29 de octubre de 2017
…porque
Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que
ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros.
Hebreos
11.40, Nueva Biblia Latinoamericana
de Hoy
La vida de Dios está por
encima del tiempo y del espacio
El extraordinario recuento de la historia de la
salvación que aparece en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos plantea, como
se sabe, la primacía de la fe en la relación Dios en cualquier etapa de la
misma. La reiterada insistencia en dicha primacía (22 veces) muestra a cada personaje
mencionado firmemente anclado en la total confianza en Dios, quien se les fue
manifestando en medio de los conflictos que enfrentaron. La fe fue como “la
melodía de fondo que dio sentido s sus vidas” (La Biblia de Nuestro Pueblo). La mención tan exhaustiva de cada uno
de ellos alcanza un ritmo indetenible y llega, hasta el v. 32, con una pregunta
que marca una pausa: “¿Y qué más diré?”, para introducir una reflexión sumaria
de lo acontecido mediante otra enumeración de acontecimientos (vv. 33-34), para
luego referirse a la fe de las mujeres y sus desafíos propios (v. 35a), siempre
acechados estos héroes y heroínas de la fe por la muerte y la exigencia de que
Dios mostrara cómo se impondría sub vida sobre estas realidades opuestas y
trágicas: su respuesta fue, como subraya el mismo versículo, la resurrección
para imponerse sobre las fuerzas mortíferas.
La pregunta obligada es: “¿Cómo
pudieron aquellos hombres y aquellas mujeres hacer lo que hicieron, mantenerse
firmes, luchar contra corriente y sin tregua en el mundo hostil en que les tocó
vivir?” (Ídem). La fe fue lo que los
sostuvo como “peregrinos y forasteros en la tierra” (v. 13) y como buscadores
de una patria mejor (v. 16). Por la fe en lo que se les había prometido, Jesús
el Mesías, murieron “viéndolo y saludándolo de lejos” (v. 13), aunque no
llegaron a conocerlo. Por la fe, también ofrecieron sus vidas “prefiriendo una
resurrección de más valor” (v. 35). Dos cosas llaman la atención hasta este
punto: primero, el hecho de que, aunque forma parte de un documento que maneja
ampliamente el método alegórico para transmitir su enseñanza, su acercamiento a
la historia es sólido y profundamente aleccionador. Dicho método tendía a
relegar a la historia a un papel simbólico y a establecer tipos o modelos antiguos
para entender la obra redentora de Jesucristo. Esto se presenta varias veces en
los capítulos previos al referirse al papel de la ley (10.1: “Porque la ley,
teniendo la sombra de los bienes
venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos
sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se
acercan”) y en el lenguaje el mismo cap. 11, por ejemplo, en el v. 27, donde se
dice que Moisés “se mantuvo firme como viendo al Invisible”.
Por otra parte, la
sugerencia de que Dios ve, a través de su Hijo, al pueblo creyente de todos los
tiempos de manera simultánea, otorga al texto una proyección sobre el tiempo
que no puede dejar de sorprender: ¡los y las creyentes de todos los tiempos
somos vistos desde el “prisma cristológico”! Esto es, que, mediante la obra
redentora de Jesucristo, la barrera temporal es superada y abolida por obra y
gracia de Dios para colocar, al mismo tiempo, y en la sintonía de la fe, a
todos quienes han vivido, viven y vivirán delante de Él gracias a la fe como
principio vital absoluto. El v. 39 llega a un punto en el que subraya que toda
esa larga nómina de creyentes, con todo y su gran experiencia de fe, aún no ha
obtenido la aprobación total por su creencia, pues no han recibido los
resultados de la promesa completa, porque
están esperando a todos los creyentes posteriores, de otras épocas más plenas.
En otras palabras, esos muertos están muy vivos, pues como dijo el Señor en
Marcos 12.27a: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos”. La vida de Dios los
ha invadido de tal manera que, allí donde están, están vivos para el Señor,
porque Él “es Señor tanto de los muertos como de los vivos” (Ro 14.9b). Muchos
de ellos, aun muriendo en condiciones tan negativas, ahora viven la vida de
Dios y se encuentran en “estado de eternidad”, aguardando la manifestación de
la salvación completa: no están completos sin el resto de los redimidos por
Dios.
Dios
perfecciona la vida de su pueblo de todos los tiempos
Al final de su recorrido histórico por los personajes
de la historia de Israel, el predicador afirma que aquellos fieles creyentes,
con todo y las grandiosas experiencias que vivieron “no cumplieron su destino
sin nosotros” (40). La muerte fue para ellos/as una auténtica puerta que los
trasladó y los puso del lado de la vida verdadera: ¡todos ellos viven ahora
mismo en el Señor y desde esa “eternidad provisional” nos aguardan y estimulan
para tener tanta fe como ellos la tuvieron! La “nube de testigos” (12.1a), la “Iglesia
triunfante” es una verdadera multitud de redimidos que ya disfruta del anticipo
de la presencia divina y nos atrae hacia ellos para compartir la gran bendición
de la compañía del Señor. Pero el carácter incompleto de la salvación sigue
allí, según el v. 40: desde esa eternidad aguardan los resultados de la fe de
sus sucesores, es decir, nosotros, como lo recuerda el lenguaje del autor de la
carta.
Todos los creyentes del
Antiguo Testamento no pudieron conocer históricamente al Mesías, pero gracias a
la fe Él ya los ha recibido anticipadamente. Lo que hace este texto es
extraordinario: “Por una parte, abarca en un abrazo solidario a todos los
testigos de la fe que peregrinaron por la tierra buscando, creyendo y esperando
en Dios, aunque no llegaron a conocer a Aquel en quien la fe tiene sentido y
cumplimiento: Jesús de Nazaret. Por otra, nos abarca a nosotros, los cristianos
que sabemos y conocemos y por eso completamos el destino de todos ellos al
anunciar y proclamar el nombre santo del Salvador universal” (Ídem). La fuerza de las promesas de Dios
se sitúa en el tiempo y lo sobrepasa para formar una comunidad de creyentes que
aguardan la plenitud de la consumación de las mismas.
El texto enfatiza que
ellos están incompletos sin nosotros: “El cumplimiento de las promesas que
esperaban los santos del Antiguo Testamento no tuvo lugar hasta que estuvo
completa la obra salvadora de Cristo. Pero ahora ya han obtenido (6.12) aquello
que los cristianos que están todavía en la tierra poseen únicamente a título de
anticipación, mientras aguardan su plena posesión” (Myles M. Bourke, Comentario bíblico San Jerónimo. Tomo IV, p. 370). Dicho de otro modo: ni ellos ni nosotros estamos completos todavía.
La simultaneidad de los tiempos en la óptica de Dios se aplica ya sobre las
acciones históricas de fe que aún estamos por realizar en este mundo para
enlazarlas con las de aquellos que nos han precedido, como parte de un proceso
completamente opuesto a lo que se enseñó en su momento sobre las indulgencias,
pues con ellas se aludía también a la importancia de las obras de los creyentes
que ya forman parte de la eternidad de Dios. Nuestra esperanza presente en la
vida que Dios nos otorga y otorgará se funda en la misma fe que esos creyentes
tuvieron y anticiparon: eso nos unifica y coloca en el mismo horizonte
espiritual, que va más allá de lo que pensamos e imaginamos acerca de la vida
eterna prometida. Ésa es la razón de la perseverancia con que hemos de asumir “la
carrera que nos es propuesta” (12.1-2).
Como resume muy bien
Samuel Pérez Millos: “Los hombres de fe de la antigüedad tenían la promesa,
pero Dios la difirió en el tiempo para que fuese alcanzada por todos los
creyentes a la vez. […] El texto, sin embargo, habla de perfeccionamiento, que tiene que ver, en gran medida con el Nuevo
Pacto, ya que en el antiguo no se alcanzó jamás la perfección necesaria […] Esa
promesa de redención se ha cumplido y por la obra sacrificial y sacerdotal de
Cristo, tanto ellos como nosotros hemos alcanzado la perfección”.[1]
[1] Samuel Pérez
Millos, Hebreos. Terrassa, CLIE, 2009,
p. 700, http://apologiabiblica.net/pagina/millos/hebreos.pdf.
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