jueves, 21 de diciembre de 2017

Vaciamiento divino y empoderamiento humano, L. Cervantes-O.


24 de diciembre de 2017

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual á Dios: sin embargo, se anonadó á sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…
Filipenses 2.5-7, RVR 1909

La encarnación del Hijo se realiza históricamente como kénosis. En ella se revelan el ser y el amor de Dios a la vez que el ser y el pecado del hombre. Esta kénosis de Cristo (Flp 2,7) no significa deposición del ser, del poder o del conocer divinos en una especie de auto-aniquilación sino un acompasamiento tal de ellos a las condiciones de la existencia finita, que le hacen posible vivir bajo las limitaciones de la creatura y padecer las violencias en las que de hecho el hombre histórico vive. La potencia suprema tiene capacidad para “ser menos”, para asumir esa “relativización” que le permite compartir y compadecer la situación del hombre; y esto tanto en el orden del ser, como del poder y del conocer.
Olegario González de Cardedal, Cristología, p. 396

Navidad y encarnación: la visión crítica del cántico de Filipenses 2
Ante la necesidad de reflexionar sobre la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, un gran desafío para la creatividad de la fe cristiana lo constituyen las posibilidades de comprensión y traducción del término griego kenosis (de kenós, “vacío”; kenóo, “vaciar”, de uso casi exclusivo en Pablo), tal como lo utiliza San Pablo en el cántico de Filipenses 2, reproducción exacta de Isaías 53.12 en hebreo: “derramó su vida” (E. Tiedtke / H.-G. Link, “Vacío, vaciar”, en DTNT IV, p. 315). Estamos ante una “pieza literaria de origen pre-paulino, que tiene su modelo en los salmos o relatos sapienciales que en el AT narran las acciones salvíficas de Yahvé, surgida en contexto o con finalidad litúrgica, es una parábola del destino de Jesús, quien existiendo en la forma de Dios no retiene como si fuera un rapto esa condición divina, sino que se desposee de ella. La encarnación es la primera forma de humillación que caracterizará toda la vida de Cristo” (Olegario González de Cardedal, Cristología. Madrid, BAC, 2001, p. 378. Énfasis agregado).

Al momento de exhortar a los creyentes de la ciudad macedonia, el apóstol toma el camino cristológico para insistir en el tipo de “sentir” que debían experimentar para la vida en comunidad. Fiel a su costumbre, a la exhortación a consolarse unos a otros (v. 1) y a vivir en una armonía compasiva (v. 2), le sigue el “contraste cristológico”, pues si las tendencias humanas van en el sentido de crecer y hacerse grandes a la vista de los demás, la inclinación definitivamente determinada por Jesucristo va en el sentido totalmente opuesto: abdicar, perder, renunciar, despojar, reducir a la nada, despojarse, vaciarse, abajarse, desprenderse, desposeerse, desempoderarse, empobrecerse, humillarse, denigrarse, hacerse menos, hacerse inferior, retenerse, debilitarse, sujetarse, controlarse, suspenderse, privarse, restarse, arrebatarse, someterse, limitarse, alejarse, negarse, enajenarse, alienarse, cambiar voluntariamente su modo de ser divino preexistente, sin que todas estas palabras alcancen a reducir a su mínima expresión los alcances de la decisión del Hijo de Dios, quien siendo idéntico al Padre y compartiendo con él su naturaleza y esencia, opta por reducirse voluntariamente y entrar a un estado completamente contrario al suyo:

El preexistente toma en su encarnación la morphé (la naturaleza) del doulos. Lo específico de esta expresión no estriba en una afirmación sobre la obediencia del encarnado (esta afirmación sigue en Fil 2.8b), como sucedía en la concepción del siervo de Dios en A T (Is 53: ‘ebed yahwéh). Hay que considerar más bien el influjo de la terminología gnóstica (cf. II, 3). Tomando Cristo la condición de esclavo, entra en completa solidaridad con la humanidad sometida al pecado, a la ley y a la muerte (cf. Käsemann, Ex. Ver. u. Bes. I, 73). Como esclavo está sometido al nomos (Gal 4,4) y soporta su maldición (Gal 3,13). El asume una condición “como la nuestra, pecadora” (Rom 8.3) y se hace hermano de los hombres “que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos” (Heb 2.15). Precisamente la condición de esclavo cualifica la encarnación de Jesús como el más profundo anonadamiento.  (R. Tuente, “Esclavo”, en DTNT II, p. 106)

La kenosis significa, por tanto, “el ‘vaciamiento’ de sí que realizó el Hijo de Dios insertándose en la historia de los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz” (G. Iammarrone). “En el Nuevo Testamento se dan también algunos otros pasajes además de Fil 2.7, en donde se hace referencia más o menos explícita a la abnegación, hasta su vaciamiento, del Hijo al entrar en nuestra historia: cf. Jn 1.14, donde el término sarx/carne indica a la humanidad en su fragilidad, transitoriedad y mortalidad; Gál 4.4: el Hijo preexistente de Dios nació de una mujer y se sometió a la ley; Jn 17 5: el Hijo vive ahora en una situación, donde está privado de aquella gloria que poseía desde toda la eternidad; 2 Cor 8.9: el Hijo era rico, pero se ha hecho pobre (eptócheusen) para enriquecernos a nosotros”. “Debe verse en la opción del Hijo eterno de Dios de hacerse hombre y de vivir como los demás hombres en la humildad de la condición humana, con su carga de limitaciones, sufrimientos y muerte”. “Cristo se presenta en una condición o modo de existir que ha de ser concebido ‘como cautividad y servidumbre bajo el régimen de los poderes cósmicos, de los ‘elementos del mundo’ (Bornkamm)” (G. Braumann, “Forma”, en DTNT II, p. 204). Además, “la kénosis puede entenderse también en otro sentido Cristo existiendo con poderes divinos en este mundo no reclama honores divinos ni se manifiesta como Dios (ocultamiento) sino como hombre Cristo sería entonces la figura antitética de Adán, aquel siendo de condición divina elige vivir de forma humillada, mientras que éste, siendo de condición humana, reclama ser como Dios” (O. González de Cardedal, p. 378).

El énfasis ético del pasaje para la comunidad es contundente a la luz de esta acción extraordinaria, por lo que la autoridad cristológica de la enseñanza debería ser aceptada como indiscutible:

El ekénosen (v. 7) = “se anonadó”, “se despojó”, alude a una propiedad indiscutible, que consiste en ser- igual-a-Dios. Si esto no fuese así, Cristo sería como un ladrón que ansiosa y ávidamente intenta apoderarse de su botín. Probablemente el himno cristológico no habla aquí todavía del Jesús terrestre, sino de algo acontecido en la preexistencia. El motivo de que el himno hable (si bien sólo de un modo negativo) de la posibilidad de manipular el ser-igual-a-Dios como un botín al que uno está aferrado, radica en la intención ética que está presente en todo el cántico a Cristo (vv. 6-11; cf. vv. 1-5); si Cristo abdicó de la doxa (= gloria) que le pertenecía por derecho propio, no debe existir entre los cristianos ninguna contienda por kenodoxia (v. 3: “presunción” (vanagloria) (E. Tiedtke, “Arrebatar, raptar”, en DTNT I, p. 148)

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