10 de diciembre de 2017
Ustedes
pueden saber que una persona tiene el Espíritu de Dios, si reconoce que
Jesucristo vino al mundo como verdadero hombre ().
I Juan 4.2,
Traducción en Lenguaje
Actual
Amor de Dios y
encarnación efectiva en el mundo
Muy
pronto en los inicios de la fe cristiana empezaron a surgir grupos disidentes
con doctrinas un tanto diferenciadas que amenazaron con tergiversar
profundamente las bases mismas del movimiento original de Jesús de Nazaret y de
sus derivaciones posteriores. Los judaizantes a los que alude la carta a los
gálatas, los gnósticos ya combatidos por san Pablo (I Tim 2.5-6) y,
particularmente, aquellos que negaban que la encarnación del Hijo de Dios había
sido una realidad completa (II Jn 1.7), eran algunos de ellos. Los llamados ebionitas
rechazaban la preexistencia de Cristo, es decir, su naturaleza divina. Ante
tales peligros ideológicos, algunos autores del Nuevo Testamento, reaccionaron
diversos grados de preocupación. Quizá el más duro fue quien escribió las tres
cartas de Juan, quien en la primera de ellas llama a un fuerte “discernimiento
de espíritu” (4.1a) y a estar atentos a la presencia de “falsos maestros”
(4.1b), de “anticristos”, que hablan el lenguaje del mundo. Exhorta a que los
creyentes en Cristo no les presten atención. Se trataba de corrientes gnósticas
(basadas en la gnosis, una especie de
conocimiento superior, alternativo e indiscutible) que negaban la humanidad de
Cristo y el valor de su sacrificio en la cruz. El autor afirma “que Jesús crucificado,
y no solamente el Jesús glorioso, es parte esencial del mensaje cristiano” (Biblia de Nuestro Pueblo).
El pasaje exhorta a aplicar
un criterio de juicio radical hacia esos grupos cuya tendencia consistía en
negar la encarnación completa y efectiva del Hijo de Dios: practicar esa
negación es no poseer el Espíritu de Dios (4.2), en consonancia directa con las
enseñanzas de Jesús en el Cuarto Evangelio acerca del Espíritu prometido por
él. Se trató de un verdadero conflicto ideológico y teológico en el que
convivieron diversas cristologías.[1]
Aceptar con convicción el esfuerzo de amor realizado por Dios al hacerse ser
humano planteaba un reconocimiento profundo de la gran inversión ontológica
llevada a cabo por la divinidad para salvar a la humanidad. Por el contrario,
negar esa extraordinaria acción divina es la muestra más clara de que se es
contrario a los planes y proyectos de Dios, un verdadero “anti-Cristo” (4.3a).
El tono con que el apóstol subraya este hecho apunta hacia las profecías que
conocían los creyentes al respecto, pues ellos ya estaban advertidos de esta
presencia perniciosa para la fe (4.3b).
Dios
asumió la humanidad integralmente
Dios,
en Jesús de Nazaret, asumió la humanidad de manera íntegra y definitiva. Ésa es
una afirmación genuinamente ortodoxa pero, por causa, precisamente de su
radicalidad paradójica. El docetismo consideraba la encarnación un
acontecimiento indigno y escandaloso, y sugería que Jesús solamente habría
fingido ser una persona humana. No se trató de un fingimiento sino de una
transformación profunda en el interior de la trinidad divina. “Es posible que se trate
en este caso de creyentes de la comunidad joánica que comprendieron la
Encarnación de Cristo como ‘manifestación de su gloria’ (ver Jn 1.14b; 2.11),
de acuerdo con una particular visión, al modo de los hombres divinos que se
conocían en el Asia Menor. Esta cristología se puede vincular también a grupos
joánicos que defendían una cristología del profeta escatológico según el modelo
de 11QMelquisedec, en donde el profeta escatológico es descrito como un ángel,
enviado celeste que realiza el juicio sobre el mundo en el día del juicio”.[2]
La perspectiva a la que exhorta el texto es a reconocer la cercanía de Dios en
la persona de su Hijo (4.4), pues la unión con él es firme y más poderosa que
la de su enemigo.
Las “desviaciones” de la doctrina de la encarnación
divina tienden a romper con la historicidad del acontecimiento y a colocar la
salvación en un plano más bien esotérico, supratemporal y ajeno a las
realidades y conflictos históricos que plantean coyunturas concretas de fe y
acción. El horizonte ético se presenta también como un criterio de
discernimiento ante tales acechanzas (4.5). Y, finalmente, la pertenencia a
Dios y la actuación directa del Espíritu permiten superar los posibles engaños
(4.6a). A fin de cuentas, concluye el pasaje: “El que es de Dios nos hace caso,
pero el que no es de Dios nos ignora”. Nada más contrario al espíritu de la
encarnación, razón de ser de lo “navideño”, que oponerse a la inserción de Dios
en la historia humana de la manera en que lo hizo, invirtiendo los valores
existenciales dominantes para hacerse parte de la humanidad y así poder
comprender su situación en plenitud.
En palabras de Karl Rahner, la encarnación es “el
suceso más alto e irrepetible de la realización esencial del hombre”.[3]
Y, como agrega Jürgen Moltmann: “En la encarnación de Dios el hombre llega
definitivamente a Dios. […]. La
automanifestación de Dios a todos los hombres, cumplida en grado sumo en
Cristo, es ‘el objetivo de la creación’. Esto significa, en sentido
exclusivo, que el hombre sólo alcanza la plenitud de su ser en el cristianismo
y; en sentido inclusivo, que ser cristiano equivale a ser hombre de veras”.[4]
La encarnación de Cristo es el objetivo de la creación”.
[1] César
Carbullanca Núñez, “La encarnación Factor de crisis en las comunidades
joánicas”, en Revista de Interpretación
Bíblica Latinoamericana, núm. 59, 2008-1, www.claiweb.org/images/riblas/pdf/59.pdf.
[2] Ibíd., p. 71.
[3] Cit. por Jürgen
Moltmann, “El cristiano, el hombre y el Reino de Dios”, en Selecciones de Teología, www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol26/103/103_moltmann.pdf.
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