20 de marzo, 2016
La mirada teológica supratemporal sobre el
Logos divino
A
semejanza del gran poema teológico de Juan 1.1-5, que afirma la preexistencia
de Jesucristo como Palabra (Logos) de
Dios, en continuidad, a su vez, con Proverbios 8.22-30 (mediante un ejercicio
sublime de intertextualidad) en donde se destaca la presencia de la sabiduría (Sophia) como compañera y co-creadora con
Dios, la primera Carta de Juan comienza su mensaje con un nuevo poema que
retoma y relee esos antecedentes, en un grandioso ejercicio de reconstrucción
de la presencia de esa Palabra de vida en el mundo que se corresponde con su también
magnífico cierre (5.20). Su horizonte es cósmico e histórico, a la vez, su
perspectiva es solemne e invita al reconocimiento del gran acontecimiento salvador:
1 Lo que era desde el principio,
lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos,
lo que hemos contemplado,
y palparon nuestras manos
tocante a la Palabra [logos] de vida
2 (porque la vida fue manifestada,
y la hemos visto, y testificamos,
y les anunciamos la vida eterna,
la cual estaba con el Padre,
y se nos manifestó);
3 lo que hemos visto y oído,
eso les anunciamos,
para que también ustedes tengan comunión con
nosotros;
y nuestra comunión [koinonían] verdaderamente es con el Padre,
y con su Hijo Jesucristo.
4 Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.
Cada sección es un golpe de fe redentora, liberadora, genuinamente
cristo-céntrica: el pasaje es abrumador, pero convincente, de altas dimensiones,
pero aterriza en la realidad del mundo y de las comunidades: la Palabra
salvadora, Palabra eterna, preexistente, anterior a todo lo creado, razón de
ser de todas las cosas, Palabra de vida, el logos
de Dios, vino a este mundo, se afianzó en la tierra, en la historia.
La fuerza del testimonio apostólico
Oír,
ver, contemplar, palpar: verbos que transmiten epidérmica cercanía con la
Palabra de vida. Estamos ante un “compendio de la historia de la salvación” que
se despliega en ellos para mostrar la cercanía física y efectiva de la Palabra-de-vida-en-el-mundo
mediante un recurso gramatical perfectamente pensado para ese propósito:
a) Comienza
con la situación de la Vida antes de su manifestación, con verbos en
imperfecto: “era desde el principio” y “estaba vuelta hacia el Padre” [1a];
b) luego
los verbos en aoristo [pasado] que expresan el hecho histórico puntual de la
manifestación y su constatación práctica: ver y tocar [1b].
c) Se continúa
esta historia con los verbos en perfecto “escuchar” (dos veces) y “ver” (tres veces)
[2-3], que expresan no solamente la constatación del hecho histórico sino
también el efecto de la acción en el presente, esto es, la capacitación para la
realización del anuncio; y esta continuidad en el presente que completa la
capacitación se expresa en la comunión con el Padre y con el Hijo.
d) Finalmente
desemboca en los verbos en presente indicativo, que desarrollan el proyecto de
anuncio que se concreta en un proyecto escriturístico [4a],
e) y los
verbos en presente subjuntivo que expresan la respuesta esperada: tener
comunión y alegría plena [4b].[1]
La manera en que se destaca la manifestación histórica y su
percepción táctil (palpar, tocar) adelanta el énfasis que recibe la encarnación
del Hijo de Dios en este documento. Sobre ello hay que recordar la advertencia
de 5.21 (final de la Carta): era necesario cuidarse de los ídolos-imágenes,
pues eran falsas presentaciones de un Cristo inmaterial, difuso, contra lo cual
lucha denodadamente toda la literatura juanina. La aceptación de la encarnación
de Jesús era el factor que definía la posibilidad de entablar relaciones de
fraternidad con las comunidades ligadas a esa tradición doctrinal.
La respuesta de las comunidades ante
semejante realidad de fe
“Así
pues, el acontecimiento histórico de la revelación de la Palabra es a la vez
memoria y anuncio. El texto no describirá el hecho histórico, sino que
anunciará el mensaje a una situación nueva y reclamará una respuesta en la
perspectiva del anuncio realizado”.[2] Eso
fortalecerá la unión de las comunidades, una unión que las dirige, nada menos, a
mantener la cercanía con el Salvador y con el Padre. La Palabra de vida recibida
y aplicada en la vida de los creyentes es el factor máximo para la realización
de la koinonía cristiana (3b). Es preciso, además, que los seguidores/as de Jesús
se alegren por ello (4b). El gozo es también uno de los temas predilectos del
Cuarto Evangelio.
La entrada en Jerusalén en el recuerdo del “discípulo
amado”
Una de los
sucesos de los que fue testigo el llamado “discípulo amado” es precisamente
cuando Jesús entra en la capital de la nación. Juan 12.12-19 da fe de lo
sucedido y muestra su particular percepción: primero, al referirse a
la reacción de los fariseos cuya reacción ante el acontecimiento es típicamente
juanina (y universal): “No vamos a poder hacer nada. Miren, ¡el mundo se va
tras él” (v. 19b), y después, apenas transcurridos los instantes culminantes de
dicha entrada, a “unos griegos” (v. 20) que formaban parte del grupo que había
ido “a adorar durante la fiesta”, y que querían “ver a Jesús”, como muestra de
la apertura que la comunidad mostró, en la segunda etapa de su desarrollo
(entre los años 50 y 70 d.C.), “en fidelidad radical a la memoria de Jesús”, con
una actitud profética, muy crítica de la Ley y del Templo y, al mismo tiempo, con
la integración de creyentes samaritanos y griegos.[3]
Lo que en los
demás evangelios se situó en el marco de un anticipo visible del Reino de Dios,
en esta tradición, además de ello, representó un paso adelante en la
consolidación de un grupo de comunidades que asumieron su elección a partir del
compromiso con el esfuerzo redentor de su Señor y Maestro quien, al entrar a
Jerusalén, dio el más firme paso hacia adelante en el camino del amor sufriente
en acción en la línea marcada por la conciencia que tuvo acerca de eso y de la
cual da fiel testimonio ese evangelio: “En este momento estoy sufriendo mucho,
y me encuentro confundido. Quisiera decirle a mi Padre que no me deje sufrir
así. Pero no lo haré, porque yo vine al mundo precisamente para hacer lo que él
me mandó. Más bien diré: ‘Padre, muéstrale al mundo tu poder’. Al momento,
desde el cielo se oyó una voz que decía: ‘Ya he mostrado mi poder, y volveré a
mostrarlo’” (12.27-28).
[1] James Wheeler, “Amor que
genera compromiso. Estudio de la estructura manifiesta de 1 Juan”, en RIBLA. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 17, p. 101,
http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25.
[2] Ídem.
[3] Pablo
Richard, “Claves para una
re-lectura histórica y liberadora (Cuarto Evangelio y Cartas)”,
en RIBLA, núm. 17, p. 31.
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