jueves, 21 de diciembre de 2017

El Dios eterno se ató a la carne por amor, L. Cervantes-O.

24 de diciembre de 2017

Por eso Dios le otorgó
el más alto privilegio,
y le dio el más importante
de todos los nombres,
para que ante él se arrodillen
todos los que están en el cielo,
y los que están en la tierra,
y los que están debajo de la tierra;
para que todos reconozcan
que Jesucristo es el Señor.
Filipenses 2.9-11, TLA

Humillación histórica en camino a la exaltación final
El prestigio y el honor eran asuntos muy relevantes en la época del Imperio Romano. La “ubicación jerárquica en la vida social, especialmente en el espacio público, constituía la base del sentido del honor y de la persona honorable. Defender esa ubicación y mejorarla a través de mayor número de personas dependientes o subordinadas con respecto a uno mismo, constituía una de las expectativas en torno de la actuación social” (Néstor Míguez, “Filipenses: la humildad como propuesta ideológica”, pp. 38-39). Sólo los grandes propietarios podían acceder al poder y a los “primeros lugares” a fin de enriquecerse, tal como refirió el Señor Jesucristo en algún momento (Mt 12.38-40). Los grandes tenían privilegios para eludir la acción de la justicia y los pequeños quedaban a merced de los funcionarios de turno, con las consiguientes injusticias. Pablo se presenta en la carta como “esclavo de Jesucristo”, y también lo es del imperio, pues escribe desde la prisión; eso lo colocó en un estrato social bajo.

Una de las exhortaciones de la carta es a la humildad (2.3). No obstante, es notable su referencia a Jesús como alguien exaltado después de haber sido humillado:

Es desde la identidad con los más humildes de los humildes, con las no-personas de la esclavitud que se revela la voluntad liberadora del Dios trascendente. Es en ese crucificado de la historia que se muestra la gloria del Dios eterno, ante la cual tendrán que inclinarse los que hoy se creen victoriosos y poderosos, se creen eternos de una eternidad que se sostiene en base a las armas y un prestigio alimentado por su propia ambición. Este poema central de la carta pone en evidencia justamente el sentido del camino liberador, desde la humildad, confrontado con el camino del opresor, que es el que esclaviza, el que destruye y crucifica (N. Míguez).

Jesús tomó “forma de esclavo” (2.7b) según afirma la carta a los Filipenses mediante una profundización que va más allá de la mera afirmación de la encarnación al incluir el aspecto social. La carne o el cuerpo eran (son) espacios históricos en los cuales también se define mucho de lo que acontece en el ámbito socio-político y económico. La experiencia mesiánica, liberadora, promovida por el apóstol, se basa en relaciones de gratuidad: “No [se trata de] el esclavo obediente que muere trabajando para su patrón o agotado en las explotaciones imperiales. Es el esclavo que en su humildad se hizo obediente a su libre condición humana, y afronta la muerte (de allí que sea ‘muerte de cruz’)”.

El enorme esfuerzo del Hijo de Dios para asumirse y mantenerse como ser humano implicó acceder a la igualdad con los demás y, asimismo, dedicarse a servir a todos como un siervo como un esclavo. La igualdad con Dios lo preparó, le enseñó a servir, en este caso a sus criaturas, que ahora vendrían a ser sus iguales. “Lejos de ser motivo de ansiedad y amargura, esa experiencia de ‘abajamiento’ social debe resultar en gozo, por ser el lugar desde donde se ofrece el testimonio de la fuerza del evangelio” (Míguez).

A la humillación de Jesús, en v. 6-8, se contrapone, en v. 9-11, la exaltación. Esta es consecuencia de su obediencia en el sufrimiento y consiste en la instauración en el señorío no sólo sobre la comunidad, sino sobre todo el cosmos. Al concederse a Jesús el nuevo nombre de kyrios, la comunidad confiesa que en la exaltación se da la victoria de Cristo, es decir, el cambio de señorío sobre el cosmos (cf. Col 1,19.20). (D. Müller, “Altura, profundidad, exaltación”, en DTNT I, p. 106)

Jesús llegó al nivel más alto de la creación y del cosmos (2.9-11) luego de haberse abajado profundamente y de representar la forma en que Dios se enamoró de la carne humana, de la historia, de la finitud, a fin de lograr que el ser humano también sea exaltado. Asumir la carne, la debilidad histórica y el sometimiento voluntariamente es la gran lección de Dios para obtener la salvación. En contraste: “El imperio tendrá su fin, la realidad, incluso la realidad física, conocerá otra dimensión, se organizará por medio de la experiencia de amor que trae la manifestación gloriosa del Mesías, crucificado de acuerdo a la ley judía y al poder imperial, pero triunfante en la vida de sus humildes seguidores” (Míguez).

El Dios eterno se ató amorosamente a la carne en la persona de Jesús y eso implicó un profundo reacomodo trinitario capaz de incorporar lo histórico y mortal, transformado, en el interior mismo de la divinidad. Semejante milagro es el que se celebra cuando se habla de la Navidad, el rostro más visible de la encarnación de Dios, la parte más superficial del misterio del Dios humano, del hombre-Dios que fue y sigue siendo Jesús de Nazaret.

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