IDELETTE DE BURE (1509-1549)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Idelette de
Bure fue su nombre de soltera, nació en Geldern (actual Bélgica), fue la única esposa de Juan Calvino. Su
primer esposo fue Jean Storder, pastor anabautista de Lüttich con el que tuvo
un hijo y una hija. El matrimonio Storder estaba fascinado con los sermones de
Calvino y concordaba con sus doctrinas religiosas. Calvino se hizo amigo de la
pareja y a menudo los visitaba en su casa en Estrasbugo y ambos se convirtieron
a la fe reformada. Jean Storder murió a causa de la peste e Idelette también
cuidó a Calvino cuando su estado de salud se encontraba bastante deteriorado.
Calvino e Idelette contrajeron matrimonio en 1539 y cuando Calvino fue llamado
para retornar a Ginebra, Idelette lo siguió con su hija del primer matrimonio.
Los tres hijos que ambos tuvieron murieron al nacer o en la infancia. Aunque
Idelette no se encontraba en buenas condiciones de salud, se dedicó al cuidado
de los enfermos y pobres de Ginebra, falleciendo en 1549 en esta ciudad.
Calvino escribió
sobre Idelette que siempre fue una ayuda fiel en el desempeño de su ministerio
y la mejor amiga que había tenido en su vida. Al parecer, algunos amigos de
Calvino le reprochaban su soltería y para demostrarles que el matrimonio estaba
por sobre el celibato, Calvino les pidió que le buscaran una mujer que fuera
sencilla, servicial, de ningún modo soberbia o extravagante, y además paciente
y que se preocupara de su salud. Sus palabras acerca del matrimonio, antes de
casarse, cuando aún se resistía a contraerlo, pintan de cuerpo entero la
relación que tuvo con su esposa, muy de la época: “Ten siempre presente lo que
busco hallar en ella; porque no soy yo uno de esos enamorados locos que abrazan
incluso los vicios de sus amadas cuando pierden el juicio por la hermosa figura
de una mujer. La única belleza que me satisface es ésta: que ella sea casta,
atenta, ni demasiado bonita ni fastidiosa, económica, paciente y cuidadosa de
mi salud”.
Bibliografía
Irena Backus, “Mujeres alrededor de
Juan Calvino: Idelette de Bure y Marie Dentière”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., Juan Calvino: su vida y obra a 500 años de
su nacimiento. Terrassa, CLIE, 2009, pp. 142-153; Edna Gerstner, Idelette. A novel based on the life of Madam
Calvin. Grand Rapids, Zondervan, 1963; Christiane Guttinger, “Idelette de
Bure, l’épouse de Calvin”, en Hugonotes
en Francia, www.huguenots.fr/2010/09/idelette-de-bure-l-epouse-de-calvin/;
“Idelette de Bure”, en www.john-calvin.org/es/papierkorb-test/interactivo/enfoque-hist-rico/leben/1539-idelette-de-bure.html&item=mod300_18_;
William J. Petersen, “Un amor que parecía ser: el extraño romance de Juan
Calvino e Idelette de Bure”, en L. Cervantes-O., ed, op. cit., pp. 137-141.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS
(II)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
11. Esta cizaña, cual la de
transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto
haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas
no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera
contrición.
13. Los moribundos son absueltos de
todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes
canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas
traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto
mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son
suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena
del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
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Pero todavía introduce otro
argumento para mostrar el despropósito de la venta de indulgencias: no
responden a la tradición, ya que las penas se imponían antiguamente antes de la
absolución (T12). Por tanto, las indulgencias tal y como se ponían a la venta
iban en contra del derecho canónico y de la propia tradición. De nuevo usa
Lutero el acortamiento del discurso para espetar contundente y diáfanamente que
esas indulgencias eran contrarias al evangelio, al derecho y a la tradición.
Esta proposición es también importante porque alude en concreto a la obra de
satisfacción y, con ello, entra de lleno en el tema de la absolución sacramental
y en el de la relación entre la fe y la salvación.
En efecto, en su
uso primitivo, la absolución serviría para confirmar el arrepentimiento o
contrición, que se hace visible en la satisfacción. La satisfacción, por tanto,
no era una pena que limpia, sino una asunción del dolor y, por ende, una
manifestación de la humildad necesaria para alcanzar el perdón. Poco a poco, la
contrición ocupará el papel central en la penitencia (T36) y, aunque luego dirá
que nadie puede estar seguro del efecto que tendrá ante Dios (T30), es la
médula de la penitencia, porque se define como el dolor experimentado por
ofender a Dios en razón del amor profesado a Dios. En cierto modo, esta tesis
supone una censura de aquellos escotistas que, desde el siglo XIII, defendían
que, para administrar la absolución, bastaba la atrición, o dolor de haber
ofendido a Dios por las consecuencias de condena que esa ofensa pudiera
reportar.
El hecho de que
la contrición se convierta, con las limitaciones que sean, en la matriz de la
penitencia, queda también de manifiesto en el Tratado sobre la indulgencia y
la gracia, cuando apostille que en
ningún pasaje bíblico se exige al pecador ninguna satisfacción -ninguna obra-
más allá de la contrición sincera o conversión, “con el propósito firme de
llevar en adelante la cruz de Cristo y de ejercitarse en las obras mencionadas
(aunque nadie las haya impuesto), porque Dios dice por boca de Ezequiel: ‘Si el
pecador se convierte y si obra como conviene, me olvidaré de sus pecados
(18,21; 33, 14-6)’”. Insistirá en la misma idea en La cautividad babilónica de la Iglesia, recordando que absolver
antes de cumplir la penitencia era una manera de minusvalorar la propia
contrición y, desde luego, de no fomentar la experiencia de la fe:
Esta perversidad ha sido motivada en buena parte porque
damos la absolución a los pecadores antes de que hayan cumplido la penitencia;
se les da así ocasión para que se muestren más solícitos por cumplir la
penitencia que perdura, que por la contrición que creen se termina con la
confesión. Habría que retornar a la práctica de la iglesia primitiva, cuando la
absolución se daba después de haber satisfecho la penitencia, con lo cual se
conseguía que, al haber cesado la obra, después se ejercitaban más en la fe y
en la vida renovada.
La conclusión de
todo lo anterior remite directamente a 1 Cor 13,1, en donde Pablo anuncia que,
sin amor, el ser humano es nada. A ese amor se remite ahora Lutero, porque lo
considera única credencial para el sosiego del moribundo, sobre el que nada
pueden las leyes canónicas (T13) -ni las indulgencias-. En definitiva, cuando
más amor tenga, menos temor experimentará y a la inversa (T14). Si este hecho
se pone en relación con el purgatorio, podría afirmarse que Lutero estaría
insinuando, aunque de una manera traslúcida, que éste no existe, dado que lo
compara con terror del moribundo que no ha experimentado el amor (T15). El
purgatorio así constituido, sería equivalente al estado de espanto y angustia
que padece el moribundo que está lleno del amor de Dios. Más aún, en la T16,
Lutero identifica infierno, purgatorio y cielo con una paleta de sentimientos
que va desde la desesperación absoluta —infierno— a la certeza absoluta —cielo—
(T16). Si el cielo es la certeza del perdón no lo es como premonición, sino
como vivencia real de gozar ya de Dios, porque para Lutero el hombre nunca
tiene la seguridad de estar salvado, más que cuando ya lo está.
Con estas
enseñanzas queda contrarrestado todo aquel círculo vital de pecado,
arrepentimiento y absolución propio de la Edad Media. También queda desbaratada
toda proposición que pretendiera insuflar seguridad en el cristiano a partir de
la eficacia imperativa atribuida a las indulgencias. En este contexto, el único
alivio del purgatorio —de la casi desesperación— es el amor (T17), aunque nada
pueda concluirse sobre la salvación de las almas que crecen en amor (T18-19).
La inferencia necesaria de todas estas tesis es de nuevo que el papa sólo puede
remitir las penas que él haya impuesto (T20). La presencia machacona de esta
afirmación tiene por finalidad ir concluyendo cada bloque temático de las 95T
con este hecho que, para Lutero, es el núcleo del debate, ya que contribuye a
eliminar toda creencia, toda superstición o todo recurso que haga pensar a un
ser humano que la salvación depende de sus obras o de la voluntad del papa.
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REBECA: MADRE CON PREDILECCIÓN POR UN HIJO (II)
Margot
Kässmann
Esta preferencia por uno
en concreto resta seguridad a los hijos. Y queda grabada de por vida. Si
uno de los padres da un trato preferente a un hijo, el otro se siente siempre
dolido. Algunos padres no pueden evitarlo, aunque quieran. Por motivos que a
veces no se explican, quieren a un hijo de forma especial, se sienten más
cercanos a él. Es importante que los padres admitan este tipo de sentimientos y
hagan un esfuerzo consciente por atender también al otro hijo con cariño y
justicia. En la historia de los hijos de Rebeca, esto resulta evidente.
El dinamismo del hijo primogénito se gana el favor del
padre, orgulloso del valor de su retoño, al que realmente admira. El segundo, más
sensible, es el niño predilecto de la madre. Ella lo mima, y tal vez incluso le
afemina un poco. Así, los padres acentúan las diferencias entre los hijos.
También hay hijos que, al descubrir la predilección de uno de los progenitores
por uno de sus hermanos o hermanas, reaccionan con terquedad para demostrar que
no necesitan el cariño de ese progenitor. Una situación familiar difícilmente
sostenible...
Salta a la vista que Esaú era un hombre fuerte y robusto.
La prueba, el siguiente episodio: un día vuelve a casa agotado del campo. Jacob
había cocinado un rico potaje de lentejas, pero solo se lo servirá a cambio de
que Esaú le venda sus derechos de primogénito. Se nota que, para Esaú, estos
derechos, que regulan cuestiones importantes de la herencia y de la
responsabilidad de cara al futuro de la familia, son insignificantes. Los
«vende» por un plato de lentejas.
Más tarde, Jacob hará efectivo este trato recurriendo al
engaño: con la ayuda de su madre, obtendrá de su padre, de manera poco limpia,
la bendición que corresponde al primogénito. Rebeca lo intenta todo para que su
esposo tome a Jacob por Esaú en su lecho de muerte y le dé la bendición. Sin
pensárselo dos veces, invita a su hijo Jacob a engañar y mentir a su padre
moribundo. Este bendice al que nació en segundo lugar, y cuando el primogénito
llega furioso, el padre se conmueve.
La bendición para el primogénito no puede brindarse más
de una vez. Esaú planea matar a Jacob, de modo que Rebeca ayuda a su hijo
predilecto a escapar. Pasan décadas hasta que los hermanos se reencuentran.
Como todo queda ya tan lejano, se comprueba la profunda verdad del refrán: «La
sangre tira». Jacob teme el encuentro con Esaú. Es consciente de que traicionó
a su hermano años atrás y del dolor que debió de producirle esa traición. Por ese
motivo se prepara con tiempo para ese encuentro. Luego, la Biblia dice: “Esaú
corrió a recibirlo, lo abrazó, se le echó al cuello y lo besó llorando”
(Génesis 33,4).
Al final, queda una preciosa historia de reconciliación.
Los hijos han superado la división que el amor parcial de los padres había
provocado. Se impone la profunda relación de los hermanos mellizos.
Las madres que sienten predilección por un hijo suelen
actuar intuitivamente. No pueden cambiarlo, hay un cariño especial. Muchas
veces tratan de ocultarlo, pero un niño no ta estas cosas. Los mimos
conscientes de un padre o una madre pueden ser destructivos para los hijos. En
estos, la huella que dejan tales heridas es para siempre. […]
Las luchas de poder en el seno de una familia resultan destructivas. Por
regla general, una madre ama a todos sus hijos. Si un hijo tiene necesidades
especiales, a causa de una enfermedad, una discapacidad o porque se queda atrás
comparado con el rendimiento de los demás, tal vez la madre tienda a protegerlo
particularmente, a mimarlo. Pero servirse de unos hijos contra otros,
utilizarlos para enfrentarse al padre, siempre hace perder razón a la madre.
Algunos casos dramáticos de divorcio se desarrollan así, y con ello se agudiza
el dolor de los hijos.
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