Todos los miembros de la iglesia son como un edificio, el cual está
construido sobre la enseñanza de los apóstoles y los profetas. En ese edificio
Jesucristo es la piedra principal. Es él quien mantiene firme todo el edificio
y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor.
Efesios
2.20-21, TLA
Hace pocos años apareció un volumen del teólogo católico
suizo Hans Küng, acusado muchas veces de acercarse a las ideas del
protestantismo, especialmente desde que cuestionó la infalibilidad papal en un
libro memorable (¿Infalible?, 1970). Küng,
cuya tesis doctoral versó sobre la teología de Karl Barth, plantea desde el título
de la nueva obra todo un dilema y un auténtico manifiesto eclesiológico autocrítico,
como lo ha hecho tantas veces: ¿Tiene
salvación la iglesia? (2012). No se refiere al hecho grandioso de la
redención obtenida por Jesucristo para sus elegidos ni tampoco a la posibilidad
de que esa salvación se pierda. Más bien, se ocupa de apreciar cuál es el papel
o la función de la comunidad cristiana en medio del mundo. El resumen editorial
habla muy bien de su contenido: “La crisis eclesial va mucho más allá de los
casos de abusos a menores y del encubrimiento de tales conductas: se trata de
una crisis fundamental del sistema romano. Una Iglesia que siga aferrándose al
monopolio del poder y de la verdad, así como a su aversión a la sexualidad y su
misoginia, una Iglesia que se niegue a introducir reformas y se cierre en banda
al mundo moderno ilustrado no puede perdurar. Desde la confianza en que la
Iglesia pueda recobrar la salud, este libro quiere abrir un ‘diálogo sobre el
futuro’”. Aunque referida al catolicismo, la pregunta bien puede
extenderse al resto de la cristiandad, en medio de su gran diversidad y grandes
peculiaridades.
Ciertamente, como comenta Leonardo Boff, al
referirse al libro, la iglesia se encuentra maniatada por su forma jerárquica,
por el uso del poder y por su negativa a transformarse profundamente: “…lo que
está en profunda crisis es esta segunda concepción de Iglesia, que Küng llama
“sistema romano”, o sea, “la Iglesia institución-jerárquica” o “la estructura
monárquico-absolutista de mando” […] Esta crisis se prolonga desde hace siglos
y el clamor por cambios atraviesa la historia de la Iglesia, culminando en la
Reforma del siglo XVI y en el Concilio Vaticano II (1962-1965) de nuestros
días. En términos estructurales, las
reformas estructurales siempre fueron superficiales o aplazadas o simplemente
abortadas”.[1] Al final del volumen, Küng
responde abiertamente la pregunta básica que se ha hecho en términos duros,
pero necesarios, con el obligado enfoque positivo y profético:
· No es posible salvar una
Iglesia que, vuelta hacia el pasado, siga enamorada de la Edad Media, la época
de la Reforma o incluso la Ilustración. Pero
una Iglesia orientada hacia los orígenes cristianos y concentrada en las tareas
actuales sí puede sobrevivir.
· No es posible salvar una
Iglesia que se halle patriarcalmente comprometida con imágenes estereotipadas
de la mujer, con un lenguaje exclusivamente masculino y con roles de género
definidos de antemano. Pero una Iglesia
igualitaria que anude ministerio y carisma y acepte a mujeres en todos los
ministerios eclesiásticos sí puede sobrevivir.
· No es posible salvar una
Iglesia que, ideológicamente constreñida, se entregue al exclusivismo
confesional, la arrogancia ministerial y la negación de la comunidad. Sí que puede sobrevivir, sin embargo, una Iglesia
ecuménicamente abierta, que practique el ecumenismo hacia dentro y que a las
múltiples palabras ecuménicas haga seguir, por fin, hechos ecuménicos, como el
reconocimiento de los ministerios, la revocación de todas las excomuniones y la
plena comunión eucarística.[2]
Todo esto contrasta profundamente con la
doble perspectiva del Nuevo Testamento que consiste, en primer lugar, y tal
como lo expone la carta a los Efesios, en que a través de la Ecclesía, la comunidad de los elegidos,
Dios está desarrollando en el mundo el proceso de introducir su Reino para
hacerlo visible a toda la humanidad; en segundo lugar, la comunidad cristiana,
en su forma institucional es completamente provisional (desde la visión del
Apocalipsis), debido a que se encuentra orientada hacia el propósito mencionado,
por lo que su presente y su futuro siempre deberán ser evaluados a la luz del
mismo. No apreciar este horizonte conduce, inevitablemente, a la absolutización
de lo relativo, en este caso, de la presencia histórica de un pueblo creyente que,
con sus altas y sus bajas, siempre deberá evaluarse a la luz de los proyectos
supremos de su Dios y Señor.
Por ello, las intuiciones y afirmaciones de los
escritos apostólicos, como la carta a los Efesios, cobran enorme relevancia al momento
de observar la manera en que se define el origen y la misión de la iglesia,
entendida como proyecto cuya misión es sumarse al plan divino de establecer su
reinno en el mundo. Ef 2 parte, como lo hace desde el cap. 1, de las promesas
antiguas y de la autoconciencia del antiguo pueblo que fue llamado a esa misma
misión (2.11-12). Los integrantes no judíos de la comunidad de Éfesos debían
conectarse con esa tradición, pero con la intención de aportar su existencia
como testimonio de la fe en Jesús de Nazaret: si antes vivieron “sin Dios y sin
esperanza”, ahora esa lejanía espiritual se ha transformado en una comunión
estrecha con el Señor crucificado y resucitado (v. 13). La presencia de
Jesucristo ha instalado la paz como norma y consigna para la vida este nuevo
pueblo, de esta nueva forma de ser humanos en medio del desorden del mundo. Las
barreras han sido superadas y el Señor es el nuevo centro de la historia, de la
fe y de la existencia (v. 14). La cruz de Jesús permitió superar las exigencias
de la ley para hacer surgir una nueva humanidad, “un solo pueblo amigo” (v.
15). No hay mejor definición de iglesia que ésa.
Judíos y no judíos, personas de todas las
razas y culturas como parte de un amplio proceso de inculturación, han asumido
la fe en Jesús como razón de ser de su paso por el mundo. Las buenas noticias
iluminan la vida de todos (vv. 16-17) y su consecuencia es que Dios les ha
entregado su Espíritu para poder acercarse a Él como Padre (v. 18). Ef 2.14-16
es un himno temprano adaptado por el autor: Cristo haciendo la paz entre
gentiles y judíos; algunos piensan que es una expansión de Colosenses 1.20-22.
El himno original fue adaptado al
entendimiento teológico cristiano para explicar la dimensión cósmica de la paz
de Cristo, en contraste con la concepción del Redentor gnóstico (del gnosticismo),
quien trae la paz derribando la pared que separa los gnósticos verdaderos del
campo celestial. De esta manera Efesios interpreta que Cristo ha superado la
división en el cosmos al derribar la pared entre el cielo y la tierra y ha
vencido nuestras enemistades. Es decir,
que la paz de Cristo hace a ambos, judíos y gentiles, beneficiarios de la
victoria de Cristo sobre todas las enemistades, todos los dualismos y todas las
divisiones. Siendo así, este himno, de gran profundidad teológica, podría haber
sido cantado por un amplio rango de personas para celebrar la obra de paz de
Cristo en los términos más ampliamente posibles.[3]
La extranjería, la xenofobia religiosa, están
abolidas para siempre (19a) y la común humanidad se ve fortalecida por la
fuerza de la elección divina para formar parte de un pueblo único repartido en
todo el mundo, una nueva familia, por lo que la pertenencia a una comunidad
originaria también es revalorada y canalizada para incorporarse plenamente a
esa familia espiritual universal. Pero el carácter del presente y el futuro de
la misma es una prerrogativa divina también. El edificio que es la iglesia está
permanentemente en construcción y la imagen es solemne y aleccionadora: a) la enseñanza de los apóstoles y
profetas (didajé) es su cimiento (20a)
y b) Jesucristo es la piedra
principal (akrogoniaíou, 20), quien
la hace crecer, a fin de que “llegue a formar un templo dedicado al Señor” (21).
La unión con el Señor, la com-unión con
Él, es la única garantía de su sobrevivencia y salvación, en todos los sentidos
del término. Si Dios ya habita en el mundo mediante su Espíritu (22), ese
espacio humano que es la comunidad cristiana debe afrontar con esperanza su
presente y su futuro, pero también con un gran sentido de responsabilidad y
exigencia.
[1] L. Boff, “¿Tiene salvación la iglesia”,
en Servicios Koinonía, 14 de septiembre
de 2012, www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=506.
Énfasis agregado.
[2] Cit. por José Martínez de
Velasco, “¿Tiene salvación la iglesia?, nuevo
libro de Hans Küng en España”, en http://blogs.21rs.es/trastevere/2013/04/14/tiene-salvacion-la-iglesia-nuevo-libro-de-hans-kung-en-espana/.
Énfasis agregado.
[3] César Moya, “Muros caídos,
comunidades erigidas”, en RIBLA, núm.
68, 2011, p. 50, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/68.pdf.
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