sábado, 23 de septiembre de 2017

Letra 537, 24 de septiembre de 2017

RENATA DE FRANCIA (1510-1575)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Nació en el Castillo de Blois el 25 octubre de 1510 y murió el 12 de junio de 1575 en Montargis. Segunda hija de Luis XII y Ana de Bretaña, reyes de Francia. Quedó huérfana a los cinco años y recibió una esmerada educación a cargo de la inglesa Madame de Souboise. El rey Francisco I, su primo y cuñado, intentó casarla con el futuro Carlos I de España; y al oponerse la afectada, terminaría haciéndolo, el año 1527, con Hércules II, duque de Ferrara, por lo que es más conocida como Duquesa de Ferrara. Tuvo cinco hijos, que contaron con una institutriz protestante como ella. Su esposo y el hijo de ambos, Alfonso II de Este, eran católicos y sufrieron la influencia fanática de los jesuitas. Con lo que ella tuvo que enfrentar a los inquisidores, que la procesaron e influyeron para evitar que siguiera dando protección en su palacio a protestantes franceses como Calvino y Clemente Marot. Su esposo la encerró en una prisión, aunque poco después, pudo regresar a Francia. En el castillo de Montargis, al sur de París, se estableció y formó una pequeña corte, desde donde protegió y ayudó a los perseguidos hugonotes y contó con dos protestantes españoles como capellanes y predicadores: Antonio del Corro y Juan Pérez de Pineda. Ambos fueron testigos en los años 1564 y 1565, de las numerosas obras de caridad y las buenas obras de su señora. Éstas consistían, sobre todo, en el amparo a los refugiados.
Renata no sólo mantenía correspondencia con varios protestantes en el exterior, con simpatías intelectuales como Vergerio, Camillo Renatto, Giulio di Milano y Francisco de Enzinas, sino que en dos o tres ocasiones, hacia 1550 o más tarde, participó de la Cena al modo evangélico, junto con sus hijas y otros. Mientras tanto, a pesar del esplendor externo, su vida se tornaba infeliz. Los últimos de sus huéspedes franceses, la hija y el yerno de Madame de Soubise de Pons, habían sido obligados, por imposición del duque, en 1543, a dejar la corte. Aunque no fue importunada en la segunda guerra de religión (1567), en la tercera (1568-1570) su castillo ya no fue respetado como lugar de asilo. Su conducta le ganó la alabanza de Calvino (10 de marzo de 1563), siendo una de las figuras recurrentes en su correspondencia de ese periodo; Calvino repetidamente mostró su reconocimiento por la intervención a favor de la causa evangélica y uno de sus últimos escritos en lengua francesa, despachado en su lecho de muerte (4 de abril de 1564), fue dirigido a ella. Pudo rescatar a varios protestantes de la Matanza de San Bartolomé (agosto de 1572), cuando estaba en París. Permaneció inamovible todo ese tiempo, aunque Catalina de Médicis quería que se retractara, pero ella murió en la fe evangélica.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (IV)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017

23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.

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De ahí afloran los diversos peligros de las indulgencias. El primero no es otro que eximir al hombre de realizar buenas obras: “No hay duda de que para todos ellos las indulgencias eximen de estas mismas obras satisfactorias que tenemos que hacer obligatoriamente o que nos han sido impuestas a causa del pecado. Ahora bien, si la indulgencia librase de estas obras, no quedaría ya nada bueno por hacer”. Téngase en cuenta que las indulgencias impiden que se distinga entre culpa y pena, y de ahí que se pueda llegar a la conclusión de que perdonan la pena y limpia la culpa. Si así fuera, el perdón divino sería la aplicación mecánica y tasada de una decisión papal. El Concilio de Trento tratará de corregir todos estos efectos nocivos estableciendo como necesario para la salvación, la fe, las obras y la gracia (Flórez 2015). Para entonces la ortodoxia católica ya debía competir con la ortodoxia luterana, que formula el tema de la siguiente manera:

Las buenas obras son una consecuencia de esta fe, de este nuevo ser y del perdón de los pecados. Lo que aún reste de pecado y de imperfección no será imputado como tal, gracias precisamente a Cristo. El hombre, tanto por lo que se refiere a su persona como en lo referente a sus obras, tiene que llamarse, y ser, del todo justificado y santo en virtud de la pura gracia y de la misericordia, repartidas y derramadas sobre nosotros en Cristo. [...] Nosotros añadimos, además, que si no se siguen las buenas obras, la fe será falsa y nunca verdadera”.
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EL SISMO DE 2017 Y EL FIN DE LOS TIEMPOS (I)
Bernardo Barranco
La Jornada, 20 de septiembre de 2017

Resultado de imagen para bernardo barrancoEl sismo de magnitud 7.1 irrumpió con brutal intensidad en el centro del país. Mis libros, objetos yanaqueles cayeron con brusquedad. Todo se movía con violencia inaudita y los segundos parecían eternos. Por momentos pensé que todo se abatiría, la ciudad quedaría en escombros y yo entre ellos. Vuelven las imágenes de desconcierto, dolor, incredulidad y rostros de pánico de 1985. Pero también la solidaridad, miles de personas buscando sobrevivientes, cooperando para remover piedra por piedra entre los escombros la esperanza de vida. Escenas conmovedoras de triunfo colectivo cuando se rescataba a una víctima que nos confirma que la generosidad ciudadana no fue un accidente en 1985.
Pese a que México se ha envilecido, desde entonces, y muchas de sus aristas se han descompuesto, prevalece la magnanimidad del voluntario por apoyar de manera desprendida al desamparado, al que necesita de ayuda de manera urgente y determinante. Ciudad de México, la casa de todos, nuestro albergue, sufre de nuevo un severo trauma causado por la naturaleza. De manera inaudita el sismo de ayer que tuvo un impacto furioso coincide justo el mismo día 19 de septiembre, a 32 años del sismo de 1985. ¿Casualidad?, se preguntan muchos en redes.
Desde hace semanas circulan tanto en las redes sociales y como comentarios en medios interpretaciones de los recientes eventos de la naturaleza en clave catastrofista. Como señales fatales del fin del mundo. Hace unos días, una conocida, Martha, testigo de Jehová, me advertía que acontecimientos insospechados acaecerían en nuestra realidad. Una especie de advenimiento del desastre. Los hechos ahí están: un eclipse en el hemisferio norte, los devastadores huracanes Irma, Katia, José y anteriormente Harvey, que azotó Texas. El terremoto del 7 de septiembre y ahora éste del 19 del mismo mes. Hay ciertos colectivos, aun iglesias, cuyo estado de ánimo colectivo raya en el sentido del fin del mundo.
Supuestos expertos en el Nuevo Testamento advierten haber hallado que en el evangelio según San Lucas aparece una tremenda profecía en el capítulo 21, versículos 25 y 26, donde se presenta la siguiente advertencia narrada por el mismo Jesucristo: Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Este apocalipticismo moderno nos advierte la intervención de la ira de Dios. Dichas concepciones catastrofistas no son nada novedosas, aparecen y reaparecen de tiempo en tiempo. Sin embargo, muestran sobre todo cómo la sociedad occidental ha construido su ethos sobre las nociones del apocalipsis, del fin del mundo y del fin  de  la historia.  A  los  signos signos de la naturaleza habría que añadir las señales actuales de la naturaleza humana. Una potencial guerra nuclear ante el atrevimiento norcoreano, Medio Oriente sigue radicalizándose en el conflicto sirio y el Estado Islámico prosigue con su guerra sicológica de atentados en Europa y norte de África. Vladimir Putin advierte los riesgos de una catástrofe global que contrasta con la voz envalentonada de Donald Trump en la ONU, quien amenaza a Norcorea, Irán y Venezuela.
En el campo cultural hay una fascinación extravagante por el fin civilizatorio; abundan los malos augurios, las profecías catastrofistas y predicciones apocalípticas. En México lo hemos vivido varias veces, con la epidemia del virus A/H1N1 en 2009, las profecías mayas interpretadas por antropólogos rusos sobre el fin del mundo en 2012, entre otras. El origen milenarista nos remonta a las investigaciones del historiador medievalista Georges Duby, quien narra en su libro Año 1000 cómo en Europa el arte y la literatura se impregnaron de lo macabro, así como la multiplicación de las imágenes trágicas de la confrontación con la agonía y danzas de la muerte. El milenarismo primigenio invadió el espíritu medieval, Duby describe la anarquía apocalíptica en que caen las sociedades del siglo X. Las costumbres y los hábitos morales se relajan, incluso se abandona el interés por aprender frente a la inminencia del fin de los tiempos. El contexto del momento presentaba señales evidentes de la catástrofe inminente. Las pestes y epidemias azotaron las más remotas regiones de Europa, la influencia islámica se acrecentaba con fuerza beligerante y militar e invadía con furia Europa, sobre todo en el Mediterráneo; el cristianismo se dividía en dos grandes tradiciones, la romana y la bizantina ortodoxa de oriente; el universo romano no acababa de transformarse. Los terrores y arquetipos del fin de milenio eran congruentes con un mundo dividido y azotado por el caos.
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LA MADRE DE LOS HIJOS DE ZEBEDEO (II)
Margot Kässmann

La ambición de Salomé con respecto a sus dos hijos es grande. En cierto modo, es algo admirable y comprensible. Es magnífico ver cómo muchas madres incentivan a sus hijos, el compromiso que muestran para que sus hijos desarrollen a fondo sus capacidades. No obstante, este tipo de actitud se convierte en una intrusión cuando llega tan lejos que el hijo tiene que sufrir en exceso para lograr sus propios objetivos vitales. Hay una sobre-identificación de una madre con su hijo por no perder los tiempos de la niñez: la madre escucha la misma música, o lleva ropa parecida, para estar en contacto con su hijo o hija. Y también hay madres que buscan compensar sus frustraciones con los éxitos de sus hijos: como yo no pude ser lo que quería o hubiese querido ser, ¡mi hijo ocupará esa posición! Como a mí no me dejaban jugar al tenis, ¡mi hija será una tenista de alto rendimiento!
Las madres ambiciosas como estas pueden convertirse en una pesada carga para sus hijos. Cada vez que se habla de este tema me viene a la memoria la figura de la cantante Britney Spears. Da la impresión de haber perdido el juicio, y sobre todo de estar totalmente supeditada a la ambición de su madre. Algo parecido se cuenta de Magda Schneider, la madre de Romy Schneider, que forzó a su hija a interpretar el personaje de Sissí.
A una de estas madres tan ambiciosas le será difícil reconocer que su hijo no puede asumir el papel de dar sentido a la vida. Antes o después se dará cuenta de que ella tiene que vivir su propia vida. Buscar la realización personal a través de los esfuerzos y los éxitos de los hijos deja siempre mal sabor de boca. Llegará un momento en el que me daré cuenta de que la vida que llevo no me es suficiente. Y todavía es peor si sugiero a mis hijos que deben triunfar por mí.

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