jueves, 24 de marzo de 2016

Jesucristo, el justo que se entregó por los injustos, A.I. Edith Martínez Vázquez

21 de marzo de 2016


Jesucristo, el Justo, fue llevado a la muerte injustamente. Fue acusado y torturado injustamente porque no había culpa en Él. Los injustos trataron como culpable al único Justo que existía en el mundo. Y ante la humanidad la injusticia era la que se llevaba la victoria en ese momento. Sin embargo, Jesús tenía un propósito muy bien definido el cual era un propósito de amor, en el que estaba dispuesto a dar su vida justa a cambio del perdón de los pecados de los injustos.

El amor era el eje de todo lo que hizo y todo lo que hará. Todo lo que hacía Jesús era guiado y enfocado en el amor y en la justicia, por eso no pesaba que, ante la visión humana, la injusticia le estaba ganando a la justicia, porque el control de todo lo tenía Dios y en su control ya estaba decidido que esa vida que le quitaban a Jesús iba a tomarla nuevamente con su poder. La humanidad le quitaba la vida al Justo pero la soberanía es de Dios no del hombre. La vida y la muerte dependen de Dios no del hombre: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10: 17-18).

El ejemplo de Jesucristo fue de una total dependencia en Dios y una vida inmersa en amor y justicia. “Y ahora sí, hermanos, todo aquel que profesa a Jesucristo y no guarda sus mandamientos   ni sigue su ejemplo es mentiroso” (1ª de Juan 2:4). “El que dice que permanece en Cristo debe andar como Él anduvo” (1ª de Juan 2:6). Y ¿cómo anduvo Jesucristo? En amor y en justicia. También 1ª de Juan 2:11 dice: “ Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. Y ¿por qué se “aborrece” a alguien? Porque sentimos que hemos sido agraviados por ese alguien, o porque hemos recibido un daño, porque nos ha generado un sentimiento negativo como dolor, coraje, celos, envidia, rencor, desilusión, tristeza, decepción, etc. Y al tener esos sentimientos negativos, guardarlos y alimentarlos de más cosas negativas andamos en tinieblas, la oscuridad nos ciega y no nos deja ver con claridad en dónde estamos parados, ni ver cómo estamos viviendo. Nos acostumbramos a vivir con ese sentimiento guardado y lo peor es que a veces, sin darnos cuenta, estamos alimentando ese ogro que traemos dentro.

Empezamos a pensar cosas negativas, tanto de la persona como de nosotros mismos, y creemos que es real lo que nos imaginamos. Empezamos a tratar a la persona con coraje y vernos a nosotros como víctimas; nuestra mirada cambia, nuestros gestos se acentúan en contra de esa persona y nuestra tranquilidad se termina. Dejamos que fluya con toda rapidez nuestro pensar y tratamos con desprecio o altivez a la persona sin darnos cuenta que nos estamos dejando llevar por las tinieblas de los sentimientos negativos. Nos empezamos a causar daño a nosotros mismos. “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:14-16).

Y entonces podemos preguntarnos: ¿Jesús me dio ese ejemplo? ¿Jesús actuó así con sus verdugos? ¿Los vio con desprecio en la cruz? ¿Imploró a Dios por que los exterminara en ese momento? ¿Qué hizo él? Jesús dijo: “Perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Intercedió por aquellos que le hicieron daño. No los maldijo, sino que pidió un bien para ellos.

Amar a quienes te aman es fácil. Amar a quien te ha agraviado es cuando empiezas a vivir el amor perfeccionado que Cristo ha puesto en nosotros. “Pero el que guarda su Palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en Él” (1ª Juan 2:5). Cuando empezamos a dejar que el eje rector de nuestras vidas sea el amor y la justicia que Jesús vivió entonces las cosas cambian. Dios está en nosotros y Dios es amor. Es el amor de Dios el que nos mueve a perdonar, a darnos cuenta de que lo negativo no viene de lo alto, no es bendición sino destrucción y entonces necesitamos que nuestro corazón sea liberado, que Jesucristo rompa esas cadenas de esclavitud de rencor, de coraje, de celos, de envidia, de tristeza, de depresión, de insatisfacción, de frustración y muchos más sentimientos negativos que pueden existir.

Hermano, si sientes eso en tu corazón implora a Dios ayuda para que sea su amor el que te inunde y te ayude a expulsar de tu corazón todo lo que te estorba. “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3: 17-18).

El corazón debe sentir paz para que pueda amar y al mismo tiempo estar saturado de amor, pues eso trae paz al alma y a la mente. El perdón es algo que sana primeramente a quien lo otorga porque le trae liberación, porque en el perdón es cuando se puede bendecir en lugar de maldecir a quien nos agravió. En el amor es cuando se puede interceder por aquel del que recibimos o nos generó un sentimiento negativo.

Jesucristo, como hombre, no tomó la justicia con sus propias manos, aunque podía hacerlo; pero lo dejó en manos del Padre, en manos del Dios vivo y verdadero. Él nos dio el ejemplo de perdonar aunque no nos pidan perdón. A veces el que agravia se arrepiente, pide perdón a Dios y a nosotros siendo liberado; pero si nosotros no perdonamos de corazón los esclavizados seguiremos siendo nosotros.

Pero ¿qué haremos cuando los agraviados no somos nosotros sino más bien nosotros hemos agraviado, hemos cometido el mal y causado el dolor a nuestro prójimo? Debemos arrepentirnos de corazón, pedir perdón a Dios y a los afectados y reparar el daño causado en la medida de lo posible (tenemos el ejemplo de Zaqueo, Lucas 19:2-10). “Pues abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el Justo” (1ª Juan 2:1).

Jesucristo perdona cuando hay un corazón verdaderamente arrepentido. Hermanos, Jesucristo el Justo se entregó por los injustos. ¿Por qué somos injustos? Porque no hemos perdonado de corazón a quien nos agravió y no reflexionamos que a nosotros Jesucristo nos perdona día con día. Porque reclamamos al que nos agravió todo lo que nos hizo y se lo estamos recordando una y mil veces para que no se olvide de lo que nos hizo; cuando a nosotros Jesucristo ya no nos reclama los pecados cometidos y ya no se acuerda de ellos. Porque deseamos que sufra aquel que nos causó un mal y no nos damos cuenta de que a nosotros no nos desearon un sufrimiento sino antes, por el contrario, Jesús nos amó dando su vida para ofrecernos vida eterna.

Jesucristo, el Justo, nos puso un ejemplo de amor, de justicia y de perdón, nos puso ejemplo de intercesión y bendición. Si queremos seguir sus pasos y querer que su amor y su paz dirijan nuestras vidas pongamos en sus manos todo aquello que nos estorba y seamos liberados, pues como dice 1ª Juan 2:10: “El que ama a su hermano, permanece en la luz y en él no hay tropiezo”.

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