10 de
septiembre, 2017
Pero podemos
estar seguros de lo que hemos creído. Porque lo que Dios nos ha enseñado es
como la sólida base de un edificio, en donde está escrito lo siguiente: “Dios
sabe quiénes son suyos”, y también: “Que todos los que adoran a Dios dejen de
hacer el mal”.
II Timoteo 2.19, TLA
‘Emet
y hesed, palabras clave del Antiguo
Testamento
Traducida habitualmente como “fidelidad”, la
palabra hebrea hesed tiene una mayor
riqueza de significados. Los expertos han demostrado la forma en que estas
palabras evolucionaron para expresar y vehicular consistentemente la actitud
divina en relación con su pacto para cumplirlo en plenitud, junto con la muy
cercana ‘emet (“Cuando la hesed y la ‘emet se encontraron”, Sal 85.10; “En cuanto seguridad, ‘emet implica tanto la fidelidad como la
rectitud, sin apenas distinción” (R. Bultmann).[1]
Del origen humano del término (un ejemplo es la amistad entre David y Jonatán,
I Sam 18-20) se pasa a una comprensión amplificada de la hesed como el atributo divino que garantiza la continuidad de la
alianza con su pueblo: “En cuanto comunidad basada en una alianza, la relación
de Israel con Dios también conoce contenidos relacionados con esta forma de la
vida jurídica, aun cuando modificados por la grandeza del pactante divino.
También aquí la estipulación del berīt
lleva íntimamente aparejada la fiel predisposición a un mutuo servicio leal como
conducta exigida por la relación entablada. Sin la referencia a la hésed por ambas partes era impensable el
mantenimiento de la alianza”.[2]
Y todavía más: cada vez
que el pueblo veía flaquear su fe y su confianza en Dios, la hesed y la ‘emet resplandecían aún más ante ese marco oscuro al que la historia
orilló tantas veces a la nación escogida. Por eso en las Lamentaciones 3 se
destaca con tanta fuerza la certeza de la fidelidad de Dios en medio de la
prueba y de la tribulación. Lo que nunca está en juego es si Dios es bueno (se
da por descontado) sino si será fiel a sus promesas de salvación y sostén: “Por
esto en Israel aparece viva y bien arraigada la convicción de que el auxilio y
la bondad de Yahvé eran algo que cabía esperar de él, dado que había fundado
una relación de alianza” (Eichrodt).
La fidelidad
divina garantiza la salvación
La construcción
verbal que utiliza San Pablo en II Tim 2.19: “Sin embargo, [el] sólido fundamento
de Dios ha estado firme, teniendo el sello este: Conoció [el] Señor a los que
son de él, y Apártese de la injusticia todo el que nombra el nombre [del] Señor”,
manifiesta una profunda asimilación teológica de la fe antigua, probada en todo
momento por los acontecimientos históricos. Lo individuos y las comunidades que
permanecían en la fe habían experimentado la fidelidad de Dios en medio de los
vaivenes sociales y políticos, y habían permanecido en el fundamento sólido de
Dios, que siempre “ha estado firme”. Aquí confluyen las ideas de lealtad, integridad,
seguridad, rectitud, verdad, justicia y misericordia procedentes de la
traducción antigua de los LXX y que se usará con amplitud en el Nuevo Testamento.
Tener
conciencia de la fidelidad divina en la nueva era iniciada por Jesucristo, implica
conectarse con el antiguo pacto, pero ahora con la frescura y la intensidad de
un contacto más inmediato con Dios a través de él: “Pero en la medida en que él
tiene una confianza inquebrantable en la fidelidad de Dios, adquiere (y a
través de él todos los demás) no solamente una nueva relación con los poderes
que él sabe vencidos, sino, ante todo, la confianza en que lo que aquí ha
comenzado de un modo ejemplar se convierta en el momento establecido por Dios
en una realidad universal, es decir, en la incorporación de la humanidad a la
salvación y a la paz de Dios”.[3]
El fundamento firme de Dios es la garantía absoluta de la salvación por encima
de todos los aconteceres, positivos o negativos, por los que atravesemos.
[1] Cf. Katharine
Doob Sakenfeld, The meaning of Hesed in
the Hebrew Bible. Eugene, Wipf and Stock, 1978, 2002.
[2] Walter Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento. Dios y
pueblo. Madrid, Cristiandad, 1975, p. 213. Énfasis agregado.
[3] Lothar Coenen, “Para la praxis
pastoral”, en L. Coenen et al.,
dirs., Diccionario teológico del Nuevo
Testamento. IV. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1994, p. 68.
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