6 de noviembre, 2016
¡Excelente!
Eres un empleado bueno, y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco
que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo.
Mateo 25.21, 23, Traducción en Lenguaje Actual
La fidelidad como un don y una exigencia (Mt 24.45-51)
La historia que narra el Señor Jesús en Mateo 25 se enmarca en un
contexto de proyección apocalíptica que anuncia lo que rodeará a su segunda
venida, además de las pruebas y sucesos que la anticiparán. Así se aprecia
desde todo el cap. 24, que se refiere también a lo que acontecería en el año 70
con la destrucción del Templo de Jerusalén (24.1). Las advertencias sobre las
señales de su regreso (24.4-8), los ataques contra sus seguidores (24.9-14) y para
escapar de la desolación son claras y explícitas (24.15-28), aunque la
exhortación se sobrepone a la relacionada con la necesaria actitud para afrontar
ambos acontecimientos: la caída total de Jerusalén y su advenimiento futuro
definitivo. El tono de las palabras es sombrío, sobre todo al anunciar las
señales cósmicas de la segunda venida (24.29-44), aunque el pasaje cierra con
una hermosa reflexión sobre la labor de un sirviente cuando su amo está
ausente, la cual se conecta con el texto que sigue a continuación. En ella se
describe el trabajo de un “sirviente responsable y atento”: “Es aquel a quien
el amo deja a cargo de toda su familia, para darles de comer a su debido tiempo”
(45), así como la felicidad que le produce ver dueño regresar mientras el
cumple todas sus órdenes (46). Ello hará, asegura Jesús, “que el dueño lo
pondrá a administrar todas sus posesiones” (47). Aunque no se excluye la acción
de un sirviente malo que piensa que su amo tardará en volver (48) y comienza a maltratar
a sus compañeros y a despilfarrar los bienes encargados (49). Al volver su
patrón de manera inesperada, será castigado fuertemente (50-51).
Esta advertencia contundente, en el marco de las relaciones de la
comunidad de Mateo, representa un hecho: “La responsabilidad confiada por Jesús
a los suyos es continua, no se limita al momento de su llegada. La actitud que se
tenga en este momento será el fruto de la que se ha tenido durante toda la vida”.[1]
Tanto el don como la exigencia de la fidelidad, de la observancia de una buena
labor en la ausencia física del Señor, se muestra como algo simultáneo, como la
razón fundamental para llevar a cabo las tareas encomendadas en estricto apego
a los deseos del dueño de la obra, del Señor de la mies, del jefe y cabeza de
la iglesia, del introductor del Reino de Dios al mundo. No debe olvidarse que,
en medio de las advertencias sobre el ambiente de rechazo y hostilidad hacia
los seguidores de Jesús, no se descarta que el amor de muchos se enfriará (v.
12), aunque la promesa final es de superar todas esas adversidades (v.13). Esta
reflexión preside lo que se desarrollará inmediatamente después.
La práctica de la fidelidad en un mundo conflictivo
Como parte de la
exhortación a estar atentos y ser fieles mientras el Señor regresa, en la
primera parte del cap. 25 aparece la parábola de las diez vírgenes (25.1-13), para
luego, en el centro del capítulo referirse abiertamente a la esfera económica,
como base de la enseñanza de la conocida “parábola de los talentos” (25.14-30).
No deberíamos dejarnos dominar por nuestras prácticas económicas actuales para
interpretarles, sobre todo si buscamos en ella una sólida exhortación a la
fidelidad sobre lo grande y lo pequeño, entendido esto último como una exigencia
eminentemente espiritual, aunque expresada en una clave económica. El relato “confirma
que la vigilancia de Mateo jamás es un fervor, una alegría, ni incluso una fe;
es una espera activa y responsable”,[2]
pues el encargo es eminentemente espiritual y se ubica en la esfera de la
responsabilidad comprometida de los discípulos de Jesús. Pixley señala:
Es interesante observar
que ninguno de los tres siervos [..] roba el dinero. Esta posibilidad, que
parece natural, se encuentra en la forma que toma la parábola en el Evangelio
de los Hebreos, según la cita de Eusebio en su Theophania. Aquí, el siervo que gana dinero es premiado, el que
esconde el talento es avergonzado, y el que lo gasta en rameras y flautistas es
echado en la cárcel. […] El siervo fiel es el que negocia de forma activa con el
talento, no es simplemente un hombre honesto que preserva el talento.[3]
Otro experto
explica así la enseñanza de Jesús: “…la parábola del dinero confiado se
empleaba para ilustrar la máxima de que un hombre que posee capacidad
espiritual puede aumentarla por medio de la experiencia, mientras que un hombre
que no la posee degenerará, con el paso del tiempo, en una condición peor”.[4]
El juicio sobre el siervo incapaz de obtener una mínima ganancia es duro. “Parece
evidente que el interés se centra en la escena de la rendición de cuentas y en
particular den la postura del servidor precavido, cuya confiada complacencia
recibe tan dura repulsa. […] Ese hombre es un siervo inútil, un granuja incapaz”.[5]
La historia muestra, literalmente, varios niveles de apropiación del encargo
divino: si a los dos primeros empleados se les entrega cinco y dos monedas, el
tercero recibe sólo una, es decir, el
mínimo necesario para obtener una ganancia por entregar a su señor.
De modo que la
enseñanza sale a la luz en medio del llamado a actuar mientras el Señor no
viene físicamente: incluso en las cosas menores, siempre menores, entre las que
nos movemos la mayoría de las personas, el encargo es para sacar provecho de lo
encomendado. No hay justificación alguna para suponer que, porque nuestro “talento”
es pequeño, hemos de ser mezquinos con la obra de Dios. Ésa es la sustancia
medular del texto: ser fieles tanto en lo grande como en lo pequeño es la
consigna en el horizonte del Reino de Dios.
[1] Juan Mateos y Fernando Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid,
Cristiandad, 1981, p. 240.
[2] Jorge Pixley, “Mateo 24-25: el
fin del mundo”, en RIBLA, núm. 27, 1997,
p. 91, http://claiweb.org/index.php/miembros-2/revistas-2/17-ribla#14-25.
[3] Ibíd.,
pp.
91-92.
[4] C.H. Dodd, Las
parábolas del Reino. Madrid, Cristiandad, 1974 (Epifanía, 6), p. 143.
[5] Ibíd.,
p.
144.
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