viernes, 1 de septiembre de 2017

Letra 534, 3 de septiembre de 2017

SEBASTIÁN CASTELIO (1515-1563)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Nació en Saboya y falleció en Basilea. Después de sus estudios humanísticos en Lyon, se unió a la Reforma. En 1540 se trasladó a Estrasburgo como colaborador de Calvino, y en 1541 se convirtió en rector del Colegio de Rive en Ginebra; en 1542 publicó los Diálogos sagrados. Derivado de su desacuerdo con Calvino, en 1545 se trasladó a Basilea, donde trabajó como corrector de pruebas. En 1553 fue llamado para enseñar griego. Tras la ejecución de Miguel Servet en Ginebra (1553), publicó De haereticis un persequendi sint, una colección de textos antiguos y contemporáneos en contra de la pena de muerte por herejía. Inició el debate sobre la tolerancia con Calvino y Beza, y en otros escritos basados en la Biblia defendió la libertad de disentir. También publicó dos traducciones completas de la Biblia (1551 y 1555), algunas obras de autores griegos y textos devocionales de la tarde. También tuvo dificultades en Basilea, entre otras cosas por sus críticas a la doctrina calvinista de la predestinación. La muerte lo sorprendió mientras planeaba trasladarse a Polonia. Su último trabajo fue De dubitandi arte (Sobre el arte de la duda).
 En Castelio podemos ver un precursor de la tolerancia liberal, en toda su firmeza, pero también en toda su ambigüedad. Firmeza que conlleva al desacato, la entera disposición sacrificial: el saboyano, una vez descubierto, fue acusado de herejía e, incluso, de haber robado madera; lo salvó la muerte, pero ni siquiera pudo descansar en su tumba, profanada por los fanáticos. Ambigüedad que admite las diferencias, pero, al propio tiempo, abriga la esperanza de un consenso feliz en torno a la verdad. Escuchémosle: “Si a veces tenemos opiniones diferentes, entendámonos al menos y concedámonos entre tanto el amor y la unión de la paz, hasta que consigamos la unión en la fe”. El alegato racionalista de Castelio se anticipa a John Locke. tanto en ese pacifismo religioso que exige no molestarse unos a otros, como en la reivindicación de un Estado laico que separa la res publica de la intimidad propia de los credos donde la libertad ha de reinar a sus anchas. […] Las palabras de Castelio siguen siendo todo un estandarte para la desobediencia: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre” (A. Isla).

Bibliografía
Joaquín Fernández Cacho, “Castellio contra Calvino: la lucha por la libertad de conciencia”, en www.radiotulip.com/wp-content/uploads/2014/08/CastellioContraCalvinoLaLuchaPorLaLibertadDeConcie-2273365.pdf; Hans R. Guggisberg, “Sebastian Castellio”, en Walter Kasper et al., eds., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, pp. 101-102; Augusto Isla, “Sebastián Castellio: desacato y tolerancia”, en La Jornada Semanal, 7 de abril de 2002, www.jornada.unam.mx/2002/04/07/sem-isla.html; Stefan Zweig, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia. [1936] Barcelona, El Acantilado, Barcelona, 2002.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017

5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio.

La primera verdad de la nueva teología: la conversión permanente
El motivo central de la nueva teología que, al tiempo, vertebra la comunidad de discurso de las reformas es el concepto de penitencia. Ello explica que, tras apelar Lutero a la verdad, introduzca el tema de la penitencia, concebida como cimiento primo de la teología de la cruz. Pero, para evitar confusiones con un concepto tan ambiguo a fuer de estar manoseado y deslustrado, procederá a contraponer la penitencia sacramental (T2) y la penitencia interior (T3) con la auténtica penitencia (T1/T4). Esta distinción no debe interpretarse como desaprobación de la confesión sacramental -no era ese el pensar de Lutero en 1517-. La razón de discernir estos términos, en consonancia con la nueva teología humanístico-filológica, es fundamentar la penitencia en las escrituras y no exclusivamente en el derecho canónico. […]
Por tanto, la auténtica penitencia es aquella conversión basada en creer en el evangelio (Mc 1,15). Ese es el primer axioma de la verdad de la nueva teología que, como prosiguen diciendo las 95T, chirría ante las prácticas penitenciales más habituales en la Iglesia, empezando, naturalmente, por la emisión de indulgencias. Esta es la razón por la que seguidamente se introduce el debate sobre el alcance verdadero del perdón papal: el papa sólo puede perdonar las penas canónicas que él mismo impone (T5) y proclamar que el que perdona es Dios (T6). Las indulgencias quedarán de partida fuera del ámbito de la penitencia como conversión, y de ahí que, siguiendo el planteamiento de la T4, se reitere en la T7 que no hay perdón sin humillación. No se pierda de vista que Lutero alude al sometimiento del penitente al sacerdote en esta T7, lo cual es un nuevo indicio de que, en 1517, todavía no estaba cuestionando el sacramento de la penitencia, sino reenfocándolo desde la conversión evangélica.

Las llaves del Purgatorio
El esfuerzo luterano por reencauzar el tema de las indulgencias requería entrar de manera específica en la aplicación de éstas en sufragio por las almas de los fieles difuntos. Es el tema específico de las T8-19, en las se desgranan diversos motivos que testimonian el mal uso de las indulgencias y, además, -hecho grave en los que regulan la religión con el derecho y no con la escritura- el incumplimiento del derecho canónico. En el planteamiento de este debate Lutero sigue un orden perspicuo: el propio derecho canónico establece que sólo afecta a los vivos (T8), y de ahí que el papa siempre exceptúe de sus decretos el caso de muerte o necesidad (T9). La T9 no está exenta de ironía, porque supone afirmar que los que aplican las indulgencias por los moribundos y difuntos atentan contra el derecho canónico, pero también contra el Espíritu Santo, que rige a la Iglesia. La acusación de ignorancia y de falta de eclesialidad no puede ser más concisa, tajante y directa. Y, si todo eso es así, la conclusión no puede ser más que aseverar que las indulgencias no tienen autoridad alguna sobre el purgatorio (T10).
De nuevo encontramos a Lutero atacando una costumbre de la Iglesia, pero sin cuestionar el pensamiento que la sostiene, y de ahí que no polemice sobre la existencia del purgatorio, que también carece de soporte bíblico. Sin entrar en eso temas, las dos cuestiones concernidas en estas tesis son la negación de que las indulgencias rompieran la barrera entre la iglesia militante y la purgante (Kähler 1967: 116) y, desde luego, la refutación de que la autoridad papal pudiera traspasar ese límite. Todo ello conduce a un uso totalmente impropio de los sacramentos, como dirá en Los Artículos de Esmalkalda (1537): “En relación con el purgatorio se ha establecido un tráfico a base de misas de difuntos, de vigilias, cabos de semana, mes y año, semana común, día de ánimas y ‘baños de ánimas’; y todo, hasta el extremo de que prácticamente la misa sólo se utiliza para los difuntos, cuando en realidad Cristo instituyó el sacramento para los vivos”.
Por ello, motejará de ignorantes a los sacerdotes que reservan penas canónicas para el purgatorio, cuando la Iglesia, como ha quedado referido, no tiene autoridad sobre las almas de los difuntos (T10/T13). Es más, acusa a los obispos de haberse quedado dormidos y, en consecuencia, de ser responsables de tal desaguisado (T11). En esta T11 resulta de gran relevancia tanto el epíteto cizaña, con que califica las indulgencias a modo de sufragio, como la manera de zaherir a los obispos apellidándolos durmientes, ya que ambos hechos remiten a Mt 13,24-30. No encuentra manera más efectiva de acusar a los obispos negligentes de ser los causantes de la siembra de malas yerbas en el Reino de Dios y, al tiempo, de considerar las indulgencias en sufragio un obstáculo para la salvación de la mies.
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REBECA: MADRE CON PREDILECCIÓN POR UN HIJO
Margot Kässmann

Los mellizos siguen pareciéndonos algo especial y fascinante. Aunque cada minuto nazca un niño en el mundo, cada embarazo y cada parto representan un riesgo para la mujer, un gran esfuerzo y algo maravilloso al mismo tiempo. Si en el embarazo la futura madre siente que vienen dos hijos, o bien si el médico comprueba mediante ecografía que dentro del vientre no crece solo un hijo, el desconcierto puede ser enorme: yo deseaba tener un hijo, o me he animado a tenerlo a pesar de no buscarlo, ¡pero ahora son dos! Dos hijos suponen más posibles problemas, más inversión de tiempo y un mayor gasto económico. Y, a la vez, suponen una doble maravilla, una alegría que se multiplica por dos. La gente se asombra de que en un solo embarazo puedan tenerse dos hijos.
Rebeca, madre de mellizos en la Biblia, era decidida ya de joven soltera. Cuando el criado de Abrahán llega buscando una mujer para Isaac, ella demuestra su seguridad en sí misma. En la fuente da de beber a los camellos del criado y lo invita a su casa. El criado le habla de sus intentos de encontrar una esposa para el hijo de Abrahán, y va al grano rápidamente: quiere llevarse a Rebeca. En principio, la familia lo aprueba, pero no quieren dejar que se vaya tan pronto. El criado, sin embargo, tiene prisa. Está bien que en el relato se diga: “Vamos a llamar a la chica y a preguntarle su opinión”.
Espontáneamente, Rebeca decide marcharse de casa para convertirse en la mujer de un hombre al que jamás ha visto. Para eso hace falta resolución. Dejarlo todo de un día para otro: a los padres, al hermano, el entorno conocido. Nadie obliga a Rebeca a hacerlo, lo decide por sí misma. Y se decide por su confianza en Dios, Señor del futuro, por un hombre que le envía joyas, que trata de ganársela sin conocerla. Su valor y su confianza son claramente recompensados. Dice la Biblia que Isaac “la tomó con gusto”. Es un matrimonio concertado.
Rebeca se queda embarazada de mellizos. Y es un embarazo complicado, "las criaturas se maltrataban en su vientre". Ella sufre. Hoy en día se puede diagnosticar pronto un embarazo de mellizos, pero Rebeca no tenía modo de saberlo. Antes, el segundo hijo llegaba casi como una sorpresa en el momento del parto. Hay historias asombrosas acerca de ese tema; en lugar de las secundinas, ¡aparece un segundo bebé! Muchas veces, el segundo niño corría serio peligro, debido a la falta de oxígeno durante el largo proceso del parto y, sencillamente, a que nadie lo esperaba.
Jacob y Esaú, los hijos de Rebeca, son mellizos, hermanos originados de distintos óvulos. Esaú, el que nace primero, es «todo pardo y peludo como un manto», con mucho vello. No se parece, por tanto, a Jacob, el segundo. A este se le describe como el que sale agarrando con la mano el talón de Esaú. La sorpresa del segundo bebé da pie a este tipo de historias. ¡Menuda alegría tuvo que ser eso! Dos hijos, sanos los dos. Un gran motivo de felicidad para los padres. Isaac y Rebeca no tuvieron más hijos, de modo que Jacob y Esaú se convirtieron en el eje central de sus vidas.

Al parecer, ambos hijos se desarrollan de forma muy distinta. A Esaú le gusta salir, se hace cazador, y su padre Isaac siente predilección por él. Podemos imaginárnoslo: el padre y el hijo tosco, el más agreste de ambos, muy unidos. Jacob, en cambio, se convierte en un “hombre bien educado”, le gusta quedarse en las tiendas. Es más refinado que Esaú, tiene más talento y sensibilidad. Y así se divide el amor de los padres de forma desigual, ya que Rebeca prefiere a Jacob.

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