Duccio di Bunonisegna (1250-1318), El llamado de los apóstoles Pedro y Andrés, 1308-1311
Jesús les dijo: “Síganme. En
lugar de pescar peces, les voy a enseñar a ganar seguidores para mí”.
Marcos 1.17, TLA
Jesús de Nazaret no fue el primero en formar un grupo de
discípulos dentro o fuera de Palestina. Era la costumbre de los grandes
maestros de la filosofía o la religión. De hecho, la existencia de los grupos
de discípulos fue la manera en que se extendían las creencias o las prácticas
en la antigüedad. Su antecedente inmediato, Juan, el llamado Bautista, también
formó un grupo así, del cual salieron algunos discípulos para unirse al suyo (Jn
1.35-42). Siendo el de Marcos el primer documento llamado “evangelio”, que da
cuenta de las acciones de Jesús, es determinante encontrar en él la narración
del encuentro de Jesús con quienes serían sus discípulos y, por lo tanto,
continuadores de su trabajo al servicio del Reino de Dios.
El breve pasaje de los vv. 14-20 concluye la
introducción del evangelio (1-13) y da comienzo a una nueva etapa: la intensa
actividad de Jesús en Galilea, que empezó precisamente cuando terminó la de
Juan el Bautista (14a), con su encarcelamiento, cuyas causas no se explican. Jesús
no va a ser un continuador, sino que modificará sustancialmente aquella
práctica y aquel mensaje.[1]
Varias serían las diferencias con Juan: “Cambia el contenido del anuncio: no un
bautismo para perdón, sino la llegada de Dios mismo a reinar; no una conversión
para escapar del castigo, sino para ser capaz de recibir el don del Reino; no
algo para el futuro, sino la urgencia de un presente que ofrece nuevas
posibilidades. Jesús no es el relevo de
Juan sino su plenitud”.[2]
La actividad principal de Jesús sería “proclamar” o
“predicar” a partir de una premisa central que antecede a su mensaje todo el
tiempo: “Se ha cumplido el tiempo” (15a), una frase que indicaba el comienzo de
una nueva etapa en la historia de la salvación. Jesús situó su trabajo (y el de
sus seguidores) en el horizonte de este avance, a fin de mostrar la manera en
que Dios se manifestaría en esa nueva fase: en continuidad con las promesas
antiguas, pero con una fuerte ruptura con las formas religiosas tradicionales.
De ahí que su vivencia del Reino de Dios fuera radicalmente distinta, aun
cuando compartía algunos elementos de la predicación de Juan. El “Reino de
Dios” no sería ya un lugar sino una experiencia de vida bajo los parámetros del
proyecto divino (vida, justicia, solidaridad, fraternidad, paz). La presencia
de Jesús vendría a hacer cercano ese reino, algo diametralmente distinto a lo
anunciado por Juan.
En continuidad con ese mensaje, Jesús también llama
al arrepentimiento. “Arrepentirse” significa cambiar de rumbo, volver a Dios,
en este caso, creer en la Buena Noticia (v. 15). “Jesús tiene la experiencia de
la oferta definitiva que Dios hace ya al
hombre y la traduce en su mensaje y en su práctica”.[3] Jesús
experimentó una urgencia espiritual mediante la cual el tiempo divino comenzó a
precipitarse sobre la historia humana para mostrar sus designios más
abiertamente. En ese contexto, “la exhortación al cambio se convierte así en
fuerza movilizadora de discernimiento y acción”.[4] Se
anuncia explícitamente que el gobierno de Dios es el único genuino y confiable.
A partir de ello: “Jesús llama, elige a sus discípulos, para dar sentido
comunitario a su misión. Sin comunidad no hay reino. Tradicionalmente los
discípulos buscaban a su maestro. Aquí es Jesús el que toma la iniciativa:
llama a sus discípulos y los hace pescadores de hombres, metáfora que da
sentido universal a su misión” (La Biblia
de Nuestro Pueblo). Su acción inicial será dejar y seguir. Además, ellos
cambian un lugar social de
seguridad económica y familiar por otro de desposesión e inseguridad que los
llevará a la predicación itinerante (6.7-13); dejan un trabajo conocido por
otro desconocido (v. 17) para el que no están preparados, y un proyecto personal
centrado en sus propias necesidades y las de su familia, por otro en el que
tendrán la primacía las necesidades de los demás. Ese cambio es condición para
que puedan integrarse en la comunidad de seguidores de Jesús, corresponsables
de la causa del Reino.[5]
Los primeros discípulos respondieron con prontitud
al Maestro, y dejándolo todo le siguieron para entrar a un proceso intensivo de
formación y preparación, pues en eso consiste la vocación cristiana: es el
seguimiento radical a Jesús: Camino, Verdad y Vida. Esa preparación es lo que
constituye el discipulado, esto es, el
llamado a practicar un seguimiento sincero, profundo y responsable de Jesús,
tal como brota del Evangelio revelado por Dios. Y ese llamado sigue vigente
para hoy, exactamente igual que para quienes lo escucharon por primera vez,
pero con la diferencia de que entre Jesús y nosotros se interponen muchísimos
factores, en disonancia (a veces muy profunda) entre los valores y los
principios del Evangelio y aquellos que dirigen o controlan nuestras vidas. De
ahí que las palabras de Dietrich Bonhoeffer, quien se ocupó como pocos del tema
del seguimiento de Jesús y planteó algunas preguntas cruciales para discernir y
diferenciar entre el llamado que registran los evangelios y el llamado actual
previo a la preparación para ponerse a su servicio en el mundo “¿Adónde conducirá la llamada
al seguimiento a los que sigan a Jesús? ¿Qué decisiones y rupturas llevará
consigo?”.[6]
El discipulado cristiano de hoy y la preparación
para el servicio por parte de los nuevos discípulos guarda muchas diferencias
con lo acontecido en el primer siglo, sobre todo por la acumulación de factores
que se atraviesan para impedir su realización óptima en la vida de las
personas. ¿Qué sucede cuando alguien es llamado a seguir a Jesús y a prepararse
con él para una vida completa de servicio? Bonhoeffer responde, siguiendo las
líneas generales que brotan del Evangelio mismo:
El que ha sido llamado
abandona todo lo que tiene, no para hacer algo especialmente valioso, sino
simplemente a causa de la llamada, porque, de lo contrario, no puede marchar
detrás de Jesús. […] Uno es llamado y debe salir de la existencia que ha llevado
hasta ahora […]
Lo antiguo
queda atrás, completamente abandonado. El discípulo es arrancado de la
seguridad relativa de la vida y lanzado a la inseguridad total (es decir,
realmente, a la seguridad y salvaguarda absolutas en la comunidad con Jesús);
es arrancado al dominio de lo previsible y calculable (o sea, de lo realmente
imprevisible) y lanzado al de lo totalmente imprevisible, al puro azar
(realmente, al dominio de lo único necesario y calculable); es arrancado de!
dominio de las posibilidades finitas (que, de hecho, son infinitas) y lanzado
al de las posibilidades infinitas (que, en realidad, constituyen la única
realidad liberadora).[7]
Al acto de obediencia que representa el seguimiento
le seguirá, ineludiblemente, la preparación, el arduo aprendizaje al lado del
maestro a fin de poderse dedicar plenamente a su servicio en las áreas que él
determine. A eso son llamados todos quienes deseen ser discípulos verdaderos
del Señor Jesucristo, aunque hoy nuestro discipulado adolece de muchas carencias, debilidades e inconsistencias. Se trata de una manera de seguir a Jesús un tanto"aburguesada", que no afronta la radicalidad del llamado a causa de la forma en que "el afán de este mundo y el engaño de las riquezas" (Mt 13.22), entre otras cosas, amenazan con "ahogar la Palabra" y con reducir las exigencias del Evangelio a una mera caricatura tragicómica.
[1] Carlos
Bravo Gallardo, Jesús, hombre en
conflicto. 2ª ed. México, Centro de Reflexión Teológica-Universidad
Iberoamericana, 1996, p. 69, https://es.scribd.com/doc/239641471/Bravo-Carlos-S-J-Jesus-Hombre-en-Conflicto-Ed-Centro-de-Reflexion-Teologica-A-C-Mexico-1996-pdf.
[2] Ídem. Énfasis
agregado.
[3] Ibíd., p.
70.
[4] Ibíd., p.
71.
[5] Ibíd., p.
72.
[6] D.
Bonhoeffer, El precio de la gracia. El
seguimiento. [1937] 6ª ed. Salamanca, Sígueme, 2004, p. 12, www.mercaba.org/Libros/Bonhoeffer/Dietrich%20Bonhoeffer%20EL%20PRECIO%20DE%20LA%20GRACIA%20X%20ELTROPICAL.pdf.
[7] Ibíd., p.
28.
No hay comentarios:
Publicar un comentario