domingo, 12 de noviembre de 2017

Dios comparte la vida con su pueblo, L. Cervantes-O.


12 de noviembre de 2017

…porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros.
Yo les aconsejo, a ustedes y a sus descendientes, que elijan la vida, y que amen a Dios y lo obedezcan siempre.
Deuteronomio 30.19b-20a, Traducción en Lenguaje Actual

Dt 30 en contexto: El exilio no es el final de la historia
Las palabras de Dt 30.3-6 son la base para una adecuada comprensión del resto del capítulo, pues estamos ante una declaración de fe anclada en las promesas de Dios para un pueblo que ya ha experimentado el exilio. Y vale la pena detenerse en ellas para percibir el sabor de dichas promesas en medio de tiempos difíciles, pero esperanzadores, para este pueblo heredero de una historia antigua de salvación: “Dios les tendrá compasión y los volverá a bendecir. Los hará volver de los países a los cuales los envió. Aun si ustedes se encuentran muy lejos, Dios los buscará y los traerá de nuevo al país que prometió a sus antepasados. Allí prosperarán y tendrán más hijos que sus antepasados. Dios hará que se olviden de hacer el mal. Entonces ustedes y sus descendientes lo amarán y lo obedecerán con toda su mente y con todo su ser, y no por obligación. Así podrán vivir muchos años”.

Bien ha resumido Edesio Sánchez este salto en el tiempo y en el espacio para reencontrarse con el Dios de la Alianza:

Para una comunidad que está colocada ante la Palabra divina, y dispuesta a la conversión, Deuteronomio promete el bien divino en modo superlativo: “Te hará prosperar [te hará bien], y tendrás más descendientes de los que tuvieron tus antepasados” (30:5). “El futuro al que el teólogo invita a los exiliados no es una simple restauración, es una bendición divina todavía más grande” (W. Brueggemann). Así, el mensaje exílico, que se muestra como una declaración de culpabilidad, será en el posexilio una palabra bienhechora, restauradora, que refleja la «alegría» divina. Y aquí, nuevamente, pasado, presente y futuro son traídos al momento histórico de la comunidad exílica: Dios está dispuesto a realizar una nueva obra grandiosa. Y esta promesa abarca al pueblo del futuro, pues el pasaje insiste en las generaciones del “mañana” (vv. 2, 6).[1]

Porque la Alianza con Yahvé sobrepasa los tiempos y las generaciones, su llamado a las nuevas generaciones de Israel (lo que quedaba de él después del destierro) para retomar los compromisos de antaño en una nueva época es estremecedor. Se trataba de colocar en nuevas coordenadas históricas todo el caudal de esperanzas y anhelos que el pueblo seguía avizorando como parte de su pertenencia a los planes divinos de ser bendición para todas las naciones. El hecho de haber estado en otras tierras los obligó a ser portadores de esa fe y hacerla visible en medio de otras culturas y circunstancias. No siempre salieron bien librados en esa tarea, pero lo cierto es que la literatura historiográfica marcada por el Deuteronomio presentaba precisamente esa posibilidad como una nueva oferta de salvación: en efecto, el exilio no era el fin de la historia, pues había algo distinto, radicalmente nuevo, en el horizonte de fe del pueblo. No se podía saber con certeza de qué se trataba, pero existía luz al final del túnel por obra y gracia de las acciones de Dios. “El anuncio de la irrupción de lo nuevo y la invitación a olvidar el pasado no están matizados ni por lo positivo ni por lo negativo. Al pueblo no se le pide olvidarse sólo de lo malo y recordar lo bueno. Se le invita a olvidar el pasado y punto. Es ‘borrón y cuenta nueva’. Lo único que se mantiene es la necesidad de obedecer a la Palabra de Dios, algo que siempre jala hacia el futuro”.[2] La única condición es arrepentirse y estar dispuestos a obedecer (30.10).

Escoger la vida de Dios como acto absoluto de fe
“No hay que olvidar que, aunque el Deuteronomio insiste varias veces sobre el lugar en el cual se halla el pueblo, en realidad se trata de un recurso literario para actualizar el antiguo pacto hecho con Dios y con Moisés como mediador. […] El trasfondo histórico es la caída del reino del sur, la destrucción del Templo y de Jerusalén y la deportación a Babilonia (587 a.C.). Todo el capítulo es un intento de responder a los interrogantes y dudas que trajo consigo la caída de Judá” (La Biblia de nuestro Pueblo. Biblia del Peregrino). Lo que importaba era reconstruir la fe y la esperanza en ese Dios que, aunque los había castigado, estaba dispuesto a perdonarlos, a circuncidarles el corazón (6) y a traerlos de regreso a la tierra que bajo juramento había dado a sus padres (20). Israel ya no tendría excusas para incumplir más los preceptos del Señor: era necesario escoger la vida, en lugar de la muerte, el bien, en lugar del mal (15), y la bendición, en lugar de la maldición (19), pues los preceptos del Señor son perfectamente comprensibles a todos, están al alcance de todos y, por tanto, pueden ser practicados por todos (11-16). Esta “democratización” de la voluntad de Dios se había dado a partir de la experiencia del exilio, un periodo de duro aprendizaje para la fe del pueblo.

Los mandamientos nuevos estaban hechos “a la medida del corazón”: “Para el lector de Deuteronomio la historia pasada de Israel no podría producir otra cosa más que pesimismo y desesperanza: el pueblo había sido incapaz de obedecer la voluntad de Dios. Sin embargo, la promesa de un futuro mejor agrega algo más de la bondad divina: a través de este libro, Yavé ha dado una ley que es accesible, comprensible, y que está concebida para no trascender las capacidades humanas. Se trata de una ley diseñada para un ser humano de carne y hueso, con sus pies puestos en esta tierra, y con un corazón y oídos en total sintonía con la voz de Dios”.[3] La superposición de la historia antigua con la época posterior al exilio tuvo como propósito alentar al pueblo para situarse permanente e incondicionalmente del lado de la vida de Dios, es decir, tomar partido absoluto por las iniciativas divinas para conseguir el bienestar de las personas en una nueva situación. Había que establecer las bases de una nueva sociedad, completamente biofílica.

La tierra donada deberá ser una tierra poseída; la vida ofrecida deberá ser una vida vivida. Sólo existe una manera de lograrlo, y ha sido expresado con todo detalle en la instrucción del Señor. Se refiere a la manera en que Israel vive cada una de las áreas de su vida: el culto, la pureza de vida, la justicia y la imparcialidad hacia el vulnerable, el pobre y el esclavo; la honra a los padres, el respecto al prójimo, la administración de la justicia, el liderazgo de la nación, el trato del orden natural, la práctica de la guerra, el trato hacia la mujer, y muchas otras cosas más. Vivir en la tierra de acuerdo con las directrices de todos estos preceptos de la tora del Señor —la instrucción de Dios— es sentar las bases para una vida buena y bendecida.[4]

Los pares presentados por Dios como opción existencial manifiestan las posibilidades históricas, los dilemas que deben enfrentarse y resolverse para encontrar la siempre renovada voluntad de Dios, puesto que cada etapa demanda respuestas y acciones también nuevas, dado que el Deuteronomio “deja las respuestas del ser humano bajo posibilidades abiertas y aplicables por cada nueva generación que se une en alianza con Yavé”.[5]



[1] E. Sánchez, Deuteronomio. Buenos Aires, Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), pp. 423-424, .
[2] Ibíd., p. 423.
[3] Ibíd., p. 428.
[4] Patrick D., Jr., Deuteronomy. Louisville, John Knox Press, 1990, p, 214, .cit. por E. Sánchez, op. cit., pp. 429-430.
[5] Ibíd., p. 430.

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