24 de diciembre de 2017
Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no
tuvo por usurpación ser igual á Dios: sin embargo, se anonadó á sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…
Filipenses 2.5-7, RVR 1909
La encarnación del Hijo se
realiza históricamente como kénosis. En ella se revelan el ser y el amor de
Dios a la vez que el ser y el pecado del hombre. Esta kénosis de Cristo (Flp
2,7) no significa deposición del ser, del poder o del conocer divinos en una
especie de auto-aniquilación sino un acompasamiento tal de ellos a las condiciones
de la existencia finita, que le hacen posible vivir bajo las limitaciones de la
creatura y padecer las violencias en las que de hecho el hombre histórico vive.
La potencia suprema tiene capacidad para “ser menos”, para asumir esa
“relativización” que le permite compartir y compadecer la situación del hombre;
y esto tanto en el orden del ser, como del poder y del conocer.
Olegario González de
Cardedal, Cristología, p. 396
Navidad y encarnación: la
visión crítica del cántico de Filipenses 2
Ante la necesidad de reflexionar sobre la encarnación del
Hijo de Dios en el mundo, un gran desafío para la creatividad de la fe
cristiana lo constituyen las posibilidades de comprensión y traducción del
término griego kenosis (de kenós, “vacío”; kenóo, “vaciar”, de uso casi exclusivo en Pablo), tal como lo
utiliza San Pablo en el cántico de Filipenses 2, reproducción exacta de Isaías
53.12 en hebreo: “derramó su vida” (E. Tiedtke / H.-G. Link, “Vacío, vaciar”,
en DTNT IV, p. 315). Estamos ante una “pieza literaria de origen pre-paulino,
que tiene su modelo en los salmos o relatos sapienciales que en el AT narran
las acciones salvíficas de Yahvé, surgida en contexto o con finalidad
litúrgica, es una parábola del destino de
Jesús, quien existiendo en la forma de Dios no retiene como si fuera un
rapto esa condición divina, sino que se desposee de ella. La encarnación es la primera forma de humillación que caracterizará
toda la vida de Cristo” (Olegario González de Cardedal, Cristología. Madrid, BAC, 2001, p. 378.
Énfasis agregado).
Al momento de exhortar a los creyentes de la ciudad
macedonia, el apóstol toma el camino cristológico para insistir en el tipo de
“sentir” que debían experimentar para la vida en comunidad. Fiel a su costumbre,
a la exhortación a consolarse unos a otros (v. 1) y a vivir en una armonía
compasiva (v. 2), le sigue el “contraste cristológico”, pues si las tendencias
humanas van en el sentido de crecer y hacerse grandes a la vista de los demás,
la inclinación definitivamente determinada por Jesucristo va en el sentido
totalmente opuesto: abdicar, perder, renunciar, despojar, reducir a la nada, despojarse,
vaciarse, abajarse, desprenderse, desposeerse, desempoderarse, empobrecerse, humillarse,
denigrarse, hacerse menos, hacerse inferior, retenerse, debilitarse, sujetarse,
controlarse, suspenderse, privarse, restarse, arrebatarse, someterse, limitarse,
alejarse, negarse, enajenarse, alienarse, cambiar voluntariamente su modo de
ser divino preexistente, sin que todas estas palabras alcancen a reducir a su
mínima expresión los alcances de la decisión del Hijo de Dios, quien siendo
idéntico al Padre y compartiendo con él su naturaleza y esencia, opta por
reducirse voluntariamente y entrar a un estado completamente contrario al suyo:
El preexistente toma en su
encarnación la morphé (la naturaleza) del doulos. Lo específico
de esta expresión no estriba en una afirmación sobre la obediencia del
encarnado (esta afirmación sigue en Fil 2.8b), como sucedía en la concepción
del siervo de Dios en A T (Is 53: ‘ebed yahwéh). Hay que
considerar más bien el influjo de la terminología gnóstica (cf. II, 3). Tomando
Cristo la condición de esclavo, entra en completa solidaridad con la humanidad
sometida al pecado, a la ley y a la muerte (cf. Käsemann, Ex. Ver. u. Bes. I,
73). Como esclavo está sometido al nomos (Gal 4,4) y soporta su maldición
(Gal 3,13). El asume una condición “como la nuestra, pecadora” (Rom 8.3) y se
hace hermano de los hombres “que por miedo a la muerte pasaban la vida entera
como esclavos” (Heb 2.15). Precisamente la condición de esclavo cualifica la
encarnación de Jesús como el más profundo anonadamiento. (R. Tuente, “Esclavo”, en DTNT II, p. 106)
La
kenosis significa, por tanto, “el
‘vaciamiento’ de sí que realizó el Hijo de Dios insertándose en la historia de
los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz” (G.
Iammarrone). “En el Nuevo Testamento se dan también algunos otros pasajes
además de Fil 2.7, en donde se hace referencia más o menos explícita a la
abnegación, hasta su vaciamiento, del Hijo al entrar en nuestra historia: cf.
Jn 1.14, donde el término sarx/carne
indica a la humanidad en su fragilidad, transitoriedad y mortalidad; Gál 4.4:
el Hijo preexistente de Dios nació de una mujer y se sometió a la ley; Jn 17 5:
el Hijo vive ahora en una situación, donde está privado de aquella gloria que
poseía desde toda la eternidad; 2 Cor 8.9: el Hijo era rico, pero se ha hecho
pobre (eptócheusen) para enriquecernos a nosotros”. “Debe verse en la opción
del Hijo eterno de Dios de hacerse hombre y de vivir como los demás hombres en
la humildad de la condición humana, con su carga de limitaciones, sufrimientos
y muerte”. “Cristo
se presenta en una condición o modo de existir que ha de ser concebido ‘como
cautividad y servidumbre bajo el régimen de los poderes cósmicos, de los
‘elementos del mundo’ (Bornkamm)” (G. Braumann, “Forma”, en DTNT II, p. 204). Además,
“la kénosis puede entenderse también en otro sentido Cristo existiendo con
poderes divinos en este mundo no reclama honores divinos ni se manifiesta como
Dios (ocultamiento) sino como hombre Cristo sería entonces la figura antitética
de Adán, aquel siendo de condición divina elige vivir de forma humillada,
mientras que éste, siendo de condición humana, reclama ser como Dios” (O.
González de Cardedal, p. 378).
El énfasis ético del pasaje para la comunidad es
contundente a la luz de esta acción extraordinaria, por lo que la autoridad
cristológica de la enseñanza debería ser aceptada como indiscutible:
El ekénosen (v. 7) =
“se anonadó”, “se despojó”, alude a una propiedad indiscutible, que consiste en
ser- igual-a-Dios. Si esto no fuese así, Cristo sería como un ladrón que
ansiosa y ávidamente intenta apoderarse de su botín. Probablemente el himno
cristológico no habla aquí todavía del Jesús terrestre, sino de algo acontecido
en la preexistencia. El motivo de que el himno hable (si bien sólo de un modo
negativo) de la posibilidad de manipular el ser-igual-a-Dios como un botín al
que uno está aferrado, radica en la intención ética que está presente en todo
el cántico a Cristo (vv. 6-11; cf. vv. 1-5); si Cristo abdicó de la doxa (=
gloria) que le pertenecía por derecho propio, no debe existir entre los
cristianos ninguna contienda por kenodoxia (v. 3: “presunción”
(vanagloria) (E. Tiedtke, “Arrebatar, raptar”, en DTNT I, p. 148)
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