domingo, 26 de junio de 2016

Presente y futuro de la iglesia en el mundo, L. Cervantes-O.

26 de junio, 2016

Todos los miembros de la iglesia son como un edificio, el cual está construido sobre la enseñanza de los apóstoles y los profetas. En ese edificio Jesucristo es la piedra principal. Es él quien mantiene firme todo el edificio y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor.
Efesios 2.20-21, TLA

Hace pocos años apareció un volumen del teólogo católico suizo Hans Küng, acusado muchas veces de acercarse a las ideas del protestantismo, especialmente desde que cuestionó la infalibilidad papal en un libro memorable (¿Infalible?, 1970). Küng, cuya tesis doctoral versó sobre la teología de Karl Barth, plantea desde el título de la nueva obra todo un dilema y un auténtico manifiesto eclesiológico autocrítico, como lo ha hecho tantas veces: ¿Tiene salvación la iglesia? (2012). No se refiere al hecho grandioso de la redención obtenida por Jesucristo para sus elegidos ni tampoco a la posibilidad de que esa salvación se pierda. Más bien, se ocupa de apreciar cuál es el papel o la función de la comunidad cristiana en medio del mundo. El resumen editorial habla muy bien de su contenido: “La crisis eclesial va mucho más allá de los casos de abusos a menores y del encubrimiento de tales conductas: se trata de una crisis fundamental del sistema romano. Una Iglesia que siga aferrándose al monopolio del poder y de la verdad, así como a su aversión a la sexualidad y su misoginia, una Iglesia que se niegue a introducir reformas y se cierre en banda al mundo moderno ilustrado no puede perdurar. Desde la confianza en que la Iglesia pueda recobrar la salud, este libro quiere abrir un ‘diálogo sobre el futuro’”. Aunque referida al catolicismo, la pregunta bien puede extenderse al resto de la cristiandad, en medio de su gran diversidad y grandes peculiaridades.

Ciertamente, como comenta Leonardo Boff, al referirse al libro, la iglesia se encuentra maniatada por su forma jerárquica, por el uso del poder y por su negativa a transformarse profundamente: “…lo que está en profunda crisis es esta segunda concepción de Iglesia, que Küng llama “sistema romano”, o sea, “la Iglesia institución-jerárquica” o “la estructura monárquico-absolutista de mando” […] Esta crisis se prolonga desde hace siglos y el clamor por cambios atraviesa la historia de la Iglesia, culminando en la Reforma del siglo XVI y en el Concilio Vaticano II (1962-1965) de nuestros días. En términos estructurales, las reformas estructurales siempre fueron superficiales o aplazadas o simplemente abortadas”.[1] Al final del volumen, Küng responde abiertamente la pregunta básica que se ha hecho en términos duros, pero necesarios, con el obligado enfoque positivo y profético:

·  No es posible salvar una Iglesia que, vuelta hacia el pasado, siga enamorada de la Edad Media, la época de la Reforma o incluso la Ilustración. Pero una Iglesia orientada hacia los orígenes cristianos y concentrada en las tareas actuales sí puede sobrevivir.
·  No es posible salvar una Iglesia que se halle patriarcalmente comprometida con imágenes estereotipadas de la mujer, con un lenguaje exclusivamente masculino y con roles de género definidos de antemano. Pero una Iglesia igualitaria que anude ministerio y carisma y acepte a mujeres en todos los ministerios eclesiásticos sí puede sobrevivir.
·  No es posible salvar una Iglesia que, ideológicamente constreñida, se entregue al exclusivismo confesional, la arrogancia ministerial y la negación de la comunidad. Sí que puede sobrevivir, sin embargo, una Iglesia ecuménicamente abierta, que practique el ecumenismo hacia dentro y que a las múltiples palabras ecuménicas haga seguir, por fin, hechos ecuménicos, como el reconocimiento de los ministerios, la revocación de todas las excomuniones y la plena comunión eucarística.[2]

Todo esto contrasta profundamente con la doble perspectiva del Nuevo Testamento que consiste, en primer lugar, y tal como lo expone la carta a los Efesios, en que a través de la Ecclesía, la comunidad de los elegidos, Dios está desarrollando en el mundo el proceso de introducir su Reino para hacerlo visible a toda la humanidad; en segundo lugar, la comunidad cristiana, en su forma institucional es completamente provisional (desde la visión del Apocalipsis), debido a que se encuentra orientada hacia el propósito mencionado, por lo que su presente y su futuro siempre deberán ser evaluados a la luz del mismo. No apreciar este horizonte conduce, inevitablemente, a la absolutización de lo relativo, en este caso, de la presencia histórica de un pueblo creyente que, con sus altas y sus bajas, siempre deberá evaluarse a la luz de los proyectos supremos de su Dios y Señor.

Por ello, las intuiciones y afirmaciones de los escritos apostólicos, como la carta a los Efesios, cobran enorme relevancia al momento de observar la manera en que se define el origen y la misión de la iglesia, entendida como proyecto cuya misión es sumarse al plan divino de establecer su reinno en el mundo. Ef 2 parte, como lo hace desde el cap. 1, de las promesas antiguas y de la autoconciencia del antiguo pueblo que fue llamado a esa misma misión (2.11-12). Los integrantes no judíos de la comunidad de Éfesos debían conectarse con esa tradición, pero con la intención de aportar su existencia como testimonio de la fe en Jesús de Nazaret: si antes vivieron “sin Dios y sin esperanza”, ahora esa lejanía espiritual se ha transformado en una comunión estrecha con el Señor crucificado y resucitado (v. 13). La presencia de Jesucristo ha instalado la paz como norma y consigna para la vida este nuevo pueblo, de esta nueva forma de ser humanos en medio del desorden del mundo. Las barreras han sido superadas y el Señor es el nuevo centro de la historia, de la fe y de la existencia (v. 14). La cruz de Jesús permitió superar las exigencias de la ley para hacer surgir una nueva humanidad, “un solo pueblo amigo” (v. 15). No hay mejor definición de iglesia que ésa.

Judíos y no judíos, personas de todas las razas y culturas como parte de un amplio proceso de inculturación, han asumido la fe en Jesús como razón de ser de su paso por el mundo. Las buenas noticias iluminan la vida de todos (vv. 16-17) y su consecuencia es que Dios les ha entregado su Espíritu para poder acercarse a Él como Padre (v. 18). Ef 2.14-16 es un himno temprano adaptado por el autor: Cristo haciendo la paz entre gentiles y judíos; algunos piensan que es una expansión de Colosenses 1.20-22.

El himno original fue adaptado al entendimiento teológico cristiano para explicar la dimensión cósmica de la paz de Cristo, en contraste con la concepción del Redentor gnóstico (del gnosticismo), quien trae la paz derribando la pared que separa los gnósticos verdaderos del campo celestial. De esta manera Efesios interpreta que Cristo ha superado la división en el cosmos al derribar la pared entre el cielo y la tierra y ha vencido nuestras enemistades. Es decir, que la paz de Cristo hace a ambos, judíos y gentiles, beneficiarios de la victoria de Cristo sobre todas las enemistades, todos los dualismos y todas las divisiones. Siendo así, este himno, de gran profundidad teológica, podría haber sido cantado por un amplio rango de personas para celebrar la obra de paz de Cristo en los términos más ampliamente posibles.[3]

La extranjería, la xenofobia religiosa, están abolidas para siempre (19a) y la común humanidad se ve fortalecida por la fuerza de la elección divina para formar parte de un pueblo único repartido en todo el mundo, una nueva familia, por lo que la pertenencia a una comunidad originaria también es revalorada y canalizada para incorporarse plenamente a esa familia espiritual universal. Pero el carácter del presente y el futuro de la misma es una prerrogativa divina también. El edificio que es la iglesia está permanentemente en construcción y la imagen es solemne y aleccionadora: a) la enseñanza de los apóstoles y profetas (didajé) es su cimiento (20a) y b) Jesucristo es la piedra principal (akrogoniaíou, 20), quien la hace crecer, a fin de que “llegue a formar un templo dedicado al Señor” (21). La unión con el Señor, la com-unión con Él, es la única garantía de su sobrevivencia y salvación, en todos los sentidos del término. Si Dios ya habita en el mundo mediante su Espíritu (22), ese espacio humano que es la comunidad cristiana debe afrontar con esperanza su presente y su futuro, pero también con un gran sentido de responsabilidad y exigencia.





[1] L. Boff, “¿Tiene salvación la iglesia”, en Servicios Koinonía, 14 de septiembre de 2012, www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=506. Énfasis agregado.
[2] Cit. por José Martínez de Velasco, “¿Tiene salvación la iglesia?, nuevo libro de Hans Küng en España”, en http://blogs.21rs.es/trastevere/2013/04/14/tiene-salvacion-la-iglesia-nuevo-libro-de-hans-kung-en-espana/. Énfasis agregado.
[3] César Moya, “Muros caídos, comunidades erigidas”, en RIBLA, núm. 68, 2011, p. 50, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/68.pdf.

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