sábado, 9 de diciembre de 2017

"Conocer el amor de Dios superior a todo conocimiento" en su humanidad asumida integralmente, L. Cervantes-O.


10 de diciembre de 2017

Ustedes pueden saber que una persona tiene el Espíritu de Dios, si reconoce que Jesucristo vino al mundo como verdadero hombre ().
I Juan 4.2, Traducción en Lenguaje Actual

Amor de Dios y encarnación efectiva en el mundo
Muy pronto en los inicios de la fe cristiana empezaron a surgir grupos disidentes con doctrinas un tanto diferenciadas que amenazaron con tergiversar profundamente las bases mismas del movimiento original de Jesús de Nazaret y de sus derivaciones posteriores. Los judaizantes a los que alude la carta a los gálatas, los gnósticos ya combatidos por san Pablo (I Tim 2.5-6) y, particularmente, aquellos que negaban que la encarnación del Hijo de Dios había sido una realidad completa (II Jn 1.7), eran algunos de ellos. Los llamados ebionitas rechazaban la preexistencia de Cristo, es decir, su naturaleza divina. Ante tales peligros ideológicos, algunos autores del Nuevo Testamento, reaccionaron diversos grados de preocupación. Quizá el más duro fue quien escribió las tres cartas de Juan, quien en la primera de ellas llama a un fuerte “discernimiento de espíritu” (4.1a) y a estar atentos a la presencia de “falsos maestros” (4.1b), de “anticristos”, que hablan el lenguaje del mundo. Exhorta a que los creyentes en Cristo no les presten atención. Se trataba de corrientes gnósticas (basadas en la gnosis, una especie de conocimiento superior, alternativo e indiscutible) que negaban la humanidad de Cristo y el valor de su sacrificio en la cruz. El autor afirma “que Jesús crucificado, y no solamente el Jesús glorioso, es parte esencial del mensaje cristiano” (Biblia de Nuestro Pueblo).

El pasaje exhorta a aplicar un criterio de juicio radical hacia esos grupos cuya tendencia consistía en negar la encarnación completa y efectiva del Hijo de Dios: practicar esa negación es no poseer el Espíritu de Dios (4.2), en consonancia directa con las enseñanzas de Jesús en el Cuarto Evangelio acerca del Espíritu prometido por él. Se trató de un verdadero conflicto ideológico y teológico en el que convivieron diversas cristologías.[1] Aceptar con convicción el esfuerzo de amor realizado por Dios al hacerse ser humano planteaba un reconocimiento profundo de la gran inversión ontológica llevada a cabo por la divinidad para salvar a la humanidad. Por el contrario, negar esa extraordinaria acción divina es la muestra más clara de que se es contrario a los planes y proyectos de Dios, un verdadero “anti-Cristo” (4.3a). El tono con que el apóstol subraya este hecho apunta hacia las profecías que conocían los creyentes al respecto, pues ellos ya estaban advertidos de esta presencia perniciosa para la fe (4.3b).

Dios asumió la humanidad integralmente
Dios, en Jesús de Nazaret, asumió la humanidad de manera íntegra y definitiva. Ésa es una afirmación genuinamente ortodoxa pero, por causa, precisamente de su radicalidad paradójica. El docetismo consideraba la encarnación un acontecimiento indigno y escandaloso, y sugería que Jesús solamente habría fingido ser una persona humana. No se trató de un fingimiento sino de una transformación profunda en el interior de la trinidad divina. “Es posible que se trate en este caso de creyentes de la comunidad joánica que comprendieron la Encarnación de Cristo como ‘manifestación de su gloria’ (ver Jn 1.14b; 2.11), de acuerdo con una particular visión, al modo de los hombres divinos que se conocían en el Asia Menor. Esta cristología se puede vincular también a grupos joánicos que defendían una cristología del profeta escatológico según el modelo de 11QMelquisedec, en donde el profeta escatológico es descrito como un ángel, enviado celeste que realiza el juicio sobre el mundo en el día del juicio”.[2] La perspectiva a la que exhorta el texto es a reconocer la cercanía de Dios en la persona de su Hijo (4.4), pues la unión con él es firme y más poderosa que la de su enemigo.

Las “desviaciones” de la doctrina de la encarnación divina tienden a romper con la historicidad del acontecimiento y a colocar la salvación en un plano más bien esotérico, supratemporal y ajeno a las realidades y conflictos históricos que plantean coyunturas concretas de fe y acción. El horizonte ético se presenta también como un criterio de discernimiento ante tales acechanzas (4.5). Y, finalmente, la pertenencia a Dios y la actuación directa del Espíritu permiten superar los posibles engaños (4.6a). A fin de cuentas, concluye el pasaje: “El que es de Dios nos hace caso, pero el que no es de Dios nos ignora”. Nada más contrario al espíritu de la encarnación, razón de ser de lo “navideño”, que oponerse a la inserción de Dios en la historia humana de la manera en que lo hizo, invirtiendo los valores existenciales dominantes para hacerse parte de la humanidad y así poder comprender su situación en plenitud.

En palabras de Karl Rahner, la encarnación es “el suceso más alto e irrepetible de la realización esencial del hombre”.[3] Y, como agrega Jürgen Moltmann: “En la encarnación de Dios el hombre llega definitivamente a Dios. […]. La automanifestación de Dios a todos los hombres, cumplida en grado sumo en Cristo, es ‘el objetivo de la creación’. Esto significa, en sentido exclusivo, que el hombre sólo alcanza la plenitud de su ser en el cristianismo y; en sentido inclusivo, que ser cristiano equivale a ser hombre de veras”.[4] La encarnación de Cristo es el objetivo de la creación”.



[1] César Carbullanca Núñez, “La encarnación Factor de crisis en las comunidades joánicas”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 59, 2008-1, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/59.pdf.
[2] Ibíd., p. 71.
[3] Cit. por Jürgen Moltmann, “El cristiano, el hombre y el Reino de Dios”, en Selecciones de Teología, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol26/103/103_moltmann.pdf.
[4] Ídem.

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