sábado, 4 de noviembre de 2017

“Ser perfeccionados juntamente con los testigos de la fe”: Aprendamos del don de Dios para la vida, L. Cervantes-O.


29 de octubre de 2017

…porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros.
Hebreos 11.40, Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy

La vida de Dios está por encima del tiempo y del espacio
El extraordinario recuento de la historia de la salvación que aparece en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos plantea, como se sabe, la primacía de la fe en la relación Dios en cualquier etapa de la misma. La reiterada insistencia en dicha primacía (22 veces) muestra a cada personaje mencionado firmemente anclado en la total confianza en Dios, quien se les fue manifestando en medio de los conflictos que enfrentaron. La fe fue como “la melodía de fondo que dio sentido s sus vidas” (La Biblia de Nuestro Pueblo). La mención tan exhaustiva de cada uno de ellos alcanza un ritmo indetenible y llega, hasta el v. 32, con una pregunta que marca una pausa: “¿Y qué más diré?”, para introducir una reflexión sumaria de lo acontecido mediante otra enumeración de acontecimientos (vv. 33-34), para luego referirse a la fe de las mujeres y sus desafíos propios (v. 35a), siempre acechados estos héroes y heroínas de la fe por la muerte y la exigencia de que Dios mostrara cómo se impondría sub vida sobre estas realidades opuestas y trágicas: su respuesta fue, como subraya el mismo versículo, la resurrección para imponerse sobre las fuerzas mortíferas.

La pregunta obligada es: “¿Cómo pudieron aquellos hombres y aquellas mujeres hacer lo que hicieron, mantenerse firmes, luchar contra corriente y sin tregua en el mundo hostil en que les tocó vivir?” (Ídem). La fe fue lo que los sostuvo como “peregrinos y forasteros en la tierra” (v. 13) y como buscadores de una patria mejor (v. 16). Por la fe en lo que se les había prometido, Jesús el Mesías, murieron “viéndolo y saludándolo de lejos” (v. 13), aunque no llegaron a conocerlo. Por la fe, también ofrecieron sus vidas “prefiriendo una resurrección de más valor” (v. 35). Dos cosas llaman la atención hasta este punto: primero, el hecho de que, aunque forma parte de un documento que maneja ampliamente el método alegórico para transmitir su enseñanza, su acercamiento a la historia es sólido y profundamente aleccionador. Dicho método tendía a relegar a la historia a un papel simbólico y a establecer tipos o modelos antiguos para entender la obra redentora de Jesucristo. Esto se presenta varias veces en los capítulos previos al referirse al papel de la ley (10.1: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan”) y en el lenguaje el mismo cap. 11, por ejemplo, en el v. 27, donde se dice que Moisés “se mantuvo firme como viendo al Invisible”.

Por otra parte, la sugerencia de que Dios ve, a través de su Hijo, al pueblo creyente de todos los tiempos de manera simultánea, otorga al texto una proyección sobre el tiempo que no puede dejar de sorprender: ¡los y las creyentes de todos los tiempos somos vistos desde el “prisma cristológico”! Esto es, que, mediante la obra redentora de Jesucristo, la barrera temporal es superada y abolida por obra y gracia de Dios para colocar, al mismo tiempo, y en la sintonía de la fe, a todos quienes han vivido, viven y vivirán delante de Él gracias a la fe como principio vital absoluto. El v. 39 llega a un punto en el que subraya que toda esa larga nómina de creyentes, con todo y su gran experiencia de fe, aún no ha obtenido la aprobación total por su creencia, pues no han recibido los resultados de la promesa completa, porque están esperando a todos los creyentes posteriores, de otras épocas más plenas. En otras palabras, esos muertos están muy vivos, pues como dijo el Señor en Marcos 12.27a: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos”. La vida de Dios los ha invadido de tal manera que, allí donde están, están vivos para el Señor, porque Él “es Señor tanto de los muertos como de los vivos” (Ro 14.9b). Muchos de ellos, aun muriendo en condiciones tan negativas, ahora viven la vida de Dios y se encuentran en “estado de eternidad”, aguardando la manifestación de la salvación completa: no están completos sin el resto de los redimidos por Dios.

Dios perfecciona la vida de su pueblo de todos los tiempos
Al final de su recorrido histórico por los personajes de la historia de Israel, el predicador afirma que aquellos fieles creyentes, con todo y las grandiosas experiencias que vivieron “no cumplieron su destino sin nosotros” (40). La muerte fue para ellos/as una auténtica puerta que los trasladó y los puso del lado de la vida verdadera: ¡todos ellos viven ahora mismo en el Señor y desde esa “eternidad provisional” nos aguardan y estimulan para tener tanta fe como ellos la tuvieron! La “nube de testigos” (12.1a), la “Iglesia triunfante” es una verdadera multitud de redimidos que ya disfruta del anticipo de la presencia divina y nos atrae hacia ellos para compartir la gran bendición de la compañía del Señor. Pero el carácter incompleto de la salvación sigue allí, según el v. 40: desde esa eternidad aguardan los resultados de la fe de sus sucesores, es decir, nosotros, como lo recuerda el lenguaje del autor de la carta.

Todos los creyentes del Antiguo Testamento no pudieron conocer históricamente al Mesías, pero gracias a la fe Él ya los ha recibido anticipadamente. Lo que hace este texto es extraordinario: “Por una parte, abarca en un abrazo solidario a todos los testigos de la fe que peregrinaron por la tierra buscando, creyendo y esperando en Dios, aunque no llegaron a conocer a Aquel en quien la fe tiene sentido y cumplimiento: Jesús de Nazaret. Por otra, nos abarca a nosotros, los cristianos que sabemos y conocemos y por eso completamos el destino de todos ellos al anunciar y proclamar el nombre santo del Salvador universal” (Ídem). La fuerza de las promesas de Dios se sitúa en el tiempo y lo sobrepasa para formar una comunidad de creyentes que aguardan la plenitud de la consumación de las mismas.

El texto enfatiza que ellos están incompletos sin nosotros: “El cumplimiento de las promesas que esperaban los santos del Antiguo Testamento no tuvo lugar hasta que estuvo completa la obra salvadora de Cristo. Pero ahora ya han obtenido (6.12) aquello que los cristianos que están todavía en la tierra poseen únicamente a título de anticipación, mientras aguardan su plena posesión” (Myles M. Bourke, Comentario bíblico San Jerónimo. Tomo IV, p. 370). Dicho de otro modo: ni ellos ni nosotros estamos completos todavía. La simultaneidad de los tiempos en la óptica de Dios se aplica ya sobre las acciones históricas de fe que aún estamos por realizar en este mundo para enlazarlas con las de aquellos que nos han precedido, como parte de un proceso completamente opuesto a lo que se enseñó en su momento sobre las indulgencias, pues con ellas se aludía también a la importancia de las obras de los creyentes que ya forman parte de la eternidad de Dios. Nuestra esperanza presente en la vida que Dios nos otorga y otorgará se funda en la misma fe que esos creyentes tuvieron y anticiparon: eso nos unifica y coloca en el mismo horizonte espiritual, que va más allá de lo que pensamos e imaginamos acerca de la vida eterna prometida. Ésa es la razón de la perseverancia con que hemos de asumir “la carrera que nos es propuesta” (12.1-2).

Como resume muy bien Samuel Pérez Millos: “Los hombres de fe de la antigüedad tenían la promesa, pero Dios la difirió en el tiempo para que fuese alcanzada por todos los creyentes a la vez. […] El texto, sin embargo, habla de perfeccionamiento, que tiene que ver, en gran medida con el Nuevo Pacto, ya que en el antiguo no se alcanzó jamás la perfección necesaria […] Esa promesa de redención se ha cumplido y por la obra sacrificial y sacerdotal de Cristo, tanto ellos como nosotros hemos alcanzado la perfección”.[1]



[1] Samuel Pérez Millos, Hebreos. Terrassa, CLIE, 2009, p. 700, http://apologiabiblica.net/pagina/millos/hebreos.pdf.

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