REGINALD POLE (1500-1558)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Cardenal
nacido en Stourton Castle y fallecido en Lambeth. Fue pariente de Enrique VIII. Durante sus estudios en
Oxford, entró en contacto con Tomás Moro y otros humanistas, posteriormente con
italianos como Marco Antonio Flaminio y Pietro Bembo. Mantuvo correspondencia
con Erasmo. Entre 1529 y 1530 negoció el divorcio de Enrique VIII en París.
Rechazó los obispados de York y Winchester que le hizo el rey. En 1532 viajó a
Padua y Venecia, donde fue influido por algunos representantes del humanismo
eclesiástico reformador (entre ellos, Giampietro Carafa, futuro papa Paulo IV),
y se dedicó a estudiar las Escrituras y los Padres. Tras el cisma en
Inglaterra, se negó a volver a su país y en 1536 redactó un documento de apoyo
a los derechos de Roma. Paulo III lo llamó para colaborar en la comisión de la
reforma de la iglesia y lo envió varias veces como legado pontificio. Entre
1537 y 1539 medió infructuosamente entre Francisco I y Carlos V.
En 1541 fue
legado en Viterbo, donde participó en un grupo de amigos de la reforma
eclesiástica y más tarde fungió como legado en el Concilio de Trento (1542 y
1545), aunque no quedó satisfecho con el debate sobre la justificación, por lo
que se desvinculó del cargo. Su candidatura al papado se frustró por sospechas
de herejía. Al subir María I al trono inglés, fue legado papal. En 1555 fue
nombrado arzobispo de Canterbury y concretó la reunificación con Roma. En un
sínodo provincial estableció un nuevo ordenamiento de las circunscripciones
eclesiásticas. Trató de impedir el matrimonio de María con Felipe II. Paulo IV
lo degradó en 1557 y lo llamó para iniciar un proceso por herejía, pero murió
antes del mismo. Se caracterizó por una vasta formación y una piedad marcada
por el movimiento humanista de reforma eclesiástica. Fue uno de los mejores
representantes del movimiento evangélico italiano, amigo de Contarini, de
Giovanni Morone y de otros. Supo asociar a su piedad un carácter noble y una
rica experiencia política.
Bibliografía
Klaus Ganzer, “Reginald Pole”, en
Walter Kasper et al., eds., Diccionario
enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, pp.
452-454; W. Schenk, Reginald Pole,
cardinal of England. Londres, 1950; J.I. Tellechea Ydígoras, “El retorno de
Inglaterra al catolicismo. Tres cartas del Cardenal Reginald Pole a Carlos V (1553)”,
en Diálogo Ecuménico, núm. 32, 1997,
pp. 183-193.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS
(III)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
16. Al parecer, el infierno, el
purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi
desesperación y la seguridad de la salvación.
17. Parece necesario para las almas
del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la
razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de
mérito o del crecimiento en la caridad.
19. Y tampoco parece probado que las
almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su
bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros podamos estar completamente
seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla
de remisión plenaria de todas las penas, significa simplemente el perdón de
todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos
predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que
salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite
pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían
haber pagado en esta vida.
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Continúan ahora las 95T con esa
exposición tan característica a manera de círculos concéntricos para entrar el
tema cardinal de la justificación. Recapitulan, además, la esencia de las
propuestas anteriores: las indulgencias no son eficaces para la salvación (T21)
y carecen de eficacia en el purgatorio (T22). Matiza entonces Lutero, que la
única remisión de penas válida sería aquella que afectase a los perfectos
(T23), pero, dado el escaso número de estos, la eficacia de las indulgencias es
nula. Las adjetiva entonces de engaño pomposo (T24).
Resulta muy
interesante en estas proposiciones la mención del concepto de perfecto,
atributo que, con propiedad, solo es aplicable a Dios, según la Teología Alemana. Toda perfección
manaría del hontanar divino, y de ahí que sea incompatible con ese concepto
suponer que el hombre puede hace algo bueno con independencia de Dios. Si esta
afirmación se pone en relación con Mt 5,48, se debe concluir que Lutero llama
perfectos a aquellos que son perfectos “como vuestro Padre celestial es
perfecto”, es decir, a los han recibido la gracia de someterse a Dios en todo.
Una de las características de ese ser, según la propia Teología Alemana, sería no temer el infierno ni esperar el cielo.
Su preocupación exclusiva es someterse a Dios. Teniendo presente todo esto, la
conclusión subsiguiente no puede ser más que aquel que confía en las
indulgencias es el antagonista del perfecto, ya que se mueve por el miedo al
infierno y por la esperanza del cielo. Así se explica que, según Lutero, las
indulgencias sean para cristianos imperfectos y perezosos ya que “no animan a
nadie a enmendarse, sino que más bien tolera y autoriza su imperfección”.
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LA REGRESIÓN DE LAS NUEVAS IGLESIAS EVANGÉLICASAL
JUICIO Y EL CASTIGO
Samuel Palma
El Mostrador, Santiago de Chile, 12 de septiembre de 2017
www.elmostrador.cl/claves/sebastian-pinera/
El domingo
10 de septiembre de 2017 se realizó el
llamado Tedeum evangélico. Al momento
de su entrada al templo, la Presidenta de la República fue agredida verbalmente
—entre otros epítetos, se le gritó “asesina”— por personas, evangélicas, que
ahí se encontraban. Durante el desarrollo de la ceremonia, distintos oradores,
pastores y obispos, se refirieron con dureza y descomedidamente a algunas de
las políticas públicas promovidas por el Gobierno y asociadas a temas
valóricos. Al término del acto, la Presidenta se refirió a lo sucedido en
términos de “un abuso”; a su vez, el Obispo regente del templo Catedral
Evangélica, el anfitrión, se refirió al acto en términos de “ejercicio de un
derecho”. Lo relatado sintéticamente merece algunas reflexiones.
En primer lugar,
resulta incomprensible que las personas que organizan y son responsables del Tedeum evangélico no hayan previsto y,
por tanto, evitado activamente, la ocurrencia de agresiones verbales a la más
alta autoridad de la república, con independencia de la simpatía o antipatía
que la persona que ocupa esa posición les merezca. Sería aún más incomprensible
y doloroso que lo hubiesen planeado o al menos estimulado. Los obispos y
pastores evangélicos le deben una explicación al país —a la República de Chile—
por el trato vejatorio a la autoridad y por el tratamiento negligente de la
planificación y realización del mayor acto público evangélico que se realiza en
nuestro país.
En segundo
lugar, y relacionado con el fondo de los cuestionamientos de obispos y pastores
a la política pública promovida por la Presidenta y relacionada con la
denominada “agenda valórica” —aborto en tres causales, matrimonio igualitario,
identidad de género—, parece necesaria una reflexión serena respecto de la
trayectoria de la presencia evangélica en la sociedad chilena y su tradición de
identificación con las personas, en especial con los pobres y marginados.
El llamado
evangélico tradicional puede resumirse en la expresión “ven tal como estás”:
aceptación, renuncia al enjuiciamiento del pasado o del presente, incorporación
a la comunidad de creyentes, acompañamiento en el crecimiento espiritual,
comprensión y tolerancia en el “caminar”, etcétera. Sobre todo, el llamado ha
sido a la “conversión” y esta ha sido comprendida como la “obra del Señor”.
La tradición
evangélica en Chile, hasta ahora, ha sido la de confiar en el Espíritu Santo y
no poner la mira en las normas y en la operación de las instituciones. Aun a
riesgo de su propia fragilidad y fragmentación institucional, los y las
evangélicas, en Chile, han confiado más en la capacidad afectiva de la
comunidad que en el carácter normativo de las instituciones.
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LA MADRE DE LOS HIJOS DE ZEBEDEO
Margot Kässmann
Los hijos de Zebedeo fueron de los
primeros apóstoles de Jesús. Sus nombres, Santiago y Juan, aparecen en
los cuatro Evangelios. Según cuenta Marcos, eran pescadores que estaban
sentados reparando las redes en la barca y dejaron a su padre en la barca con
los jornaleros cuando Jesús los llamó (1,20ss). Por tanto, podríamos pensar en
ellos como hijos de un pequeño empresario.
Está claro que Santiago y Juan se sentían muy cercanos a
Jesús. Mateo cuenta que, la noche antes de su arresto, Jesús los lleva a ellos
y a Pedro para que oren con él en el huerto de Getsemaní (Mateo 26,37). Ellos
lo acompañan desde el principio. Salomé, su madre, defiende abiertamente el
movimiento de Jesús. Tal vez estuviera orgullosa de esos dos hijos suyos que
abandonaron las redes para seguir a Jesús. También puede ser que sufriera al
ver que, sin ingresos fijos, su vida dependía completamente de su nuevo
maestro. Así que fue a ver a Jesús. No se quedó en casa mirando lo que sucedía como
una espectadora desinteresada. Tomó cartas en el asunto. ¿Lo hizo todo por el
amor que sentía hacia esos hijos que no quería perder?
En cualquier caso, según este relato resulta evidente que
Jesús conoce a Salomé. Ella se le acerca y se postra ante él para hacerle una
petición: “Manda que, cuando reines, estos dos hijos míos se sienten uno a tu
derecha y otro a tu izquierda” (Mateo 20,21). Según el Evangelio de Marcos
(10,35), son los mismos hijos quienes formulan la petición.
¿Qué pretende la mujer? Es obvio que quiere que sus hijos
ocupen un puesto importante. Probablemente, piensa que el reino de Dios es como
un reino político, terrenal. Como muchos, espera que Jesús expulse a los
romanos, la potencia ocupante, para que Israel vuelva a pasar a manos de los
judíos, con Jesús a la cabeza como el mayor soberano del mundo. A su izquierda
y a su derecha, Santiago y Juan serían hombres poderosos.
¿Pondría la mujer en un apuro a sus hijos al ir a hablar
personalmente con Jesús? ¿O tal vez estaba convencida de que ella aclararía más
eficazmente las cosas con aquel joven carismático, y le haría darse cuenta del
papel crucial que habían desempeñado sus hijos para él y su causa, apoyándole
desde el principio? ¿Reconocería Jesús que, al fin y al cabo, los hermanos
habían abandonado la seguridad que les otorgaba la pesca para seguirlo y que,
por tanto, ahora él debía recompensarlos?
La respuesta de Jesús es bastante descorazonadora; suena
como una negativa. Por un lado, dice: «¿Sois capaces de beber la copa que yo he
de beber?». Con ello les pregunta si están dispuestos a morir por la fe.
¡Seguro que ese no era el objetivo que se planteaba su madre! En ese caso,
¡renunciaría a un «ascenso» sin dudarlo! Por otro lado, Jesús aclara que a él
no le corresponde otorgar posiciones en el reino de Dios, que eso es tarea
exclusiva de Dios. Por supuesto, dice esto para reprender a Salomé por su
petición.
Pero el mensaje está perfectamente claro: aunque nos
comportemos de una determinada manera o mostremos una notable lealtad hacia
Jesús, no podemos asegurarnos un lugar en el reino de Dios. Lo único que cuenta
para alcanzar esa meta es la gracia de Dios.
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