sábado, 9 de septiembre de 2017

Letra 535, 10 de septiembre de 2017

IDELETTE DE BURE (1509-1549)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.

Idelette de Bure fue su nombre de soltera, nació en Geldern (actual Bélgica), fue la única esposa de Juan Calvino. Su primer esposo fue Jean Storder, pastor anabautista de Lüttich con el que tuvo un hijo y una hija. El matrimonio Storder estaba fascinado con los sermones de Calvino y concordaba con sus doctrinas religiosas. Calvino se hizo amigo de la pareja y a menudo los visitaba en su casa en Estrasbugo y ambos se convirtieron a la fe reformada. Jean Storder murió a causa de la peste e Idelette también cuidó a Calvino cuando su estado de salud se encontraba bastante deteriorado. Calvino e Idelette contrajeron matrimonio en 1539 y cuando Calvino fue llamado para retornar a Ginebra, Idelette lo siguió con su hija del primer matrimonio. Los tres hijos que ambos tuvieron murieron al nacer o en la infancia. Aunque Idelette no se encontraba en buenas condiciones de salud, se dedicó al cuidado de los enfermos y pobres de Ginebra, falleciendo en 1549 en esta ciudad.
Calvino escribió sobre Idelette que siempre fue una ayuda fiel en el desempeño de su ministerio y la mejor amiga que había tenido en su vida. Al parecer, algunos amigos de Calvino le reprochaban su soltería y para demostrarles que el matrimonio estaba por sobre el celibato, Calvino les pidió que le buscaran una mujer que fuera sencilla, servicial, de ningún modo soberbia o extravagante, y además paciente y que se preocupara de su salud. Sus palabras acerca del matrimonio, antes de casarse, cuando aún se resistía a contraerlo, pintan de cuerpo entero la relación que tuvo con su esposa, muy de la época: “Ten siempre presente lo que busco hallar en ella; porque no soy yo uno de esos enamorados locos que abrazan incluso los vicios de sus amadas cuando pierden el juicio por la hermosa figura de una mujer. La única belleza que me satisface es ésta: que ella sea casta, atenta, ni demasiado bonita ni fastidiosa, económica, paciente y cuidadosa de mi salud”.

Bibliografía
Irena Backus, “Mujeres alrededor de Juan Calvino: Idelette de Bure y Marie Dentière”, en L. Cervantes-Ortiz, ed., Juan Calvino: su vida y obra a 500 años de su nacimiento. Terrassa, CLIE, 2009, pp. 142-153; Edna Gerstner, Idelette. A novel based on the life of Madam Calvin. Grand Rapids, Zondervan, 1963; Christiane Guttinger, “Idelette de Bure, l’épouse de Calvin”, en Hugonotes en Francia, www.huguenots.fr/2010/09/idelette-de-bure-l-epouse-de-calvin/; “Idelette de Bure”, en www.john-calvin.org/es/papierkorb-test/interactivo/enfoque-hist-rico/leben/1539-idelette-de-bure.html&item=mod300_18_; William J. Petersen, “Un amor que parecía ser: el extraño romance de Juan Calvino e Idelette de Bure”, en L. Cervantes-O., ed, op. cit., pp. 137-141.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (II)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017

11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
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Pero todavía introduce otro argumento para mostrar el despropósito de la venta de indulgencias: no responden a la tradición, ya que las penas se imponían antiguamente antes de la absolución (T12). Por tanto, las indulgencias tal y como se ponían a la venta iban en contra del derecho canónico y de la propia tradición. De nuevo usa Lutero el acortamiento del discurso para espetar contundente y diáfanamente que esas indulgencias eran contrarias al evangelio, al derecho y a la tradición. Esta proposición es también importante porque alude en concreto a la obra de satisfacción y, con ello, entra de lleno en el tema de la absolución sacramental y en el de la relación entre la fe y la salvación.
En efecto, en su uso primitivo, la absolución serviría para confirmar el arrepentimiento o contrición, que se hace visible en la satisfacción. La satisfacción, por tanto, no era una pena que limpia, sino una asunción del dolor y, por ende, una manifestación de la humildad necesaria para alcanzar el perdón. Poco a poco, la contrición ocupará el papel central en la penitencia (T36) y, aunque luego dirá que nadie puede estar seguro del efecto que tendrá ante Dios (T30), es la médula de la penitencia, porque se define como el dolor experimentado por ofender a Dios en razón del amor profesado a Dios. En cierto modo, esta tesis supone una censura de aquellos escotistas que, desde el siglo XIII, defendían que, para administrar la absolución, bastaba la atrición, o dolor de haber ofendido a Dios por las consecuencias de condena que esa ofensa pudiera reportar.
El hecho de que la contrición se convierta, con las limitaciones que sean, en la matriz de la penitencia, queda también de manifiesto en el Tratado sobre la indulgencia y la gracia, cuando apostille que en ningún pasaje bíblico se exige al pecador ninguna satisfacción -ninguna obra- más allá de la contrición sincera o conversión, “con el propósito firme de llevar en adelante la cruz de Cristo y de ejercitarse en las obras mencionadas (aunque nadie las haya impuesto), porque Dios dice por boca de Ezequiel: ‘Si el pecador se convierte y si obra como conviene, me olvidaré de sus pecados (18,21; 33, 14-6)’”. Insistirá en la misma idea en La cautividad babilónica de la Iglesia, recordando que absolver antes de cumplir la penitencia era una manera de minusvalorar la propia contrición y, desde luego, de no fomentar la experiencia de la fe:

Esta perversidad ha sido motivada en buena parte porque damos la absolución a los pecadores antes de que hayan cumplido la penitencia; se les da así ocasión para que se muestren más solícitos por cumplir la penitencia que perdura, que por la contrición que creen se termina con la confesión. Habría que retornar a la práctica de la iglesia primitiva, cuando la absolución se daba después de haber satisfecho la penitencia, con lo cual se conseguía que, al haber cesado la obra, después se ejercitaban más en la fe y en la vida renovada.

La conclusión de todo lo anterior remite directamente a 1 Cor 13,1, en donde Pablo anuncia que, sin amor, el ser humano es nada. A ese amor se remite ahora Lutero, porque lo considera única credencial para el sosiego del moribundo, sobre el que nada pueden las leyes canónicas (T13) -ni las indulgencias-. En definitiva, cuando más amor tenga, menos temor experimentará y a la inversa (T14). Si este hecho se pone en relación con el purgatorio, podría afirmarse que Lutero estaría insinuando, aunque de una manera traslúcida, que éste no existe, dado que lo compara con terror del moribundo que no ha experimentado el amor (T15). El purgatorio así constituido, sería equivalente al estado de espanto y angustia que padece el moribundo que está lleno del amor de Dios. Más aún, en la T16, Lutero identifica infierno, purgatorio y cielo con una paleta de sentimientos que va desde la desesperación absoluta —infierno— a la certeza absoluta —cielo— (T16). Si el cielo es la certeza del perdón no lo es como premonición, sino como vivencia real de gozar ya de Dios, porque para Lutero el hombre nunca tiene la seguridad de estar salvado, más que cuando ya lo está.
Con estas enseñanzas queda contrarrestado todo aquel círculo vital de pecado, arrepentimiento y absolución propio de la Edad Media. También queda desbaratada toda proposición que pretendiera insuflar seguridad en el cristiano a partir de la eficacia imperativa atribuida a las indulgencias. En este contexto, el único alivio del purgatorio —de la casi desesperación— es el amor (T17), aunque nada pueda concluirse sobre la salvación de las almas que crecen en amor (T18-19). La inferencia necesaria de todas estas tesis es de nuevo que el papa sólo puede remitir las penas que él haya impuesto (T20). La presencia machacona de esta afirmación tiene por finalidad ir concluyendo cada bloque temático de las 95T con este hecho que, para Lutero, es el núcleo del debate, ya que contribuye a eliminar toda creencia, toda superstición o todo recurso que haga pensar a un ser humano que la salvación depende de sus obras o de la voluntad del papa.
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REBECA: MADRE CON PREDILECCIÓN POR UN HIJO (II)
Margot Kässmann

Esta preferencia por uno en concreto resta seguridad a los hijos. Y queda grabada de por vida. Si uno de los padres da un trato preferente a un hijo, el otro se siente siempre dolido. Algunos padres no pueden evitarlo, aunque quieran. Por motivos que a veces no se explican, quieren a un hijo de forma especial, se sienten más cercanos a él. Es importante que los padres admitan este tipo de sentimientos y hagan un esfuerzo consciente por atender también al otro hijo con cariño y justicia. En la historia de los hijos de Rebeca, esto resulta evidente.
El dinamismo del hijo primogénito se gana el favor del padre, orgulloso del valor de su retoño, al que realmente admira. El segundo, más sensible, es el niño predilecto de la madre. Ella lo mima, y tal vez incluso le afemina un poco. Así, los padres acentúan las diferencias entre los hijos. También hay hijos que, al descubrir la predilección de uno de los progenitores por uno de sus hermanos o hermanas, reaccionan con terquedad para demostrar que no necesitan el cariño de ese progenitor. Una situación familiar difícilmente sostenible...
Salta a la vista que Esaú era un hombre fuerte y robusto. La prueba, el siguiente episodio: un día vuelve a casa agotado del campo. Jacob había cocinado un rico potaje de lentejas, pero solo se lo servirá a cambio de que Esaú le venda sus derechos de primogénito. Se nota que, para Esaú, estos derechos, que regulan cuestiones importantes de la herencia y de la responsabilidad de cara al futuro de la familia, son insignificantes. Los «vende» por un plato de lentejas.
Más tarde, Jacob hará efectivo este trato recurriendo al engaño: con la ayuda de su madre, obtendrá de su padre, de manera poco limpia, la bendición que corresponde al primogénito. Rebeca lo intenta todo para que su esposo tome a Jacob por Esaú en su lecho de muerte y le dé la bendición. Sin pensárselo dos veces, invita a su hijo Jacob a engañar y mentir a su padre moribundo. Este bendice al que nació en segundo lugar, y cuando el primogénito llega furioso, el padre se conmueve.
La bendición para el primogénito no puede brindarse más de una vez. Esaú planea matar a Jacob, de modo que Rebeca ayuda a su hijo predilecto a escapar. Pasan décadas hasta que los hermanos se reencuentran. Como todo queda ya tan lejano, se comprueba la profunda verdad del refrán: «La sangre tira». Jacob teme el encuentro con Esaú. Es consciente de que traicionó a su hermano años atrás y del dolor que debió de producirle esa traición. Por ese motivo se prepara con tiempo para ese encuentro. Luego, la Biblia dice: “Esaú corrió a recibirlo, lo abrazó, se le echó al cuello y lo besó llorando” (Génesis 33,4).
Al final, queda una preciosa historia de reconciliación. Los hijos han superado la división que el amor parcial de los padres había provocado. Se impone la profunda relación de los hermanos mellizos.
Las madres que sienten predilección por un hijo suelen actuar intuitivamente. No pueden cambiarlo, hay un cariño especial. Muchas veces tratan de ocultarlo, pero un niño no ta estas cosas. Los mimos conscientes de un padre o una madre pueden ser destructivos para los hijos. En estos, la huella que dejan tales heridas es para siempre. […]
Las luchas de poder en el seno de una familia resultan destructivas. Por regla general, una madre ama a todos sus hijos. Si un hijo tiene necesidades especiales, a causa de una enfermedad, una discapacidad o porque se queda atrás comparado con el rendimiento de los demás, tal vez la madre tienda a protegerlo particularmente, a mimarlo. Pero servirse de unos hijos contra otros, utilizarlos para enfrentarse al padre, siempre hace perder razón a la madre. Algunos casos dramáticos de divorcio se desarrollan así, y con ello se agudiza el dolor de los hijos.

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