ISABEAU D'ALBRET (ISABEL DE NAVARRA)
(1513-1560)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Hija de Jean d’Albret y de
Catherine de Foix, fue esposa de René,
primer conde de Rohan. Ella se reunió con el almirante de Coligny en 1556 y se
estableció en Berna, cuando, en 1557, Juana de Albret, su sobrina, introdujo el
protestantismo en Navarra. Aunque muy atraída también por la Reforma, fue sólo
después de la muerte de su marido en 1558, y por respeto a su fe, que se
convirtió e introdujo el protestantismo en su castillo de Blain donde se
organizó la primera iglesia protestante bretona. Recibió al pastor Dandelot,
quien predicó la religión reformada de Nantes. Loiseleur, pastor de Villiers,
pronunció el primer sermón calvinista. El rey le otorgó, en 1560, la libertad
de conciencia para ella y toda su casa. “Ese mismo año entregó su alma a Dios,
dejando a su hijo el relevo”.
Su conversión al protestantismo, decisiva para el
calvinismo en Bretaña, fue tardía. Esto explica que su único retrato (poco
conocido) está en un hermoso vitral atribuido a la flamenca Jost Nagher en la
Iglesia Parroquial de San Salomón, en La Martyre. Extraño destino para una
princesa hugonota de los Pirineos: ¡su única imagen terrenal en una capilla
católica de las montañas de Arrée!”.
Bibliografía
“Isabeau d’Albret”, en Museo
Protestante, www.museeprotestant.org;
“Isabeau d’Albret (ou de Navarre, 1513-1560)”, en Les Protestants bretons, http://protestantsbretons.fr/huguenots/isabeau-dalbret-vicomtesse-de-rohan.
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UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (X)
Marco Antonio Coronel Ramos
Universidad de Valencia, 2017
51. Debe enseñarse a los cristianos
que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a
muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron
el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si
fuera menester.
52. Vana es la confianza en la
salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta
el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del
Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la
predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios,
cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a
ella.
55. Ha de ser la intención del Papa
que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana,
una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba
predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de
donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente
mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
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Pero no
insistiremos lo suficiente en que, en 1517, Lutero no tenía en mente la ruptura con Roma, y de ahí que se muestre seguro en que
el papa desconocía los abusos de los predicadores de indulgencias porque, de
saberlo, no aceptaría, a su juicio, que la construcción de san Pedro se hiciese
sobre la pobre economía de los fieles (T50). Puede haber una cierta ironía en
estas palabras, pero también hay una última chispa de confianza en la
posibilidad de reforma de la Iglesia. Tal vez haya algo de ambos hechos: una
crítica a que se subvencione la construcción de san Pedro con el sudor de los pobres,
engañados en su buena fe, a lo que el papa, que firmaba la bula de indulgencia,
no podía ser ajeno; pero, al mismo tiempo, también puede existir una última
resistencia a considerar que el papa estuviera enterado de las actuaciones
anticanónicas y antievangélicas de los predicadores. En esa resistencia habría
una última esperanza en la reforma desde dentro de la Iglesia y un último
atisbo de esperanza en la autoridad del papa, cuyo papel dentro de la Iglesia
estaba también tratando de delimitar.
Esta
preocupación se pondrá de manifiesto más adelante, cuando indique su pesar ante
el hecho de que los argumentos tan hilarantes empleados de los predicadores,
pudieran acabar desacreditando a la Iglesia (T90). Esa misma ambigüedad se
encuentra en la afirmación de que el papa preferiría entregar su dinero a los
pobres fieles, antes que sacárselo para construir la nueva Basílica. Este
pensamiento será reiterado hasta la saciedad a lo largo de toda la reforma, y
no sólo por autores luteranos o reformados. Muchas de estas críticas se
sustanciarán en contrastar la riqueza del papa y de los jerarcas de la Iglesia
con la pobreza de Cristo. El propio Lutero lo dice así en otras ocasiones: “Obraría
mucho mejor quien diese algo puramente por amor de Dios para la fábrica de san
Pedro o para otra cosa, en lugar de adquirir a cambio una indulgencia. Porque
se corre el peligro de hacer tal donativo por amor a la indulgencia y no por
amor a Dios”, pero siempre insistiendo en que más vale dar el dinero para los
pobres.
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UN HOMBRE QUE CAMBIÓ SU MUNDO: LUTERO Y LA
REFORMA (Fragmento)
Roberto Breña, Nexos, 1 de noviembre de 2017
Acaban de cumplirse 500 años del día considerado comúnmente como
el punto de partida de la transformación religiosa que marcó al mundo
occidental como muy pocos otros procesos históricos lo han hecho. Este proceso
es conocido con una expresión bastante inofensiva: “la Reforma”. La jornada en
cuestión es el 31 de octubre de 1517. Ese día, un fraile agustino, llamado
originalmente Martin Luder, supuestamente clavó, en la iglesia del poblado de
Wittenberg en el noreste del Sacro Imperio Romano Germánico, un documento con
95 tesis en contra de la venta de indulgencias por parte de la iglesia
católica. Escribo “supuestamente” porque la historiografía actual cuestiona que
dicha acción haya tenido lugar. De lo que no cabe dudar es que la difusión de
un sermón que Lutero redactó en lengua alemana a principios de 1518 sobre las
indulgencias fue el detonador de “la Reforma”. Una reforma que, en realidad,
fue una revolución religiosa, teológica, social, política y económica que
cambió la faz de Europa en muy poco tiempo y cuyas ramificaciones terminarían
alcanzando a toda la cultura occidental. Si Martín Lutero clavó o no las
(cuestionadas pero célebres) 95 tesis en contra de las indulgencias es pues una
cuestión secundaria. Lo fundamental es que su mundo inmediato y varias
sociedades europeas de su tiempo (entre otras, la suiza, la danesa y la sueca)
cambiaron radicalmente su fisonomía en unos cuantos años “a partir” de ellas.
De hecho, en varios aspectos buena parte de Occidente sigue bajo la estela de
“la Reforma” y, por lo tanto, bajo la estela de un fraile agustino que a la
sazón tenía 34 años. En palabras de Thomas Kaufmann, Lutero “transformó la
Iglesia occidental y, con ella, el mundo de un modo como pocas veces lo ha
hecho otro hombre antes o después de él”. […]
Lutero era un
hombre preparado (era doctor en teología) que poseía una energía, una tenacidad
y una valentía poco comunes. Además, era un hombre que recurrió a todos los
medios a su alcance para difundir su mensaje y sus convicciones; un mensaje
lleno de “fogosidad”, de “impulsos nunca calculados”, de “intemperancia verbal”
y de “temibles excesos del lenguaje”, en gran medida
porque dicho mensaje provenía de un hombre que “no sabía interesarse más que en
sí mismo, en su conciencia y en su salvación”. Es este el Lutero que surge en
las primeras semanas de 1518. A partir de ese momento y hasta, por lo menos
1530, el fraile agustino que casi nadie conocía fuera de su natal Eisleben, en
donde había visto la luz en 1483, y de Wittenberg (en cuya universidad hizo sus
estudios de teología y en donde enseñó durante más de 30 años), se convirtió en
una máquina de pensamiento, reflexión teológica y trabajo intemperante. Durante
esa docena de años Lutero predicó una infinidad de sermones, tradujo el Nuevo
Testamento al alemán y escribió cientos de panfletos, además de participar en
varios debates religiosos que fueron célebres en todo el imperio. Al final de
ese periodo el luteranismo desembocó en la llamada “Confesión de Augsburgo”. El
25 de junio de 1530 el pensador luterano más importante del primer
protestantismo, Felipe Melanchton, presentó ante Carlos V, emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico desde 1519, un documento redactado por el propio
Melanchton que, más que ningún otro, contribuyó “a consolidar el protestantismo
y a enfrentarlo contra el catolicismo”. […]
Aunque ha sido señalado infinidad de veces por estudiosos
de la Reforma, cabe hacer aquí una afirmación tajante, pero no exenta de
verdad: sin imprenta no hay Lutero o, mejor dicho, sin imprenta no hay
luteranismo. Fue la imprenta la que le permitió dar a conocer su pensamiento, la
que lo difundió, la que ganó para él millones de adeptos, la que permitió que
430 ediciones (parciales o completas) de la llamada “Biblia de Lutero” fueran
publicadas entre 1522 y 1546 y la que dio a conocer y difundió cientos de
grabados antipapistas que tuvieron ante sus ojos millones de habitantes del
Sacro Imperio. Sin estos elementos es prácticamente imposible explicar el éxito
de “la Reforma”. […]
Es realmente difícil hacer una valoración de Lutero y de
“la Reforma” en pocas palabras, sobre todo porque estamos ante un hombre lleno
de tensiones y ambigüedades. Hijo de un padre campesino, Lutero era
completamente medieval en su manera de ver al mundo político. Solamente en una
ocasión puso un pie fuera del imperio (cuando fue a Roma en el invierno de
1510) y mostró poco interés por Europa en general. Lutero, además, puede ser
considerado antihumanista en más de un sentido (su enfrentamiento con Erasmo no
fue ninguna casualidad), así como apologista de las autoridades constituidas y
un crítico acérrimo de los campesinos cuando osaron levantarse contra sus amos.
Por último y para no extenderme más, Lutero fue un decidido defensor de la
familia en su sentido más tradicional y sostuvo posturas claramente
antisemitas. Sin negar ninguno de los “cargos” anteriores, lo cierto es que el
movimiento que Lutero encabezó desde 1517 hasta su muerte casi 30 años después,
en 1546, tiene muy pocos parangones en la historia en lo que se refiere a sus
consecuencias para el mundo moderno.
La “reforma” de Martín Lutero significó, en primer lugar,
la ruptura de la unidad cristiana que había definido a la Edad Media; además,
fue el punto de partida de la “desclericalización” de la vida humana, arrebató
al sacerdocio el lugar privilegiado que ocupaba en el mundo católico y
“mundanizó” a la familia, al trabajo y al Estado. Para concluir, contribuyó
significativamente al desarrollo de los Estados absolutistas y, a pesar del
propio Lutero, desembocó en la tolerancia religiosa. Se olvida a menudo que, en
más de un sentido, dichos Estados son los basamentos de la modernidad política
de Occidente.
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