el esfuerzo redentor de su Señor y Maestro quien, al entrar a Jerusalén, dio el más firme paso hacia adelante en el camino del amor sufriente en acción en la línea marcada por la conciencia que tuvo acerca de eso y de la cual da fiel testimonio ese evangelio: “En este momento estoy sufriendo mucho, y me encuentro confundido. Quisiera decirle a mi Padre que no me deje sufrir así. Pero no lo haré, porque yo vine al mundo precisamente para hacer lo que él me mandó. Más bien diré: ‘Padre, muéstrale al mundo tu poder’. Al momento, desde el cielo se oyó una voz que decía: ‘Ya he mostrado mi poder, y volveré a mostrarlo’” (12.27-28).



[1] James Wheeler, “Amor que genera compromiso. Estudio de la estructura manifiesta de 1 Juan”, en RIBLA. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 17, p. 101, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25.
[2] Ídem.
[3] Pablo Richard, “Claves para una re-lectura histórica y liberadora (Cuarto Evangelio y Cartas)”, en RIBLA, núm. 17, p. 31.

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